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22-04-2015

 
 
Javier Gutiérrez



“He perdido el miedo
a equivocarme”



Tras coprotagonizar la película del año, 'La isla mínima', y rodar la siguiente temporada de 'Águila Roja', el ferrolano se pondrá a las órdenes de Icíar Bollaín en 'El olivo'. Ya no hay quien lo pare
 
 
 
EDUARDO VALLEJO
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Parece que todo empezó en un gallinero. No en uno de los que hay en las populosas calles de la villa de Águila Roja, no, sino en el gallinero del teatro Jofre de Ferrol, un suntuoso coliseo de finales del XIX desde cuyo tercer piso un Javier Gutiérrez aún adolescente pudo ver sus primeros espectáculos, en su mayoría revistas y teatro de variedades que fascinaron al chaval. “Allí nació y creció mi afición teatral”, apunta el actor. Rosa Valenty y otras vedetes encabezaban aquellos carteles, artistas a quienes profesa “el mayor de los respetos”.
 
   Gutiérrez había nacido, un poco de casualidad, en la localidad asturiana de Luanco, pero por crianza y adopción él se considera ferrolano a todos los efectos. Hoy, 44 años después, nos citamos con él en el Anciano Rey de los Vinos, una vieja taberna madrileña casi tan antigua como el teatro donde el actor vislumbró su vocación. Después de intercambiar recetas de morcilla de Burgos con la dueña del local (es muy cocinillas, luego se lo cuenta él mismo), se lanza a hablar de cine, libros...
 

 
 
“Mi libro favorito sobre actores es Comedia con fantasmas, de Marcos Ordóñez. Bueno, ese y El viaje a ninguna parte, claro. ¿Vio La silla de Fernando? Era muy grande Fernán Gómez... Yo estoy deseando ver a Al Pacino en La sombra del actor, que está basada en otra historia sobre actores, La humillación, de Philip Roth”. Salta de una cosa a otra sin pretensiones, más bien con la avidez del niño que comparte cromos difíciles de conseguir. Con la entrega de los premios Óscar aún reciente, le preguntamos por su actuación favorita del pasado año. “Mmm... Qué difícil. Hay tantas. Pero creo que debo mencionar la de Philip Seymour Hoffman en El hombre más buscado. Es un trabajo mayúsculo. Salí del cine pensando que había visto lo último de uno de los grandes y me dio mucha pena”.
 
Su interpretación de Juan, el policía con pasado oscuro de La isla mínima, le ha reportado toda clase de premios y parabienes, culminando en el Goya. Ya se lo advirtió Javier Cámara: “Como te lo den, prepárate. Llegará un momento en que tengas que decir ‘ya’. Son insaciables”. Se refería a los medios, a los fans, etc. “Es un tsunami”, le había confirmado Antonio Resines después de que le dieran la Concha de Plata en San Sebastián. Y así fue.
 
– ¿Es muy pesada la digestión de lo que le está pasando?
– Hombre, yo tengo buen saque. Ya me ha visto [entre risas; se refiere a la conversación de la morcilla]. Ya en serio. Toda esta vorágine me ha pillado trabajando en Águila Roja, así que no soy tan consciente de ella. Está siendo una resaca muy dulce. Ha habido gran interés por parte de la prensa, y eso es muy de agradecer. Por otro lado, para un tipo de barrio como yo, el calor y el cariño de la gente en la calle es maravilloso, desarmante. Antes ya era alguien bastante reconocible, el Sátur de Águila Roja. Ahora he pasado a ser “el del Goya”
 
– ¿La promoción es la peor parte de su trabajo?
– En general no estoy cómodo en las promociones y las entrevistas, pero me queda mucho que aprender. Creo que cuando los actores americanos se encierran en una suite durante diez o doce horas para atender a la prensa, están haciendo un ejercicio de profesionalidad. Admiro eso mismo de Santiago Segura; creo que es la línea que hay que seguir para defender nuestro trabajo y sacudirnos complejos.
 
