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07-11-2019

Grandes directores


 Javier Fesser

“Nada interesante se consigue por la vía rápida. La calidad es directamente proporcional a las ganas que pones” 


 

18 meses, tres millones de espectadores y 20 millones de euros son las cifras de ‘Campeones’, cuyo director ya anda rodando de nuevo. Y parece haberle cogido el gustillo a trabajar junto a actores con discapacidad intelectual: su séptimo largo también tiene un elenco especial



JAVIER OLIVARES LEÓN

Fotografías: Kike Para

Si continúa a este ritmo el cambio climático, Javier Fesser conocerá Islandia cuando sea un secarral. Acaba otro año –y la década– y el cineasta sigue sin pisar la isla, una de sus utopías viajeras. Y la culpa del perenne aplazamiento, siempre, es del trabajo. El director de Campeones comenzó a rodar a mediados de septiembre Historias lamentables, su séptimo largometraje. Son cuatro tramas independientes en las que participan también actores y actrices con discapacidad, en ese género que se ha dado en llamar “narrativa inclusiva”, del que Fesser es más que un pionero. La ha escrito junto a Claro García, que ya trabajó con él en Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo, y vuelve sobre sus pasos cómicos a los tiempos de El milagro de P. Tinto. “Estamos emocionados con la idea de regresar a nuestros orígenes, a petintear un poco”, bromea. El madrileño, de 55 años, repasa su story board creativo. El paseo en bici de montaña por Los Molinos, cerca de la casa serrana que aún habita su madre a los 96 años —“la más moderna de la familia, con diferencia”—, también puede esperar. “Algún día, cuando sea sabio, tendré tiempo”, concluye.

 

— ¿Cansan los premios, los bolos, los festivales?

— Sí, mucho. Pero es mucho más agotador cuando no recibes ninguno ni nadie reclama tu presencia.


 ¿En qué o quién pensó durante el discurso de Jesús Vidal, Goya al mejor actor revelación?

— En lo desacertadas y engañosas que son las etiquetas y, en concreto, la de discapacidad intelectual. Yo, que acumulo varias incapacidades, llevo colocada la etiqueta que me define por lo que sé hacer bien y no por aquello para lo que no soy tan capaz. Definir a alguien por su discapacidad intelectual en general es tan injusto como definirme a mí como el celosillo que habla mal inglés y que juega peor al fútbol que un pato con botas de esquiar [risas]. 


 Incluso Tom Hanks se ha interesado por los derechos de la película. ¿Ha llegado a restregar la repercusión de Campeones a quienes no creyeron en la historia?

— No. Y reconozco además el derecho de cualquiera a no saber ver el potencial de un proyecto. A posteriori, a todos nos resulta fácil subirnos al carro de cualquier éxito. Además, las dudas de otros siempre te hacen reflexionar y profundizar, así que al final fortalecieron el proyecto Campeones.


— ¿Hubo momentos de desesperación durante el rodaje por la inexperiencia de los actores?

— Ni desesperación ni incertidumbre. Ilusión y emoción definen mucho mejor un proceso en el que cada día es una sorpresa, cada situación te pone a prueba como director y en el que la realidad te ofrece siempre algo mucho más valioso de lo que tú tenías planeado. Pero es evidente que hizo falta muchísima paciencia, sobre todo por parte de los nueve actores debutantes conmigo. Soy muy pesado.


— ¿Agradeció las aportaciones de los intérpretes?

— Mucho. Todos ellos incorporaron en sus personajes enormes dosis de su propia personalidad. Las frases e ideas más brillantes de la película provienen de ellos: “A mí no me tutees”; “Estoy triste, pero sonrío porque es por dentro”; “El tiempo puede pasar más deprisa, pero hay que esperar para notarlo”; “Mi novia es puta, pero está orgullosa de mí”…

 

   Fesser es padre de dos hijas –tiene otro hijo varón, Javier–, que tuvieron mucho que ver con el éxito de Campeones. “Claudia hizo un trabajo precioso como coach de los 10 actores con discapacidad, ocupándose de ellos, motivándolos, repasando textos y acciones durante las largas jornadas de rodaje”, recuerda. Formó con ellos una familia que cada día es más fuerte. “Ana formó parte del equipo de cámara como técnica de video assist, lo que me permitió tenerla siempre cerca y compartir con ella el trabajo en la trinchera. Ambas me ayudaron mucho y me hicieron sentirme más seguro”. Fesser es en la actualidad pareja de la actriz Athenea Mata, que encarna a la compañera de Javier Gutiérrez en el filme. 

