Ingrid García-Jonsson
“A veces la gente piensa que estoy más en las nubes de lo que realmente estoy”
Ser la doble de luces de Cameron Díaz y descubrir el ambiente colaborativo de un rodaje la empujó a cambiar los estudios de Arquitectura por la actuación. Todavía se siente una impostora, pero sin miedo, dispuesta a disfrutar a tope del oficio. Y si algún día dejan de contar con ella, espera seguir dedicándose al cine, aunque sea detrás de las cámaras. De momento, ya ha dirigido un documental
JUAN FERNÁNDEZ
Reportaje gráfico: ENRIQUE CIDONCHA
Romper moldes y tumbar estereotipos forma parte de la cotidianeidad de Ingrid García-Jonsson (Skellefteå, Suecia, 1989) desde mucho antes de ponerse delante de la cámara, y no digamos ya después de irrumpir en el paisaje actoral con ese magnetismo imposible de pasar desapercibido. La niña sueca que creció en Sevilla, la adolescente rubia que sacaba notazas en el instituto, la estudiante de Arquitectura que soñaba con el cine, la figura atractiva que rehúye convertirse en influencer, la actriz que se atreve a dirigir un documental -Nómadas- sobre la crisis de su generación, el rostro que encarnó multitud de papeles dramáticos y en este momento se relaja y ejercita su vis cómica soltando gansadas en La Resistencia…
A base de destrozar clichés, la actriz lleva 12 años de fecunda carrera. Desde su debut acumula 25 películas, entre las que figuran títulos como Camera café, Veneciafrenia, Gernika o Hermosa juventud, que le valió la nominación al Goya. Ha intervenido en media docena de series y otras tantas obras teatrales. Sin embargo, el año pasado tuvo que irse fuera a trabajar porque en la industria española nadie la contrató. Nada nuevo en la vida de una mujer acostumbrada a sentirse “la extranjera”.
- A estas alturas de la película, ¿tiene claro por qué se dedica a esto?
- Suelo darle muchas vueltas a ese tema, sobre todo si estoy trabajando. Hace poco tiempo estaba en Budapest sobre un caballo, vestida de vikinga, pasando un frío de muerte y me preguntaba: “¿Por qué hago esto?”. También me lo he preguntado recientemente, al verme rezando el Corán encerrada en un zulo en Tel Aviv. La respuesta rápida es que lo hago para satisfacer mi curiosidad y aprender, para poder vivir experiencias diferentes a la mía personal. Pero hay otra motivación que está conectada con la Ingrid espectadora.
- ¿A qué se refiere?
- El cine y el teatro me han abierto a realidades desconocidas que me han transformado como persona. Haber visto ciertas películas y obras dramáticas en determinados momentos de mi vida ha hecho de mí un ser humano mejor. En cierto modo, dedicarme a este oficio es una forma de devolverles el bien que me dieron.
- ¿Recuerda el día en que se dijo a sí misma que quería ser actriz?
- De niña hacía ballet, llegué a estudiarlo en el conservatorio, pero mi cuerpo no estaba preparado para la danza clásica. En una improvisación que hicimos un día en clase el profesor me dijo: “No vales para bailar, pero algo dentro de ti pide que actúes. Deberías ser actriz”. Tendría 12 o 13 años y aquello resonó en mi cabeza. Antes de aquello ensayaba bailes en casa, pero no a frente al espejo, sino delante de la tele, me encuadraba dentro de ese rectángulo. En el instituto hice teatro amateur y conseguí algún trabajito, y nunca olvidaré la cara de mi profesor de Filosofía cuando le dije que iba a estudiar Arquitectura. Me preguntó: “¿Pero a ti eso te gusta?”.
- ¿Qué respondió?
- Yo era muy buena niña, sacaba unas notas estupendas, se me daban bien los números. Y no quería fallar a mis padres. Ellos son artistas, lo han pasado mal económicamente y querían que tuviera una vida más segura y tranquila que la suya. Haberles dicho que quería ser actriz habría sonado disruptivo, y no me apetecía darles ese disgusto. Tampoco quería que pensaran que lo deseaba por esa parte glamurosa que tiene este oficio. No tuve valor para decirles lo que soñaba.
- ¿Cómo le fue en Arquitectura?
