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13-01-2025
David Muñoz
FRANCISCO PASTOR FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA Dice David Muñoz (Madrid, 1968) que siente fobia social. Que en su primer día como profesor de guion escondía las manos en los bolsillos para que los alumnos no vieran el sudor. Que en 2001 se marchó a toda prisa del estreno de El espinazo del diablo, la primera película que escribió, al escuchar en el baño un comentario hiriente. Que se licenció en Bellas Artes y crea cómics, aunque se ocupa solo del texto y delega en otros el dibujo. También suele confiar a los demás la dirección de cine: “Requiere un liderazgo del que yo carezco”. Como guionista de series le avalan La embajada o Los favoritos de Midas. Y echa de menos Cuatro estrellas, cuyos episodios ocuparon durante meses las noches de La 1. Hasta que llegó Broncano. En este momento adapta la novela Laura y Julio, la segunda vez que lleva al audiovisual un libro de Juanjo Millás. — Lo de la serie Cuatro estrellas fue algo infrecuente: diaria y en horario de noche. — Lo raro era llevar la comedia a la emisión diaria. Yo era dialoguista y llevaba años queriendo trabajar a ese ritmo. Recibíamos la escaleta el lunes y entregábamos el viernes. A veces nos pedían 50 páginas y, por mucho que estirásemos la trama, nos quedábamos en 40. Así que tocaba improvisar. Colábamos ligeras variaciones en el argumento, que luego revisaba alguien. Aunque éramos muchísimos, nos llevábamos bien. Y eso no es lo habitual. Cada vez aprecio más que haya buen ambiente en el trabajo. — ¿Ese buen ambiente no es lo normal? — Creo que no. Y lo cree bastante gente. El equipo es muy importante para mí. Yo soy tan bueno como lo sean mis compañeros. Casi toda mi carrera en el cine ha discurrido junto a Antonio Trashorras. Cuando yo andaba bajo, él tiraba de mí. Y al revés, claro. Juntos escribimos El espinazo del diablo y un sinfín de historias que, en cambio, nunca se rodarán. Quedábamos unas tres veces por semana y creábamos proyectos. Se nos ocurrían ideas y las tecleábamos tal cual, sin ninguna presión. No habíamos estudiado guion, era algo que en aquellos años no se estudiaba. Jamás pensamos que algún productor nos leería. Pero Antonio conoció a Guillermo del Toro en un festival y le habló de El espinazo del diablo. Ahí empezó todo. Del Toro nos llamaba desde México cuando en España eran las tres de la mañana. — ¿Qué ocurrió después? — Pasamos un tiempo moviendo textos entre productores. No nos compraban la mayoría de ellos. O nos pagaban la opción, un adelanto por el que se suelen ganar unos 6 000 euros, aunque el guion nunca salga adelante. Hay un dato que tengo presente: tan solo una de cada cien películas o series que vemos en España nace del proyecto personal de un guionista. El resto van por encargo. Un día, Antonio [Trashorras] y yo dejamos de trabajar juntos. Fue casi como divorciarnos. Cuesta separar lo profesional y lo emocional. Pero él estaba quemado de escribir y empezábamos a querer cosas distintas. Aunque no sé bien qué quería yo. Cuando me pongo a pensar en mi carrera, siento que he dado muchos tumbos, que nunca he trazado una estrategia. — También está ahí la precariedad. A veces, decidir por uno mismo no es opción. — A mí la pobreza me espabiló. Apenas tenía dinero, así que me presentaba a todos los certámenes. De cómic o de lo que fuera. Empecé a escribir biografías de músicos para una editorial valenciana. Por encargo. Escribí la historia de algún asesino en serie y ni la firmé. En aquel tipo de libros no importaba quién fuera el autor. Y ayudaba a mis amigos escribiéndoles capítulos enteros de sus propios trabajos. Ya lo puedo contar: hace casi 30 años publiqué un libro sobre Star Wars. Se titulaba Las galaxias de George Lucas. La mitad del texto me lo escribió un amigo porque yo no llegaba. Le pagué. Pero tendría que haberle pedido que lo firmara conmigo. — Y en el mundo audiovisual, ¿cómo aprendió a escribir guiones? — Leyendo manuales. Un amigo me prestó fotocopiado El manual del guionista, de Syd Field. Lo demás lo aprendí sobre la marcha. Reitero que Antonio [Trashorras] y yo escribíamos como dos enajenados. Después de cientos de folios notábamos que algo sonaba un poco mejor que cuando habíamos empezado. Y a mí me siempre costaba resolver los conflictos, ser capaz de conectar el final con el principio y, a la vez, con el conflicto principal del protagonista. Yo tendía a lo contrario, a lo disperso. Ahora intento que mis alumnos aprendan en un solo curso lo que a mí me llevó años. — Ha adaptado novelas al cine, desde La estrategia del pequinés (2019) a No mires a los ojos (2022). ¿Hay una técnica especial para ello? — Procuro ser fiel al espíritu de la obra. Si no, ¿para qué se han pagado unos derechos de autor? Eso sí, hay cosas que funcionan en un libro y no en una película. El protagonista de No mires a los ojos pasaba mucho tiempo escribiendo correos y yo tenía que llevar esas emociones a la pantalla de otra forma. Así que le di una vuelta. Recuerdo que el autor de dicha novela, Juanjo Millás, nos dio libertad absoluta. Quedamos con él para comer y apenas dedicamos 10 minutos a hablar del guion. Enseguida nos pusimos a comentar otras cosas. — En Sordo (2019), le pasó lo contrario. Otros adaptaron su propio cómic. ¿Cómo lo llevó? — Le diré la verdad. No la he visto. Empecé a leer el guion en su día y acabé dejándolo en la página 40, más o menos. No sentí que mi trabajo estuviera ahí. Yo ya había vendido los derechos, al fin y al cabo. Me invitaron a los estrenos y no acudí. Evité ser el típico autor amargado, con mala cara y en primera fila. Cuando la estrenó Netflix me aparecía entre las recomendaciones de la plataforma, pero tampoco quise verla. Deseaba lo mejor a todo el equipo. No me parecía el momento de comentarla. Yo no quiero pasarlo mal. Si la veo y no me gusta, sé que voy a pasar la noche dando vueltas. — Ha dedicado novelas gráficas y el cortometraje Enemigos al acoso escolar. Usted lo vivió. ¿No teme mostrarse marcado por ello? — ¡Es que sigo marcado! Aunque lo haya trabajado durante todos estos años, cambiar eso cuesta mucho. Forma parte de mi vida. Dicen que nuestra personalidad se define antes de los 14. Yo fui el objeto de unos hijos de puta que me hicieron la vida imposible para reírse. En la ficción exploro una fantasía: la de encontrarme con ellos años después. Me importa muy poco lo que piense la gente. No suelto monsergas ni panfletos morales. Estoy escribiendo la escaleta de un largometraje sobre ese mismo tema. ¿Que me llaman pesado, resentido? Me da igual. Está de moda fingir que nada nos duele ni afecta. Que nos toca perdonar. No es lo mío. ¿Es que siempre debemos ser ejemplares y poner la otra mejilla? Lecturas adicionales![]() In memoriam: Juan Mariné, una vida para el cine - Una entrevista de 2013 ![]() Jorge Coira, el compañero de cole de Luis Tosar que aprendió a hacer cine con dos vídeos VHS ![]() Arantxa Echevarría ya es historia del cine español ![]() Pepa Castro, una voz imprescindible del doblaje que tampoco se calla tras apagarse la luz roja ![]() |
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