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08-03-2017
Iciar Bollain
“No solo faltan directoras. Faltan mujeres en toda la profesión”
Empezó como actriz, y 30 años después es una de las pocas mujeres cineastas de éxito y ‘currando’ en España. Tanto que no tiene tiempo para la interpretación, ese oficio que le descubrió Erice por pura (y feliz) casualidad
IRENE CRESPO
Icíar Bollaín apenas había cumplido los 15 años cuando Víctor Erice la descubrió en la puerta de su colegio. El director vio en ella a su Estrella de El Sur. Y la joven actriz descubrió un mundo en el que ni pensaba: el cine. La interpretación la ayudó a perder su innata timidez, aunque aún tardaría unos años en encontrar lo que realmente le haría feliz: contar historias en el cine. Con la última que ha contado, El olivo, se ha recorrido el mundo, reconfortada con la satisfactoria reacción del público. Además ha logrado cuatro nominaciones a los premios Goya para su equipo (mejor actor de reparto, actriz revelación, mejor guion y música original), “los que más ilusión hacen”.
Es, junto a Isabel Coixet y Pilar Miró, una de las tres mujeres con Goya a la mejor dirección. E igual que empezó inspirada por mujeres directoras, inspira ahora a una nueva generación de cineastas en una industria en la que aún falta mucha mujer.
– ¿Recuerda el momento en el que dijo “Quiero ser directora”?
– Recuerdo dos momentos. Uno fue trabajando con Chus Gutiérrez en su primera película, Sublet. Fue la primera vez en la que trabajaba con un director, en este caso directora, con la que sentía que me identificaba mucho: era una mujer como yo, casi de la misma edad, haciendo una película sobre una chica. Yo había trabajado con Erice, Felipe Vega, Gutiérrez Aragón o Cuerda, y fue una enorme suerte porque eran directores estupendos, pero era muy diferente: ¡ellos eran señores! [risas] Con Chus, de repente, era trabajar con alguien muy cercano. Y entonces lo vi: “Mira, Chus es directora, no hace falta tener barba y 50 años para dirigir cine” [risas].
– ¿Y el segundo?
– Cuando vi una de las primeras películas de Jane Campion, Sweetie, y también pensé: “Yo quiero contar algo así”. Y, en realidad, hay un tercer momento: tanto Felipe Vega como Borau y Erice me involucraron mucho en el oficio. A Gutiérrez Aragón le pedí que me dejara ir al montaje y aprendí mucho, también fui al de Ken Loach. Al verme curiosa, me dejaron ser parte del proceso.
– Una vez que toma la decisión, ¿cuál fue el siguiente paso?
– En ese momento coincidió que mi pareja de entonces, Santiago García de Leániz, estaba formando una productora, La Iguana, y me formé allí. Fue una escuela para todos nosotros. Y con esa productora hice mis primeras películas. Nos formamos mientras hacíamos cine. Fueron años muy bonitos, desde 1991. Estábamos todos en todo y aprendíamos mucho.
– ¿Sentirse identificada con otras mujeres le ayudó a lanzarse?
– Yo era la única chica en la productora. Éramos cinco socios, pero fui la primera en dirigir un largo. Es decir, no tuve problemas cuando decidí serlo. Pero sí me resultó muy inspirador ver trabajar a una directora como Chus. Es más fácil querer ser algo si lo has visto. Me acuerdo que conocí a Ellen Johnson-Sirleaf, la única presidente africana, y ella se recorre los colegios para decirle a las niñas: “¿Veis? Se puede”. Porque si tú no ves nunca a una mujer dirigiendo un país o en determinadas profesiones, lo mismo ni se te ocurre. Sí, necesitamos más modelos. Y en el cine también faltan modelos no solo como directoras, sino en toda la profesión.
– Ha estado en CIMA, la Asociación de Mujeres Cineastas, desde sus inicios, ¿cree que aún falta mucho para lograr una mayor igualdad en el cine?