- Hice tres cursos. Lloraba amargamente porque no quería hacer esa carrera, a pesar de dedicarme a escoger las asignaturas que tenían relación con la escenografía. Pero nadie estudia Arquitectura para hacer cine, sino para ser arquitecto, así que en cierto momento vi que ese camino no era el mío. Pedí la beca Séneca para seguir la carrera en Madrid, pero con la idea de ir acercándome a la actuación. Para tomar aquella decisión fue decisivo lo que descubrí mientras hacía de doble de luces de Cameron Díaz en el rodaje de Night and day.
- ¿Qué descubrió?
- Me quedé completamente fascinada por el ambiente que se respira en los sets de rodaje y por esa forma de trabajar que tienen los equipos: se ponen de acuerdo para conseguir un bien mayor, que es contar una historia a través de ese lenguaje artístico. Me cautivó y me dije: “Tengo que estar aquí, tengo que trabajar en esta industria. Ojalá sea como actriz, pero si no, lo haré en producción, en vestuario, en dirección de arte… Acabé teniendo claro que quería formar parte de esa gran familia que se crea para hacer realidad una película.
- ¿Fue fácil conseguirlo?
- No quiero ni pensar cómo debía ser antes eso de llegar a una ciudad desconocida para abrirte camino poco a poco en esta profesión. En mi caso, me dediqué a llamar a puertas y pedir y pedir. Pero no pedir de suplicar, sino de llegar a los sitios y decir que quería trabajar en aquello, sin tener ningún miedo a expresarlo. Hice anuncios, cortos, figuraciones, trabajé de asistente de producción y dirección… Hasta que un buen día llega esa oportunidad que te abre las puertas.
- ¿Esa oportunidad fue Hermosa juventud, la película de Jaime Rosales?
- Sí, claro. Antes había hecho una película independiente y una serie argentina, llevaba ya tiempito trabajando, pero con Hermosa juventud la industria por fin empezó a ponerme nombre y cara. Después vinieron las nominaciones y esa parte más festiva que ha hecho posible que hoy esté aquí. Sin aquella peli no sería la actriz ni la persona que soy ahora. Me cambió. Me hizo sentir segura de lo que quería y de hacia dónde iba.
- ¿A partir de ese momento ya sí se consideró actriz?
- Me ha costado mucho decirlo por el enorme respeto que tengo a esa palabra y a la profesión. Además, recuerdo que en aquellos años no me sentía preparada ni creía que lo hiciera bien, no era dueña de mi trabajo como lo soy en este momento. Había mucho de “a ver si me sale bien esta escena” y “a ver si se alinean los planetas y esta peli funciona…”.
- ¿Ya no tiene esa sensación?
- Ya sé lo que tengo que hacer para que las cosas salgan bien. Está más en mis manos que antes. Aún me siento una actriz en formación, pero hoy me relaciono de otra forma con el síndrome de la impostora. Soy consciente de lo mucho que influye la suerte en este trabajo, que hay muchísima gente con el mismo o más talento que yo y que no tiene las oportunidades que he disfrutado, pero desde hace unos años me digo: “Si soy una impostora, en vez de estar asustada, disfrutaré hasta que me pillen”. Siento que me he colado en una fiesta para la que no tenía invitación, pero mientras no se den cuenta, le echaré morro y me lo pasaré bomba.
- ¿Se siente realmente una impostora?
- En mi caso, tiene mucho que ver con los estereotipos que me han acompañado toda la vida. Soy la sueca que creció en Sevilla, la niña responsable que sacaba buejnas notas en el colegio… Quitarme eso de encima me ha costado mucho, pero luego está además el cliché de la profesión: ser mujer rubia de ojos azules hace que transmita esa imagen de extranjera con la que he tenido que pelear. Pero hoy tengo claro que no necesito ser la gran dama del teatro para dedicarme a esto, simplemente limitarme a ser yo misma. Estoy en ello.
- ¿Su físico ha condicionado su carrera?
- Me ha abierto algunas puertas, pero me ha cerrado otras. Evidentemente, Hollywood no vendrá a buscarme para un papel latino. Todos mis compañeros hicieron pruebas para Narcos y a mí no me llamaron. Pero no puedo trabajar sin mi cuerpo: es el que tengo y estoy agradecida por tenerlo. Solo puedo trabajar y esforzarme para que mi oficio acabe teniendo más importancia que la imagen que transmito. No busco salir guapa, sino mostrar la verdad de los personajes, porque la belleza está justamente ahí, no en mi aspecto físico.