 

— Es difícil oír a alguien que hable mal de Campeones.

— He escuchado cosas preciosas, y ninguna tiene que ver con su talento cinematográfico, sino más bien con su enfoque, su tono, sus personajes. Eso me produce una gran satisfacción. Por ejemplo, una madre con un niño problemático, supercompetitivo, que se frustraba con la más mínima derrota, me dijo que Campeones cambió la vida del chaval, que entendió de golpe que “ganar no era lo más importante”. Me hacen feliz los comentarios de personas con discapacidad cuando dicen que les gusta la película porque sale gente como ellos y que les gusta mucho cómo se les retrata.

 

   Javier Fesser se dedicó al cine por culpa de su hermano Alberto, que le regaló una cámara de Super 8 una Navidad. “Me pilló en primer curso de Ingeniería Naval y supuso un descubrimiento inenarrable”, rememora. Luego, aprendiendo y desarrollando la forma de contar, se dio cuenta de lo importantes que habían sido Tintín, Astérix o Mortadelo y Filemón en sus particulares conocimientos narrativos. Y en esa influencia tuvo más culpa su padre.

 

 

— En una familia numerosa de nueve hermanos, ¿qué tal recibieron sus inquietudes visuales o gráficas?

— He tenido la inmensa suerte de que a mis padres siempre les parecieron bien mis decisiones. Aunque el cine era algo absolutamente ajeno a sus vidas, sabían que detrás de mis deseos había una ilusión gigante que hacía brillar mis ojillos. Apoyo total. Nunca les agradeceré lo suficiente que no me apoyaran cuando, con 14 años, decidí con determinación abandonar el colegio para irme a trabajar a una granja con mis primos. No lo permitieron, vaya. Seguro que no me brillaban los ojos cuando se lo supliqué.


— ¿Por qué se matriculó en Ingeniería Naval?

— Desde que empecé el Bachillerato me interesaron mucho las ciencias. En concreto, la física. Siempre me vi en una carrera técnica, pero era claramente porque no me había detenido ni un minuto a pensarlo bien. Ahora puedo asegurar que mi felicidad no la iba a encontrar jamás en el cálculo infinitesimal.


— Y tras ese shock de la Super 8 cambió de facultad. 

— Y nunca aprobé Ciencias de la Imagen: me quedó por superar Narrativa de tercer curso. Y ahora, con el nuevo plan de estudios, serían cuatro las asignaturas pendientes para conseguir el título.

 

   Fesser y su amigo Luis Manso se lanzaron a crear en 1992 la productora Línea Films, germen de Películas Pendelton, con la que ha producido todas sus cintas, incluida la nonata Historias lamentables. Según el director, fue una época de transición absolutamente productiva: “En Línea Films me inflé a hacer vídeos industriales y me inicié en el mundo de la realización publicitaria. Aprendí lo que no está escrito trabajando en cargos tan variopintos como ingeniero de sonido, jefe de producción, maquinista… Hasta que me convertí en realizador”. Con Pendelton llegó al fin la apuesta por el cine, pero nunca abandonaron la publicidad. “Yo debo mucho a las películas de 20 segundos”, asegura, “les tengo un gran respeto”.

 

— ¿Qué aprendió de aquella faceta de emprendedor?

— De todos los trabajos se aprende muchísimo si los conviertes en un reto, por muy pequeños o rutinarios que puedan parecer a priori. A todo se le puede dar la vuelta, todo se puede hacer de manera correcta y en todo se puede buscar la excelencia, solo depende de la actitud de quien lo acometa. Nada interesante se consigue por la vía rápida ni por medio de atajos. La calidad de lo que haces es directamente proporcional a la energía y las ganas que pones en ello.


— ¿Cuándo se dio cuenta que los cortometrajes (Aquel ritmilloEl secdleto de la tlompeta) se le quedaban cortos?

