Foto Fija

 
Marta Poveda

“A los 16 tuve crisis ‘pavoexistencial’ 
y mi madre me metió a teatro”


 
“Mi padre tuvo un dúo cómico de éxito cuando era joven y llegó a actuar con Fernando Rey. Pero mi abuelo era comisario de policía y no le permitió ser intérprete”, cuenta esta madrileña sobre el origen de su vocación artística. A sus 33 años atesora un extenso currículum teatral, que ya incluye una veintena de obras. Llegó al escenario gracias a la trágica Cruzadas, una reflexión sobre los motivos de la guerra, esa piedra con la que el hombre no deja de tropezar. A continuación representó Roberto Zucco, la historia real de un asesino en serie que se rebeló contra cualquier forma de opresión y cuya única debilidad era el amor que sentía por una menor, víctima precisamente de maltrato doméstico. Conoció la España más profunda con La casa de Bernarda Alba y 24/7 la obligó a buscar su sitio en un mundo marcado por diversos obstáculos para los jóvenes: el impenetrable mercado laboral, la dependencia de los padres, el hundimiento anímico, la comunicación virtual… Con la compañía Teatro de la Danza recuperó en 2003 Las bicicletas son para el verano, entrañable retrato de aquel Madrid sitiado por las tropas franquistas durante la Guerra Civil que se llevó cuatro premios Max.
 
   José Sanchis Sinisterra, uno de sus principales valedores, la fichó por primera vez para protagonizar Flechas del ángel del olvido. Ese texto congregaba a cuatro visitantes en la clínica donde había ingresado una chica amnésica y cada uno aportaba una versión de su relación con ella, todas incompatibles, ya que la enferma había usado diferentes identidades durante su vida. Volvió a trabajar bajo las órdenes del incombustible autor valenciano en Vagas noticias de Klamm, donde sufría una inhumana entrevista de trabajo para una empresa peculiar: Oligopodium SMQA (Sociedad Más Que Anónima). Álvaro Lavín, al frente de Teatro Meridional, ya la ha dirigido tres veces. Con Cyrano retrocedió hasta la Francia del siglo XVII para presenciar los sinceros sentimientos del célebre poeta y militar, desentrañó la poliédrica personalidad de Da Vinci en Cómo ser Leonardo y amenizó el viaje sin destino de Jacques el fatalista.
 
   Javier Yagüe, a quien conoció mientras se formaba en la Cuarta Pared, contó con ella para Cruel y tierno. Esa producción del Centro Dramático Nacional, una tragedia griega actualizada y encabezada por Aitana Sánchez-Gijón, narraba la tensa espera de una mujer. Su marido había ido a África como militar para liberar una ciudad, pero realmente la había arrasado con la excusa de combatir el terrorismo. Y volvía junto a una amante subsahariana, lo que provocaba los celos de su esposa, dispuesta a vengarse de él hasta las últimas consecuencias. En La tierra, de nuevo con Yagüe y el CDN, también criticó la alarmante insensibilización hacia la violencia. Su personaje, María, descubría que el silencio guardado por los vecinos tras un crimen brutal les había destruido por dentro.
 
   Las lecciones de interpretación en inglés que recibió de Cristina Marsillach y Joel Kelly le permitieron estrenar Long day’s journey into night, un recorrido por las frustraciones y rivalidades que la familia Tyrone intentaba ocultar bajo su aparente normalidad. De problemas soterrados también hablaba La comedia del bebé, aunque esta vez en el marco de una pareja acostumbrada al éxito fácil y ajena a cualquier varapalo: dos jóvenes desoían las sombras de su convivencia por la emoción de ser padres, pero el conflicto surgía entre ellos cuando les arrebataban a su hijo. El burlador de Sevilla, Ni con el pétalo de una rosa y Duda razonable son otros títulos a los que ha prestado su talento. Hasta hace poco lideró el reparto de Burundanga, una comedia sobre la sinceridad que sigue acogiendo el Lara madrileño. Ella era la estudiante embarazada que quería saber todos los secretos de su novio y no dudaba en suministrarle el famoso estupefaciente para conseguirlo. Su último proyecto es el clásico calderoniano La vida es sueño, montado por la Compañía Nacional de Teatro Clásico y con Helena Pimenta como directora. Suya es la principal figura femenina, Rosaura, una noble luchadora que consigue casarse con su amado Astolfo tras superar infinitos obstáculos. Que su carrera vuela cada vez más alto es evidente, pues no son pocas las escenas que está compartiendo con una Blanca Portillo en la piel del furioso Segismundo.
 