Del mar a la Mirador
– A los veinte años debutó en Madrid con la compañía ACAE, nada menos que en un ‘Marat-Sade’. Eso es empezar fuerte, nada de comedietas.
– Pues sí. Pero a ver, yo no era más que parte del coro, uno de los celadores. Tenía un papelín de nada. Allí conocí a compañeros con los que mantengo una gran relación profesional y de amistad, como Nathalie Poza.
 
– Fue en un junio de 1991 en la sala Mirador. ¿Cómo lo recuerda usted?
– Justo, en unos Veranos de la Villa. Era un montaje semiprofesional, pero interesante y lleno de entusiasmo. Tuvimos llenos absolutos. Claro que la sala era pequeña; el elenco, grande; y los familiares y amigos, legión. Había actores ya hechos y otros no teníamos experiencia alguna. Recuerdo que fue a vernos José María Pou, que había estado en el Marat-Sade de Marsillach.
 
 
 

 
 
– ¿Cómo resumiría lo que le había pasado hasta entonces?
– Me vine a hacer interpretación a Madrid después de andar un poco perdido. Primero quise estudiar criminología, luego periodismo. Me encantaba el periodismo deportivo. Y además me atraía mucho el mundo de la bohemia y de las compañías itinerantes, supongo que por mi timidez enfermiza.
 
– Pasa mucho en su profesión.
– Sí, parece que somos unos cachondos mentales, pero los actores somos grandes tímidos.
 
– ¿A eso debe su vocación?
– De pequeño tenía mucha imaginación, siempre andaba disfrazándome y era un gran imitador. Ahora he perdido esa cualidad. En Galicia llueve mucho y se pasan largas horas dentro de casa mirando a las musarañas. Supongo que al final huir de uno mismo y vivir otras vidas es lo que me gustaba.
 
   Gutiérrez es tan gallego que ha intervenido en la clásica serie Mareas vivas. “Así es, y en gallego, como en Vida, el corto que acabo de terminar con un chico de Ourense”. ¿Un corto con un Goya bajo el brazo? “He sido compañero y amigo de Álex Angulo, y él, como por ejemplo Miguel Rellán, hacía mucho ese trabajo de francotirador: apoyar proyectos pequeños de gente que empieza. Me miro y me reconozco en ese espejo”.
 
– Al final fue periodista deportivo en ‘Días de fútbol’, más o menos criminólogo en ‘La isla mínima’...
En la ficción solo me ha faltado ser misionero, otra de mis aspiraciones infantiles [ríe ante nuestra cara de asombro]. Los curas de La Salle nos ponían unos vídeos sobre las misiones en África que nos tenían atrapados. Eran nuestros héroes. 
 
 
 

 
 
– Aterrizó en Madrid con 19 años. Pasadas la transición y la movida, el país se hallaba sumido en la llamada “cultura del pelotazo”. ¿Es de los que pensó “Mierda, he llegado tarde a esta fiesta”?
– [Carcajea]. Yo llegué aquí queriendo hacer teatro. Y la escena teatral independiente estaba muy viva. De lo primero que hice al llegar a esta ciudad fue irme al Teatro Español a ver a Rodero, que ya estaba muy mayor, en Las mocedades del Cid. Un clásico. Pero a la vez estaban las funciones de teatro alternativo en el Alfil, como la de Juan Diego haciendo textos de Bukowski con música de Tom Waits.
 
– Hasta que despegó su carrera, ¿hubo mucho bocata de chóped y colas en los castings?
– Claro. Hasta pasados dos o tres años, mi madre seguía manteniendo mi habitación intacta porque pensaba que iba a volver sin que mi carrera de actor hubiera cuajado. Por ahí no tuve mucho apoyo económico, así que me buscaba la vida haciendo absolutamente de todo. Estaba en la Escuela de Arte Teatral de Ángel Gutiérrez y en el turno de noche de un restaurante de comida rápida. También me ganaba la vida con funciones de teatro. He llegado a estar en cinco montajes distintos a la vez, desde teatro infantil hasta animaciones. Lo mío es estar en contacto con el público.
 
