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03-03-2013


“He vivido momentos buenos y malos, pero sobre todo insólitos”

Un escritor de la revista AISGE ACTÚA conversó durante más de dos horas con Pepe
 Sancho en enero de 2012. Su madre acababa de fallecer. Sirva ahora esta larga conversación, con abundantes pasajes inéditos, como homenaje al de Manises



EDUARDO VALLEJO
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Madrid, 2 de enero de 2012
Una versión reducida de esta entrevista se publicó en el número 29 de AISGE ACTÚA
2011 había sido un año triste en lo personal y espléndido en lo profesional para el actor Pepe Sancho (Manises, Valencia, 1944). Lo hemos entrevistado pocos días después del fallecimiento de su madre, recién salido de un ejercicio que le ha deparado seis meses de éxito en los teatros Principal y Regio de Valencia con la puesta en escena de Los intereses creados, y el unánime reconocimiento de público y crítica por dos poderosos trabajos en la pequeña pantalla: el del ambicioso empresario Rubén Bertoméu en la serie de Canal + ‘Crematorio’, ganadora de un Ondas, y el del cardenal Tarancón en la miniserie homónima de TVE, la más vista del año. “Amo a mi tierra, Valencia, pero no sé si tiene sentido mantener casa allí. El ancla que me mantenía unido a ella ya no está”, reflexiona Sancho a su regreso del funeral de su madre.

- Ante todo, nuestras condolencias.
– Muchas gracias. Era una mujer muy mayor y se esperaba, pero no por esperado deja de ser difícil de encajar. En relación con la interpretación, siempre he dicho que es complicado explicar lo que se siente cuando muere un ser querido, porque cada uno lo vive de una forma. Ahora hepodido comprobarlo en la vida real. Gracias, en cualquier caso.

– Aparece mucho en sus memorias...
 Quizá fue quien mejor entendió el calor y la ayuda que necesitaba para una profesión a la que nadie comprendía que te dedicaras en aquella época. Influyó mucho en mi vida. Con su muerte me he desconectado del todo de mi infancia. Ese vínculo se ha roto y viviré más el presente que el pasado.

– Leyendo sus memorias (‘Bambalinas de cartón’, Temas de hoy, 2008), uno tiene la sensación de estar leyendo una novela de aventuras... ¿Siente lo mismo?
 Sí, están escritas con la intención de que fueran distraídas y de que mostraran la parte de mi vida que más me divierte. Hay momentos buenos y malos, pero sobre todo insólitos, en la vida de alguien que empezó haciendo de carnicero en Manises y, después de tres mil papeles y a fecha de hoy, termina siendo Tarancón, un sacerdote de Burriana que llegó a cardenal.  

– Se retrata como un joven inquieto e impaciente. ¿La impaciencia fue aliada o enemiga?
 Una aliada, porque si no, no estaría aquí. Si hubiera sido paciente y conformista, habría aceptado las cosas según venían, pero quería huir del destino que se me había marcado.
Ese destino era el de una familia humilde en una España de posguerra en la que el joven Pepe va a la escuela pública pero antes ha de madrugar para ir a vender los churros que su madre cocina en un bidón a modo de improvisada churrería; esos churros pagarán las medicinas del padre enfermo y el sustento familiar.

– A los 18 se viene a Madrid con lo puesto “persiguiendo desesperadamente la popularidad”. ¿Escapando del anonimato?
 ¡Claro! No quería ser uno más, alguien del montón. Es como pensaba entonces. Yo quería lo que tenían Pepe Rubio o Arturo Fernández por su oficio, hacer mucho cine y salir en los medios. Más tarde te das cuenta de que hay muchas formas de hacerse popular, no necesariamente por tu profesión.

– Don Quijote dice: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; [...] por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”. A usted un desliz adolescente le llevó unos meses a la cárcel. ¿Qué aprendió allí?
 A mí me sirvió. Me enseñó que, sin perder mi impaciencia, debía medir más mis pasos para no cometer errores caros de pagar. Me quedé con lo bueno y me ayudó a seguir luchando. La cárcel no es ni más ni menos que un lugar hecho por hombres para encarcelar a hombres. Hay bastantes culpables, pero también muchos inocentes que han acabado allí por azar.

