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Javier Martínez


“Me hubiera encantado estudiar en aquel instituto Rydell de ‘Grease”



A mediados de 2008, Javier Martínez (Bilbao, 1983) levantó su primer telón gracias al Laboratorio de Arte Dramático Ortzai, situado en Vitoria, donde recibió casi toda su formación como actor. Entonces encarnó al Fernando de La tempestad, el último texto escrito por Shakespeare, que ponía final feliz a unas turbias relaciones familiares. Su personaje lidiaba con un grave problema: tenía como padre al rey de Nápoles, que era el gran enemigo del duque de Milán, a cuya hija amaba en secreto. El idilio entre los dos jóvenes parecía imposible por la negativa del aristócrata milanés, aficionado a la brujería para vengarse del monarca y los suyos, aunque al final se casaban cuando aquel desistía de su destructivo plan. Poco después le esperaba la adaptación de otro clásico, Fígaro Garate. Las bodas de Fígaro, basada en la rompedora comedia de Beaumarchais. La obra original fue censurada cuando la Revolución Francesa estaba a punto de estallar, pues criticaba ciertos privilegios de clase y defendía la emancipación femenina. ¿Qué contaba el renovado argumento? La historia de un pervertido conde alavés que, sabedor de la boda de dos criados, iba a reinstaurar su derecho de pernada. Así se acostaría con la recién desposada sin problema alguno, pero los novios urdían un juego de falsas apariencias para evitar tal humillación, un acto ingenioso contra el autoritarismo feudal. En la Navidad de ese mismo año presentó junto a otros estudiantes Miren Ponppis, una versión muy vasca del musical sobre la adorable niñera británica. Sus ácidas escenas trataban temas actuales, desde el creciente desempleo a la dependencia de las personas mayores.
 
 

 
 
   Ya en 2009, aún como alumno, se atrevió a protagonizar el sensual melodrama Te quiero, zorra. Su Villier se quedaba prendado del principal ‘defecto’ (según la represora sociedad decimonónica) de una mujer: su querencia por el sexo. Una actitud despreciada porque se acercaba al instinto animal y se alejaba de la racionalidad humana. La compañía profesional vinculada a Ortzai le subió al escenario del Teatro Principal de Vitoria con El pájaro verde, una fábula italiana traducida por primera vez al castellano en la que interpretó a un ave que alimentaba durante 18 años a una princesa expulsada de palacio y conducía a dos adolescentes abandonados de pequeños hasta su verdadera identidad. Todo el mundo creía muertos a esos tres infaustos nobles (una madre y sus hijos), ya que la malvada reina ordenó su asesinato, pero el cabeza de familia los hallaba vivos tras regresar de una larga contienda. Tampoco le falta experiencia en el teatro sacro, un género que representó en 2010 dentro de la catedral vitoriana gracias a Becket o el honor de Dios. Puso cara al rey Enrique II, que nombró arzobispo de Inglaterra a su amigo Thomas Becket, hasta entonces entregado a los placeres terrenales e incapaz de encontrar un rumbo correcto. Con dicha designación pretendía que la Iglesia católica se sometiese a los caprichos de la corona inglesa, aunque el nuevo responsable de la fe –transformado al sentir su deber frente a Dios– no lo permitía y se enfrentaba al soberano, una osadía que le costaba la vida. El año pasado cumplió el sueño de actuar en el Teatro Real. Se plantó una máscara a medida para la ópera Poppea e Nerone, que trasladaba desde el Imperio Romano a la Europa fascista el argumento de L’incoronazione di Poppea, una de las primeras piezas del género operístico. Eso sí, solo cambiaba la ambientación, pues el adúltero romance entre una astuta dama y un líder despiadado se mantenía: ella abandonaba a su marido, conseguía separar al gobernador de su esposa y se casaba con él, lo que la catapultaba a la élite. La ambición se imponía así a la moral. Al emblemático coliseo capitalino llevó también Boris Godunov, un repaso a la controvertida trayectoria de ese zar del siglo XVII. Rechazaba una visión optimista de la historia rusa y tomaba medidas radicales para cambiarla, como la libertad de expresión o la apertura al pensamiento ilustrado. Sin embargo, el hambriento pueblo le acusaba de haber matado al legítimo heredero, se veía obligado a abdicar y moría atormentado por el crimen que ordenó.