Lima y Animalario
– Andrés Lima y Animalario son dos constantes en su trayectoria teatral desde que interviniera en ‘El fin de los sueños’ en 2000. ¿Dio usted con ellos o dieron ellos con usted?
– Ernesto Alterio tenía que dejar el montaje porque le había salido una película, creo, y Animalario buscaba un actor para sustituirlo. Nathalie [Poza] llevó a Andrés Lima a verme en el Teatro Galileo, donde yo hacía En alta mar, de Mrozek. Decidieron hacerme una prueba que consistía en un monólogo de tres páginas en italiano (de allí era mi personaje) y que tuve que preparar en un fin de semana. Me tiré a la piscina y comencé a trabajar con ellos. Fue el principio de un idilio personal y profesional.
 
– Se nota que en la órbita Animalario hay algo más que trabajo.
– Así es. Con Animalario y Andrés Lima comparto no solo una forma de entender el trabajo, el que he hecho con Andrés, con Luis [Bermejo], con Willy [Toledo], con Cavestany..., sino una forma de entender la vida. Es una manera de relacionarse muy particular, con un amor por el trabajo en exclusiva. Muchas veces lo profesional se confunde con lo personal y las horas de trabajo se prolongan más allá de...
 
– ¿De lo recomendable?
– [Ríe]. Usted lo ha dicho.
 
 
 

 
 
 
   El teléfono del actor vibra sobre la mesa. “Disculpe... Venga, ánimo, ya verás que va a salir bien”. Nos asegura que nunca atiende el teléfono durante una entrevista, pero que es un caso excepcional. “Mi pareja lee hoy su tesina y está un poco nerviosa”. ¿Le hemos impedido asistir a la lectura? “¡Qué va! No me habría dejado ir. Se pondría más nerviosa todavía”.
 
– ¿Qué tiene de especial Andrés Lima como director?
– Para mí es un genio, para bien y para mal, cuando se equivoca y cuando acierta. Andrés es excesivo. Sintonizo muy bien con su forma de entender el teatro y la vida. Creo que mis mejores trabajos en escena los he hecho con él. Conoce muy bien el material con que trabaja: los actores. Después de muchas experiencias, doy gran importancia a los compañeros de viaje, y con él iría donde quisiera llevarme.
 
– ¿Qué siente antes de subir al escenario: miedo, excitación, nervios...?
– Si confío en el proceso y el trabajo que he hecho, estoy muy tranquilo hasta el día del estreno. No me pongo nervioso, pero soy responsable y muy exigente, quizá en exceso. Para mí es tan importante un estreno en Madrid como un bolo en un lugar pequeño y me merece un enorme respeto que alguien, después de consultar una cartelera más o menos amplia, decida venir a nuestro espectáculo, privándose de otras cosas.
 
– En 2009 recibió un Max por ‘Argelino, servidor de dos amos’. ¿También para usted es su mejor trabajo en las tablas?
– El mejor está por llegar. Siempre. [Guiña un ojo cómplice]. Guardo muy buen recuerdo de aquel personaje porque el teatro de Animalario es muy político y está pegado a la realidad, una realidad que en aquel momento era bastante angustiosa en relación con el tema de la inmigración. Había espectadores que venían a abrazarte en el camerino, que lloraban... Más allá de las críticas, eso es como un puñetazo en el estómago. Tiene que haber un teatro superficial y de divertimento, pero en general el teatro tiene una responsabilidad con la sociedad y debe ser relevante, trascender. Ese es el que más me interesa como espectador y como actor.
 
– ¿Con qué papel ha tenido que trabajar más duro?
– Yo, que soy un actor del método de Stanislavski, heredado de mi maestro Ángel Gutiérrez, jamás me había llevado un personaje a casa hasta que interpreté a Woyzeck en el CDN con Gerardo Vera. Con este papel lo pasé realmente mal. Me tiñó y me contaminó durante meses hasta el punto de que tuve una medio depresión.
 
– ¿Y se resintió su vida cotidiana?
– Sí. Yo soy un tipo activo y que hace una vida muy normal. Me levanto temprano, llevo a mi chico al cole, hago la compra, etc. Pero los biorritmos teatreros son otros: las funciones acaban tarde, así que trato de no agotarme y de estar a punto para la función. Este personaje me llevó a lugares muy oscuros, zonas pantanosas que yo no conocía, pero me gustó tirarme al barro de esa forma. También ha sido un gran reto hacer Los Macbez; era una montaña muy alta y había que remangarse para escalarla. Estoy orgulloso de ese trabajo, más allá del resultado.
 