– Sí. Porque faltan directoras, pero faltan directoras de festivales, faltan críticas de cine. Hay muchas, pero muy pocas que sean la crítica estrella del periódico. Me faltan mujeres en todos los comités que se deciden los proyectos que se hacen. Me faltan directoras de foto, me faltan productoras; no directoras de producción, que hay y maravillosas, pero más productoras. Necesitamos más presencia femenina entre las personas que deciden qué se hace y quién lo hace.
– Pero ¿hay una sensibilidad distinta entre hombres y mujeres?
– Todos podemos hablar de todo, creo que necesitamos más variedad temática. Es una cuestión de diversidad: al final lo que más tienes son thrillers con señores enfadados [risas], pero hay cine que cuente más cosas. Y podemos competir con historias nuestras. Hay gente que hace películas al mismo nivel que las de fuera, como Bayona, que es impresionante. Pero cuando salimos a estrenar fuera, también quieren ver un reflejo de nuestra cultura. Eso es lo que nos hace diferentes.
– Uno de los adjetivos que más se asocian con usted es versátil, quizá junto a comprometida o influyente. ¿Se reconoce cuando los lee?
– Me reconozco regular. Mi sensación es mucho más de currar. Intento contar cosas que creo que tienen interés, intento llegar al público y que a la gente le quede algún recuerdo o emoción, sin tener que decirle qué le tiene que quedar. Y cuando veo todos esos adjetivos, pienso: “¿De qué hablan?”. Porque yo me siento currante, solo quiero hacer cine que conmueva a la gente.
– Pero es cierto que en sus películas existe diversidad y versatilidad.
– Es verdad que son películas que hablan de cosas. Es cine de personajes, de historias humanas. Me llaman la atención las cosas que pasan y no entiendo; rodar es mi forma de intentar entenderlas. Y luego tengo la sensación de que se hacen millones de películas, igual que se escriben millones de libros. Como se trata de un esfuerzo económico y humano muy grande, al menos intento contar algo que aporte.
– ¿Es más difícil hacer cine ahora que hace 30 años?
– Siempre estamos mirando a otras cinematografías, sobre todo a Francia, porque ha hecho de la cultura una cuestión de estado. Defiende su cine como defiende su gastronomía, sus pinacotecas, su música. El cine vende país y cultura. Desde que dirijo tengo la sensación de que estás apoyado, pero no del todo. Otro país que fomenta y protege su cine es Estados Unidos, pero eso en España nunca acaba de ocurrir, sea con el gobierno que sea. Grabé una parte de El olivo en una zona de Alemania en la que tenían minas y, al acabarse, decidieron invertir en cine. Disponen de estudios, escuelas de cine, se rueda muchísimo… Será mejor o peor, pero disponen de una industria porque han decidido tenerla. Y la gente no lo cuestiona: son puestos de trabajo, es cultura. Para nosotros, en cambio, es un examen eterno, y eso lo percibo ya desde que hice El Sur.
– ¿Qué papel deberían desempeñar las cadenas privadas de televisión?
– Ahora son las que tienen más dinero y han aplicado un criterio muy concreto. Y son empresas privadas, sí, pero no pueden hacer todo lo que quieran: cuentan con una licencia pública y tienen una obligación con su país. El caso es que van más al thriller o a la comedia, mientras el cine de personajes dispone cada vez de menos recursos. El olivo es una película de público, ni social ni no social. La he visto en Alemania, Francia, Bélgica o Austria, y la reacción del publico es la misma: se emocionan y se ríen.
– ¿Abandonó la vicepresidencia de la Academia de Cine desilusionada porque nada salía, por esa falta de apoyo?
