Daniel Pérez Prada
“Me pone bastante ese Londres sombrío de Jack el Destripador” Madrileño de 1981. Tenía quince años cuando el veterano guionista Joaquín Oristrell le ofreció un papel para su primera película como director, ¿De qué se ríen las mujeres?, capitaneada por Verónica Forqué, Adriana Ozores y Candela Peña. Eran tres hermanas que, cansadas de las continuas traiciones y torpezas de los hombres, les declaraban una dura guerra a base de carcajadas. El catalán volvió a contar con él en la comedia de enredos Novios, donde padre e hijo se disputaban el amor de una misma cocinera casi sin saberlo. Le tocó entonces ser feriante, empleado de una gran noria de la que se negaba a bajar la chica, completamente aterrorizada. Muy distinta fue La marcha verde, con Álvaro de Luna o Pepón Nieto, que exprimía la polisemia de esas palabras para repasar el acontecimiento histórico de forma satírica: una compañía de revista viajaba al Sáhara Occidental y ‘animaba’ a unos soldados españoles desconcertados por la repentina invasión marroquí. Alejado de la gran pantalla desde 2002, hoy tiene la agenda repleta. Durante el Festival de Málaga presentó tres filmes que han puesto su nombre en boca de muchos. Casting, pese a su carácter independiente, le valió una Biznaga de Plata. El colectivo Al final todos mueren, formado por cuatro piezas que retrataban los últimos días del planeta ante la inminente caída de un meteorito, le puso en una disyuntiva: él y sus amigos encontraban a una chica malherida con entradas para un búnker, pero no eran suficientes para todos, así que se planteaban dejarla morir y ocupar su lugar. Mayor presupuesto tuvo Viral, dirigido por Lucas Figueroa, que probaba suerte en el largometraje después de recibir el récord Guiness al corto más laureado de la historia. Ese cóctel comercial, cuyo cartel presumía de los populares Pablo Rivero o Aura Garrido, combinaba ingredientes tan actuales como el reality show o las redes sociales. Un chico era seleccionado para un concurso que le obligaba a pasar siete días dentro de una enorme tienda, sin posibilidad de salir hasta atesorar 100.000 seguidores virtuales, su único nexo con el exterior. Y su claustrofobia se acentuaba cuando una presencia maligna hacía de las suyas. De nuevas tecnologías también va Open Windows, la última de Nacho Vigalondo, en la que Elijah Wood (el mítico Frodo de la saga El señor de los anillos) debe localizar a través de la Red a una joven secuestrada. “La acción está narrada con las imágenes de distintos dispositivos, como teléfonos móviles, ordenadores o cámaras de videovigilancia”, reza un periódico.
Su extensa nómina de cortometrajes arrancó con una historia de acción en blanco y negro titulada Amazing Unmasked vs. Doctor Calavera Maligna. Un superhéroe enmascarado luchaba por recuperar el Cáliz del Vampiro, la reliquia arqueológica de oscuros poderes que había robado un absurdo villano para dominar el mundo. El bueno se imponía al malo, pero no sin antes superar encerronas, ataques de zombis voladores y la traición de su propio aliado. Ese primer proyecto tuvo una gran acogida, ya que a finales de 2004 ganó el Premio Brigadoon en el Festival Internacional de Cinema de Sitges. Un lustro más tarde saboreó un género totalmente distinto, la comedia romántica de Mañana. Dejaba una relación de tres años para liarse con la mejor amiga de su ya exnovia, que lo pasaba francamente mal sin saber aún la verdadera razón de la ruptura. El argumento mostraba la tendencia a postergar indefinidamente las decisiones que no nos agradan, aunque de ellas dependa nuestra felicidad futura: hacer dieta, abandonar el tabaco, confesar una infidelidad…
Gracias a su agobiante coreografía de Ritmosis se alzó como mejor actor en la octava edición de Notodofilmfest. No paraba de contonearse, ni siquiera mientras dormía, así que su desesperada chica usaba un casco para evitar los inconscientes golpes nocturnos. Con esa extraña enfermedad espasmódica le era casi imposible ponerse los pantalones, beber una taza de café o llamar por teléfono. Más complaciente fue su personaje de Vinagre y bombones, pues aceptaba gustoso las elecciones de su amada y la encubría en situaciones tan incómodas como una ventosidad inoportuna, cuya autoría asumía sin reparo. Pelirrojo/Negro narraba a modo de falso documental otra rareza de la genética humana: era un joven realmente blanco, pero de padres y hermano negros, un caso que solo se produce por cada millón de nacimientos. Orgulloso de su identidad, buscaba a personas similares para impulsar el estudio de semejante mutación.
