15-03-2017
Álex de la Iglesia “Soy más director de cine que persona”
25 años de carrera le han convertido en uno de los principales realizadores en España. Al menos el que estrena con más regularidad. ‘El bar’ acaba de ver la luz y ya ha acabado su filme número 15, ‘Perfectos desconocidos’
IRENE CRESPO
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Encontrar un rato para hablar con Álex de la Iglesia en los últimos meses parecía misión imposible, aunque siempre prometida. Ocurrirá, asegura. Y ocurrió, hasta en dos ocasiones, en un encaje de agendas al milímetro ya que el bilbaíno vive, como siempre, un momento frenético. Después de estrenar El bar, como director, y Pieles, como productor en la Berlinale, vuelve a acabar Perfectos desconocidos, y mientras se prepara para el Festival de Málaga. Y entre tanto tendrá unas 15 historias gestándose a la vez. Alguna saldrá. No duerme casi ya, dice. Y si duerme, estará soñando con cine.
– Siempre dice que el cine empezó para usted en la universidad, ¿pero hasta llegar a ese momento qué relación mantenía con las películas?
– Sí, los primeros cortos en Super 8 los hice en la universidad. ¿Antes de eso? Vi mucho cine. Desde muy pequeño. Tengo recuerdos de películas cuando tenía menos de cuatro años, y sé que tenía menos porque a los cuatro años voy al colegio y esto fue antes de ir al cole porque estaba en casa todo el día. Recuerdo perfectamente King Kong. Le dije a mi padre que daban una de un mono gigante y me dijo: “Sí, pero tú no puedes verla”. Eso ya fue definitivo, las ganas de verla eran absolutas. La vi por el resquicio de la puerta con mucho cuidado, y eso ya la convirtió en mítica y, sobre todo, en terrorífica. No daba crédito cuando se empieza a comer a los porteadores. Me dio muchísimo miedo, pero ahí empezó esa mezcla: lo que realmente me gusta es lo que me da miedo. Me gusta King Kong y Godzilla, me gusta lo monstruoso. También recuerdo que me moría por ver superhéroes en el cine, y no había en aquella época, claro, pero me acuerdo que vi una película de El hombre enmascarado, y el primer Spider-Man, el del 77, que la vi unas siete veces discutiendo plano a plano con mis amigos por qué todo aquello fallaba.
– ¿Cómics y cine serían uno en aquella época?
– Entro a los cómics por el cine y por el terror. Había una colección de películas de cine de terror que se llamaba Famosos Monsters del cine que estaba basada en una revista mítica de Forrest Ackerman, donde había reportajes de películas de terror que yo no había visto. Recuerdo ver fotos y decir “pero qué es esto, tengo que ver esta película como sea”.
– Cuando llega a la universidad toda esta monstruosidad, toda esta cultura pop se convierte en su cine.
– Yo no sabía que era cultura pop, yo creía que era cultura, ni siquiera pensaba que era cultura, era lo que me interesaba. Lo de la cultura es una palabra terrible. Eran las cosas que me gustaban, el cine y los tebeos.
– ¿Por qué cultura es una palabra terrible?
– Es una cuestión personal, es como hablar de filosofía, moral o religión, son grandes palabras que suelen ser primero malinterpretadas y, sobre todo, sobreutilizadas. Por lo mismo que la palabra arte es espantosa. Cualquier tipo de categoría universal es espantosa. La justicia, ¿eso existe? No entremos en eso, no.
– ¿Pero Mirindas asesinas es el resultado de todo eso que absorbe de joven?
– Sí, pero no es una cosa consciente. Coges y lo haces. Si ves el corto fotograma a fotograma el bar está decorado con enormes reproducciones de Chirico. Mirindas tiene muchos secretos. Otro, por ejemplo, es que Álex (Angulo) entra con una gabardina, pero debajo de esa gabardina va vestido de lagarterana, solo se ve un poquito cuando estira la mano con ametralladora. El humor dadá que me gustaba.
– Y el concepto de freak, palabra que surgió en ese momento entre Mirindas y Acción mutante.
– Recuerdo que la primera vez que hablo de freaks es con dos personas claves, con Javier Gurruchaga y Alaska. Alaska y yo estábamos haciendo la colección de Cabbage Patch Kids, empezamos a cambiar cromos y así nos hicimos amigos. Una cosa llevó a la otra, empezamos a hablar de freaks, y de monstruos, de cine y de La parada de los monstruos, luego yo vi que empezamos a utilizar la frase “Ese es un freak”.