   El arranque de su trayectoria televisiva tuvo tintes dramáticos. En El comisario moría asesinada y su verdugo despistaba a la policía con una llamada anónima en la que avisaba de un suicidio, aunque finalmente le desenmascaraban. Los 80, una ficción fugaz protagonizada por José Coronado y Aitana Sánchez-Gijón, la trasladó hasta los profundos cambios de esa década convulsa. De vuelta a la actualidad, pasó de puntillas por Los Serrano cuando la efervescencia sexual de los adolescentes desconcertaba a sus padres. Acudió a la agencia de contactos de Impares para echarse novio, aunque no le resultaba sencillo debido a su inmadurez: buscaba al mismo tiempo chicos románticos y rudos, quería que valorasen su bagaje de actriz fracasada y no le costaba liarse a la primera de cambio con un ligue guapo… “Pretendo encontrar a mi media naranja a la vuelta de la esquina, pero solo he encontrado un yogur caducado en la nevera de mi casa”, lamentaba su Fany Clos. Después saltó a la secuela de esa serie, Impares Premium, sobre la terapia que recibían parejas ya consolidadas.
 
   A finales de 2007 empezó a saborear la popularidad gracias al papel de Berta en Escenas de matrimonio, una chica promiscua y alérgica a todo compromiso. Aunque desatendía incluso las responsabilidades familiares para acostarse con hombres, su principal entretenimiento era dinamitar la relación de su mejor amiga, a cuyo novio deseaba conquistar. Durante un año fue la López, una macarra que reparaba los desperfectos en el instituto de La pecera de Eva. Ayudaba a los alumnos a escondidas de los psicólogos, pues también había cursado Psicología, pero ocultaba esa información al personal del centro. Su pasado salía finalmente a la luz y le ofrecían un puesto como becaria. Ese mismo personaje la llevó luego a un capítulo de la serie médica Frágiles: iba a contraer matrimonio con el que fue su jefe en La pecera de Eva y poco antes de la boda este debía acudir urgentemente al fisioterapeuta por una contractura. Para Gran Hotel, otra joya de la pequeña pantalla nacional, obtuvo un papel episódico.
 
   Menos oportunidades le ha brindado el celuloide. En el cortometraje Palabras encarnó a una inexperta periodista que, pese a sus continuos errores durante la cobertura del accidente aéreo de Spanair, aspiraba a hacerse hueco en el morboso mundillo televisivo. Pero su novio, un fotógrafo reputado, pretendía vivir tranquilamente con ella lejos de Madrid. Junto a Santiago Segura puso voz a Vicenta, una breve pieza de animación que cosechó setenta galardones, estuvo nominada a los Goya en 2011 y fue preseleccionada para los Oscar. Su personaje era la provocativa amante de un anciano tacaño que dejaba oculta una auténtica fortuna tras fallecer. Decidida a hallar el dinero, se enfrentaba a la viuda del difunto, que no dudaba en sacarle de la tumba y revivirle para que confesara su secreto. A mediados de 2012 estrenó su primera película, la independiente Nobody’s rose, ópera prima de Ignacio Oliva. Es la historia de un fotógrafo francés que llega a Cuenca para ver a una artista con la vivió un siniestro suceso años atrás, pero ella solo quiere evadirse de la realidad porque aquello sigue atormentándola. Su agenda cinematográfica no ha descansado desde entonces, ya que durante el reciente Festival de Málaga ha presentado dos largometrajes. En La Reina de Tapas le diagnostican un tumor cerebral cuando sueña con ganarse la vida como dueña de una tasca. Al conocer semejante noticia, su novio se empeña en que dejen el bar para disfrutar juntos de la vida, así que intenta ganar dinero fácil con un timo surrealista que les acarrea aún más problemas.
 

 
HECTOR ÁLVAREZ JIMÉNEZ
¿Recuerda el momento particular en que decidió ser actriz?
− La primera vez que fui al teatro no me cabía en la cabeza lo maravilloso que era estar sentada en una butaca viendo las cosas increíbles que les sucedían a unas personas sobre el escenario. En la preadolescencia me pasaba las madrugadas enganchada al Cine Club de La 2: Kieslowski, Medem, Kusturica, Berlanga, Almodóvar, Donen, Eastwood… Me quería quedar en ese planeta, pero aún no sabía cómo, ni siquiera me planteaba que quería ser actriz. A los 16 entré en crisis pavoexistencial y mi madre, más lista que el hambre, me metió a teatro. A partir de ahí no hubo marcha atrás.
 
