24-05-2021
Tres décadas sin el carismático actor, uno de los adalides de la comedia española Manolo Gómez Bur o el arte de hacer reír CARLOS ARÉVALO (@arevalocarlos) Se cumplen 30 años desde que nos dejó el célebre actor Manolo Gómez Bur (Madrid, 1917 - Bailén, 1991). Su vis cómica le permitió destacar principalmente en teatro y cine con papeles de hombre inocente, tímido y sin suerte, siempre algo pusilánime, con una voz compungida que rebosaba ternura a la vez que provocaba carcajadas constantes. Consideraba que el misterio de la comicidad residía “en la espontaneidad, en no retorcer ni forzar las situaciones ni las palabras”. Se llamaba en realidad Manuel Gómez López de la Osa, aunque heredó el nombre artístico de su padre, Vicente Gómez Bur, un excelente tenor cómico muy popular en los años veinte que acortó su segundo apellido: Burgos. Y es que Bur sonaba más comercial. Vino al mundo Manolo en la calle de Argumosa, y siempre presumió de su condición de madrileño y de haber crecido en una ciudad todavía pequeña donde todos los vecinos del barrio se conocían. En el suyo, Lavapiés, le llamaban cariñosamente ‘Lolo, el hijo del cómico’.
Desde niño se interesó por seguir los pasos de su progenitor, que al principio no estaba especialmente entusiasmado con la idea por tratarse de un oficio muy duro y eventual. Se crio en el histórico teatro Novedades, que ardería en 1928. Allí don Vicente era una figura habitual y Manolo descubrió la magia del arte de Talía. Sobre aquellas tablas hizo su primera salida el pequeño Gómez Bur, montado sobre un burro que aparecía un instante en la zarzuela La Bejarana. Por parte de su madre también existía vinculación con el mundo escénico, ya que su abuelo había sido el empresario del Coliseo de Lavapiés, un teatro que después sería reconvertido en cine.
En 1934, con solo 17 años, consiguió debutar en el María Guerrero gracias a una compañía de teatro aficionado con la comedia Los hijos de la noche. A partir de entonces empezó su particular periplo para convertirse en uno de los cómicos españoles más eficaces, con una trayectoria que abarcaría desde la revista musical hasta la comedia y en la que cosecharía interpretaciones memorables y un indudable cariño entre el gran público. Desempeñó en sus inicios algunos papeles dramáticos en teatro, pero los espectadores se desternillaban al verle aparecer, por lo que decidió, con gran acierto, seguir la senda de la comedia. En 1936, la Guerra Civil le sorprendió en Madrid, donde trabajaba como dependiente en una tienda de telas. Se enroló como voluntario en el bando republicano, donde alcanzaría el rango de teniente. Le hirieron en combate: cinco disparos, dos de ellos en el pecho. Luego fue detenido y le enviaron a un campo de concentración del que logró salir a los pocos meses. Desde ese momento comenzó profesionalmente su carrera interpretativa. Haciendo gala de su elegante comportamiento, apenas se pronunciaba públicamente sobre aquellos terribles años. “Durante la guerra”, decía, “la mayoría de mis amigos murieron en el frente… Yo soy actor cómico y lo que quiero es hacer reír. Mi oficio es intentar distraer al público”.