– Así le llaman o le llamaron, ¿se reconoce como freak?
– Hay varias modalidades. Digamos que hay una primera categoría que es la que utilizábamos. Javi Gurruchaga con la Orquesta Mondragón estaba muy imbuido en el mundo del freak. El hombre de los caramelos o Garras humanas son canciones basadas en películas de Tod Browning. Cuando decimos “ese es un freak”, no era peyorativo, era con admiración, nos gustaban los freaks, amábamos a los freaks. Denominarse a uno mismo freak ya es un proceso pervertido. Y luego la mayor aberración es el friki, que cómo los no freaks denominan a los freaks. Cuando aquí se dice friki se refiere al geek americano, al aficionado al cine o a la cultura popular. A mí me interesa la primera acepción: el freak como parte de nosotros, “tráeme un freak”, “tú eres un freak maravilloso”, “no seas freak”… Ahí es donde empezaba, pero me hace gracia que ahora es vox populi. Y claro, Acción mutante era la reivindicación del freak, del somos freaks.
– ¿Vuelve mucho a sus películas y piensa que querría cambiarlas?
– El oficio de cineasta viene de esa angustia, de contar una historia y pensar “ahora la voy a hacer bien”, “vamos a hacer otra”, “vamos a recuperarla”. Vas aprendiendo corrigiéndote a ti mismo a nivel narrativo o técnico, en las historias que cuentas o cómo las cuentas, el tono… Pero no soy de volver, no me gusta. Me gusta para ir para adelante.
– Hace poco me decía Borja Cobeaga que cada película es una reacción a la anterior, ¿para usted también?
– Estoy totalmente de acuerdo. Se genera una oleada, genera un efecto, tú mismo te vas moviendo como cuando vas con un skate.
– ¿Y cuál fue la reacción de Acción mutante a El día de la bestia?
– Acción mutante era el intento de hacer la primera película de ciencia-ficción en un entorno paródico festivo que nos volvía locos. Lo que pasa que es difícil de explicar porque nos tomábamos la parodia muy en serio. El cine de Ken Loach no nos parecía más interesante el de Troma, precisamente por la reivindicación de lo absurdo, de la parodia, de la farsa. En contra del “cine serio”, del “cine importante”, entre comillas, “lo importante” es igual de odioso que “la cultrua “ o “el arte”. En cuanto alguien se toma en serio pierde la razón [risas].
– Pero usted se toma muy en serio la comedia.
– Lo que más me tomo en serio es la parodia, la broma. Yo reivinidicaría un nuevo tipo de república, un gobierno… pero bueno ya existe. Iba a decir que reivindicaría un gobierno formado por humoristas, pero ya lo tenemos.
– ¿Y entonces El día de la bestia como reacción a Acción mutante?
– Mirindas era una reivindicación del dadá, Acción mutante era un intento de devolver la alegría al cine. De decir: “Amigos, esto no es tan serio”, pero a la vez queremos hacerlo con toda la seriedad posible. El mayor elogio a Acción mutante me vino de Carlos Boyero que dijo: “Una parida bien hecha”. Y esa frase me pareció una delicia [risas]. El día de la bestia supone un intento de retomar el cine de terror desde un punto de vista excéntrico. Y después, precisamente, Perdita Durango fue un cambio de rumbo, es decir, vamos a hacer una película en serio para romper la contradicción del mismo sistema. Entonces hicimos una película que no es una película de acción, ni de terror, no es una comedia, ni una tragedia, es todo a la vez, es un especia de magma brutal de incorrección política: los protagonistas claramente son los malos. Había una intención de transgresión de todos los valores: los protagonistas son los malos, son los que secuestran a los buenos y los buenos son estúpidos, son dos niñatos, pero siguen siendo buenos. Vamos a ponernos en el punto de vista del psicópata, ver qué pasa, cómo es su mundo. Y eso nos resultó muy atractivo.
– Perdita en su momento tuvo problemas con la crítica, pero dice que es de las que más orgulloso está.
– Yo creo que todas mis películas han tenido problemas con la crítica. Todas. Todas las que creas que no han tenido, lo han tenido. El día de la bestia fue denostada y ahora resulta que es un clásico. Me río, porque tenías que ver hace 25 años. Recuerdo críticos que me dijeron que la película podía haber sido buena, si no llega a ser por la secuencia de Schweppes. Otros: “por qué te lo tomas a broma”, “por qué ese heavy”, “por qué no la haces en serio”, “por qué hay momentos de terror”…
– Esa una sensación de incomodidad se repite en todas sus películas, y supongo que es uno de sus objetivos.