− ¿Quién fue la primera persona a la que se lo contó?
− Fue mi madre quien me lo contó a mí. No recuerdo el momento concreto en que yo lo verbalicé, solo sé que a los 17 empecé a subirme al escenario y me embaucó.
 
− ¿Cuál ha sido el mayor golpe de suerte que ha recibido hasta ahora en su carrera?
− Analizo mis pasos y todo viene como una cadena de decisiones. Pero si me remonto, diría que tuve mucha suerte al escoger la Cuarta Pared para estudiar. Allí conocí a mi primer maestro, Juan Pedro Enrile, que me enseñó a vivir el teatro de una forma muy concreta. Luego pasé por las clases de Javier Yagüe, que me hizo continuar por el camino que siempre me pareció más interesante. Y así topé con José Sanchis Sinisterra, lo más grande. Ellos no habrían sido la base de mi aprendizaje si no hubiese caído en esa escuela. Y gracias a ellos he llegado a proyectos que me entusiasman.
 
¿A cuál de los personajes que ha encarnado le tiene especial cariño, y por qué?
− Me matas si solo puedo escoger uno, es una crueldad. ¿Qué hago con los demás? Cada papel no solo lleva consigo una personalidad, sino el momento en que lo viví, el lugar donde lo representé o la gente con quien lo compartí. Es fácil nombrar a Rosaura, de La vida es sueño, pues adentrarme en su camino vital me ha llevado a aprender y reflexionar sobre el ser humano y sobre mí misma. Me acuerdo de ella y pienso en raíces, vida, dolor, coraje, lucha, fuerza, luz… Profesionalmente me ha permitido conocer más a fondo el verso, la matriz del teatro, un campo infinito de posibilidades donde cada limitación es en realidad un vuelo de libertad. No olvido la suerte que tuve con la López de La pecera de Eva, cuya actitud gamberra fue muy valorada por ese público específico al que se dirigía la serie. Mi Fany Clos de Impares fue puro juego y Carolina Repullo era cómicamente desgraciada en Vagas noticias de Klamm. Tampoco quiero dejarme a María, de La tierra.
 

 
Si el teléfono dejara de sonar, y ojalá que no, ¿a qué cree que se dedicaría?
− Intento e intentaré no depender de eso. El actor es también creador y en estos momentos casi sobra decirlo. Pero si no me dedicara a esto, quizás me adentraría en el mundo de la doma natural de caballos, aunque sea difícil. O abriría una casita rural. Son ideas idílicas a las que una se agarra cuando sueña. En esta vida hay un montón de cosas bellas por hacer y todas hay que currárselas. ¡Quién sabe dónde estaré yo a saber cuándo!
 
− ¿Ha pensado alguna vez en tirar la toalla?
− No, pero alguna vez he pensado en mandar a lugares muy feos a algunas personas, lo que quizás hubiera supuesto mi exilio de esta profesión. Me apasiona ser actriz, pero igual que muchas veces veo cosas mágicas alrededor, también veo algunas tenebrosas. Como en casi cualquier otro trabajo, hay un lado bueno y otro malo.
 
− ¿En qué momento de qué rodaje pensó: “¡Madre mía, en qué lío me he metido!”?
− Alguna secuencia de desnudo integral y sexo: estar en pelotas y simular un polvo siempre resulta un poco raro. Pero me quedo con la época en que me recogían a las seis de la mañana para grabar una serie diaria, luego me llevaban directa al teatro para representar una función y después de medianoche me llegaba el guion del día siguiente. Muchas veces me desmaquillaba y quitaba la ropa del personaje en el coche. Aunque es fantástico tener tanto trabajo, el nivel de estrés y la falta de sueño son difíciles de llevar.
 
− ¿Le gusta volver a visionar los títulos en los que ha participado?
− Pasado algún tiempo es interesante verlos y pensar cómo haría esos trabajos ahora. Siempre creo que podría hacerlos mejor, espero que eso signifique que intento crecer. Otras veces me gusta tanto el producto que, mientras lo veo, se me olvida que aparezco yo.
 
− ¿Cuál considera que es el principal problema del cine español y qué solución se le ocurre para paliarlo?
− Solo puedo opinar desde fuera, no sé cómo se cuecen las cosas realmente. Pero me vienen a la cabeza estas ideas: muchos prejuicios, poca confianza, mala gestión, a veces cierta endogamia, otras veces poco riesgo… Acabo de estrenar en Málaga dos películas de bajo presupuesto y bastante arriesgadas para todos los que participamos. Y lo cierto es que han tenido una acogida estupenda, muy especialmente por parte del público. Hasta dónde podemos llegar con ellas ya es otro cantar. Lo que nadie duda es que en este país hay grandísimos creadores. ¿La solución? Seguir explotando vías de difusión como Internet, un medio maravilloso y universal.
 