Junto a Cecilia Gessa encabezó 2ºB, una de las diez piezas pertenecientes a la propuesta Shortrooms, exhibida durante el Notodofilmfest 2012. La pareja estaba visitando un apartamento y, cuando él decidía alquilarlo, ella le tachaba de egoísta por no contar con su opinión. Surgía entonces una áspera discusión que animaba a los dos a finiquitar su romance, tras la cual se desvanecía el entusiasmo de la casera. A ese mismo certamen llevó entonces Lo último que hago para el Notodo, que bien podría ser su propia historia profesional: un actor cansado de hacer fundamentalmente cortos, no cobrar por su trabajo y ser desconocido entre el gran público. Su estado anímico empeoraba al descubrir que la camarera del bar donde tomaba un café era también actriz. Para Disculpa hizo de perturbado que seguía sin tregua a una joven, asustada cuando le decía datos íntimos sobre ella, como su nombre o su película favorita. Aunque se refugiaba en casa, él entraba en plena noche… Y el espectador debía imaginar el desenlace.
El pasado octubre estrenó En plan romántico, el único corto español escogido para la sección oficial de la Seminci, que parodiaba las cintas de Tom Hanks y Meg Ryan. Mantenía con su amada una charla supuestamente relevante, pues le anunciaba histérica un posible embarazo, pero él solo era capaz de hacer bromas por su falta de sensibilidad. Además, todo transcurría a través de la fría pantalla del ordenador, lo que caldeaba más los ánimos. Finalmente no cumplió su promesa y ha participado con tres títulos en la undécima entrega de su archiconocida muestra online, clausurada a principios de julio. Material humano, su debut como director, ofrecía una mordaz solución a la cada vez mayor precariedad del negocio audiovisual: sustituir distintos elementos, desde el fotómetro a la pértiga, por personas. Aunque peligrase su integridad física. En Push Up hizo de refinado dependiente que quitaba hierro a la delirante riña entre dos clientes. Y es que la chica se había reducido los pechos para evitar dolores de espalda, algo que su descerebrado novio le reprochaba a menudo. ¿Por qué? Por haber privado al mundo de semejante belleza. Segunda clase, el piloto de una futura ficción web, le convirtió en director de una academia de superhéroes. Ayudaba a sus alumnos a gestionar sus habilidades, hasta que un malhechor capturaba a algunos de ellos y le retaba a encontrarlos. Ahora recorre el país con Otra cosa, la charla pausada e hiriente conversación de una pareja, que ya le ha reportado el trofeo a la mejor interpretación masculina de Piélagos en Corto. Y Paraíso le trasladará próximamente a un paraje idílico que no es lo que parece.
A mediados de 2004 fue el desaliñado doctor que atendía el parto de la mejor amiga de una Ana Obregón aún vestida de novia, ya que acababa de casarse en Ana y los siete, su primera oportunidad televisiva. La inexperiencia, que le hacía abandonar el paritorio por un ataque de nervios, ponía nerviosas a ambas mujeres. El abuso de cocaína le empujó a violar y golpear brutalmente a una joven, pero un vigilante le tiroteaba antes de que la matara. El caso despertaba un dilema en los abogados de Al filo de la ley y la opinión pública: ¿Había que condenar al guarda, aunque la víctima fuese un delincuente, o secundar excepcionalmente la ley del talión? ¿Era héroe o asesino? Finalmente se descubría que disparó a sangre fría, sin previo aviso para disuadir, así que le encarcelaban. Figuró entre los quince actores de Ascensores, una producción de Paramount Comedy compuesta por sketches humorísticos sobre los vecinos y empleados que usaban los elevadores de un rascacielos, al estilo de Camera Café. Cada día se sucedían situaciones surrealistas, desde un secuestro exprés a una huelga de hambre o el acoso de exhibicionistas… Los espectadores de Cuestión de sexo disfrutaron luego de su talento.
Encarnó a un excursionista hippy cuyo testimonio resultaba fundamental en la resolución de un caso de Hermanos y detectives. Un agente y su avispado hermano estaban pasando unos días de vacaciones, pero pronto les surgía una misión apasionante. Y es que un hombre llevaba un año desaparecido, al parecer tras la abducción de unos extraterrestres, aunque la realidad era otra: fingió el extraño secuestro para huir de su esposa y vivir en Madrid con una amante. El cadáver era hallado con signos propios de un suceso paranormal, cuando las culpables de la muerte eran ambas mujeres, que se vengaron de él al saber la verdad. Menos éxito tuvo la también policíaca Cazadores de hombres, igual que El porvenir es largo, la serie de TVE protagonizada por varias familias realojadas tras el hundimiento de su edificio. Apegado a proyectos alternativos online desde su experiencia en Alquilados, pronto se sumó a Españoleando, una tragicomedia tan políticamente incorrecta que ni siquiera se ofreció a las cadenas. Y eso que contaba con rostros tan conocidos como Antonio Resines o Melani Olivares.
