Jesús Bonilla
“He actuado en una carretera porque era el único lugar llano del pueblo”
El exitoso actor cómico, bromista forjado en las tablas, madura ahora nuevos proyectos después de 40 años de trabajo sin pausa
EDUARDO VALLEJO
Jesús Bonilla quizá no sea el más joven ni el más guapo, pero es uno de los actores más solicitados de este país. Un pequeño rey Midas de las teleseries que ha conquistado a la audiencia en la piel del refunfuñón ibérico, tozudo pero de buen corazón, en títulos tan emblemáticos como Los Serrano o Chiringuito de Pepe. Es de los pocos que puede permitirse crear una idea, llamar a las puertas de una cadena y que le desplieguen la alfombra roja.
“Desde que salí de la Resad a finales de los setenta no he parado de trabajar, y sigo disponible, pero ahora estoy más de observador. Brecht decía que la distancia es buena para el actor”, explica con una sonrisa que no abandonará hasta el final de nuestra charla. Bonilla es de los que tienen siempre la sonrisa medio llena.
Los que crecían en la milagrosa España del 92 lo recordarán como el Popi (Popeye), compinche de Andrés Pajares en Makinavaja, el último choriso. Bonilla no podía salir por su barrio sin que los quinceañeros lo asediaran pidiéndole autógrafos. De ahí en adelante encadenó éxitos en series de ambientación familiar y laboral, desde Querido maestro (1997-98), Periodistas (2000-02), Los Serrano (2003-08) o Chiringuito de Pepe (2014-16). Hay una generación de mediana edad que se hizo mayor con él de la mano. Pero antes de llegar a ese punto pasaron muchas cosas.
Infancia en Las Vegas
– ¿Eran los Bonilla gente con tradición farandulera?
– Para nada. Crecí en Las Vegas de San Antonio, cerca de Talavera de la Reina, un pueblo creado por el Instituto Nacional de Colonización en 1955, cuando yo nací. Eran municipios que fundaba el Ministerio de Agricultura para dar tierras a gente necesitada. Mi padre tenía todo lo que no era agrícola: el bar, el estanco, el cine...
– Ajá, el cine. Ahí tiene un precedente.
– Pues tal vez. Me veía un par de películas cada semana. Y pasaba mucho tiempo viendo montar las bobinas, enlatarlas, desenlatarlas, rebobinarlas... Las veía todas, así que algo quedó. Pero no tuve una vocación sólida hasta que con 16 años empecé a ver Estudio 1 los viernes en la tele. Al poco me mudé a Madrid e iba a todo el teatro que se hacía en la ciudad, generalmente con entradas de clac de 50 pesetas. También me aficioné a ir al TEI de la calle Magallanes en la época de William Layton.