   Su agenda no le ha dado tregua desde mayo. Entonces presentó la comedia S. Paradise, que le dejó prácticamente desnudo ante el público del madrileño Garaje Lumière, ya que tenía como protagonistas a dos clientes de una sauna habitada por el fantasma de una vieja diva arcoíris. Él dio vida al arrogante Kike, demasiado orgulloso de su físico, mientras que el inocente Lu era un drogadicto del amor. Ambos escenificaban las acertadas reflexiones que sobre el romanticismo y el sexo hacía la difunta mujer. El inesperado éxito –las entradas estuvieron agotadas durante tres meses– animó al equipo a crear Liberté, Egalité, Yeyé con motivo del Orgullo Gay. La sinopsis ya derrochaba provocación: “Es una gamberrada llena de putas, bolleras, maricas de pueblo, vírgenes, monjas malhumoradas y padres que adoran a sus hijos”. Sus cinco relatos constituían cinco cantos a la tolerancia, ambientados en lugares tan diferentes como un burdel de lesbianas, una iglesia o un colegio católico dispuesto a corregir la ‘equivocada’ orientación de un estudiante. A principios de septiembre se unió a Una vida perfecta, también de temática homosexual y también representada en el circuito alternativo, esta vez sobre las tablas del espacio AZarte. Allí sufrió los altibajos anímicos de Álvaro, un prestigioso abogado que luchaba por mantener a flote su relación con Tino, menos afortunado en lo económico. Y es que la apuesta por ese nuevo modelo de familia le acarreaba las críticas de sus conservadores parientes. En octubre regresó al Teatro Real con La conquista de México, una ópera que evocaba la lucha entre Hernán Cortes y Moctezuma allá por 1520, el choque de dos civilizaciones opuestas y la imposición de la cultura española tras el genocidio de indígenas. A pesar de la barbarie, de la rivalidad colectiva, individuos de ambas facciones llegaban al entendimiento necesario para formar hogares mixtos. Ahora, hasta finales de mes, llena el Teatro Alfil gracias a la descarada ClímaX! Las cinco micropiezas que aúna –ordenadas según el criterio del público– desgranan conceptos como la infidelidad o la masturbación, siempre a base de carcajadas, pero con un mensaje subyacente: el miedo a los amores pasajeros y, en definitiva, a la soledad.
 
 

 
 
   Hace ya casi un lustro, la primera edición del FesTVal de Vitoria le sirvió para debutar ante la cámara de la mano del cortometraje Todo tiene un final, formado por cuatro historias aparentemente independientes. Solo en apariencia, pues la casualidad se encargaba de hilarlas todas mediante lugares o elementos comunes. Abordaban el amor desde muy diversos ángulos: el de quien lo espera con impaciencia, el de quien lo mantiene tras el fallecimiento de su cónyuge, el de quien lo profesa a una persona del mismo sexo o el de quien lo rompe porque no soporta más infidelidades. A él le tocó escuchar al chaval que dejaba a su ridícula pareja, una actriz de las que se ganan el pan tonteando con directores teatrales. Y le animaba a poner un anuncio en el periódico, táctica que el otro rechazaba por considerarla demasiado desesperada. En 2011 formó parte del triángulo sentimental de La opción correcta, donde se liaba a escondidas con la novia de su mejor amigo, al que envidiaba profundamente. Aprovechaba incluso la avería del coche de ella para dar rienda suelta a su pasión, sin pensar en el riesgo de ser sorprendidos por el joven traicionado. Nunca más, un fiel retrato de la violencia doméstica que encabezó junto a la exestrella porno María Lapiedra en verano de 2012, le arrastró a un registro nuevo. Maltrataba física y verbalmente incluso a su hija de tres años, algo que su aterrorizada esposa ya no iba a permitir, aunque tal rebeldía le supusiese la muerte. La última vez nunca es la última le introdujo el pasado febrero en el universo Notodofilmfest. Los tres minutos escasos de ese corto mostraban la preocupación de una muchacha ante los graves síntomas que presentaba su compañera de piso: fiebre, pulsaciones aceleradas, mirada perdida, ansiedad… Había vuelto a enamorarse y él era el culpable.

