twitter instagram facebook
Versión imprimir
26-09-2019


“La crítica es un impacto directo al pecho porque mi instrumento de trabajo soy yo misma”

 

De fabricar neveras en Fagor a arrasar primero en el País Vasco con ‘Goenkale’ y luego alrededor del mundo con ‘La casa de papel’. Es el avance exponencial de una Itziar Ituño alérgica a la idolatría, que recibió el Premio AISGE a la Interpretación Destacada en el FesTVal de Vitoria  

 

JUAN SANGUINO

REPORTAJE GRÁFICO: FESTVAL

Tres personas interrumpen durante esta entrevista a Itziar Ituño para pedirle una foto, un autógrafo, un saludo o las tres cosas. La actriz acaba de recoger en el FesTVal de Vitoria el Premio AISGE y ninguno de esos admiradores se imagina que es tan tímida que a veces en la escuela de teatro cogía la mochila y se largaba. Pero siempre volvía. “Es que soy muy cabezona y la interpretación me ayudó a perder la vergüenza en la calle”, recuerda. Cuando soñaba con ser actriz en Basauri (Bizkaia) su aspiración era simplemente ganarse la vida con su oficio, no llegar a ser una de las mujeres más famosas de España. Pero en esas está y, como ha hecho con todos los retos que le han llegado, acabará sacándolo adelante. Como sea. A veces a la primera, otras veces a la segunda, pero siempre adelante.

– ¿Cómo logró hacer la transición hacia la interpretación profesional?

– El primer día de universidad nos dijeron que de ahí nadie saldría con trabajo. Y así fue. Me puse a fabricar neveras en Fagor, pero seguía haciendo cortos y teatro, hasta que un día me llamaron para un casting de la serie Goenkale en la ETB. No me cogieron… pero después me llamaron para otro personaje.

– ¿Le cambió la vida al trabajar en un fenómeno tan popular en el País Vasco?

– Yo todavía estaba estudiando euskera, así que me puse nerviosa porque no controlaba del todo el idioma. La serie era un trabajo muy intenso pero muy cómodo: salíamos a las tres y nos podíamos ir a hacer teatro. En aquella época no te ponían problema para compaginar; en la actualidad casi debes pedir permiso.

– ¿Cómo construyó un personaje tan emocional como el de Loreak?

– El personaje de Lourdes no tenía nada que ver conmigo, ella todo lo siente hacia adentro, es muy contenida. Me hicieron tres pruebas porque no sabían bien a quién estaban buscando, y después de que me cogieran hicimos muchos ensayos, pero el carácter de Lourdes todavía no estaba concretado. Y de repente la encontré en una amiga, cuyo nombre no diré porque ella no lo sabe, así que empecé a observarla y a inspirarme en ella. Así la encontré.

– ¿Los castings son tan duros como parecen?

– El peor fue uno para la película Visionarios. Tenía cinco frases y se me olvidó una por los nervios. Te enfrentas a alguien que no sabes bien qué busca o qué quiere de ti. A veces te ayudan y otras te lo ponen difícil. Creo que los castings, como los exámenes de la universidad, no son la mejor manera de evaluar a un actor. Es mejor tomarse un café.

– ¿Y le ha pasado que un director saque tiempo para tomarse un café con usted?

– Ahora sí.



– ¿Y cómo llegó a La casa de papel?

– Yo había hecho con Eva [Leira] y Yolanda [Serrano] una prueba para El guardián invisible porque me habían visto en Lasa y Zabala. Solamente. Así que les mandé una copia de Loreak, ya que en esa película tenía más arco. Hice tres castings para El guardián…, pero no hubo suerte.

– ¿Cómo convive con el rechazo?

– Es un impacto directo al pecho porque mi instrumento de trabajo soy yo misma. Si pintas un cuadro, las críticas serán al cuadro, aunque te reboten a ti. Pero cuando critican tu interpretación, son tus gestos, es tu voz, es tu manera de expresar sentimientos. Es tu identidad. El golpe va directo a ti.

