Entrevistas

28-11-2024


La polifacética Lucía Álvarez, una artista de la amistad

 

El sorprendente vínculo entre el compositor Manuel de Falla y la escritora María Lejárraga vertebra ‘Amores brujos’, la primera película que dirige esta actriz. Gestada desde el año 2020, en ella han intervenido importantes figuras del flamenco actual



EVA CRUZ

FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA

“Lo mismo que el fuego fatuo / lo mismito es el querer”. Puede que sean los versos más recordados de El amor brujo, de Manuel de Falla. Y no salieron de la entraña de la tierra española, no tienen origen popular. Alguien los imaginó, los escribió y los hizo encajar sobre la música del maestro. Ese alguien es María Lejárraga, la autora del libreto, la escritora que hoy la literatura reivindica como una de las más grandes creadoras de su tiempo, escondida durante casi toda su carrera detrás del nombre de su marido, el empresario de teatro Gregorio Martínez Sierra.

 

   La amistad y colaboración entre la escritora y el compositor constituye el corazón de Amores brujos, el primer largometraje dirigido por la actriz Lucía Álvarez, que se presentaba el pasado 22 de noviembre en Granada, en el marco de los Premios Lorca. A juicio de la ahora directora, “no había un lugar mejor para estrenarlo”: si entre Lejárraga y Falla existió un vínculo importante, no lo fue menos la relación entre este y Federico García Lorca. Según se recoge en la película, “don Manué” veía a Federico como su hijo. Y jamás volvió a España tras saber lo que le habían hecho en el verano de 1936.

 

   De Falla fue una especie de mentor de Lorca. En palabras de Álvarez, “Manuel tenía una sabiduría y bagaje de los que Lorca carecía, aunque sí contaba con la chispa y la creatividad de quien no conoce freno. La química entre los dos fue perfecta. La unión intergeneracional les ayudó mucho a romper barreras”.



   Dicha idea de mentoría, de aprendizaje y amistad con artistas de generaciones anteriores, ha sido clave en el avance de Lucía Álvarez como actriz y directora de cine y teatro. Ella confiesa sentirse eslabón de una cadena cultural. Después de años de papeles sobre los escenarios y ante las cámaras, en Amores brujos no renuncia a la actuación pese a encargarse también de la dirección. Y es que ella se pone en la piel de María Lejárraga, mientras que a Manuel de Falla le da vida Jesús Barranco, de tan asombroso parecido con su personaje que incluso usa las mismas gafas. Por un lado, la película es una obra de divulgación histórica; por otro, supone una recreación contemporánea de los cuadros flamencos clásicos, por primera vez completos. En ellos intervienen importantísimas figuras de la escena actual: los cantaores Israel Fernández y Rocío Márquez, las bailaoras Patricia Guerrero y Helena Martín, los bailarines José Carlos Martínez y Sergio Bernal o la pianista Rosa Torres-Pardo.  

 

 ¿Cómo nace este proyecto?

 Con la pandemia nos quedamos todos sin trabajo. Cuando empezaron a relajar tímidamente las restricciones, nos dijimos que quizá era el momento propicio para hacer cosas que nunca podemos por otros compromisos. Así que grabamos pequeños cuadros flamencos de Falla que nos gustaban. Pensé en cómo presentarlos y me di cuenta de que contaban la historia de un tiempo en España. Llamé al dramaturgo José Ramón Fernández, que apareció enseguida con un guion maravilloso. No era estrictamente un guion de documental, sino que juntaba a dos amigos: Manuel de Falla y María Lejárraga. Incluso vivieron en la misma casa y tuvieron muchas anécdotas en común. Son dichas anécdotas las que se recrean en la película y las que van dando pie a los cuadros flamencos.

 

   Es muy normal que la primera opción de Lucía Álvarez fuese José Ramón Fernández, ya que es el autor de Mariana, el monólogo que ella ensayó durante un año antes de estrenarlo en 2020. “El director [David Ojeda] lo hizo muy bien. Me decía que llevara una canción que me recordase a algo de lo que Mariana sentía. En otra ocasión casi me tiró por un barranco para que así yo sintiera el abismo de la muerte. Llegué a pensar que no iba a aguantar aquellos ensayos”, rememora la artista. Tampoco se lo ha puesto demasiado fácil la dinámica actual de la profesión: “Ahora no se hacen giras como las de antes. Tienes un bolo y pasan meses hasta el siguiente. Pero ya tengo interiorizada a Mariana, es mía. Ya no la tengo que buscar. Me ha acompañado durante tanto tiempo y he tenido que tomar tantas decisiones por ella que es parte de mí. Y con Manuel de Falla me ocurre lo mismo. Cuando escucho a alguien hablar de él, es como si hablaran de un familiar cercano mío”.



– Muchos de los cuadros flamencos se han rodado en teatros de Madrid. Y otras localizaciones han sido la Residencia de Estudiantes e incluso el Museo del Prado, ante Las Meninas. ¿Cómo fue filmar ahí? 