– Usted se formó como intérprete a pie de obra, a fuerza de tesón y vocación. A propósito de su papel en ‘Memorias de Adriano’, Tamayo lo definió como un actor de raza. ¿Qué es un actor de raza?
 Es un actor moldeable por el director y poco moldeado de antemano, un actor que no viene predispuesto a nada y es capaz de hacer lo que le pidan si saben llevarlo. Es un caballo con fuerza para arrastrar doce carretas si lo encaminan. Tamayo dijo que mi voz trepaba hasta las últimas filas en Mérida. Me hizo mucho bien oír aquello. He sido vanidoso, como todos los actores, pero sus palabras iban más allá de la vanidad. Yo pongo todos mis sentidos y mi organismo en hacer creíble al personaje, y con ayuda del director confío en conseguirlo.
 
“He sido vanidoso, como todos los actores;
con fuerza para arrastrar doce carretas”



Lo último y lo más reciente
– Antes de adentrarnos en su trayectoria profesional, hablemos de lo más reciente, el estreno de la serie ‘Tarancón’. ¿Qué tal lo ha tratado la crítica?
– Creo que buenas, pero procuro no hacer caso de ellas, no por falta de respeto al criterio de los críticos, sino porque estaría a expensas de lo que dijeran: si riera ante las buenas críticas, también debería llorar ante las malas, y no hay crítico que me haga llorar.

– Vamos, que no se casa con nadie, ni profesional ni políticamente...
– Pues nunca lo he hecho. Igual hay cosas que digo que no sientan bien. Pongo por ejemplo a la propia AISGE, a la que pertenezco desde sus inicios y que creo que con el tiempo será cada vez más útil para proteger a una profesión bastante desamparada, pero desde ella y desde otras entidades se lanzan consignas para movilizarse por cuestiones políticas o sociales de las que no participo. Echo de menos los tiempos en que los actores nos unimos, como en la huelga de 1975, para defender nuestros derechos. Me han ofrecido a veces cargos públicos y los he rechazado porque valoro mucho mi independencia y sé que duraría tanto en el cargo como el tiempo que tardara en abrir la boca para opinar sobre mis jefes. De todos modos tengo buena relación con la gente decente que se dedica a la política.

– ¿Cómo ha sido el trabajo de preparación para encarnar al cardenal?
– Lo conocí en su día, si bien brevemente. Visceralmente, era un hombre con el que compartía la sangre mediterránea y la firmeza en perseguir un objetivo, yo quería ser actor y él, puede que Papa. Murió de mala manera porque a nadie le gustaba que un cardenal profundamente religioso estuviera en contra de la dictadura. La preparación fue la habitual en mí: la verdad que vuelco en todos mis personajes, algunos rasgos de caracterización (las gafas, el bonete y la túnica, que era la del propio Tarancón y que hubo que acortar un poco porque era más alto que yo), ningún maquillaje y algunas entrevistas con gente que le había conocido. Todos me confirmaron lo mismo: era un hombre sin afectación y poco litúrgico en su comportamiento. Con esas cañas hicimos el cesto. Manolo Vicent sació toda mi vanidad con un artículo sobre él cuya última frase era “Tarancón nació para que un día Pepe Sancho lo representara”. [Ríe con picardía]. Ya en serio: hice mucho trabajo, pero los personajes es mejor no elaborarlos mucho en casa porque cuando piden motor se quedan fríos.

