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30-01-2025

Jorge Coira

 

Sin el humor, el ser humano
sería un bicho gris y triste”


Ha conseguido lo que se propuso de pequeño: no moverse de Galicia ni para estudiar ni para trabajar. Director de cinco largos y varias series de éxito, el cineasta lucense protagoniza varios capítulos en la evolución del lenguaje audiovisual del siglo XXI


JAVIER OLIVARES LEÓN

Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha (@enriquecidoncha)

La peripecia profesional de Jorge Coira es una sucesión de hitos interconectados. Veamos. Gallego de Rábade (Lugo), está en los créditos de esta industria por culpa de su hermano Pepe, que le enseñó los secretos del cine y es hoy compañero de proyectos y éxitos. Seguramente gracias a él, Jorge Coira tiene un Goya al montaje por El desconocido. El protagonista de esa película era el genial y ubicuo Luis Tosar, que había sido compañero y amigo de Coira en el instituto y, como él, cuenta 53 años. Best-seller de audiencia en cada una de sus series (Hierro, Rapa) el realizador fue clave en la evolución de la ficción en la Televisión de Galicia.

 

¿Quién le iba a decir hace 30 años, cuando empezó, que hoy iba a trabajar a distancia, incluso para montar películas?

Es un cambio radical. Y, de hecho, a mí eso me afecta especialmente. En 1990, cuando empecé a pensar en esto, era de ingenuos creer que podría quedarme a trabajar en mi tierra: no había ningún director de cine gallego que pudiera vivir en Galicia. Salvo que fuese también productor o farmacéutico, como Chano Piñeiro. Los directores de cine gallegos, o vivían fuera o tenían otros ingresos. Yo pensaba: “Si algún día tengo que marcharme de aquí, lo haré, pero aquí tengo mi familia, mi universo”. Y gracias a esta evolución es posible hoy vivir en Galicia y hacer series que se ven en todo el mundo.

 

Algo inconcebible sin aviones hace apenas quince años.

Sí, es curioso. Antes de esta conversación estaba hablando con mi hermano Pepe. Él vive a cien kilómetros de aquí, también en Galicia, pero en su casa, y hacemos todas las reuniones de guion en remoto.

 

 

Le debe mucho a su hermano Pepe, ¿no?

Sí, sin duda. Cuando era un chaval empecé a soñar con ser director de cine, y él tuvo una influencia decisiva: me empezó a regalar libros. Somos siete hermanos, y el único que quería tirar por ahí era él, un enorme cinéfilo. Me lleva ocho años.

 

¿Es y fue como un referente?

Sí, de hecho, él se dedicó a otras cosas, montó y fue director de la Filmoteca Gallega. Él tenía una línea de trabajo y yo otra, también por esta diferencia de edad. Tardamos muchos años en empezar a trabajar juntos. Es un referente de mi vida, generacional y más allá de la que se tiene a un hermano mayor.

 

Si usted tiene un Goya en montaje por El desconocido (Dani de la Torre) fue gracias a sus consejos.

Pues sí. Tenía yo 17 o 18 años, y estaba montando un corto (bueno, una pieza en VHS) que habíamos hecho en el instituto. De VHS a VHS, dando al play y al rec, una chapuza total. Cuando se lo enseñé me dijo que me estaba saltando el eje [expresión que se usa cuando no se respeta el eje de acción imaginario entre dos personajes que interactúan]. A partir de ahí, recuerdo estar en clase en el instituto haciendo diagramas, imaginando adónde mira quién. Porque el eje es en el fondo un concepto muy sencillo: cuando estás hablando de dos personas… son tres. Tengo la sensación de que, a día de hoy, me sigue influyendo mucho. Ahora me lo salto muchísimo, pero a voluntad y con seguridad.

 

¿Por qué?