 

 
 
– El cuerpo le pide retos.
– Lo que ya sé como actor está muy bien, pero ahí se queda. Necesito aprender más, enfrentarme a desafíos. Ya he perdido el miedo a equivocarme, y a las malas críticas. Estoy en otra cosa. Estoy en el proceso más que en el resultado. Creo que el espectador sabe apreciar ese riesgo, como digo, más allá del resultado.
 
– ¿Antes temía las críticas?
– Sí, claro. Y fantaseaba con buenas críticas, aplausos del público, parabienes de compañeros, titulares de periódico... Esto ha pasado a un segundo plano. Sé que eso puede tener que ver con que estoy en un momento dulce, pero quiero aprovecharlo para crecer. Los actores vivimos llenos de miedos: al fracaso, al olvido, a las críticas, a las equivocaciones. No soy ningún superhéroe, pero estoy en ese tránsito hacia el arrojo.
 
– ¿Está en modo Sátur?
– Ja, ja. Más o menos. Sátur, a su manera, es un héroe. Es el tapado de la serie, la conciencia del pueblo, un hombre de la tierra. Me interesan más estos perdedores que los superhéroes.
 
Un Sancho moderno
– Su Sátur en ‘Águila roja’ ha reverdecido la figura del pícaro y el escudero juntos. Unos lo critican por la poca verosimilitud de su lenguaje en pleno siglo XVII. Otros lo adoran porque, sencillamente, es un tipo adorable. Defiéndalo usted, que para eso es suyo.
– Para empezar, nos hace falta un poco de sentido del humor para analizar la serie y a Sátur. Se trata de un tebeo: evidentemente, no hay por dónde cogerlo desde el punto de vista histórico. El contexto es el Siglo de Oro español, y las localizaciones y recreaciones están logradas pero, más allá de eso, carece de rigor. Uno tiene que distanciarse como espectador y nosotros como actores también lo hacemos. Es esta perspectiva la que la ha convertido en una ficción con una enorme legión de seguidores y, durante varias temporadas, la más vista de nuestras pantallas. Por tanto, no hay nada que defender. Quien quiera hacer una lectura historicista y echar por tierra la serie está en su derecho, desde luego.
 
 
 

 
 
– Vamos, que hay que mirar a Sátur con ojos de lector de cómic.
– Mire, cuando leí la biblia [documento de producción, una especie de guía de estilo de la serie], se explicaba que Sátur es una mezcla entre un Pepito Grillo del estilo del asno de Shrek y Jesús Bonilla, así que hágase una idea. Fíjese lo poco que sabemos a veces los actores, que yo le dije a Luis San Narciso que no creía que funcionara, que la gente no se iba a creer a un tipo hablando así en el siglo XVII. Y mire, que Dios me conserve la vista, porque lo que es la intuición... Al final es uno de los aciertos de la serie. Soy un gran defensor de la ficción televisiva que hacemos aquí porque, con los tiempos y presupuestos con que se trabaja, se logran producciones de muy alto nivel. A veces se trabaja a toma única y se ven interpretaciones que te dejan boquiabierto.
 
– En su vida diaria, ¿usted es más quijotesco o sanchopancesco?
– Soy sanchopancesco, pero con un punto de quijote. Me indignan mucho las injusticias y a veces lucho contra molinos de viento. A algunos actores se nos critica que nos arrogamos la portavocía de los ciudadanos. Nada más lejos de la realidad. Yo, antes que actor, soy ciudadano. No soy portavoz de nadie, pero me manifiesto cada vez que tengo oportunidad, no solo cada cuatro años con la poderosa arma del voto.
 
– ¿En qué ha crecido este personaje desde aquella ya lejana primera temporada en 2009?
– El personaje empezó siendo una cosa y ha acabado siendo otra. Lo he ido llevando a mi terreno, dándole carne y alma, y he acabado sabiendo más de él que los propios guionistas. He crecido vital y profesionalmente con Saturno García. Me ha dado tanto que me va a doler mucho el día que tenga que dejarlo.
 