   Su primera oportunidad televisiva se la debe a una webserie titulada Sedúceme, que no pasó del capítulo piloto pese a quedar finalista en el segundo concurso que convocó Antena 3 para nutrir de contenidos la web El Sótano. Su personaje, Hugo, pillaba a su chica con otro en la cama y se planteaba un objetivo: volver cuanto antes al ‘mercado’. Por eso se convertía en el alumno más aventajado de un profesor que impartía sofisticadas lecciones de flirteo. Mayor recorrido tuvo IP, su siguiente ficción para Internet, sobre la conflictiva existencia de un joven huérfano de madre y enfrentado a su padre. Se rodeaba de malas compañías, aparcaba los estudios, ignoraba a su chica, encadenaba una fiesta con otra, acababa en comisaría… Hasta que se mudaba a otro barrio, donde conocía a personas interesantes que le contagiaban sus ganas de caminar hacia el futuro. La primera temporada, emitida durante los meses estivales de 2012 a través del diario 20 Minutos y distintas redes sociales, contó con los famosísimos Pablo Alborán o Ana Fernández. A él le tocó el papel de Pablo Carrasco, que en el primero de los nueve episodios propinaba una paliza al protagonista, de cuya novia estaba enamorado. Pero escapaba a toda prisa del lugar, así que la policía detenía injustamente al herido por considerarle culpable de la reyerta. La buena acogida de ese producto ha auspiciado el rodaje de la película homónima este año. Los espectadores de la séptima y última entrega de Amar en tiempos revueltos le vieron al servicio del siniestro teniente coronel Armenteros. El soldado al que daba vida compartió secuencias con una Natalia Millán metida en la piel de una anticuaria juerguista.
 
 

 
 
HÉCTOR ÁLVAREZ JIMÉNEZ
− ¿Se acuerda del momento particular en que decidió ser actor?
− No recuerdo un momento concreto de mi vida en que tomara esa decisión. Lo que sí sé es que siempre he sentido una gran atracción hacia cualquier forma de expresión artística. De pequeño ya tenía interés por este oficio y me ilusionaba la idea de ser actor. Creo que es algo que se lleva dentro y, cuando uno madura, ya no puede más y tiene que dejarlo salir. En mi caso fue así: la vocación se hizo más palpable al apuntarme a una escuela de teatro para empezar en este mundillo. Allí descubrí que esto era mi vida, que estaba llamado a ser intérprete.

− ¿Quién fue la primera persona a la que se lo contó?
− A mis padres. Todavía recuerdo cuando les comenté que iba a matricularme en una escuela de teatro porque eso era lo que siempre había deseado y por fin estaba decidido a seguir mi instinto. Al principio les sorprendió: no creían que alguien como yo, relativamente tímido en esa época, eligiera una profesión tan expuesta. Pero desde que aposté al 100% por ser actor, siempre han estado a mi lado, apoyándome y viviendo este sueño conmigo. Aprovecho estas líneas para agradecérselo.

− ¿Cuál ha sido el mayor golpe de suerte que ha recibido hasta ahora en su carrera?
 
− Me emocionó muchísimo saber que en mi primera audición había sido elegido para participar en una ópera del Teatro Real de Madrid. Me sentí muy afortunado por subir a un escenario tan importante y, poco después, por tener la oportunidad de repetir esa experiencia con otras dos óperas.
 