Como la mayoría de actores de su generación, era un artista puramente intuitivo que, sin perder su fino sentido del humor, era consciente de su valía como intérprete en cualquier terreno: “No he estudiado en ninguna escuela de Arte Dramático ni he asistido a clases de expresión corporal, mimo, esgrima, equitación o tenis. Mi escuela estuvo entre los bastidores de los teatros, en los pasillos, en las giras por provincias y en las pensiones de cinco pesetas. Y en salir a hacerlo todo: cantar, bailar, recitar versos en serio o con humor. He hecho revista, drama, sainete, comedia, alta comedia, cine, televisión, pista… Menos películas de dibujos, todo”. Corrían los primeros años cuarenta cuando el empresario y autor Muñoz Román y el maestro Alonso lo contrataron precisamente para eso, para hacer de todo. Al igual que compañeros como Tony Leblanc o Fernando Fernán Gómez, se estrenó profesionalmente como boy-bailarín de revista. Fue en 1941 cuando se presentó en el ya desaparecido teatro Martín de Madrid como parte del elenco de Ladronas de amor. Lo del baile no tenía secretos para Gómez Bur, que de adolescente demostró excelentes cualidades al ganar varios concursos de charlestón, el ritmo de moda en su juventud. Además, dominaba el claqué o el chotis, que más tarde acabaría bailando sobre los escenarios en aquellos espectáculos.
La revista le proporcionó la experiencia necesaria para consolidarse como primer actor. Incluso llegó a formar su propia compañía de teatro. Gómez Bur contaba que lo que más le ayudó en sus primeros años fue actuar en la comedia de Carlos Llopis Nosotros, ellas y el duende. La estrenó en el teatro Reina Victoria de la capital en 1946 con Guadalupe Muñoz Sampedro –a la que consideraba su maestra–, Luchy Soto y Luis Peña. Décadas después la volvería a representar en un par de ocasiones en Televisión Española. Aquel papel de abogado le sirvió para darse a conocer y entrar al año siguiente como primer actor en el Infanta Isabel con Su amante esposa, de Jacinto Benavente, junto a Isabel Garcés. Poco a poco llegaron nuevos éxitos teatrales con los que gozaría de una notable reputación por toda España: Las que tienen que servir, La extraña pareja, La sopera, Señora presidenta o La venganza de don Mendo. Las puertas del cine se le abrieron en 1943, a las órdenes del director Ignacio F. Iquino en el largometraje Un enredo de familia. Durante cuatro décadas participaría como eminente actor de reparto en un centenar de películas, entre las que destacan títulos tan inolvidables como la adaptación de la citada Las que tienen que servir, El grano de mostaza, 3 de la Cruz Roja, Los que tocan el piano, Trampa para Catalina, La ciudad no es para mío Las Ibéricas F.C.
A pesar de sus numerosos trabajos cinematográficos, no se prodigó con la misma frecuencia en televisión, en la que su papel más recordado se lo brindó la serie Animales racionales, con guion de Álvaro de Laiglesia. Al hilo de sus escasas apariciones en la pequeña pantalla, él mismo explicó el por qué en el programa El actor y sus personajes en 1981: “He pisado con muy poca frecuencia los platós, pero no por culpa de televisión, que me llama muchas veces para trabajar, sino por mí. Mi manera de trabajar, acostumbrado al cine y al teatro, no encaja con la rapidez y la urgencia de este medio. Admiro a los compañeros que actúan en televisión con esa premura, pero yo necesito mucho tiempo para estudiar y ensayar, al menos un mes para irle sacando partido al personaje que voy a interpretar”.
A mediados de los ochenta, enfermo y cansado, pero con un décimo de lotería premiado en el bolsillo, Gómez Bur decidió retirarse. Lo hizo junto a su esposa, María del Carmen Aranda, ‘Marichi’, en la localidad jienense de Bailén, de donde era ella. Apenas un mes después de haber cumplido 74 años, el genial cómico no pudo con el cáncer de pulmón que le arrebató su vida en la primavera de 1991. Era tan magnético su talento que, todavía hoy, cuando le vemos en cualquiera de sus películas, la risa nos brota como la primera vez. Lecturas adicionales#LeerSientaDeCine: "La mancha", el debut en clave queer y feminista de Enrique Aparicio, accésit en 2020 del Premio Paco Rabal #AluCineEnREDes: ¿Gente del cine que siempre da la cara? Un, dos, tres, responda otra vez: Juan Diego Botto Los estrenos del 18 de octubre La habitación de al lado La loca realidad "Valenciana" de los noventa |
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