– Se trata de un personaje
 muy distinto del empresario Rubén Bertoméu de ‘Crematorio’, otra serie que ha arrasado. Aunque ambos eran gente emprendedora, uno es un tipo conciliador y filantrópico, mientras que el otro es conflictivo y ambicioso. ¿De qué armas se vale para dar tanta credibilidad a personajes tan distintos?
– Bertoméu es otro valenciano que va sin maquillaje, solo la barba. Como era un personaje literario podíamos ponerle el aspecto que quisiéramos. Los dos son cabezones. Si asciendes hacia Aragón, esa cabezonería es machacona, una variedad que nos trajeron los del Bajo Aragón. El cardenal y Bertoméu sobre todo tienen en común que los he hecho yo a los dos. Las emociones van y vienen, pero ambos tienen mi físico y mi mirada.

– Vamos, en las antípodas del Método. Le gusta ser Pepe Sancho haciendo de empresario, de cardenal o de pretor romano...
– En las antípodas del exceso. La moderación a la hora de interpretar es esencial. Con la ayuda de los directores lo voy consiguiendo. En todo caso, sí. Si el actor desparece debajo del personaje, te conviertes en un especialista en disfraces y transformaciones. No hay más que repasar a Rodero, De Niro, etc. Su voz y su figura son lo primero que aparece, luego viene el personaje. Eso es lo que yo estoy intentando aprender. En ese baúl he rebuscado para dirigir e interpretar Los intereses creados en Valencia. Estuvimos allí seis meses ininterrumpidos, algo que no sucedía desde los tiempos de Arturo Fernández.

– El productor de ‘Crematorio’, Fernando Bovaira, tenía claro que usted era su hombre desde el principio.
– Me lo dijo. E hizo mal, porque podría haberle apretado las tuercas. Es broma. Creo que con los años tengo un buen espejo que me devuelve la imagen que tengo. Desde hace años negocio mi propio caché y no tengo representante. Un actor no debe tener rubor alguno en hacerlo, porque si esto le da vergüenza, imagínese interpretar a un asesino en serie.

– ¿Cabe atribuir esa seguridad en el terreno profesional a la estabilidad en su vida sentimental?
– Estoy convencido de ello. Ya lo decía en mi biografía. Desde que me casé con Reyes, mi vida se convierte en un tornasol que no tiene nada que ver con lo que había sido antes. En mi trabajo no pretendo ser el mejor, sino aprender de los que son capaces de enseñarme. He sido injusto juzgando a compañeros y a directores. Cuando coincido con ellos pienso que debería haberme calmado. Pero, como lo reconozco, lo voy corrigiendo.

– Estuvo diez temporadas haciendo de Don Pablo en ‘Cuéntame’. ¿Fue una despedida triste pero inevitable? ¿No hubo manera de salvar a Don Pablo?
– No me hubiera ido si los guionistas hubieran respetado la pauta que entre ellos y yo habíamos marcado. Don Pablo fue creciendo con la serie desde esa caricatura de un facha hasta convertirte en un ser humano más en el lado de la pillería. Sin embargo, de pronto el personaje no solo tenía menos presencia sino menos sentido. Me ofrecieron que volviera y la gente me lo pide. A don Pablo no lo quisieron matar, pero no volveré a hacerlo. 

– Con todos estos
 papeles ahora a sus espaldas, ¿sigue echando de menos la consideración de los demás?
– No tengo claro en qué radica la consideración: si en el éxito, en el reconocimiento popular, en el prestigio, en la riqueza... Yo consideraba mucho a gente como Bódalo, Garisa o Irene Gutiérrez Caba, y tal vez deseo tener la consideración que yo les dispensaba, pero ya no lucho por que me consideren, aunque el asunto me sigue inquietando.

“La moderación es esencial. Soy un intérprete
en las antípodas del exceso”

 


Cine y televisión
– Cuando consiguió trabajar con Almodóvar...
– Cuando él consiguió trabajar conmigo. Fue él quien me llamó. Yo deseaba trabajar para él, por supuesto, pero poco podía hacer para conseguirlo, salvo lanzarle indirectas de vez en cuando a ver si se daba por aludido. Pasa mucho en este país. Cuando llegan las votaciones de los Goya recibes cartas de gente que jamás ha contado contigo pidiéndote que los votes. [Risas]. No crea, lo voy superando.