 

 
 
− ¿A cuál de los personajes que ha encarnado le tiene especial cariño? ¿Por qué motivo?
− A Bert, el deshollinador de Miren Ponppis, mi primer musical. No solo le adoro por el personaje, sino por todo lo que viví durante los ensayos y las representaciones. ¡Fue una obra muy especial, llena de magia!

− Si el teléfono dejase de sonar, y ojalá que no, ¿a qué cree que se dedicaría?
− Crucemos dedos, piernas, brazos y lo que haga falta para que nunca deje de sonar [Risas]. Estudié Ingeniería Química y trabajé como ingeniero, así que tengo ese colchón por si un día me viera obligado a desistir, pero pasaría de utilizarlo y buscaría algo relacionado con el arte. Mi camino es el de la interpretación y ya no me veo en otra cosa.

− ¿Ha pensado alguna vez en tirar la toalla?
− Siempre se sufren bajones, y más en un oficio tan duro como este. Hay demasiada competencia: somos muchos y cada vez encontramos menos ofertas laborales. A pesar de vivir épocas muy malas, pienso que tengo que seguir adelante, apostar fuerte por esto y confiar en que un día conseguiré estabilidad. El sueño de ser actor siempre ha sido más fuerte que el desánimo de ciertos momentos, así que jamás he barajado la retirada.

− ¿En qué momento de qué rodaje pensó: “¡Madre mía, en qué lío me he metido!”?
− En un corto que rodé hace unos meses. Era el trabajo de unos estudiantes y colaboré porque un conocido me pidió el favor. El caso es que me vi allí sin ensayar nada y con un rodaje a primera toma por falta de tiempo. Pensé: “¡No sé para qué me meto en estos líos! ¡A ver qué sale de aquí!” [Risas].
 
 

 
 
− ¿Le gusta visionar las series y películas en las que ha participado?
− Depende del trabajo: me siento más orgulloso de unos que de otros, aunque normalmente no tengo problema en verme. Uno ha de ser muy crítico con su labor, así que ese es un método excelente para ver cómo va evolucionando y qué le falta por mejorar.

− ¿Cuál considera que es el principal problema del cine español y qué solución se le ocurre para paliarlo?
− El gran obstáculo es la falta de financiación, que afecta al celuloide y a otras muchas disciplinas artísticas, como el teatro. Una solución sería que el gobierno apostara por la cultura, que concediera ayudas a jóvenes creadores con buenas ideas y pocos medios para materializarlas.

− ¿A quién le devolvería antes la llamada, a Tarantino o a Burton?
− Aunque los dos son grandes directores, me quedaría con Tim Burton. Sus filmes son puro espectáculo, derrochan creatividad e imaginación. ¡Adentrarse como actor en esos mundos fantásticos sería toda una experiencia!

− ¿Cuál fue el primer actor o actriz que le conmovió?
− No podría decirlo con precisión. Sí recuerdo que hace muchos años vi el musical Cabaret y me emocioné tanto en ciertos momentos que se me saltaron las lágrimas. Fue entonces cuando me dije: “Quiero dedicarme a esto y llegar al público de una manera tan especial”.

− ¿Qué frase cinematográfica le gusta aplicar como leit motiv personal?
− “Nunca dejes que nadie te diga que eres incapaz de hacer algo. Ni siquiera yo. Si tienes un sueño, ve a por él. La gente que no consiguió los suyos te dirá que no lo lograrás, pero si quieres algo, persíguelo. Y punto”. Ese pequeño monólogo de En busca de la felicidad representa muy bien lo que siento respecto al continuo afán de superación y la perseverancia necesaria para alcanzar nuevas metas en esta vida.
 
 

 
 
− ¿Qué título ha visto en tantas ocasiones que se sabe alguna escena completa?
− Tengo tantos películas pendientes que no me da tiempo a repetir. Las que sí vi un millón de veces cuando era niño son algunas de Disney, aunque ya ha llovido desde entonces y no recuerdo exactamente sus diálogos.
 
