Irene Escolar
“Cuando he jugado de la manera más loca y atrevida ha sido cuando más he disfrutado”
Es el enésimo eslabón de una saga de actores y actrices y parecía predestinada al oficio. A la genética se unió la fascinación. Con 10 años debutó en el teatro y ese es el norte de su brújula artística, aunque tiene un Goya y papeles destacados hablan de su talento en televisión. Se resigna a la exposición porque siempre le queda el refugio mágico que es para ella la sala de ensayos
JUAN FERNÁNDEZ
FOTOS: SHARON LÓPEZ
No es Irene Escolar (Madrid, 1988) actriz de respuestas rápidas, salidas del paso ni apelaciones a lugares comunes cuando habla de los asuntos del trabajo. Quizá porque participa de una veneración muy pura y ancestral hacia su oficio, en la que la vocación se confunde con el peso de la estirpe. La sola mención del ejercicio interpretativo hace que el rictus se le ponga serio, la respiración se le vuelva profunda y la conversación se le llene de silencios reflexivos. Su palabra más recurrente es ‘conciencia’. Habla de trabajar con conciencia o de tomar conciencia de las cosas que pasan como quien desvela los secretos mejor guardados de un arte al que lleva dedicándose en cuerpo y alma desde antes incluso de tener eso, conciencia.
Contar con un árbol genealógico plagado de nombres propios de la interpretación y el negocio escénico puede hacer que una actriz acabe perdiéndose por las ramas o que la aplaste el peso de estas. No ha sido el caso de Escolar, que ha encontrado su camino a base de intuición, atrevimiento y compromiso. Lo demuestra en la tele –inolvidables su Juana de Castilla en Isabel, su Amelia Garayoa en Dime quién soy o el original Escenario 0 que montó durante la pandemia junto a Bárbara Lennie– y el cine –desde su debut en la gran pantalla a los 14 años ha participado en 19 películas y ha ganado un Goya por Un otoño sin Berlín–. Pero ha sido en el teatro, ese jardín privado al que necesita volver cada poco tiempo “para seguir jugando”, donde más y mejor ha desarrollado su instinto explorador. Sus interpretaciones en montajes como El público, Vania, Hermanas o Mammón, por citar solo algunos, son el testimonio de esta actriz en permanente estado de búsqueda.
2022 está siendo fecundo para ella en esa estrategia. En el filme Tenéis que venir a verla experimenta nuevas formas de aproximarse al celuloide a las órdenes de Jonás Trueba. Y este otoño, en la obra Finlandia, continuará recorriendo pasadizos escondidos de los escenarios de la mano de Pascal Rambert, su director de escena fetiche. Ante ustedes tienen a alguien que se toma el juego muy en serio.
– Su labor en Un otoño sin Berlín concentró sobre usted la atención mediática y de la profesión en 2015. Le llovieron aplausos, premios y muestras de admiración. ¿Cómo recuerda aquel momento y lo que ha venido después?
– Es curioso. Los recuerdos anteriores a aquel año los tengo asociados a la alegría de vivir. Desde la inconsciencia que se tiene en la juventud, sentía que tenía que hacerlo todo, vivirlo todo, bebérmelo todo… Con el tiempo he tomado conciencia de lo complejo que es este oficio y del esfuerzo y sacrificio que hay tras cada trabajo. He entendido que no hay que dar las cosas por hechas y que debo estar agradecida por todo lo que me ha pasado. Me siento muy afortunada, y eso me hace afrontar mi trabajo cada vez con más humildad. Hace siete años tenía prisa, me urgía mostrar. Ya no siento esa necesidad. Tengo muchas ganas de seguir probando, pero tranquilamente, desde otro sitio, lúdicamente. La ambición está colocada en un lugar más sano y más calmado, y me gusta esta sensación.
– ¿Qué ha aprendido de la profesión que desconocía hace siete años?