– El caso es que
 consiguió el único Goya que ha ganado un intérprete masculino en sus películas, el de ‘Carne trémula’. ¿Qué explicación tiene esto?
– Recuerdo que Javier Bardem tenía sus reservas al principio porque opinaba que le interesaban más las actrices. Yo le decía que no, que por qué nos había llamado entonces, con la imagen que tenemos. Sus dudas se disiparon afortunadamente. Un día le pregunté a Almodóvar por qué se había fijado en mí si yo solo había hablado mal de él, por pura envidia, claro. Me respondió que a él eso le daba igual, que le interesaba mi trabajo. Esa es otra lección. Siempre que me llame estaré dispuesto a trabajar en su cine porque es muy interesante de puro absorbente.

– Después vinieron
 títulos y directores muy importantes (‘Los lobos de Washington’, ‘Flores de otro mundo’, ‘París-Tombuctú’, ‘El desenlace’). En relación con los papeles y guiones que le ofrecían, ¿hubo un antes y un después de ‘Carne trémula’ o todo siguió más o menos?
– Realmente no. No creo que trabajara más. Todo fue una coincidencia. La película de Iciar ya estaba contratada y la de Barroso también.

– Otro punto decisivo
 de su carrera sucedió cuando el personaje del Estudiante de ‘Curro Jiménez’ se
cruzó en su camino entre 1976 y 1978. Nada volvió a ser igual. ¿Estuvo el personaje a punto de devorar al actor?
– No, pero la popularidad del personaje sí estuvo a punto de apoderarse del actor. A veces teníamos que salir de los hoteles disfrazados de mujer y en un restaurante como este el camarero ya habría llamado a su mujer para que trajera a los niños y pudieran hacerse fotos con nosotros. Eso te hace sentir que eres la hostia y puedes perder un poco el norte. Afortunadamente superé ese trance. En cualquier caso, hacer el Estudiante fue un orgullo. Con él aprendí a hacer televisión, de la mano de directores como Antonio Drove, Pilar Miró, Mario Camus... y él se hizo popular gracias a mí. Así que estamos en paz.

“No tengo grandes miedos después
de tanto tiempo. Ni siquiera a los impuestos”

 


Teatro
– Muchos teatros pequeños están a punto de echar el cierre y muchas compañías no cobran desde hace meses. En tiempos de crisis, ¿tiene salvación el teatro?
– Claro que la tiene. Lo que no tiene salvación son las giras subvencionadas. Se avecinan recortes y es lógico que el teatro sufra las consecuencias, no porque sea cultura sino porque las administraciones tienen que atender necesidades seguramente más perentorias. Lógicamente, a los que vivimos de ello nos afecta. El problema en gran parte radica en que la protección de las concejalías o consejerías de Cultura ha ahogado al teatro privado. Tal vez hay salas de teatro independiente que no pueden subsistir por carecer de ayudas y, por tanto, habrá que buscar otras fórmulas. Quizá haya que volver, como decía Benavente, “al tinglado de la antigua farsa”, a hacer teatro al aire libre en los pueblos en verano y en la carpa en invierno. Yo ya pasé por eso...

José Sancho se refiere una etapa de su carrera, hace aproximadamente treinta años, en que giró con éxito por toda España con la Compañía Benavente de teatro ambulante.

–... Debemos presionar a los gobiernos para que promocionen el teatro. Ahí quisiera ver a AISGE, a la Unión de Actores, etc. Todos en esa pelea. Como le decía, echo de menos la unión que tuvimos en la huelga del 75 para protestar por lo nuestro, por la jornada de descanso, etc. Eso hace mucho que no se ve. Pero a la mayoría de los que están en condiciones de exigir se les tapa la boca con subvenciones. Otras exigencias que no tienen que ver con la profesión confunden al espectador y dan la imagen de que los actores no somos más que un grupo de disconformes que solo queremos alborotar. Si las televisiones generalistas dedicaran un minuto a la información teatral por cada treinta que emplean en la futbolística, ya nos iría a todos mejor. No se habla nunca del teatro, pero el teatro nunca morirá. Es necesario hacer de él una industria, además de un arte, y plantarle cara a la administración de turno.