- ¿Y eso cómo se logra?
- Trabajando y formándome. A eso le doy mucha importancia. Cuando llegué de Sevilla traía una preparación muy básica, pero desde entonces no he parado: he estudiado con multitud de profesores, en función de lo que consideraba que me hacía más o menos falta. Mi formación es poco ortodoxa, pero me funciona. Me encanta hacer cursos. En los rodajes no siempre puedes expresarte con libertad, pero las clases son para jugar, probar y equivocarte sin miedo. Siempre que hago un curro que no me deja contenta termino diciéndome: “He de volver a clase”. Es como reactivar el instrumento. En clase me quito la espinita de las escenas que no me salieron como me habría gustado y me sitúo de nuevo en la idea de que llevo dentro algo que he de expresar.
- Lleva más de una década trabajando.
- Aunque he vivido épocas de vacío. Sé lo que es estar más de un año sin hacer nada. En esos momentos procuro ir a clase, viajar, ver a la familia y pensar proyectos míos, por si consigo sacar alguno adelante. Y trato de hermanarme con la idea de que, si no vuelven a llamarme, pues ya está, me han pillado, ya me dedicaré a otra cosa, espero que dentro del mundo cinematográfico. Pero esta es una relación de amor que depende de dos, no solo de mí.
- ¿Realmente convive con la posibilidad de que su carrera se termine?
- Sin ir más lejos, el año pasado no conseguí trabajo aquí. Tuve que buscarme la vida fuera de España. Ahora tengo también un agente escandinavo, y los últimos curros me vinieron por ahí. Si solo dependiera de la industria española, llevaría ya un año sin trabajo. Desde que empecé me he sentido muy bien acogida. Esa cosa competitiva que suelen contar de esta profesión nunca la he vivido, quizá porque siempre pensé que este es un oficio colaborativo. Pero hay montones de actrices de mi edad con talento y los papeles no llegan para todas, habrá que repartir el curro.
- ¿Dirigir el documental Nómadas formaba parte de ese plan alternativo?
- Me apetecía mucho dirigir y ver si era capaz. Reconozco que la figura del director a veces me causa conflicto y me pregunto cómo realizaría yo la escena. Cuando me llegó el encargo, no lo dudé. Dirigir me ha permitido ver las cosas desde el otro lado. Me ha gustado la experiencia, espero repetirla pronto con algo más mío.
- Lo que tiene claro es que no quiere ser “actriz influencer”, como ha dicho en alguna ocasión. ¿Qué opina de quienes eligen ese camino?
- Me parece perfecto, es una fuente de ingresos loable, alguna vez he hecho colaboraciones con marcas, pero ese trabajo no tiene nada que ver con la actuación. Si empezara a ganarme la vida como anunciante, perdería el hambre de ser actriz. También pienso que, si la gente te conoce demasiado y te ve continuamente en el móvil, la tele y las redes, les resultará más difícil creerse el personaje que haces y terminarán yendo al cine a verte por el cotilleo, no a transformarse con la película. A mí eso no me interesa.
- ¿Por eso es poco activa en las redes?
- Sí. Y porque descubrí que no me hacían bien. No podía evitar compararme y fijarme en quién estaba trabajando y quién no. Curiosamente, solo sale la gente a la que le va muy bien. Descubrí que las redes no me divertían, que me generaban ansiedad, así que ya dejé de jugar a ese juego. Sigo usándolas con enfoque más profesional, pero procuro no estar pendiente de ellas.
- Al final, ¿diría que va venciendo en su batalla contra los clichés?
- He conseguido acabar con muchos, pero surgen otros. Al menos, son diferentes. Ahora que voy mucho a La Resistencia, circula esa imagen alocada y cómica de mí. Dirigir Nómadas me ha servido para que vean que también puedo desarrollar proyectos serios. A veces la gente piensa que estoy más en las nubes de lo que realmente estoy. Desde la pandemia he decidido dinamitarlo todo y preocuparme menos. Lo que tengo claro es que acerté cuando dejé Arquitectura por este oficio. Cada vez que termino una escena perfecta en el set de rodaje o en un escenario y vuelvo a la realidad, me digo: “Solo por este momento ya ha merecido la pena este viaje”.