Porque me siento cómodo, te mantienes ajeno a lo que ocurre en la escena. Es decir, la única manera de no saltarte el eje nunca es quedarte tú fuera de la escena: ves la escena y tienes gente a la izquierda y a la derecha. Me mola mucho lo de: “espera, no nos quedamos fuera, entremos dentro”, y cuando entro me lo salto con mucha soltura y con mucha seguridad, constantemente, a sabiendas, y lo utilizo de forma creativa. “Lo siento, Pepe, hermano, esta vez me acuerdo de ti, pero voy a hacerlo de otra forma” [risas]. Me abrió una puerta de conocimiento que para mí hasta ese momento estaba cerrada.

 

Un rostro tan hierático como el de Luis Tosar, por ejemplo, que está en esa peli, ¿es una ventaja a la hora de montar?

Creo que no tiene tanto que ver con el hieratismo como con esa mezcla poderosísima (Javier Cámara quizá también lo tiene) entre los dos polos que definen el trabajo actoral: la técnica y la pasión, la emoción. Con actores muy buenos en la parte técnica es cómodo trabajar, y son muy fáciles para montar. Mantienen el rácord, está todo técnicamente perita, pero no hay corazón latiendo, no hay fuerza. Y existen casos extremos al otro lado, actores viscerales, emocionales. Si no hay equilibrio, prefiero que se vayan para ahí, porque puede ser una chaladura en el rodaje y el montaje.

 

¿Y dónde está Luis?

En una zona intermedia, es de una precisión alucinante. Muy bueno técnicamente, cuenta con mucha experiencia y es muy fino. Tiene muy claro hasta dónde deja que la técnica entre. No va a dejar que le reste verdad a su personaje, está en un lugar perfecto. Así, efectivamente, montar es sencillo con él, porque todo lo que ruedas tiene una verdad poderosísima. Y, además, por una cuestión más personal: hace que los rodajes sean muy amables, porque es tan buena gente, tan generoso con sus compañeros y con el equipo…

 

¿Sucede a menudo?

Cuando tienes un o una protagonista ⎯sucede también con Mónica López en Rapa que son gente maja, no solo tienen talento, ni un ego herido que necesite ser adulado, ni necesitan ser sobreprotegidos, se mantiene el rodaje en un lugar muy humano y en un entorno creativo.

 



 

Por omisión: hay gente chunga en el trabajo.

Es poco frecuente. La verdad es que mi experiencia con actores y actrices es buena. En general son gente muy maja. Los casos contrarios son excepcionales, pero existen. Tuve alguna experiencia que deseo no volver a vivir. En general, si se meten a esto es por la pasión de contar historias, de vivir otras vidas, de explorar el alma. Hay algo de generosidad, y en general es gente muy divertida, viva, fresca, ingeniosa. Gente a la que le tengo mucho cariño en general, como en el equipo técnico.

 

Llegará un día en el que eso no sea tan manejable.

Cuando se hacen extraordinariamente conocidos hay algo muy difícil de manejar: que se vuelvan medio locos. Saltan por los aires las bases de las relaciones sociales, en gran medida, lo que nos coloca en la Tierra, en nuestro mundo. Si eso salta por los aires, hasta el punto de que hay gente a la que tú no conoces de nada y ellos creen conocerte intimísimamente, hay algo ahí muy enfermizo. Y, por otro lado, yo creo que los vuelve muy vulnerables, porque es tan delicado y tan voluble que, ante cualquier pequeño traspiés, se te va la pinza. Tienes que ser extraordinariamente cabal para que en esos casos no se te vaya. Me generan muchísima admiración los actores y las actrices muy conocidos a los que no se les va la pinza. Y, sobre todo, cuando te ocurre muy jovencito es muy difícil de manejar.

 

¿Tosar no ha cambiado desde el instituto?

A los 15 años se veía la persona que iba a ser, no se ha desencaminado. Tengo la sensación de que todos cambiamos. Luis cambió muy bien: pasó por momentos duros porque, cuando empezó a hacerse muy conocido de repente, no fue sencillo para él. Durante algún tiempo estuvo más retraído. Pero lo gestionó muy bien y consiguió recolocarse de una forma muy sana. En privado, sin presiones, sigue siendo exactamente el mismo tipo súper simpático, constantemente de coña. Pero el proceso tuvo varios golpes de popularidad.