De gira por las Marismas
– ¿Cuándo tuvo noticia del proyecto de ‘La isla mínima’ por primera vez?
– Me llamaron las directoras de casting, Eva Leira y Yolanda Serrano. Yo ya había hecho una prueba para Grupo 7, la anterior película de Alberto Rodríguez. Y no cuajó. Soy un gran admirador de su cine, especialmente de After, con un Willy Toledo magnífico. Al leer el texto, me di cuenta de que tenía en mis manos un personaje muy poderoso, y con Alberto detrás, sentí unas ganas enormes de unirme al proyecto, pero mi impresión tras la prueba fue mala, y así se lo dije a Eva y Yolanda. Sin embargo, ellas estaban contentas. Pensaban que una cosa es tu impresión y otra lo que dice la cámara.
 
– Para esta película, uno pensaría que lo adecuado era una prueba a los dos protagonistas juntos.
– Fue así. Y la química entre Raúl [Arévalo] y yo, instantánea. Con un compañero tan bueno, los trabajos se retroalimentan recíprocamente. Hoy por hoy me cuesta imaginarme en tanta sintonía con otro compañero, y mira que hay buenos actores.
 
 
 

 
 
– ¿En qué consistió esa prueba?
– Trabajamos varias escenas durante dos o tres horas, de manera muy relajada. Era casi como un ensayo. Raúl estaba más confiado que yo de que nos darían el papel. Yo, de natural, soy escéptico y lo paso fatal en las pruebas, aunque las veo imprescindibles para evitar sustos luego. Los dos sabíamos que teníamos material explosivo entre las manos.
 
   Curiosamente, buena parte de los mejores trabajos de Gutiérrez en la pantalla o en las tablas son en pareja, como en Un franco, catorce pesetas, Águila roja, Elling o El traje. En esta clase de interpretaciones “es vital la sintonía, porque tú trabajas para el otro. Bebes de la otra persona y de lo que te da”, sostiene el actor. “Siempre hay que estar receptivo a lo que te rodea, y sumar con generosidad para que destaque todo el conjunto. Cuentan que Dustin Hoffman en Marathon Man estaba pendiente de todos y cada uno de los detalles a su alrededor, desde la mirada de su compañera a la corbata de un extra. Eso hace que brille la película, y tú con ella”.
 
– Háblenos de ‘El desconocido’ y 'Truman', sus próximos proyectos cinematográficos.
Truman es una colaboración pequeñita, pero que me apetecía mucho por trabajar para Cesc Gay, y encima con dos pesos pesados como Javier Cámara y Ricardo Darín. Da gusto ver a Cesc dando notas a los actores. En cuanto a El desconocido, es una película que recae sobre los hombros de Luis Tosar que, ya le adelanto, está en estado de gracia. Es uno de los grandes.
 
– Otro gallego.
– Je, je. Sí, otro. Pero no puedo desvelarle nada de la película, no sea que me busque un lío.
 
– Si pudiera, ¿borraría algo de su currículum?
– No. Hay cosas que me gustán más y otras menos. Y algunas, nada de nada. Pero no me arrepiento de ellas. De todo he aprendido, de cuando estás poco dirigido y te sientes solo, y de cuando estás muy arropado. Me gusta formar parte del proceso, discutir con los compañeros, negociar con los directores. Del desacuerdo nace el acuerdo. Me irrita mucho el actor que está esperando que se lo marquen todo. Prefiero un actor arriesgado y equivocado a un actor cómodo y que se sienta a gusto. Creo que los actores debemos estar incómodos [hace hincapié en el adjetivo], pero ojo, sin sufrimiento, con serenidad.
 
– No sea que pase lo de ‘Woyzeck’.
– No, claro. No recuerdo qué actor alemán decía que estaba harto de matar a seres queridos. A veces puedes entrar en zonas oscuras que te pasan factura. Andrés Lima siempre dice que la madre de la interpretación es la relajación.
 
