Fuera de campo
Contar la infancia
ELISA FERRER La frescura de la niñez, la autenticidad de antes de los 10, los 11 años, el desparpajo, la incorrección involuntaria, las ideas locas, inocentes o no tanto. Es difícil encapsular la infancia, difícil contarla a través de la cámara porque a menudo la lente es incapaz de improvisar, de captar la naturalidad infantil, y la acartona; niños actores que repiten frases de memoria, que se mueven rígidos por el escenario, que tratan de mantenerse anclados a la realidad, que miran fuera de campo en busca de unos padres que esperan escondidos entre los técnicos. Aunque hay niños que en el rodaje se lanzan a jugar, juegan a ser otros, como cuando en casa se ponen un bigote y se transforman en un gran empresario, o crean collares de macarrones y se vuelven joyeros, o pasean a la muñeca y son padres y son madres. Surge algo especial cuando directoras y directores entienden el juego, su lenguaje, y consiguen que los niños entren a interpretar desde ahí, desde el disfrute, porque es en muchas de esas ocasiones cuando el cine nos regala maravillosas actuaciones de niñas actrices, de niños actores.
Imposible olvidar en El espíritu de la colmena los ojos de Ana Torrent, que con solo siete años bordó el personaje de Ana. Víctor Erice consiguió un clima especial para rodar con las niñas, Ana e Isabel Tellería. Trabajar con ellas provocó un cambio en la película que pensaban rodar: se dejó de lado el flashback que tenía lugar en el guion para contar la historia sin saltos temporales. También hubo cambios más prácticos, Ana no entendía por qué sus compañeros de rodaje tenían un nombre y, cuando comenzaban a grabar, este cambiaba. Algo que llevó a Erice a nombrar a los protagonistas con el nombre real de los actores: Ana, Isabel, Teresa, Fernando. En estos días pude ver El sustituto de Óscar Aibar y conocí a otra niña de ojos grandes, Nora Arándiga, que se pone en la piel de la hija de Ricardo Gómez y Nuria Herrero en la película. Nora me contó que para ella ir al rodaje era jugar y trabajar, y quizá no haya mejor definición. “Apenas sabía leer entonces y ensayaba en casa con papá y mamá y, luego, en un círculo con los actores decíamos las frases. Si tenía sueño me daban golosinas y en una escena en la que decían ‘Esta niña no me come nada’ tenía hambre y me comí todos los espaguetis del plato”. Nora se ríe al contarlo, y afirma que le gusta más hacer películas que verlas. “La película dura solo un ratito, pero para hacerla estuve más de una semana y me lo pasé muy bien”. Cuando rodó El bola, Juan José Ballesta tenía 12 años, los mismos que Francesc Colomer en Pà negre. Ambos se encontraban en esa línea difícil que separa la infancia de la adolescencia, ambos se llevaron un Goya por su trabajo. En La lengua de las mariposas, Manuel Lozano era más niño, apenas ocho o nueve años, y ya, como Ana Torrent, compartía plano con Fernando Fernán Gómez, cargaba con el peso de la película. Rodar con niños es un reto difícil, pero cuando la cámara es capaz de capturar esa frescura, esa emoción que rodea a la infancia, sucede la magia. Céline Sciamma sabe de esto, de acercarnos a la adolescencia y a la niñez como si el espectador, en lugar de ver una película, observara a través de una mirilla a niñas que hablan, que juegan, que se mueven libres, sin nadie a su alrededor. En Petite Maman, su última cinta, protagonizada por las pequeñas Joséphine y Gabrielle Sanz, es capaz de mostrar a unas niñas que son felizmente niñas, dolorosamente niñas, en una fábula de apenas una hora y 10 minutos que muestra como nunca el amor de una hija por su madre, el proceso del duelo. Una película con tal capacidad para emocionar que en la oscuridad de la sala olvidas obligaciones, repasar la lista de la compra, los correos pendientes. Solo estás tú frente a la pantalla viendo cómo esas niñas interpretan la infancia que tan bien conocen, la que muchos de nosotros ya hemos olvidado. Si no la has visto, deja lo que tengas entre manos y corre al cine. Seguro que me lo agradeces, como me lo agradecerá la niña que una vez fuiste.
Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, València, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson |
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