Javier Cámara, el amigo que todos queremos
TITO ANTÓN
Hubo un tiempo en que los cabezones se le resistían al gran actor riojano, como si su abrumadora presencia en comedias y dramas del más variado pelaje y condición no fuera argumento suficiente para seducir a los académicos a la hora de emitir sus votos. Todo cambió hace un par de años gracias a Vivir es fácil con los ojos cerrados y se ha refrendado esta temporada con la estatuilla de Truman, un reconocimiento en el que eran unánimes todas las quinielas. Pero una cosa son los pronósticos y otra, la percepción de quien se encuentra a las puertas de un galardón tan codiciado y aún no tiene la certeza de si se materializará. “Llevaba toda la tarde nervioso, me hacía muchísima ilusión”, se sinceró Cámara. Y añadió, en referencia a su imprescindible compañero de andanzas fílmicas: “Soy un privilegiado porque he compartido cada plano y cada mirada con un actor tan excelso como Ricardo Darín”.
Más de una vez ha desvelado Javier Cámara que el argumento de partida en Truman, los últimos meses de un hombre al que le diagnostican un cáncer terminal, daba “cierto miedo” a los potenciales espectadores del filme. Al final, la cinta de Cesc Gay se convierte en un hermoso alegato a la vida y, por encima de todo, a la amistad. El hombre al que vimos en Torrente, el brazo tonto de la ley, Hable con ella, Torremolinos 73, Fuera de carta o La vida secreta de las palabras, títulos todos con los que acarició el Goya sin conquistarlo, se ha convertido en un referente casi icónico, en el amigo que todos queremos. Pero el camino no ha sido sencillo. “Hace 30 años”, confesó en la gala, “trabajaba en el campo con mi padre, no tenía sueños, no sabía qué hacer. Les doy las gracias a todos esos grandes actores de reparto que nos aleccionan, nos acarician y nos acompañan en cada plano”. Fue un homenaje a los secundarios que recordó al que el año pasado les brindó Javier Gutiérrez durante la avalancha de estatuillas que jalonaron su papel en La isla mínima.