– ¿Y qué destacaría de su historial que suela pasar inadvertido?
La habitación del niño, un telefilm de 2004, que pasó sin pena ni gloria y en el que Álex de la Iglesia se arriesgó mucho, dándome un protagonista cuando solo me conocía de Crimen ferpecto y de algún montaje de Animalario. Me pareció maravilloso que confiara en un inexperto como yo. Visto con distancia, creo que mi trabajo tiene defectos, pero Álex hizo una de sus mejores películas.
 
– ¿Y en teatro?
– Luis Bermejo y yo produjimos hace un par de temporadas El traje, un montaje con texto de Juan Cavestany. Le pedimos que escribiera algo con drama y comedia en el contexto de la corrupción, y salió esta función. Estuvimos de gira y funcionó bien, pero en Madrid no cuajó. Queremos volver a probar.
 
 
 

 
 
 
– ¿Han pasado a la historia sus personajes cómicos, como los de 'El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo', 'Torrente', 'Al final del camino', etc.?
– No temo que me dejen de llamar para estos papeles. Sé el tipo de actor que soy. Me gusta picar de aquí y de allá, y no acostumbrar al espectador a que hago siempre los mismos personajes. Ahora estoy en un registro más atormentado, pero en cualquier momento puede llegar el despendole. Además tengo el privilegio, tal y como están las cosas no se puede llamar de otro modo, de que con el dinero de la televisión puedo embarcarme en la producción de proyectos teatrales más personales.
 
– Una noticia curiosa: cierran los cines Luchana de Madrid para convertirse en teatro. ¿Triste o contento?
– El cierre de cualquier cine es una noticia terrible. Hay ciudades en España que ya no tienen ni una sala, si acaso unos multicines en un centro comercial que solo programa taquillazos. Ahora bien, la apertura de un teatro siempre es una magnífica noticia.
 
   La charla ha llegado a su fin. Es media mañana. Gutiérrez observa inquieto a una legión de adolescentes que súbitamente invade el pequeño salón de la taberna. Se diría que ya está preparándose para hacerse selfies y firmar autógrafos, pero resulta ser un grupo de franceses en viaje de fin de curso. El anonimato está preservado.
 
   “Claro, a esta hora los nuestros están en el cole”, suspira aliviado el actor, que estos días, tras el éxito de La isla mínima, no para de dar entrevistas y fotografiarse con fans. Pero damos fe de que lo hace con gusto. “La popularidad no me agobia, me llevo bien con ella. Charles Laughton le decía a Al Pacino: ‘Jamás dejes de sorprenderte de que te paren por la calle’. Es parte de este negocio, y una parte bonita. Solo me desagradan la mala educación y la familiaridad mal entendida. Me han dicho cosas geniales”. ¿La que más? “Recuerdo que un señor al pasar junto a mí exclamó: ‘¡Mira, Sátur, el del Óscar!’ Esa no se me olvida”. Y se troncha.
 
 
 

 
 
SÁTUR EN EL CONFESIONARIO

 
  • Cuando tiene tiempo libre, lo dedica... a la familia y los amigos, los tengo muy desatendidos.
 
  • El concierto de su vida fue... uno de Radio Futura en Vigo hace años. Tenían el mejor directo de este país.
 
  • Un disco que le flipó de jovencito fue... el primero de Los Ronaldos, por su osadía. Luego conocí en persona a Coque Malla.
 
  • Y ahora suele escuchar...  a Manu Chao, que me levanta el ánimo.
 
  • Quiso y no pudo hacerse una foto con... Prefiero el recuerdo, la imagen mental, a la foto. Y además temo molestar. Pero confieso que estuve a puntito de pedirle una al propio Manu Chao en el Festival del Sáhara y otra a Antonio López cuando vino a ver Elling.
 
  • Su serie favorita del año es... Ni yo ni Alberto [Rodríguez] quisimos ver True Detective hasta que La isla mínima estuvo terminada. Cuando lo hice, me quede maravillado. Es una joya. Que nos emparenten con ella, aunque sea lejanamente, es un honor. En España destacaría Víctor Ros.
 
  • En la cocina su especialidad es... el arroz. Me encanta ir al mercado, hablar con los tenderos y hacer la comida para los míos. La comida es un acto de amor.
 
  • Cuando puede, se escapa a... Ferrol. Allí se me para el reloj.
 
 

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