− ¿A quién le devolvería antes la llamada, a Tarantino o a Burton?
− ¡A Clint Eastwood! En estos tiempos de tecnología loca y omnipresente, haría un chat grupal con los tres y nos iríamos organizando. ¿Qué necesidad hay de elegir?
 
− ¿Cuál fue el primer actor o actriz que le conmovió?
− Boris Karloff en Frankenstein. La secuencia de la niña ya en el lago, con esos gemidos, esos conatos frustrados de ilusión. Y cuando el monstruo arroja a la pequeña al agua y se da cuenta de lo que ha hecho. Se me encoge el estómago solo de recordarlo.
 
¿Qué frase cinematográfica le gusta aplicar como ‘leit motiv’ personal?
− “Hay tres maneras de hacer las cosas: la correcta, la incorrecta y la mía”. Aunque llevo fatal lo de elegir solo una, me quedo con esa de Casino para resumir esta época de mi vida.
 

 
− ¿Qué largometraje ha visto tantas veces que se sabe los diálogos completos de alguna escena?
¡Varios! Grease, Leaving Las Vegas, Los puentes de Madison, Mujeres al borde de un ataque de nervios, Cantando bajo la lluvia o Amanece, que no es poco.
 
− ¿Cuál es la última película que no ha sido capaz de ver hasta el final?
− Algunas que no me han enganchado, pero no las diré por ser políticamente correcta. Sí mencionaré La pasión de Cristo, que me pilló sin cuerpo…
 
− ¿Recuerda alguna anécdota divertida que haya vivido como espectador en un teatro o sala de cine?
− Mi primer novio me besó mientras veíamos Airbag, justo durante la escena en que a los chinos les salta ese dispositivo de seguridad del coche, se les rompe y terminan rebozados en cocaína. Poco romántico, la verdad, pero nos dio la risa.
 
− ¿A qué serie de televisión está enganchada?
− A Mad Men. Me gusta la estética, la música, el ritmo, cada uno de los actores del reparto… ¡Y me encantaría ser la amante de Don Draper! Tiene además un guion lleno de giros: consigue que un personaje que apareció hace veinte capítulos regrese de una manera absolutamente coherente y con una trama magnífica. Es la televisión hecha arte. Y cito, por supuesto, la mítica Doctor en Alaska.
 
− ¿Cuál es el mejor consejo que le ha dado alguien cercano para ejercer este oficio?
− “Nunca dejes de formarte, nunca dejes de aprender, nunca dejes de mirar”.
 
− ¿Qué punto fuerte destacaría de usted como intérprete?
− Arriesgo bastante.
 
− ¿Y débil?
− Solo por decir uno… ¡A veces tengo ideas raras! [Risas]
 
− Adelántenos, ahora que no nos escucha nadie… ¿Cuál es el siguiente proyecto que se va a traer entre manos?
− Próximamente estreno en el Festival de Almagro La verdad sospechosa, de Ruiz de Alarcón, dirigida por Helena Pimenta. Lo demás me lo callo, no sea que se vaya al garete y quede fatal.
 
− ¿Qué sueño profesional le gustaría hacer realidad?
− Dirigir, pero sabiendo, así que me lo tendré que currar mucho.
 
− ¿Qué canción o canciones escogería para ponerle banda sonora al momento actual de su vida?
− Otra vez eligiendo… It’s hard to be a saint in the city, de Bruce Springsteen; With my own two hands, de Ben Harper; y Doing the wrong thing, de Kaki King.
 
− ¿En qué otra etapa de la historia le gustaría haber nacido?
− En la de Blade Runner.
 
− Díganos qué le parece más reseñable de AISGE y en qué aspecto le gustaría que mejorásemos.
− Soy terrible en el aspecto burocrático, directamente le tengo fobia, así que la labor de AISGE me resulta admirable en ese sentido. Me parece una entidad honesta, con estupendas iniciativas culturales, de formación y divulgación. Los cursos son muy interesantes y la revista ACTÚA es cercana, no elitista: me consta que ayuda y se solidariza con la gente que está en momentos críticos. Denota pragmatismo y, a la vez, amor a este arte. Jamás me atrevería a imaginar qué podríais mejorar, porque no soy yo la que está dando el callo, sino vosotros.

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