− ¿Cuál fue el último largometraje que no fue capaz de ver hasta el final?
− Muy mala tiene que ser la historia para que la deje a medias. Pero a menudo, independientemente de que sea mejor o peor, me quedo dormido. ¡Soy un desastre! [Risas] Es decir, que si no veo algo hasta el final es por mi inevitable sueño a mitad del metraje, aunque al día siguiente lo termino.
 
¿Recuerda alguna anécdota que haya vivido como espectador en un teatro o sala de cine?
− Una vez que fui al cine se montó un jaleo monumental. Según entraban espectadores en la sala, decían a quienes ya estaban sentados: “Disculpe, esa es mi butaca”. ¡Así todo el rato! Se había producido un fallo informático y habían vendido todas las entradas por duplicado. Al final el pasillo se llenó de gente enfurecida. Lo bueno fue que, en compensación, me dieron una invitación para otro día.
− ¿A qué serie de televisión está enganchado?
− Me encanta Glee, que conjuga perfectamente varios géneros, desde la más alta comedia hasta golpes dramáticos. Y además es un musical, una de mis pasiones.
 
− ¿Cuál es el mejor consejo que le ha dado alguien cercano para ejercer esta profesión? 
− Me han dicho que confíe en mí, que valgo mucho, pero que siempre tenga los pies sobre la tierra. Las dos cosas me sirven, una para echar a volar en un sector que requiere tanta lucha y otra para valorar cada oportunidad laboral por muy lejos que llegue en mi carrera. Con ese consejo sabré siempre quién soy.
 
 

 
 
− ¿Qué punto fuerte destacaría de usted como intérprete?
− Mi versatilidad. Soy capaz de adaptarme a una amplia variedad de registros, así que estoy en condiciones de construir personajes muy diferentes.

− ¿Y débil?
 
− Razono mucho las cosas en vez de actuar. Llevo un tiempo cambiando de actitud y ahora estoy más cerca del equilibrio entre esas dos necesidades: la de analizarlo todo bien y la de dejarme llevar en escena.

− Adelántenos, ahora que no nos escucha nadie… ¿Cuál es el siguiente proyecto que se va a traer entre manos?
− Venga, lo cuento porque de aquí no sale, ¿eh? [Risas]. Voy a lanzarme a la aventura de escribir. Tengo esa inquietud, y como desgraciadamente el trabajo no llama a la puerta todos los días, seré yo quien ponga en pie algo. ¡Espero que las musas sean buenas conmigo y me echen una mano!

− ¿Qué sueño artístico le gustaría hacer realidad?
− Me muero por hacer cine. Deseo que cualquier director cuente conmigo y así rodar un largometraje.

− ¿Qué tema elegiría para ponerle banda sonora al momento actual de su vida?
− Si hay una canción que acompaña mi vida desde que elegí esta profesión, esa es la preciosa Sube el telón, del musical Fama. Me identifico totalmente con ella porque habla sobre las oportunidades que se nos presentan y lo importante que es aprovechar nuestro momento. El principio dice así: “Sube el telón, el futuro empieza hoy, una puerta que se acaba de abrir…”.

− ¿Qué titular le gustaría leer en el periódico de mañana?
− “Por fin se ha descubierto la verdadera fórmula de la felicidad”.

− ¿Qué otra época de la historia elegiría para nacer?
− Me gustan mucho los años cincuenta americanos, sobre todo por el Pop Art y la música. Me hubiera encantado estudiar en aquel instituto Rydell de Grease: no sé si habría sacado buenas notas, pero pasarlo fenomenal, seguro.

− Díganos qué le parece más reseñable de AISGE y en qué aspecto le gustaría que mejorásemos.
− Es una entidad sin ánimo de lucro que mira por los derechos de imagen de los actores. Es de agradecer, más aún en estos momentos, que un organismo se preocupe de nosotros sin pedir nada a cambio. Propongo, a modo de mejora, la creación de una bolsa de trabajo a la que pudieran acceder los productores o directores de casting para echar un vistazo a los perfiles de los socios que publicáis en esta sección de 'Foto fija'.
 
 

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