– Salir, salen las cosas. Tenemos muchas películas que llegan fuera y actores españoles que trabajan fuera. Disponemos de una generación de productores creativos y emprendedores, pero es una pena que no haya más apoyo desde el gobierno. Es una cuestión de Estado. La cultura es un poco sospechosa, porque la gente de la cultura a veces dice lo que piensa y no gusta. A mí me alucina mucho la herencia que tenemos aún de aquel “No a la guerra”. En el fondo, los actores de aquellos Goya no hicieron más que expresar lo que decían millones de españoles en la calle. Era un sentir muy generalizado. Hay una relación hacia la cultura de poco cariño.
– Ahora se ve una cierta reconciliación entre el público y el cine español. ¿Puede suceder que solo se hagan más películas como las que triunfan?
– Pero creo que esa es una cuestión de gobierno. La gente de la cultura se expresa porque lo considera como su responsabilidad: ya que tienes un altavoz para contar cosas, lo usas. Pero en Estados Unidos nadie va a castigar a Bruce Springsteen por haberse alineado con Hillary Clinton en las elecciones. La gente de la cultura habla y, si hay salud mental en el país, no pasa nada. Es recomendable.
– ¿Siente cierta responsabilidad por hablar sobre determinadas cosas a través de sus películas?
– Hay una cierta responsabilidad, sí. Hay temas de los que no he hablado y me pregunto si debo hacerlo o no. También asumo la responsabilidad sobre cómo contar algo: si voy a dar un final negativo porque sí, o un final optimista, sobre todo con temas complicados. Con Te doy mis ojos, me acuerdo que Alicia Luna (la coguionista) y yo nos pensamos mucho el final porque puede ser realista y que el hombre la mate, pero ahí la responsabilidad era: ¿se puede contar que no hay salidas? Hay temas de los que a lo mejor no me siento capaz de hablar. Hace tiempo me pasaron un guion sobre trata de mujeres que era tan oscuro y terrible que no me vi capaz de levantarlo. Yo no me siento capaz de contar todo. Y la primera pregunta que siempre me hago es: además de interesarme a mí, ¿le va a interesar a alguien más? Tengo presente en cada página a la gente que va a ver la película.
– Ha asegurado que los actores pueden ser hasta el 70 por ciento de una película. Cuando dirige, ¿entiende mejor al actor por ser actriz?
– Supongo que tiene que ver, pero también por el tipo de cine que hago: películas de personajes. Si me dedicara a la acción, lo más importante sería la puesta en escena o la fotografía; si tienes personajes y una buena historia, necesitas grandes actores que los encarnen y les den matices. La dirección de actores empieza en el casting: ahí es donde el personaje se va perfilando.
– ¿Cómo elige a un intérprete en un casting? ¿Es algo intuitivo, como le pasó a Erice con usted?
– Hago varias pruebas. En el casting nunca vas a ver completamente tu personaje, sino una sensación de cómo va a resultar el personaje hecho por ese actor o actriz. Hago escenas de guion –no muchas, para que no lleguen quemadas al rodaje– e improvisaciones. Es ahí, cuando el actor está con sus propios recursos en una situación dramática, donde se ve su naturaleza. Es muy bonito. Soy una convencida de que los actores pueden hacer cualquier cosa, pero se parecen más a tus personajes que otros.
– ¿Cómo eran los castings cuando usted estaba al otro lado?
– Yo lo pasé muy mal siempre. También eran pruebas muy convencionales: aprenderte un papel y decirlo a cámara. Ya eso no pasa. Ahora yo los entiendo como trabajo, no como un examen. Siempre les digo: “Si venís es porque me parecéis estupendos, y más para esto en concreto. De lo contrario, no te habría llamado”. Y luego te llevas sorpresas con actores en los que ni pensabas.
– ¿Por ejemplo?