– Que este trabajo consiste en escuchar. Antes vivía el trabajo desde la excitación. Quería ir siempre por delante de las cosas. En estos años me he dado cuenta de que este oficio va precisamente de lo contrario: va de dar un paso atrás, observar y escuchar al otro desde la calma, de entender al director o directora que quiere contar una historia que tú has de hacer realidad con tu cuerpo, tu voz y tu mirada. He descubierto que los trabajos salen más afinados si haces ese ejercicio.
– Debutó en el teatro a los 10 años. Hoy tiene 33. ¿Solo 33 o ya 33?
– Siento que solo tengo 33 años, que me queda mucho por descubrir, que lo mejor está todavía por llegar. Este es un trabajo inestable en lo laboral y lo emocional. Hay etapas en las que no sabes bien por dónde tirar. Las he vivido, pero siempre, incluso en esos momentos, he tenido la sensación de que aún no había llegado al sitio al que quería llegar. Sigo teniendo ese latido, por eso sigo buscando. Recientemente leí una frase de John Cassavetes que me gustó: “Para coger la pelota, primero tienes que querer cogerla”. Pues yo quiero coger la pelota. Lo tengo clarísimo. Tras todos estos años tengo intactas la curiosidad y las ganas de probar, aprender y hacer.
– ¿Cómo gestiona esos momentos de no saber por dónde tirar?
– No hay manuales para eso. Cada uno hace lo que puede. Estar en la cuerda floja en todo momento es precisamente lo que te hace sentir viva. En mi caso, el entusiasmo y la curiosidad han sido más fuertes que las dudas. Ayuda mucho rodearte de personas sanas, estar lo más equilibrada posible en tu vida íntima y preguntarte de vez en cuando por qué decidiste dedicarte a esto, acudir al motor que te conecta con esta aventura.
– ¿Qué se responde cuando se hace esa pregunta?
– Me encanta escuchar las historias de actores y actrices que no tienen ninguna vinculación familiar con este oficio porque me parece realmente admirable que hayan tomado la decisión de vivir esta aventura sin contar con referencias anteriores. Yo estaba tan próxima a esta profesión, tan rodeada de personas relacionadas con ella durante tantas generaciones, que parecía que me tocara ser una más.
– ¿Tiene esa sensación?
– A veces pienso que no he podido huir de mi destino, pero al rememorar mi infancia rodeada de pelucas, bigotes postizos y disfraces, entiendo que quisiera quedarme a vivir en ese mundo. Todos hemos sido niños y hemos sentido ese deseo de jugar a ser otros, esas ganas de disfrute. Recuerdo que aquello era demasiado divertido, había tanta fascinación que no renunciaría a ello. Quise quedarme a vivir en ese mundo de fantasía y juego; ni siquiera tuve que decirlo ni decidirlo. Simplemente me quedé.
– ¿El arte se lleva en los genes o eso es literatura?
– No lo sé. Sí creo que tiene relación con todo lo que ves de niño y con la energía que recibes en esa fase de tu vida. Por eso me fascinan las historias de los compañeros que, de repente, al salir del cine o del teatro o tras leer un libro, decidieron que querían ser intérpretes. ¿Qué sintieron ese día iniciático? Porque yo no tuve un día, tuve mil. He hablado del camerino de mi abuela y de lo que significó para mí crecer en ese entorno, pero mi momento decisivo fue empezar la búsqueda de mi propio camino. Y de eso sí conservo recuerdos claros.
– Cuénteme alguno.
– Mis padres se dedican al cine y de pequeña pasé más días en los sets de rodaje que en los escenarios. Pero el teatro es otro mundo, tiene otro recorrido. Mi camino, el lugar hacia el que quería dirigirme, lo vi claro después de trabajar con Àlex Rigola y asistir a la Bienal de Teatro de Venecia. A partir de ese momento hice un montón de talleres y conocí a muchos artistas jóvenes, gente de mi misma generación de toda Europa que entendía el lenguaje teatral de otra manera. Tengo claro que mi vida artística comienza en ese punto, y me gusta remarcarlo. Atrás quedaba el pasado, mi familia, los trabajos que hice antes…
– ¿Necesitaba liberarse de sus apellidos?