En El comisario presenció cómo un desesperado inmigrante sin trabajo se enfrentaba a un camarero porque la máquina de tabaco no le devolvía su dinero. Y amenazaba con degollar a los clientes, entre los que se encontraba él, aunque conseguía escapar. Pasó de puntillas por Estados alterados. Maitena, basada en las viñetas de la popular autora argentina, que retrataba diferentes tipos de mujer y sus relaciones con el género masculino. Los hombres de Paco alargó su currículum policial antes de saltar a Hospital Central como trabajador de mantenimiento que se había quemado al producirse un cortocircuito. Sin embargo, la doctora sospechaba que estaba detrás del accidente que había motivado otros dos ingresos por intoxicación de marihuana. Y así era: su pequeña plantación ardió y el humo se expandió a través del sistema de ventilación de las oficinas. Volvió a arrancar carcajadas con el disparatado Museo Coconut y el programa interactivo Háztelo mirar, emitido por El Sótano, un portal que Antena 3 dedica a los mejores contenidos audiovisuales para Internet. Sus nueve entregas abordaron los asuntos que más interesan a la juventud mediante piezas gamberras con actores y testimonios reales de la audiencia.
El telefilme 11-M. Para que nadie lo olvide, una reconstrucción de los salvajes atentados que sacudieron la red ferroviaria de la capital, le mató la sonrisa. En Cuéntame cómo pasó hizo de médico dos veces: se enfrentó a un Antonio Alcántara que criticaba la falta de atención durante el delicado postoperatorio de Merche y sufrió el colapso hospitalario provocado por la epidemia del aceite de colza en 1981. Luego se puso el alzacuellos para La que se avecina, donde recibía a un despreciable pescadero que deseaba convertir sus dos pisos en lugares de culto y evitar así el pago del polémico IBI. No obtenía el certificado pertinente porque sus domicilios no eran sede de una congregación religiosa ni residencia de un sacerdote, así que hacía de su comunidad un ridículo parque temático del milagro: buscaba falsos enfermos en busca de curación, hacía pasar a un loro por el Espíritu Santo, simulaba una aparición mariana… Y aquello terminaba como el rosario de la aurora cuando los fieles descubrían la farsa.
Gran Hotel le brindó el pasado mayo su papel más importante para la pequeña pantalla, Emilio Bazán, el detective empeñado en encarcelar al camarero más ingenuo del establecimiento. Este confesaba sin mucho convencimiento el asesinato de su vil esposa, pero los más allegados defendían su inocencia, que quedaba clara cuando la mujer aparecía viva. Realmente era ella quien había intentado acabar con él. Afrontó la misión imposible de dirigir una película en el caótico camping de Con el culo al aire, pues los residentes desbarataban tanto el guion como el plan de rodaje. Todo el equipo huía sin pagar un duro, excepto el protagonista, que era obligado a grabar un anuncio promocional del lugar en compensación. El próximo otoño los internautas le verán en Pisando charcos, la webserie de cinco treintañeros muy diferentes entre sí cuyo punto de encuentro es un conocido bar de Madrid. A él le ha tocado ser un músico que, después de seis años viviendo fuera, se reencuentra con una psicóloga loca que fue su primer amor. La primera temporada de esta “apuesta por la diversión” tendrá siete episodios, cuatro autoproducidos y tres financiados gracias al micromecenazgo.
Más corta es su trayectoria teatral. En 2009 se subió a las tablas gracias a Titanias, que relataba las miserias personales y profesionales de una pareja de lesbianas. Una era guionista y la otra se ganaba la vida como actriz, una reconocía su sexualidad y la otra estaba dentro del armario, pero ambas tenían un objetivo común: persuadir a un productor para que apoyase su fracasada serie. El intérprete y dramaturgo Secun de la Rosa le llevó a Microteatro Por Dinero con el profético monólogo Desobedecedor, sobre un ciudadano cansado de que todos el mundo se aprovechara de él debido a su extremada sumisión, lo que desataba su rebeldía. Inés de León, que le puso al frente de La estrategia y La hermana prometida, prolongó su estancia en ese espacio alternativo. Durante cuatro meses acumuló elogios por su labor en La petición de mano, un clásico de Chéjov que también representó a escasos centímetros del público. Daba vida a un hipocondríaco terrateniente de la Rusia zarista que quería como esposa a la hija de un humilde vecino, dispuesta a discutir con él hasta la saciedad por bobadas que escondían un tema de gran calado en aquella época: la diferencia de clases. Y hace casi un año se apuntó a la gira de Matrimoniadas, adaptación de la televisiva Escenas de matrimonio, una colección de situaciones descacharrantes propias de la vida marital.