— No recuerdo esa necesidad, si soy sincero. Para mí El milagro de P.Tinto era la oportunidad de convertir en profesión y medio de vida aquello que tanto me apasionaba: hacer cine. Ahora, sin embargo, sí reconozco esa irrefrenable necesidad de utilizar el tiempo para desarrollar cualquier buena historia como merece.


— La gran aventura de Mortadelo y Filemón que alumbró, ¿se parece al imaginario infantil de su época de tebeos bajo la almohada? 

— Todo lo que he hecho me parece imperfecto, pero nada cambiaría en lo ya terminado. De hecho, ahora mismo no sabría ni cómo hacer esa película de nuevo, me parecería imposible. La hice desde la visión que yo tenía de esos personajes, nunca tuve en cuenta ni me supuso presión alguna si iba a gustar más o menos a otros seguidores. Solo siendo fiel a mí mismo podría ser fiel también al autor original. O eso creía yo.


— ¿Cómo es hoy su relación con Francisco Ibáñez, el padre de los agentes?

— Admiro a Ibáñez. Me encantan los genios que no saben que lo son y basan su genialidad en currar todos y cada uno de los días del año. Yo sé que él está a gusto cuando se ponen sus personajes en mis manos, y eso me provoca una inmensa satisfacción.


— Una conversación con él debe de ser la monda.

— Lo más gracioso es cuando hablamos sobre Filemón, que es mi favorito y que para él, que es su padre, no es más que el acompañante de su indiscutible protagonista: Mortadelo.


— En su momento fue el segundo estreno más taquillero de la historia. Y el récord de recaudación por sala fue suyo durante muchos meses. ¿Reivindica la taquilla como barómetro de la calidad?

— La taquilla no es garantía de calidad. Por suerte o por desgracia. Puede coincidir o no, pero en muchísimos casos no lo hace.


— ¿Y los críticos? Alguno dijo que el guion no reflejaba bien el espíritu de las historietas, pero otros vieron raptos del mismísimo Woody Allen. 

— Las críticas de los expertos no me han interesado jamás. Hay en el crítico, por lo general, la necesidad de mostrarse en un nivel superior al resto de los mortales espectadores, entre los que me encuentro.



— Luego llegó Camino, sobre el Opus Dei. ¿Se vino arriba al ahondar en la investigación?

— Sin duda. El proyecto se instaló en mi cabeza en 1986, cuando no se había iniciado el proceso de beatificación [de Josemaría Escrivá de Balaguer] y cuando la oscura sombra del Opus Dei no se había aún posado en la memoria de una niña encantadora que tenía de especial ser normal y corriente.


— ¿Es cierto que muchas madres le agradecieron esa historia porque incluso se quedaba usted corto al narrar la captación de los hijos?

— Recibí la llamada de una pareja que, tras años de angustia pensando que su hija les había abandonado porque no los quería, encontraron alivio al ver Camino, al vislumbrar una explicación a la dolorosa ‘desaparición’ de su hija. Con el tiempo he conocido a tres personas que recibieron de la película la fuerza necesaria para abandonar la Obra, decisión que para todos ellos ha mejorado radicalmente su vida. Es increíble la capacidad de una película y del arte en general para cambiar las cosas. Para cambiar el mundo. Camino se hizo con amor, y el amor mueve montañas.


— ¿Es quizá el trabajo del que más orgullo siente, por su aportación más allá del cine?

— Me siento muy orgulloso de todo lo que he tenido el privilegio de escribir y dirigir. Camino es un filme muy importante para mí, me reconozco en cada uno de sus planos, pero Binta y la gran idea y Bienvenidos son cortometrajes que me han hecho sentirme realmente agradecido con mi profesión. Son películas pensadas para educar, producciones que nada tienen que ver con el dinero ni con el show business. 


— Toda su carrera está marcada por cierta inquietud experimental. ¿Qué tal fue el proceso y la acogida de la animación 3D de Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo?

— Fue como manejar un inmenso y divertidísimo juguete durante dos años. Una película de animación es un juguete con el que jugábamos casi 200 personas. Pero al final, sea de animación o de imagen real, una película acaba barajando siempre los mismos elementos: personajes, espacios, luces, emociones, miradas… y en el caso de Mortadelo, muchísimos cachiporrazos.


