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18-01-2018

Javier Botet
 
El cómico larguirucho que da mucho miedo
 
Su pasión por el cine y un físico moldeado por el síndrome de Marfan han convertido a este manchego en el intérprete más solicitado para producciones de cine fantástico en Hollywood
 
PEDRO PÉREZ HINOJOS
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Quién le iba a decir a aquel niño que se rompió la clavícula imitando a Supermán saltando desde el sofá de su casa; que no podía dejar de ver El resplandor aunque paraba el vídeo una y otra vez de puro miedo; o que vivió como una epifanía la experiencia de ver en una sala de cine El retorno del Jedi (“miraba alrededor y me preguntaba, ¿estarán viendo lo mismo que yo?”); que un día no solo cumpliría su sueño de hacer películas de cine de terror y ciencia ficción, sino que incluso se lo rifarían en la Meca del séptimo arte para dar vida a la más espantosa cofradía de alienígenas, bestias infernales y sádicos fantasmas.  Porque eso es exactamente lo que le está sucediendo al hoy adulto Javier Botet (Ciudad Real, 1977), que se prepara para un 2018 aún más frenético, convertido por derecho propio en nuestro actor más internacional.
 
   Que sus facciones apenas sean reconocibles entre los maquillajes de pesadilla, el pesado e incómodo vestuario y el remate de los efectos digitales, no representa para él ningún desdoro. Aunque su peculiar físico, el de un sonriente árbol humano de dos metros de altura, apenas 60 kilos y largas y gráciles extremidades, fruto del síndrome de Marfan que padece pero que no le supone ninguna limitación, no es más que un atributo extraordinario en su naturaleza de actor. “Lo que hace verdaderamente especial a mi silueta es mi capacidad para moverme y para aportar acción dramática, no la silueta en sí”, aclara.
 
 

 
 
   Las criaturas que fabricaba con el papel de aluminio del bocata o los cuadernos repletos de dibujos y bocetos fueron las vías de escape para su fuego creativo. “En mi familia no hay antecedentes artísticos, pero mis padres tenían claro que acabaría dedicándome a la creación de algún modo”, explica el actor. Y tras una niñez de constantes mudanzas con la familia por ciudades de La Mancha y Andalucía, se le entreabrieron las puertas de sus sueños y proyectos cuando finalizó los estudios de Bellas Artes y se estableció en Madrid para trabajar como ilustrador en una editorial.
 
   Con un grupo de amigos empezó a rodar sus primeros cortos artesanales, dando rienda suelta a su otro don natural: la vis cómica. Y un curso de efectos especiales impartido por Pedro Rodríguez, uno de los maestros españoles en la especialidad, le colocó en la vereda hacia el éxito. “Ahí fui consciente de que, con mis rasgos físicos, mi flexibilidad y una buena caracterización, podía dar vida a cualquier personaje de terror o de ciencia ficción, y así me llegó la primera oportunidad (un humanoide en Bajo aguas tranquilas de Brian Yuzna, en 2005) y con ayuda de los maquilladores, que siempre han sido mis mejores aliados, empezaron a caer papeles”.
 
 

 
 
   Le guarda un aprecio especial a los que les dio Álex de la Iglesia para capítulos de la serie Pluton B.RB. Nero (2009) o La chispa de la vida (2010) y Balada triste de trompeta (2011), “porque he aprendido mucho a su lado y establecimos una complicidad que proseguirá en el futuro para nuevos proyectos”. Pero fue la interpretación de la terrorífica niña Medeiros en la taquillera REC (2007), todo un clásico ya del terror patrio, la que le catapultó al mercado del cine fantástico internacional, que tuvo su confirmación internacional con Mamá (2013), del argentino Andrés Muschietti.
 
   Y con este último cineasta acaba de rematar la mejor temporada de su vida profesional dando vida al leproso de It, que se suma a sus participaciones en Alien: Covenant, Expediente Warren: The Conjuring o La momia. “De todas estas películas hay una lección que aprendí pronto”, revela. “He de preocuparme de hacer mi parte lo mejor posible, que es la que controlo, y no albergar grandes expectativas sobre el resto…”.
 
Llámame, Tim Burton
Sin apartarse de esa enseñanza afronta un porvenir inmediato con más propuestas de las que seguramente podrá asumir; todas además norteamericanas o británicas. Alguna puede que incluya cumplir el sueño de encarnar a uno de los monstruos clásicos del cine, un lujo que hasta ahora solo se ha permitido dar en teatro dando vida a la criatura de Shelley con Frankenstein o el moderno Prometeo (2010). También cuenta con ponerse tras la cámara, una faceta en la que, además de sus cortos de joven, ya se fogueó en la película coral Al final todos mueren (2013). Y pronostica que en algún momento trabajará con su admirado Tim Burton, que ya le hizo una prueba para su versión de Dumbo. “Estamos condenados a encontrarnos. Desde que vi hace años sus dibujos y bocetos, todos llenos de figuras largas y estilizadas, supe que era su hombre”.
 
 

 
 
   Lo que no teme de ninguna manera es que le encasillen. Reconoce que es complicado desmarcarse de un físico tan especial como que el moldeó el Marfan, un síndrome del que no desea hablar al menos por un tiempo, “ya que mi vida siempre ha estado bastante normalizada y durante años se me ha vinculado con él pero yo quiero que se valore solo mi carrera como actor”.
 
   Tratará en todo caso de seguir el ejemplo del célebre Christopher Lee y estar presente en el mayor número de películas posible, por pequeño que sea el papel. “Repasas su carreras y compruebas que tiene más de 400 películas, aunque solo en muy pocas fue protagonista. Y eso es maravilloso, es darle la vida al cine. Yo quiero ser así”, sentencia Javier Botet, que por encima de todo tiene clara la actitud a seguir: “Me tomo cada película como una fiesta o como un juego. Y yo quiero que me inviten a jugar”. Especialmente ahora que es capaz de volar sin miedo a romperse un hueso.
 
 
 

 
 
“Siempre me ha gustado asustar”
 
Una película que le dé miedo.
De niño lo pasé fatal viendo El resplandor. Y también con El Exorcista, Pesadilla en Elm Street, El Ente… Ahora no me da miedo ninguna. Y mira que lo intento. Me las pongo solo en casa, a oscuras, y nada.
 
¿Ha asustado a mucha gente sin querer?
Pues sí. A lo mejor, saliendo de un baño en un bar o de un ascensor, y encontrarse conmigo de frente… Pero he asustado mucho más queriendo. Siempre me ha gustado mucho. De pequeño a mis hermanos los tenía fritos en casa.
 
¿Terror psicológico o gore?
Como espectador, el psicológico. Ese es el difícil, el que te estremece solo sugiriendo.
 
¿Frankenstein o Pennywise?
Sería una mezcla. Mi lado humano tiene mucho que ver con Frankenstein, pero siempre he sido un poco cabrón [risas].
 
¿Sueño o pesadilla?
Llevo toda la vida soñando y lo veo como una parte de mi trabajo. Vivo en el mundo de los sueños.
 
¿Qué le da miedo de verdad?
Hace algunas años viví una fase hipocondriaca, absurda, en la que me obsesioné con la muerte. Pero lo superé y cuando le pierdes el miedo a eso, ya no tienes miedo a nada. En todo caso tengo miedo al sufrimiento, o más aún, a la apatía. A perder la pasión por las cosas. Que todo te dé igual también puede ser peligroso.
 
 

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