“Escribir es lo más difícil del mundo”
El guionista y director Joaquín Oristrell se encuentra en plena vorágine creativa: ‘Cuéntame’, ‘Fugitiva’ y, de propina, el largometraje ‘La tribu’. Ya de niño ponía a sus amigos a interpretar las historias que se inventaba
NURIA DUFOUR
El puente aéreo antes y el AVE ahora son parte del día a día de este guionista de vocación temprana, espíritu optimista y una necesidad constante de contar cosas. Disfruta mucho escribiendo. “Es lo más difícil del mundo”, afirma sin margen para la duda. Estudiante de Filosofía y Letras (“este trabajo tiene mucho de filosofía y, por supuesto, mucho de letras”), Joaquín Oristrell decidió a finales de los setenta trasladarse desde Barcelona a Madrid, puesto que era en la capital donde se cocía todo el tinglado del entretenimiento. No habían nacido las televisiones autonómicas, pero si hubiese existido TV3, quizá su vida habría ido por otros derroteros.
No es muy habitual que el nombre de un guionista trascienda más allá de su círculo próximo, y el suyo se conoce desde hace décadas por las comedias que escribió junto a Yolanda García Serrano y Juan Luis Iborra, con dirección de Manuel Gómez Pereira. La tercera colaboración del cuarteto, Todos los hombres sois iguales (tras Salsa rosa y ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?), acabó llevándole a la cima con el Goya al guion original.
Aquel éxito de taquilla se trasladó a la televisión a mediados de los noventa, cuando despuntaba la ficción seriada en España. Oristrell ya tenía experiencia a la hora de fabular para la pequeña pantalla. Aprendió de Chicho Ibáñez Serrador, con quien escribía sketches y adaptaba canciones de los musicales de Broadway para el concurso Un, dos, tres, un dato de su biografía poco conocido. También –agárrense– ejerció como road manager del grupo infantil Parchís. Nos citamos con él en el acogedor café de la librería Ocho y Medio, el templo madrileño de la cinefilia.
– Su vida es escribir. Lo acreditan los 77 títulos que figuran en su carrera. Pero… ¿desde cuándo se recuerda contando historias?
– Desde muy pequeño. Soy hijo único y, al no tener hermanos, jugaba mucho conmigo mismo y con los chavales del barrio. Pasaba los veranos en Canet de Mar, el pueblo de mi madre. Reunía a mis amigos y les contaba ventis, aventuras. Mi truco para retenerles era dar un personaje a cada uno: todos eran protagonistas. Tan pronto estábamos en un castillo encantado como en la selva o en un barco que zozobraba. Rápido descubrí que la gente se implica cuando le ofreces relatos en los que puede encontrarse o mirarse.
– ¿Qué le gustaba ver entonces como espectador?
– Los de mi generación íbamos cada semana rigurosamente al cine a ver programas dobles. El cine lo era todo para mucha gente. Esa fue mi escuela. Ahí aprendí a escribir guiones y me enamoré perdidamente de Marisol. No sé las veces que vi Un rayo de sol.
– ¿De la televisión le viene alguna imagen?
– Y algunas muy fuertes. Recuerdo no haber podido dormir con una cosa de Chicho Ibáñez Serrador titulada Los bulbos. También me fascinaban Historias para no dormir, Mañana puede ser verdad, Bonanza…
– Se dice que un guionista debería esforzarse por ser un buen psicoanalista. ¿Debe ser también un voyeur de la realidad?
– Sin duda. Somos voyeurs y vampiros. Trato de estar conectado lo más posible con la realidad que me rodea. Voy al mercado, monto en metro, escucho mucho e intento conectarme con gente más joven porque te alimenta muchísimo.
– El trabajo del guionista no suele ser estable. ¿Esa inestabilidad despierta la imaginación?