— ¿Fue buena la experiencia?

— No pudo ser mejor. Pero aquí va una de mis conclusiones: en animación se puede hacer todo… si tienes presupuesto. Nunca imaginé que tendría tantas facilidades y, a la vez, tantas limitaciones técnicas. Aprendí latín, sobre todo porque la hice con los mejores profesionales del sector.


— También fue pionero en efectos especiales con El milagro de P. Tinto. ¿Cuál fue su mayor aportación al género? 

— Donde hice una auténtica aportación fue en la serie para Internet Javi y Lucy, en el año 2000. En ella desarrollé la técnica del cambiazo, que luego perfeccionamos en la primera película de Mortadelo y Filemóntrabajando con muñecos réplica de los actores. También fue Javi y Lucy el origen del Notodofilmfest [un festival que promueve el formato corto], algo de lo que no puedo estar más contento.


— P. Tinto creó una jerga propia: no llegó al boom coral de Amanece, que no es poco, pero el “Burrum, burrum” hizo cofrades entre los veinteañeros.

— Pobrecillos veinteañeros…


— Sin redes sociales, el ‘boca-oreja’ conseguía lo suyo…

— Precisamente durante la postproducción de El milagro de P. Tinto envié y recibí mi primer email. Hicimos una campaña de marketing que hoy sería impensable. Hubo álbum de cromos, botellas de gaseosa y hasta regalamos polvorones con el logo serigrafiado en los envoltorios.

 

 

El sexto y el octavo 

Guillermo (59 años) y Javier Fesser (55), el sexto y el octavo de una familia numerosa de nueve hermanos, los Fesser Pérez de Petinto, no se alineaban solo para la ducha en la infancia. También se han alineado en el trabajo. Del segundo apellido surgió el primer largometraje de Javier (El milagro de P. Tinto), del que son coguionistas. “Me iría con Guillermo al fin del mundo”, confiesa el director. “Es ingenioso, rápido, brillante, positivo y, posiblemente, la persona más generosa que he conocido en toda mi vida”. Guillermo, la mitad del dúo Gomaespuma, participó también tanto en la escritura del corto El secdleto de la tlompeta como en la de La gran aventura de Mortadelo y Filemón. Incluso puso voz y movimiento a la marioneta de otro cortometraje de su hermano, Aquel ritmillo, y ejerció además como responsable de vestuario. Ahora han rodado en Filipinas un corto para Acción contra el Hambre, emparentado con los que filmaron en Senegal y los Andes. “Estamos aún montándolo”, desvela Javier. “Creo que será una película constructiva, llena de ideas inspiradoras. Sueño con que llegue a miles de colegios de todo el mundo. Con esa intención lo hemos hecho”. En sentido contrario, Javier fue coguionista de Cándida, el debut de Guillermo en el largo, inspirado en una asistenta que tuvieron en casa.

 


“Un selfi con la de ‘Campeones”

Aranda de Duero, Burgos. 10 de agosto. Durante el Sonorama, el festival de música alternativa (antes, indie) por excelencia, no solo huele a lechazo. Humo azul, pistolitas de agua y hormonas colonizan también la atmósfera de la ciudad, fuera de la campa reservada a los escenarios. A las 16 horas, con 35 grados, en la calle de la Sal, junto al agitador Café Central, la gente se arremolina a la caza del selfi. ¿Será Rafa Val, el cantante de Viva Suecia? ¿Acaso Nacho Cano ha pasado a tomarse un cachi? [litro de calimocho o cerveza]. Un cántico saca de dudas a la concurrencia: “Campeones, Campeones, oéoéoé”. En las fotos sonríe Gloria Ramos, una de las protagonistas de la película de Javier Fesser, la primera actriz con discapacidad intelectual en aspirar a un Goya. Ya ha protagonizado su nuevo trabajo, un cortometraje de tres minutos sobre Hamlet que también ha escrito. Está en su fin de semana de gloria: acaba de bajarse del escenario en la plaza principal del municipio, la del Trigo, donde ha apoyado con una performance la iniciativa Los 18, un proyecto que reivindica objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU y conmemora el inicio de la globalización con la expedición de Magallanes y Elcano. Campeones trasciende al fenómeno cinematográfico. Y a la música.

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