– ¿Y no se hace callo?

– Sí se hace callo, un poco. Te tomas un vinito o un café con una amiga y haces terapia. Te dicen eso de “ya te tendremos en cuenta”, la típica frase…

– Pero al final la tuvieron en cuenta.

– Sí. Me ofrecieron La casa de papel, pero yo no me quería ir a vivir a Madrid ocho meses, así que fui al casting tan tranquila que les gusté un montón. Cuando vas sin expectativas y relajada salen las cosas. Ellas lo tuvieron tan claro que me entró vértigo y les dije que me lo pensaría. Como mi madre me dijo que hay aviones que no vuelven si los pierdes, me leí el guion del capítulo piloto y me fui para Madrid con todo el miedo.

– ¿Cómo descubrió que, tras su cancelación en Antena 3, la serie arrasaba imparable en Netflix?

– Yo ya sabía que aquello tenía un principio y un final, esa fase de mi vida acabó y pasé a otra cosa. De pronto, un día mis seguidores en Instagram empezaron a crecer de mil en mil, pregunté en el grupo de WhatsApp que tengo con los compañeros y me contaron que era un pelotazo en Netflix.



– ¿Cómo gestiona eso de que se le acerquen desconocidos constantemente?

– Es rarísimo. Lo he encajado en mi vida como bien he sabido, porque nadie te da un curso para prepararte. Yo intento tratar a la gente de tú a tú, lo de la idolatría no va conmigo. Que admiren tanto tu trabajo es algo que te llena muchísimo, pero que te idolatren o piensen que eres tu personaje es como no ver a la persona. Tiene un poco de mono de feria, a juzgar por cómo viene alguna gente a sacarse una foto solo para enseñársela a sus colegas. Pero otros vienen a darte un abrazo y te ponen los pelos de punta.

– Jake Gyllenhaal lamentó que muchos admiradores estén más interesados en un selfi que en charlar con él.

– Solo quieren instrumentalizar tu imagen, es hueco y aburrido, te puede llegar a poner de mala hostia cuando llevas cien. Mi trabajo es público, pero a veces no me pilla bien, así que en esos casos les digo: “No me voy a hacer una foto, pero si quieres, te doy dos besos y un abrazo”. Y lo entienden. No he tenido ningún problema.

– ¿Le queda tiempo para cantar en su grupo, Ingot?

– Eso es a un nivel muy pequeñito, muy humilde.

– Pues muchos artículos sobre usted cuentan eso de “es además cantante de rock”.

– Se sobredimensiona un montón, es surrealista. Roquera es Luz Casal; yo solo me lo paso bien. Lo de cantar me ha caído un poco de rebote.



– ¿Ve sus trabajos?

– El curro lo veo siempre con ojo clínico. Viene bien para limpiar gestos parásitos, para neutralizar, para estar pendiente. Pero a algunos directores no les gusta que sus actores se autodirijan, y también se aprende mucho dejándote en manos de la visión de fuera.

– ¿El ego viene mal?

– Hay que defender la parte creativa porque los actores no tenemos que ser marionetas. Hay que proponer, pero sabiendo que la visión externa no la tienes tú, que el responsable de llevar el barco a puerto es el director.

– ¿Cuál es la escena que más le ha costado llevar a puerto?

– Hay algunas que requieren que atravieses un camino, y cuando tengo que impostarlo, lo corto. Porque si no estoy, no estoy. En el último capítulo de la segunda parte de La casa de papel, cuando estoy colgada, es de las escenas más difíciles que recuerdo: había amor, decepción, odio, tensión sexual y engaño. No podía dar más, saqué todo lo que tenía.

– En la calle todo el mundo está hablando sobre las nuevas elecciones de noviembre, ¿qué vamos a hacer con estos políticos?

– Creo que no saben escuchar a los ciudadanos. Los votantes les han prestado el poder, no se lo han dado, y muchos políticos se comportan como si el poder fuese suyo.

Versión imprimir