– Esa sensación de incomodidad a mí siempre me ha resultado muy atractiva. Me ha hecho sufrir mucho, sin duda, pero también la he disfrutado, más viendo después cómo cambia la percepción con el paso del tiempo.
– También es una reacción a que va por delante con sus películas.
– Creo que es mi obligación. Quiero decir que recuerdo aquello y recuerdo que es bueno que las cosas no son entendidas en su momento. Tampoco hay que buscar el entendimiento, cada uno hace lo que quiere. Scorsese después de El lobo de Wall Street hace Silencio, ¿por qué? Porque es libre, porque es probablemente una de las almas vivas más libres que hay en este momento no solo en el panorama de la cultura (palabra terrible) sino en el mundo de la inteligencia.
– ¿Se siente libre?
– Sentirse libre es un pensamiento naíf. Hay que ser libre cuando no lo eres, cuando lo eres, no tiene ninguna gracia. Lo importante es colocarte en una posición en la que sea difícil ser libre. Buscar tú mismo la incomodidad. Cuando dices que me gusta hacer películas incómodas yo creo que eso es lo que más me define, o es lo que intento. Como me gusta el parque de atracciones, me gusta meterme en un sitio en el que no sé lo que va a pasar. La mayor parte de las críticas que recibo es “no es lo que yo esperaba”. El no ceñirme a un guión establecido o previsible me gusta. Unas veces me sale bien, unas veces me sale mal. Me gusta jugar a eso y creo que es mi oficio.
– Muertos de risa sí que fue un gran éxito de taquilla.
– También recibí muchísimas críticas: “vale, es graciosa, pero por qué termina mal, por qué se matan”. Porque es la esencia de la historia. “No cuentes al comienzo lo que va a pasar al final”. Sí, porque me recuerda a El crepúsculo de los dioses, me gusta así. Siempre ha pasado algo, pero hacer cine es eso, es exponerte a un especie de juicio universal. Y eso forma mucho el carácter. Cuando te encuentras con gente que se asusta por una tontería, pienso: ya verás cuando tu nombre esté en todos los periódicos del país y esté asociado con estúpido, insustancialidad, irregular. Cuando te juzga todo el mundo por la calle, vas por la calle te miran y dicen “el de las películas o bien o mal”, “este es el cabronazo de las subvenciones”, “este es el tonto del culo ,yo podía estar haciendo cine en vez de él”, “este es mi héroe, amo a este hombre”. Todo eso al mismo tiempo: gente que te ama, gente que te odia.
– ¿Cuándo empezó ese amor-odio?
– A partir de El día de la bestia. Pero es maravilloso, vives la vida de verdad. Nadie te miente. Todo el mundo te dice lo que piensa. El otro día tuve una oportunidad increíble de comprobar cómo es el ser humano. Fui al médico. Y me dice, atención: “Mi hija te adora, es superfan desde el comienzo”. Y continúa: “Dice que desde Mirindas asesinas no ha vuelto a hacer nada bueno”. Todo eso mezclado, el horror mezclado con la máxima admiración, soy tu fan, pero la única que me gusta es Mirindas, me has decepcionado siempre, pero te quiero, siempre voy a ver tus películas, pero nunca me gustan. Eso es mi vida, eso es con lo que me encuentro todos los días, pero me encanta, no me quejaré jamás. Tengo la suerte de vivir de lo que hago y que lo que hago es lo que más me gusta en la vida. Yo pagaría, y de hecho lo he hecho: pago por lo que hago.
– Su cine se alimenta de eso, de esas contradicciones.
– Sí, sí, de ese encuentro de sentimientos. Podría contar mis anécdotas de estas. Un día, bajo las escaleras de mi casa, me dan un paquete, lo abro y dentro hay un betamax, lo abro y hay una rata grapada en su interior que al abrir la carátula se abre como un libro. La carta la escribía un fan.
– Como la otra, ¿no? Desde Mirindas no habías hecho nada que mereciera la pena.
– Lo mismo [risas]. Entonces, salgo a la calle, tiro el vídeo a la basura y se acerca una persona como de 1,90m con una enrome sonrisa en la cara, me da la mano y me dice “Sabemos dónde vives”. Y: “Me encantan tus películas, yo debería ser tú”. Me agarra de las solapas de la camisa, sonríe y se va. Me subí a casa aterrado. Pero al mismo tiempo hay momentos que te dan las gracias por hacer lo que haces y que por favor sigas haciéndolo y se te saltan las lágrimas.
