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#MuchaVidaQueContar
La nieta del alcalde y reina de la comedia que sueña con una ópera rock
Josele Román disfrutó de una infancia de ensueño, pese a la posguerra, hasta que la vida se le puso cuesta arriba. Pero Almodóvar o Paco León figuran en un currículo también lleno de canciones sui géneris
ASIA MARTÍN (Vídeo, realización, montaje y fotografía) María José Peralt Román sabe lo que es tener un chófer esperándole en la puerta, tal que si fuera una princesa, para acercarla hasta la playa. Lo vio y vivió la niña María José en su Gandía natal, cuando casi todo el mundo la llamaba Joselete y su abuela, horrorizada, se esforzó con acortarle el apodo “para que no tuviera nombre de torero”. Eran las ventajas de provenir de una familia acomodada, con un abuelo que había sido cónsul en Suecia y alcalde de Gandía: habiendo nacido en un año tan crudo como 1946, ni siquiera tuvo Josele sensación de precariedad ni conoció los apuros propios de una posguerra tan cruda y negra como la de aquella España destrozada y sometida al yugo de una dictadura.
Pero la felicidad, siempre tan volátil, duró poco en casa de los Peralt. El padre sufría una enfermedad mental, hubo enfrentamientos en el seno de la familia y la pequeña Josele se vio con siete años tomando un tren junto a su madre y hermana con rumbo a Madrid. La mujer se buscó la vida como modelo de alta costura (“Tenía un tipazo, era una mezcla de Ava Gardner y Rita Hayworth”) mientras las chiquillas pasaban los ocho siguientes años de sus vidas internas en un colegio de Pozuelo de Alarcón. Mucha distinción, poco calor humano.
“Mi madre siempre supo que era artista”, relata Román en esta nueva entrega de #MuchaVidaQueContar, el proyecto de minidocumentales de la Fundación AISGE para inmortalizar las trayectorias más fructíferas y no siempre (re)conocidas de nuestros mayores. Por eso la apuntó a clases de baile, que la condujeron a participar en coreografías en el Teatro de la Zarzuela y ver de cerca “a todos los grandes de la ópera”, desde Teresa Berganza a Alfredo Kraus. Y de ahí al teatro: gracias a un contacto familiar, la ilustre Conchita Martín supo de ella y le ofreció un pequeño papel en La dama de Maxim (1966), que se representaba en el Teatro Eslava, además de brindarle su cariño y el de su marido, Edgar Neville. “Conchita resultaba muy graciosa; la comicidad, tan finísima y elegante como era, la llevaba dentro. Pertenece a la generación en que eran estrellas con luz propia. Ahora son solo actrices…”.
A Josele no siempre le ha sonreído el destino en estas siete décadas largas de existencia. A veces, más bien al contrario. “Si pusiera todo el pasado en vertical, cualquiera se tira por ahí…”, reflexiona con más comicidad que amargura. Porque Román se dice cómica por encima de todo, incluso en los momentos de más curvas y vaivenes. “A mí todo me hace gracia. Lo que sucede, tendrá que suceder igual”, resume a modo de leit motiv vital.
Y lo que ha sucedido, entre otras cosas, es una filmografía pletórica durante los años setenta, sobre todo en torno a la figura de Vicente Escrivá. “Me consideraban encasillada, pero era la realidad del momento. También hice una obra de Bertolt Brecht junto a Núria Espert y cada vez que miraba al público me cogían pánico…”, se reivindica. Igual que reclama un hueco para su faceta como “cantautora rock”, una rockera “de humor cañero” que incluso tiene finalizada una ópera rock, Todos a la calle, a la espera de algún empresario audaz y valiente que la coloque en órbita.
Mientras tanto, ultima un estreno de la mano de Rafael Amargo (“Josele es un gurú en todos los sentidos, de las pocas que quedan de aquella generación que rompió con todo”) y rememora experiencias de las que pocos podrían hablar, como rodar junto a Paco León (Kiki, el amor se hace, de 2016) o el mismísimo Almodóvar, para el que trabajó en el cortometraje de 1985 Tráiler para amantes de lo prohibido. Ahí quedan unos cuantos hitos en la vida de una artista que se dice “fracasada como mujer”, por aquello de no haber sido madre ni tener pareja, pero enamorada de su generosa camada de gatos. “Son inteligentísimos, silenciosos y observadores. Y utilizan mejor que nadie el sexto sentido, ese que permite entenderse sin hablar…”. |
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