HÉCTOR ÁLVAREZ JIMÉNEZ − ¿Recuerda el momento particular en que decidió ser actor?
− Sí. En 3º de EGB ya había representado Juan sin miedo. Y tuve la suerte de experimentar pronto el oficio de actor, concretamente a los 15, pero durante los años posteriores no me interesé demasiado por la interpretación. Estudié Comunicación Audiovisual porque tenía claro que mi mundo estaba cerca de todo lo relacionado con el cine. El gusanillo resurgió después de trabajar un tiempo en producción para televisión. No tardé en darme cuenta de que, si quería ayudar en algo a esta profesión y disfrutarla plenamente, debía estar delante de las cámaras y no detrás. Desde entonces disfruto muchísimo más. ¡Y mis jefes en producción agradecieron esa decisión! [Risas]
− ¿Quién fue la primera persona a la que se lo contó?
− Probablemente sería mi madre. Todavía no me atrevo a hacer nada sin su visto bueno ni su consejo. Me dijo lo que hay que decirle a todos los actores de vez en cuando: “Trabájatelo. Nadie te va a llamar al teléfono para ser actor de repente”.
− ¿Cuál ha sido el mayor golpe de suerte que ha recibido hasta ahora en su carrera?
− El mejor golpe de suerte, estando las cosas como están, es poder decir que (sobre)vivo con lo que me gusta. Muchos de mis amigos son mejores actores que yo y, lamentablemente, no tienen esa suerte. Es jodido.
− ¿A cuál de los personajes que ha encarnado le tiene especial cariño? ¿Por qué motivo?
− Me gusta pensar que el mejor personaje está por llegar, pero me acuerdo mucho del Iván Vasilevich de Petición de mano. Su neura acabó siendo un poco la mía y me divertí cosa fina haciendo ese curro.
− Si el teléfono dejara de sonar, y ojalá que no, ¿a qué cree que se dedicaría?
− ¡A llamar a alguien para que me arreglara el teléfono! En este momento no me veo haciendo otra cosa.
− ¿Ha pensado alguna vez en tirar la toalla?
− Me gustaría ser Rocky Balboa para poder dar una respuesta profunda y reflexiva. Lo único que he pensado es que ojalá no llegue ese momento. Si no creyera que puedo dedicarme a esto, ya me habría apartado del camino. No podría ser ingeniero ni gestor de fondos de inversión, pero creo que aún me quedan cosas por intentar en lo que a ser actor se refiere. Mucha gente debería darse cuenta de que la aptitud es un factor a tener en cuenta. No hablo de ser mejor o peor intérprete, sino de si uno puede tener futuro en esto desde una perspectiva realista Nos ahorraríamos muchas frustraciones si recapacitáramos sobre ello.
− ¿En qué momento de qué rodaje pensó: “¡Madre mía, en qué lío me he metido!”?
− Alguna vez que otra. Pero esa exclamación puede tener un segundo sentido si el lío en cuestión supone un reto o un trampolín del que nunca has saltado. Una cosa es meterte en un proyecto que no ves muy competente y otra muy distinta es sentir vértigo ante el trabajo que tienes por delante. Eso es bonito, preferible. Es el “nerviosismo necesario” del que habla Michael Caine.
− ¿Le gusta volver a ver los títulos en los que ha participado?
− Lo paso fatal durante el primer visionado y, por lo general, no suelo volver sobre mis trabajos muy a menudo. En eso me parezco a Harrison Ford, que asegura que jamás ha vuelto a ver ninguna de sus películas. ¡Él se lo pierde! Debe ser la única semejanza que tengo con el bueno de Harry.
− ¿Cuál considera que es el principal problema del cine español y qué solución se le ocurre para paliarlo?
− Falta savia nueva. Falta arriesgarse. Falta dejar de admirar lo que hacen en el extranjero, pensar que nosotros también podemos hacer cosas diferentes. Y falta dejar de tirar piedras sobre nuestro propio tejado, darnos cuenta de que los demás no son tan brillantes ni nosotros somos tan mediocres. Dicho esto, vaya usted a saber. Ojalá empecemos a apostar por otro tipo de producciones, manteniendo siempre el necesario equilibrio entre trabajos comerciales e independientes. Es posible que ambos conceptos coexistan sin que haya confrontaciones entre sus respectivos defensores.