– Parte de su trabajo que más se admira es con los actores, porque sus películas son siempre muy corales.
– Creo que estoy aprendiendo un montón de trabajar con tantos actores, pensar lo contrario es estar muerto. Creo que somos unas figuritas que se mantienen en pie porque se están moviendo todo el rato, si te paras, te rompes. Si consideras que ya has llegado, estás muerto. Como en los matrimonios cuando dices ya está: esta es mi mujer, estos son mis hijos, mi vida está cerrada, aquí acaba todo. Ahí empiezas a morir. No tienes que tener nunca atado, todo tiene que estar como a punto de romperse para que sea emocionante. Creo que sigo aprendiendo porque me obligo a colocarme en situaciones complicadas. Me encanta trabajar con 10 actores, pero dirigir a 10 actores de esta categoría es un lío. Porque ves el plan de trabajo y nadie libra, como me ha pasado en Perfectos desconocidos. Me gusta confrontar caracteres y ver qué pasa en la química entre los actores.
– Alguna vez ha dicho por eso que el que más actúa es el director.
– Totalmente. Imagina que de pronto el director de un colegio le dice a los alumnos cuando están en el patio “vamos a jugar”. Los alumnos pensarán que qué dice este payaso. Hay un rechazo inmediato. Pues eso es lo que hace el director, el director se mezcla con los actores en una situación igual de terrible, les pide que jueguen y se hagan los niños, y que interpreten, y hagan el tonto y además sin dejar que disfruten, porque hay un momento que les coges y les dices “no, así no, de otra manera”. Es muy cabrón, es muy complicado. Desde luego me he equivocado tantas veces que podría escribir un libro. La manera de colocarte frente al otro eso ya influye, el lenguaje corporal, cómo decir lo mismo a cinco personas y que cada uno lo interprete de una manera. Luego por supuesto hay infinidad de trucos. Es un trabajo de psicología tan absorbente. Otras veces hay que ser completamente sincero y decir a la cara lo que te pasa, pero es una bala que puedes jugar una vez. Dos terminan comiéndote como zombis.
– ¿Por eso trabaja con actores que conoce?
– Porque llevo ventaja, porque si no tendría que volver a empezar.
– ¿No hace pruebas de casting?
– Sí, las hago, claro, pero me resulta muy tenso. No soy amigo de hacerlas y por eso suelo trabajar con los de siempre. Me resulta un poco violento. Hay mucha gente que vale para un papel, hay muchos que pueden hacerlo, y de hecho cuando haces la prueba de casting lo compruebas, puede haber cuatro o cinco, pero solo porque su aspecto físico se acomoda más a la imagen que tú tienes, la voz, el tono, no depende solo de la habilidad como actores… Y cunado eliges a uno, y dices que no a los demás, te sientes terriblemente culpable. Estas tres o cuatro personas han hecho el trabajo igual de bien como la que elijo, pero solo puede haber uno. Casi prefiero tener ya una idea concreta, a no ser que haya un personaje que no tenga ni idea de quién lo puede hacer entonces sí abordo la posibilidad de un casting.
– ¿Escribe entonces pensando en ellos?
– Por ejemplo en Perfectos desconocidos no había trabajado más que con Pepón [Nieto], ni con Juana Acosta, ni Eduardo Noriega, ni Belén Rueda… Quería partir de un nuevo entorno. Cuando estoy enfrascado en la escritura del guion vas encajando rostros a los diálogos. Y si ya conoces a los actores sabes cómo lo van a decir, hasta dónde les puedes llevar. Y, sobre todo, puedes trabajar a la contra a lo que estás acostumbrado con ellos. Por ejemplo, con Mario [Casas] me divertía mucho que después del personaje loquísimo de Mi gran noche en El bar hiciera un personaje muy complicado, tímido, apocado o cobarde. Nos resultaba muy atractivo, porque nos cambiaba mucho el registro. Conforme voy rodando quizá lo más atractivo del rodaje es el trabajo con los actores.
– ¿La comunidad, por ejemplo, la escribe pensando en Carmen Maura?
– Sí, sin duda. En El bar también tenía a Mario en la cabeza. Los demás se fueron construyendo. A Secun [de la Rosa], por ejemplo, le dije desde Las brujas que en Mi gran noche, no, pero que en la siguiente tendría un papel como el hombre de los sándwiches que trabaja con Amparo.
– ¿Tenía ya en marcha El bar desde Las brujas? ¿Cuántas historias puedes tener en marcha ahora mismo?