– Es uno de los lujos que me llevo para siempre. La película contiene pasajes importantes a nivel cultural: escuchar en el Prado la Nana de Falla y el violonchelo en la sala de Las meninas. O hablar de los sonidos negros en la sala de las pinturas negras de Goya. También fue especial el rodaje en el Teatro Lara y conseguir el primer cartel de El amor brujo, estrenado allí en 1915


 ¿Supo usted desde el principio que encarnaría a María Lejárraga?  

– ¡Qué va! ¡Yo no quería aparecer en Amores brujos! Quería dirigir y producir, y pensaba que no iba a poder con más. Hasta que José Ramón [Fernández] me dijo: “Recógete el pelo”. Me hizo una foto y la puso junto a una de María. Concluimos que el casting ya estaba decidido. Si no hubiera interpretado ese personaje, me habría arrepentido toda la vida. Ha sido un regalazo.


   Si Álvarez hace de Lejárraga, ojo a la voz que revive a Lorca: es nada menos que la de Luis García Montero. La artista pensó en él por su procedencia granadina y por ser “el mejor poeta de su generación”.



– ¿Quiénes diría que han sido sus mentores, esos que han hecho por usted lo que Manuel de Falla hizo por Lorca?

– Bueno… ¡salvando las distancias! Para mí ha sido básica mi amistad con Almudena Grandes. Era un ser de otro mundo. Nunca se las dio de gran escritora, ni de intelectual ni erudita. Era divertidísima y no alardeaba de su cultura. Y además de escribir, de lograr que lo difícil pareciera fácil, hacía algo perfectamente: cuidar a la gente a la que quería. La conocí siendo yo muy joven y nunca me sentí juzgada por tener menos información o haber leído menos. De Almudena intento aprender que las personas que se cruzan en tu vida siempre tienen algo valioso


 De entre toda esa gente mayor que usted que ha influido en su trayectoria, ¿qué cree que aprendió para poder dirigir esta película?

– Tuve suerte, puesto que debuté con José Luis García Sánchez en la serie Martes de Carnaval. Yo tenía un papel muy pequeño en aquel reparto, donde estaban Pilar Bardem, Juan Diego, Juan Luis Galiardo… En esa serie había 80 actores maravillosos que tuvieron la generosidad de dejarme estar ahí, aunque no me tocase grabar. El director me decía: “Siéntate con Alcaine”. Y José Luis Alcaine se ponía a explicarme qué pasaba si ponías la luz aquí o allá. Juan Diego no te corregía, aunque a lo mejor te comentaba: “Está muy bien todo, pero da un pasito a la derecha”. Después de aquello nunca más volví a trabajar solamente como actriz. Me enseñaron que el cine es trabajo en equipo, que debía ver mi labor como parte de un engranaje. Por ejemplo, María José Iglesias, la jefa de vestuario, me mandó a casa un día que se alargó la grabación. Y lo hizo explicándome que mi misión en ese momento era cuidarme para poder tener buena cara al día siguiente en mi secuencia. De ellos aprendí a hacer cine.



 Su primer largometraje como directora es sobre flamenco, y difícil hablar de flamenco en el cine sin mención a Carlos Saura.

– Es curioso. Yo no pensé en Saura. Y eso que soy una gran seguidora suya, he visto todas sus películas muchas veces. Supongo que el subconsciente manda y afloran las cosas que nos influyen. Teníamos que rodar en teatro y había que darle empaque de película. Lo resolví básicamente con la luz. Y pude manejar esa información a base de haber visto cine. Me parece un halago que mi ópera prima recuerde a Saura.


 Cuenta en ella con prestigiosas figuras del flamenco actual. ¿Fue sencillo convencerles?

– Muy fácil. Tenía menos trato con el cantaor Israel Fernández, que no era, cuando rodamos, la figura que es ahora. En el año 2020 estaba empezando y buscábamos a alguien que fuera como Camarón en su día. Al escucharle, me dije: “¿Este tío de dónde ha salido?”. Fue muy curioso trabajar con alguien tan libre como él. ¿Cómo encauzas a un artista así sin cargarte su fuerza explosiva? 


 ¿De dónde le viene la afición al flamenco? 

– Siempre digo que soy una gallega un poco andaluza. Supongo que la culpa es de mi madre, como de todo lo que tiene que ver con la cultura. En casa se escuchaba a Enrique Morente, Camarón… Y también aprendí mucho con Martirio, que es mi amiga.


 ¿Y la música clásica?

– He dedicado la película a Almudena Grandes y a Arnold Taraborrelli. Fue maestro de la inmensa mayoría de los grandes actores de este país. Tenía algo que a mí me llenaba de ternura: recuerdo que en su casa siempre ponía música clásica. Y le daba tanta pena apagar la radio cuando se marchaba que hasta le pedía perdón al propio aparato. "Me tengo que ir, pero yo no quiero apagarte", se lamentaba. Trabajábamos mucho con música clásica. Te hace sentir otras cosas, te hace volar a otras épocas.


Ahora Lucía Álvarez se encarga de traer a nuestros días la época de El amor brujo, María Lejárraga y Manuel de Falla. 

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