− ¿A quién le devolvería antes la llamada, a Tarantino o a Burton?
− Si no me devuelven las llamadas ni las mujeres que me gustaría que lo hicieran, como para pensar en esos titanes… [Risas]
− ¿Cuál fue el primer actor o actriz que le conmovió?
− No recuerdo intérpretes en concreto, pero sí algunas escenas entre neblinas, flashazos cinematográficos de mi infancia que no se me borrarán en la vida. De hecho, a los actores de mi generación no nos arrancó nuestra primera lágrima un personaje de carne y hueso, sino una criatura extraterrestre llamada E.T.
− ¿Qué frase cinematográfica le gusta aplicar como leit motiv personal?
− “We skipped the light fandango”, de The Commitments.
− ¿Qué largometraje ha visto tantas veces que se sabe los diálogos completos de alguna escena?
− Star Wars, La vida de Brian o Amanece, que no es poco.
− ¿Cuál fue la última película que no fue capaz de ver hasta el final?
− The Amazing Spider-Man. ¡Vaya usted a tomarle el pelo a otro, gracias!
− ¿Recuerda alguna anécdota divertida que haya vivido como espectador en un teatro o sala de cine?
− Cuando se estrenó mi primer filme, ¿De qué se ríen las mujeres?, tenía quince años. Recuerdo que fui a verlo con mis amigos a un cine de Getafe y, al acabar el pase, mucha gente me reconoció. Una chica hermosa y despistada me dijo: “Un poco más delgado, con más pecas, y eres igual que el de la peli”. ¡Adiós romance! [Risas]
− ¿A qué serie de televisión está enganchado?
− La última es Louie. Pasen, vean y sabrán por qué.
− ¿Cuál es el mejor consejo que le ha dado alguien cercano para ejercer este oficio?
− En el plano técnico me dijeron: “Menos es más”. Creo que debería tatuármelo para que no se me olvide. Y una buena amiga me aconsejó no hace mucho que recurriera de vez en cuando al “dame pan y dime tonto”. Es necesario en esta profesión. Que cada uno interprete lo que crea oportuno…
− ¿Qué punto fuerte destacaría de usted como intérprete?
− Sé que tengo millones de defectos, pero también una virtud: soy fácil de dirigir. Entiendo bien lo que quieren de mí, soy moldeable para tirar por un lado u otro, siempre a juicio del director. Y creo que funciono en la comedia. Me desenvuelvo bien con ese tono y mi perfil ayuda. Desde que entendí que jamás sería el protagonista guapetón, sino el amigo cachondo de este, todo me va mejor…
− ¿Y débil?
− Mi desnudo. ¡Espero no tener que someter jamás al espectador a semejante tortura! [Risas]
− Adelántenos, ahora que no nos escucha nadie… ¿Cuál es el siguiente proyecto que se va a traer entre manos?
− Después de un tiempo maravilloso actuando en Gran Hotel tengo a la vista una película firmada por varios autores. Participaré en una de las historias que dirige David Galán, con Andrea Duro y Miguel Rellán como compañeros. Y alguna otra cosita sobre la que no puedo soltar prenda.
− ¿Qué sueño profesional le gustaría hacer realidad?
− Rodar en Nueva York, aunque sea por la 5ªAvenida hacia abajo. [Risas]
− ¿Qué titular le gustaría leer en el periódico de mañana?
− “¡Inocente, inocente!”
− ¿Qué canción o canciones escogería para ponerle banda sonora al momento actual de su vida?
− Contestar a esta pregunta es tan complicado como elegir un actor o película favorita. Si digo una al instante, me arrepentiría de no haber escogido otra. Ahora, mientras completo esta entrevista, escucho The National.
− ¿En qué otra época le gustaría haber nacido?
− En el siglo XIX, sin duda. Soy un romántico en el sentido más literario de la palabra. Me pone bastante todo lo que tenga que ver con ese Londres gris, nebuloso y sombrío de Jack el Destripador. Soy más de lluvia que de sol, de norte que de sur, y el XIX es el siglo otoñal por antonomasia. Un tipo raro, lo sé.
− Díganos qué le parece más reseñable de AISGE y en qué aspecto le gustaría que mejorásemos.
− Nuestros derechos de imagen están protegidos gracias a la buena labor de AISGE. He tenido la oportunidad de participar en algunos de los cursos que ha organizado, sin contar los de inglés, que para mí ya son casi obligados. Y siempre he salido más que satisfecho, así que debería programarlos con mayor periodicidad, e incluso facilitar el acceso a algún curso en el extranjero a través de becas o algo similar. ¡Gracias!
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