– Si yo te contara… Igual tenemos unas 15 escritas. Es que cada vez es más difícil lanzar y promocionar una película. Hay muchas películas que se nos quedan en el tintero, muchísimas. O me dicen que es demasiado, es muy caro… siempre hay razones para estimar o desestimar un proyecto. Forma parte de la vida del director, uno de los trabajos que la gente no conoce es conseguir convencer de un trayecto, de una idea, de un proyecto. Lo vas aprendiendo.
– Pero en su caso va a buen ritmo: acaba de estrenar El bar y ya ha rodado Perfectos desconocidos.
– Es una obligación que me pongo a mí mismo, y es una manera casi de ver la vida. Intento destruir los tiempos muertos. Trabajo mucho, cada vez duermo menos, duermo como cuatro o cinco horas, y eso me lleva a una actividad constante. Y me gusta, me lo paso bien. Intento estar trabajando todo el tiempo. No hay un momento en que no estés pensando en cine. Me pasa mucho que estás hablando con alguien y de pronto te empiezas a reír porque algo que ha dicho te ha llevado a otro punto, te está haciendo pensar en otra cosa. Eso también genera un personaje que es muy paranoico. Yo mismo noto que estoy en dos o tres sitios a la vez: trabajo, estoy pensando en lo que está ocurriendo en ese momento, pero estoy pensando lo que va a ocurrir luego y posiblemente esté pensando también en una película. Es algo que hace muy desagradable la vida normal porque la gente piensa que no estás con ellos.
– Pero está bien ser así para ser director de cine
– Claro, es que ya son 25 años dedicándome a esto, soy ya más director de cine que persona.
– La comunidad es aún hoy posiblemente su película favorita de mucha gente, pero es la que le gusta menos como director, ¿por qué?
– No es así exactamente. Es la película que la tenía más clara, que no me costó. Fue muy fácil de hacer. La disfruté mucho con los personajes y los actores. No es que no me gustó, es que no me costó esfuerzo y hay otras que me han costado mucho más y por eso las tengo más cariño.
– ¿Como cuáles?
– Me costó mucho La chispa de la vida, y es una película que me gusta mucho. Me gusta mucho Perdita Durango que fue una experiencia vital más que un rodaje. Le tengo mucho cariño a Muertos de risa también. Para un director las películas no son películas, son momentos de una vida. Lo mezclas y ya no lo distingues.
– ¿Balada triste de trompeta fue también complicada?
– Es de la que estoy más orgulloso personalmente. Es una película muy arriesgada, muy loca, a mi parecer muy transgresora en un montón de cosas. Y me costó mucho llevarla a cabo, fue una película terrible de rodaje. Estábamos rodando en unas obras en una zona de Alicante que iban a derribar, nos iban a a echar al día siguiente todos los días, había muchas secuencias de acción muy complicada, trabajábamos con animales y en el circo que montamos allí, bajamos a los animales y ya no los podíamos volver a subir, porque nos llevaba una hora subir a un elefante. Lo mismo con los tigres o leones. Los teníamos en una carpa en la que no había nada, recuerdo que teníamos un león enorme, justo al lado de donde me ponía a seguir el rodaje, y sus rugidos no me dejaban escuchar qué pasaba en la secuencia, pero no podían moverlo, así que estuve semanas rodando con un león rugiéndome en la cara. Era impresionante [risas]. Todo eso hace que la película sea más atractiva. También recuerdo ser muy cruel con Carolina, que en ese momento no era mi mujer. Se colgaba de una tela, estuvo ensayando durante meses y cuando la colgué en el rodaje, paramos y me dicen que si la descuelgo perdemos como dos horas, y no la descolgué, la dejé ahí todo el rodaje, y cuando lo hacía me decía “voy a vomitar”. Y yo le dije “pues trágate el vómito porque no vamos a cambiar de vestuario [risas]”. Una cosa espectacular de trabajo y esfuerzo. No sé cómo lo conseguí.
– ¿Las brujas, Mi gran noche y El bar han sido más fáciles? Por la velocidad con la que has ido estrenando.
– Las brujas y Mi gran noche fueron también complicadas, es solo que varían las complicaciones. Las brujas rodamos en aquella cueva en unas condiciones complicadas de tiempo. Siempre es el tiempo. En Mi gran noche era un espacio cerrado con 500 personas todo el rato. No había manera de estar solo y de pensar, era muy angustioso tener que estar en todos los planos rodeado de muchísima gente. Cosa que aceleraba la locura de la película, creo que es particularmente esquizofrénica por eso.