– Nunca he sentido esa necesidad de liberación porque jamás me he sentido presa de mi familia. Inconscientemente, desde muy joven, supe que debía ponerme a buscar mi propio sitio. No me metí demasiada presión para encontrarlo, pero sí voluntad y decisión. Desde los 17 años, como una hormiguita, ya fui eligiendo ciertos talleres, me animé a apuntarme a ciertas audiciones… Es evidente que en mi familia tengo referentes muy inspiradores de los que nunca renegaré. Los admiro absolutamente y los siento como una especie de red o fuerza interna que siempre va a estar ahí. Pero tenía claro que solo yo podía encontrar mi manera de estar en esta profesión.
– Ha tocado todos los palos, pero ha hecho sobre todo teatro. ¿Eso ha sido también una decisión consciente o es que la cosa vino así?
– Es cierto que en los escenarios he tenido la oportunidad de hacer cosas muy diferentes con gente muy diversa de la que he aprendido muchísimo. Y confío en que siga así. El teatro vivirá siempre en mí y yo viviré siempre en él, no me imagino lejos de los escenarios ni lo deseo. Hace mucho tiempo que no paso más de un año sin hacer teatro ¡y ya me parece una barbaridad! Pero me apetece hacer cine y televisión y seguir experimentando en los sets de rodaje. Tengo tanto por descubrir…
– Y si en el camino toca ejercer de productora, se ejerce de productora, como hizo en Escenario 0. ¿Cómo recuerda la experiencia?
– Ese está entre los trabajos de los que más orgullosa me siento. Por el momento tan especial en que lo sacamos adelante, en plena pandemia; por cómo desarrollamos la idea Bárbara Lennie y yo, tomando decisiones creativas por Zoom durante el confinamiento; porque el proyecto aunaba teatro, cine y televisión, que son territorios que adoramos; y por las dificultades que entrañó. Jamás diría que soy productora, porque a través de mi familia sé lo complicado que es ese trabajo, pero en aquellos meses aprendí mucho de producción haciendo Escenario 0. Creo que nunca he trabajado tanto y que soy una actriz diferente tras esa experiencia porque he tomado conciencia de lo complejo que es poner en pie un proyecto.
– A esas complejidades del trabajo se suma, en el caso de la actuación, el hecho de que se vea sometido al escrutinio público. ¿Cómo se relaciona con la dimensión pública y mediática de su profesión?
– Cada vez tengo más claro que soy verdaderamente feliz en una sala de ensayo, sea para montar una obra de teatro o para preparar una película o serie. Lo que ocurre en ese espacio con un equipo reducido de personas, sin que se entere nadie más que los que estamos allí, es para mí el momento más mágico de este trabajo. Lo que más me interesa. Soy consciente de que el escaparate forma parte de este negocio y de lo importante que resulta que la gente vea tu labor, pero mi foco no está puesto en eso, sino en lo otro. Tanta exposición ha llegado a parecerme a veces hostil. Me causa ansiedad que sea más importante contar las cosas que vivirlas. Dentro de muchos años, cuando eche la vista atrás, no recordaré este aplauso o el otro, sino la emoción que viví con aquel equipo mientras preparaba aquella función en aquel local de ensayo. Los éxitos y los fracasos se los lleva el viento, pero los encuentros personales dejan huella para siempre.
– A estas alturas, ¿esto continúa siendo un juego o se ha convertido en otra cosa?
– Lo es. Sin duda. Y me niego a dejar de entenderlo así. El castellano es el único idioma en el que este trabajo no significa jugar. En inglés es to play, en francés es jouer. En castellano, en cambio, es interpretar, pero para mí consiste es observar, dejar a un lado la vergüenza y los prejuicios y jugar absolutamente y sin miedo. Cuando he jugado de la manera más loca y atrevida ha sido cuando más he disfrutado, como me pasó mientras hacía Mammón con Nao Albet y Marcel Borràs o Hermanas con Pascal Rambert. O ahora en Finlandia. Al preparar esta función he sentido algunos días que atravesaba el fuego, pero qué gusto poder vivir algo así y pensar que después de esto voy a ser capaz de hacer cualquier cosa. Así que sigamos jugando y a ver qué pasa. Sin miedo.