– En definitiva, está usted por la iniciativa privada.
– He trabajado para teatros públicos, como ahora en Valencia, pero por un sueldo, no por una subvención.

– De hecho, en los 70 compró el teatro Alfil de Madrid, pero la experiencia salió mal. ¿Volvería a hacerlo?
– No. Solo repetiría asociándome con el propietario, nunca en solitario. Fue una aventura apasionante, pero ya quedan muy pocos empresarios privados de teatro. Espero que la nueva alcaldía abra el campo del teatro público en Madrid, porque Gallardón cerró la puerta a mucha gente. Han sido ocho años muy duros para los
que vamos por libre. 

– Por cierto, usted y el académico Paco Nieva coincidieron como estrenistas [especialistas en colarse
en estrenos teatrales] en los 60. ¿Lo han hablado alguna vez?
– No, nunca lo hemos hablado y no creo que se acuerde. Ahora tenemos a José Luis Gómez en la RAE. Me alegré mucho de su elección.

– En teatro ha
 trabajado desde la compañía ambulante Benavente hasta las tablas del Español pasando por espectáculos de Curro Jiménez en plazas de toros o la Compañía Nacional de Costa Rica. Vamos, el cielo, la tierra y el infierno. ¿Dónde más a gusto?
– En un escenario. Las tablas son los cimientos de la interpretación. Si los cimientos son buenos, puedes hacer buen cine y buena televisión. Por algo Dustin Hoffman, Richard Harris, Richard Burton, Peter O’Toole, etc., hacían teatro en cuanto podían. En la pantalla se gana más dinero y por eso a muchos no les merece la pena ponerse a prueba y correr el riesgo. El teatro requiere condiciones físicas distintas. No es lo mismo hablarle a este micrófono que al espectador de las gradas altas de Mérida o Sagunto.

– Usted ha escrito: “Trabajar en Mérida debería ser asignatura obligatoria en las escuelas de actores”. ¿Por qué?
– Es como sacarse el carnet de conducir especial para autobuses de dos pisos. Los  habría que dejarían el teatro. Yo he oído al público en Mérida gritar “¡No se oye!”. Eso tiene que ser terrible. La voz tiene que llegar a las últimas gradas con naturalidad y sin gritar. Hoy la emisión de voz se tiene descuidada, algunas escuelas enseñan antes a ser buzón de correos o árbol sin hojas que a proyectar la voz.

– Ha sido Sorolla,
 Tarancón, el padre de Miguel Hernández... ¿A qué valenciano ilustre le gustaría encarnar?
– Hay dos músicos que me apetecería interpretar: el maestro Serrano y José Iturbi, que fue el primer músico valenciano que trabajó en Hollywood. Espero llegar a tiempo.

– ¿Le tiene apego al
 terruño?
– Sí, claro. Soy muy fallero y me encantan los petardos.

– ¿Se han cumplido los sueños de aquel chaval que repartía churros de madrugada antes de ir a la escuela?
– Con creces.

– Y sus miedos, ¿se han desvanecido?
– Sí. No tengo grandes miedos después de tanto tiempo, ni siquiera a los impuestos.
 



En pocas palabras...

Defina periodismo sensacionalista. Se ha querido confundir la basura con el periodismo. El periodismo puede ser sensacionalista sin dejar de serlo; a la vera camina un carro de mierda. 


 ¿Para qué sirve una academia de cine? Para ver películas y aunar criterios. También estoy en contra de que se convierta en una plataforma política. 
 
¿Cansado de trabajar o le queda cuerda? ¡Qué va! Me queda cuerda para rato. Hasta sigo montando a caballo. Lo acabo de hacer en Hispania. 


Blackjack. Si lleva dos jotas de mano, ¿pide carta o se planta? Qué cosas tiene. Me planto, por supuesto. 

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