– “El mayor acto surrealista es salir con una ametralladora y disparar indiscriminadamente”. ¿Dice que de esta frase de Buñuel nace El bar?
– Lo cuenta en El último suspiro. Son esas cosas que se te quedan y de pronto dices: qué ocurriría si te están disparando y no sabes por qué, no puedes salir a la calle y empiezas a pensar quién es y empiezas a darle vueltas a la posibilidad de que no es un asesino, sino que es la policía y piensan que tú eres el asesino. Esa sensación de inseguridad total o de miedo en un entorno cerrado no es más que una extrapolación de lo que tú sientes en la vida real. Yo creo que todos nos sentimos encerrados en un personaje que somos nosotros mismos, en una situación que no conseguimos cambiar que es nuestra vida, nuestro día a día. Y esa angustia de no poder salir de ahí, parece como que nos están disparando y no nos permiten ser otra persona.
– ¿Y en Perfectos desconocidos qué quiere contar?
– También es muy curioso porque creo que es una situación que nos está volviendo locos. Nosotros ya no somos nosotros sino nosotros y el móvil y en el móvil guardamos toda nuestra cabeza, nuestra agenda de contactos, lo que opinamos sobre todo, nuestra música, libros, amistades, fidelidades, infidelidades, y si lo pierdes puedes perder el alma. La película es una cena de amigos que deciden compartir todo lo que les llegue en el móvil durante el tiempo que están cenando, se destruyen amistades para siempre y vidas enteras al jugar a ese juego diabólico.
– ¿Cómo se encuentra en su nueva figura de productor (Musarañas, Los héroes del mal, Pieles)?
– Soy muy feliz porque es ver mi trabajo desde otro punto de vista, lo hace todo nuevo. Estoy disfrutando mucho porque me da la sensación de estar haciendo algo muy valioso que es sacar adelante las ideas de otro, es más fácil defender las ideas de otro que las tuyas. Se disfruta más, es muy atractivo. Me genera una figura paterna graciosa: “Dejad al niño que haga lo que quiera”.
– ¿Es ese productor que da libertad total?
– Eso es. Y de no hacer como cuando trabajo o trabajaba con productores con los que siempre tienes esa sensación de no entender bien lo que pasa, de dónde se distribuye el dinero, cómo se distribuye, si estamos atentos a los festivales, si voy a poder meter esta canción o esto otro. Es fantástico poder compartirlo con el director, no como ocurría connmigo que era todo un secretismo. Yo no tengo nada que ocultar, tenemos este dinero, dónde lo invertimos, qué quieres música o figuración. No hay discusiones porque está todo muy claro. Si quieres este actor, no tendrás esto, decide tú.
– ¿Sus productores fueron así con sus películas?
– Puede ser porque se sientan inseguros, puede pensar que es su trabajo y no quiere compartirla contigo. En mi caso, no tengo ningún miedo y me parece fantástico hacer la película entre los dos, yo le aconsejo y recomiendo pero dejándole la última palabra. Como yo también dirijo pelis no ando jodiendo con chorradas. Hablando claramente.
– De su año en la Academia llegó a decir que fue el mejor de su vida, ¿cómo se ve ahora con distancia?
– Es terrible que, con el tiempo, y ya han pasado tres años, descubres que lo que decíamos que iba a pasar más tarde ha pasado incluso antes. Ahora las plataformas digitales son las que marcan la pauta no ya de la distribución y exhibición, de la producción. Los productores están como locos intentando llegar a Netflix, a Amazon o a HBO para presentar proyectos. Es una lástima que hayamos perdido la oportunidad. Nosotros lo anticipamos, pero nadie tuvo el valor de generar una plataforma digital alternativa propia que nos hubiera dado una libertad que ahora no tenemos. Ahora son los americanos los que no lo están haciendo.
– ¿Le interesan esas plataformas?
– Obvio que sí. En este momento hay muchas más fichas en la partida, más jugadores, es mejor para el productor. Hay más donde elegir, hay una necesidad de contenidos enorme y eso mejora la producción.
– ¿Esto y la bajada del IVA mejora definitivamente el escenario del cine español?
– Sí, pero no es nuestro gran problema. Es uno de los problemas, pero no el principal. El principal problema es conseguir acomodarnos a una producción que tenga su referente en el público; mejorar el sistema de financiación, encontrar nuevas formas, no depender del sistema habitual. Encontrar nuevos caminos.
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