– En una carrera tan larga he tenido travesías del desierto importantes. Me he pasado toda la vida pendiente de que sonara el teléfono. La ventaja que tiene un guionista es que genera el trabajo. Pero casi prefiero la inestabilidad. Me gusta vivir a salto de mata.– Firma habitualmente guiones en equipo. ¿Cómo se escribe a varias manos?
– Se plantea una idea, el motor de la historia, que normalmente traigo yo. A partir de ahí empezamos a acercarnos a los personajes. Solemos encerrarnos en un hotel varios días para poder trabajar tranquilos. Y es ahí donde armamos la estructura. Los diálogos se trabajan en solitario. Soy incapaz de dialogar con alguien al lado.
– ¿Y eso?
– Es un acto que me produce mucho pudor. Emocionalmente tienes que estar vinculado a la escena: lloras, ríes, la interpretas. Cada secuencia es como una pequeña película. Hay una conexión absoluta. Prefiero que me vean en el baño antes que escribiendo.
– Ha coordinado recientemente los departamentos de guion de dos series, Cuéntame cómo pasó y Fugitiva. ¿Hay línea que se le escape?
– Todo lo miro, lo repaso, lo hablo. Pero una serie es el resultado del trabajo de mucha gente. Lo importante es lo que el espectador va a ver y disfrutar. Las autorías personales no existen. Son globales. Así es como pienso.
– ¿Saber quién interpretará un personaje ayuda a crearlo?
– Cuando estaba empezando, varias veces cometí el error de pensar en actores concretos para la historia que estaba escribiendo, y al final terminaban haciéndola otros distintos. Ahora intento imaginarme a gente normal que conozco: amigos, vecinos, el tendero. Procuro que los personajes sean lo más reales posible. Pero también vale mucho saber para quién escribes. Se crea una extraña transustanciación [sonriendo, se señala el bigote que se ha dejado al estilo de Antonio Alcántara, el personaje de Imanol Arias en Cuéntame].
– Usted estuvo entre los pioneros de la ficción para televisión allá por los ochenta (Platos rotos, Gatos en el tejado) y principios de los noventa (Las chicas de hoy en día, Hasta luego cocodrilo). ¿Podría decirse que hoy se están asumiendo riesgos?
– Se arriesga en productos más competitivos y ambiciosos por la influencia de Netflix, HBO y ahora Movistar+. Queremos imitar a una televisión que está haciendo cosas diferentes, pero es una televisión de pago que ni siquiera emite de manera convencional.
– Parece además que las cadenas estén menos pendientes del audímetro.
– Las cadenas siguen obsesionadas por la audiencia. Las cadenas y todos. Miente quien diga lo contrario.
– ¿A qué desafíos diría usted que se enfrenta la ficción en España?
– Debemos tener más confianza en nuestro idioma y más ambición. Nos falta hacernos más universales. Todavía nos miramos demasiado al ombligo.
– Acaba de estrenar La tribu, su octava colaboración con Fernando Colomo.
– Conocí casualmente a unas mujeres que hacen street dance en Badalona tras sus jornadas laborales. La historia en sí y lo que había tras esas mujeres, a poco que escarbaras, me pareció interesante. La peli es una invitación a superar los problemas de la vida con algo tan simple como el baile. Bailar es una de las cosas que deberíamos practicar al menos tres veces a la semana.
– 23 títulos avalan en su trayectoria como director. ¿Qué le animó a saltar a la dirección?
– César Benítez y Manolo [Gómez Pereira] me llevaron a ello. Bueno, y yo mismo. Siempre había dicho que solo quería escribir, pero era mentira. Probé con cierto miedo y me gustó.
– Estamos hablando de ¿De qué se ríen las mujeres? (1997), donde los personajes femeninos llevan el peso de la historia, una constante en su trayectoria.
– La mujer siempre me ha interesado. Creo que tiene una vida más rica que el hombre por diversas circunstancias. Trabajamos mucho material de relaciones y, en la relación, la mujer reina. El hombre es más limitado.