– Con Karra Elejalde en También la lluvia. El personaje tenía más edad, unos 60 años. Probamos actores más mayores, incluso no actores, pero no dábamos con él. Entonces Eva Leyra y Yolanda Serrano me propusieron a Karra, y yo les decía: “Que no, que es maravilloso, pero que no”. Me insistieron y terminó viniendo. Muy enfadado, como es él: “Este casting lo hago por ti, y por vosotras”, nos dijo. Y me quedé con la boca abierta. Empezó a hablar y me tuve que sentar, porque lo bordó. Como has visto al actor en otro contexto, te cuesta verlo en cierto tipo de personajes.
– ¿Y con actores no profesionales cómo trabaja?
– Hago improvisaciones. Busco gente muy parecida al personaje porque sé que no va a tener recursos de actor para hacer algo muy lejano a él. Busco naturalidad y la presencia en cámara.
– Lo que le pasó en El Sur.
– Exacto, yo era como el personaje: muy tímida y muy calladita, como Estrella. Es lo que comuniques como persona, y eso no lo actúas ni lo provocas. Es así.
– Si Erice no hubiera estado en la puerta de su colegio, ¿se habría dedicado al cine?
– No. De hecho, empecé la carrera de Bellas Artes y pensé también en estudiar Periodismo. Algo que tuviera que ver con contar historias, algo creativo. Pero cine, no. No tenía ningún referente. Solo un tío, mayor que yo, y sin trato con él. Yo era una espectadora más. En todo caso me gustaba el teatro en el colegio, escribir, contar historias, pero el cine se me escapaba. Y todavía tardé. Entre los 15, cuando hice El Sur, y los 18, con mi siguiente protagonista en Malaventura, aún decía: “Yo no soy actriz, he hecho una película”. Pero a partir de los 18 ya admití: “Bueno, pues soy actriz”. Con Felipe Vega o Gutiérrez Aragón vi cómo era contar historias en el cine. Decidí ser actriz, pero sobre todo decidí hacer cine.
![]() Bollain, en 'Rabia' ¿Volver a actuar?
Rabia, en 2009, fue la última película de Icíar Bollaín como actriz. Desde entonces ha dirigido cuatro películas. Ahora escribe una nueva y nos revela que empieza a rodar el año que viene “un guion de Paul [Laverty]”. ¿Ya no le interesa la interpretación? “Bueno, se está muy ocupado con la dirección, primero, y también con la familia. Y luego siempre pienso lo mismo: hay actrices de mi generación fantásticas que se dedican plenamente y que ya no encuentran papeles tan fácilmente, personajes interesantes de nuestra edad. Pensemos en Aitana Sánchez Gijón, Maribel Verdú, Adriana Ozores: son estupendas, pero ya les cuesta encontrar personajes bonitos. A mí, que me lleva dos años dirigir una película, no me daría tiempo. Si fuera un papel pequeño… Pero la dirección te exige mucha ocupación. El rodaje son dos meses, la preparación, otros dos; el casting, tres; la postproducción, tres más, y el estreno. Y si escribes el guion, ya ni te cuento”.
![]() Una escena de 'Te doy mis ojos' ‘Te doy mis ojos’ y una nota en el metro
“Todas mis pelis son como hijos: a unas les va mejor y a otros peor, son más guapas o más feas, pero las quiero igual a todas”, resume Bollaín. Con todo, Te doy mis ojos figura como el gran cambio en su carrera. “Porque fue la peli del año, ganó siete Goyas, San Sebastián… También pasé de ser conocida entre los compañeros a que de repente me saludaran por la calle. No es que me paren como a Messi, pero tres o cuatro personas al día me reconocen. Es raro: pierdes intimidad, pero es muy bonito, porque para mí siempre ha sido respetuoso y cariñoso. Con Te doy mis ojos me han pasado cosas muy flipantes. Y la última, no hace mucho. Fue en el metro. Un chico me dio una nota y se bajó. Decía que llevaron a su madre a ver Te doy mis ojos y les cambió a todos la vida. Sufrían una situación de maltrato. La nota era larga, pero muy impresionante. Y cosas así son maravillosas. Pierdes anonimato, pero ganas cariño”.
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