 

¿Cuándo?

Recuerdo la serie Mareas vivas, que en Galicia fue un exitazo. El día siguiente al estreno del primer episodio dejó de ser una persona normal, de poder ir a un restaurante a ser conocido en todas partes. Y eso, que te ocurra de un día para otro, es desequilibrante. Y hay que llevarlo.

 

¿Por qué fueron tan importantes para Galicia Mareas vivas y Padre Casares?

Son dos casos muy diferentes. En Mareas Vivas estuve al principio, pero me siento muy poco responsable, es una serie de Anton Reixa, que me llamó para dirigir en su segunda temporada. Era la primera vez en que una serie de la televisión gallega, en gallego, conectaba con la audiencia de una forma masiva. Trascendió el concepto de éxito televisivo para convertirse en un fenómeno social. En la calle repetían las frases de la serie. De repente, había una sensación de que nuestro idioma y nuestra idiosincrasia era tan válida como cualquiera para estar reflejada en una serie. Diez años más tarde, Padre Casares fue otro gran éxito de audiencia, pero no tan monumental como Mareas Vivas.

 

¿De esta sí se considera responsable?

Sí, sí. Yo dirigí la primera temporada, y hubo un salto adelante en cuanto a forma de rodar. Porque en Galicia, como en Madrid, las series se hacían con mucho aparato técnico, con tres cámaras que se premontaban en una unidad móvil. Todo era lento, y en muchos casos incluso había un director que montaba la escena y hablaba con los actores. Y había un realizador para esa parte más puramente técnica. De hecho, yo estuve en Madrid haciendo algún episodio de El comisario, que se rodaba con ese formato. En Galicia rodábamos con tres cámaras porque eran series relativamente baratas, y había que rodar mucho. Pero ya no había esa bicefalia entre alguien realizando y alguien dirigiendo. Así, había más posibilidades de que el lenguaje se acercase, de que fuese cinematográficamente algo más complejo.

 

¿Diría que ahí se creó un lenguaje cinematográfico?

No lo creo. Lo que sí hay históricamente hay una gigantesca diferencia por cuestión de tiempo, de medios y de dinero. Pero también se hicieron un montón de películas muy rápidas y con una cinematografía muy pobre en muchos casos. Te quedas muy en el abc de esas capacidades expresivas. En el momento en el que puedes tener más control y más tiempo para desarrollar ese lenguaje… Yo diría que en el caso de Padre Casares ese lenguaje empezaba a ser ya un poquito más complejo y a acercarse a las cosas que ahora hacemos.

 

 

¿En cuál de sus películas había puesto mucha ilusión y no tuvo una acogida a la altura?

Quizá la primera, El año de la garrapata. Por un lado, le tengo mucho cariño por ser la primera, pero al mismo tiempo yo soy consciente de que yo estaba muy verde.

 

Sería treintañero.

Sí, en el rodaje tenía 31 o 32. Bueno, el caso es que tengo la sensación de que no fui suficientemente flexible y rico. La película podría haber sido mucho mejor, no por falta de medios, sino porque no estaba en mi salsa todavía.

 

¿Por incapacidad o falta de soltura?

Sí, por bisoñez. Creo que me pudo un poco esa presión de primera película, el miedo a hacerlo mal es lo menos creativo que puede existir.

 

El reparto era muy gallego: Javier Veiga, María Vázquez, Luis Zahera...

Sí, sí. Y Camila Bossa. Pero en el grupo protagonista estaban también Félix Gómez y Verónica Sánchez, andaluces… Bueno, el caso es que las expectativas eran más altas. No sé si es de la que estoy más orgulloso, pero a la que le tengo más cariño es a 18 comidas.

 

Después de aquella primera película, tardó unos años en hacer otra.

Hubo muchísimos problemas que me desconcertaron muchísimo. Pensaba: “Si el mundo del cine es esto...”. En algún momento me planteé dedicarme a otra cosa. Vi muchas cosas que no me gustaron, no fue una gran experiencia a nivel personal. Y la siguiente, 18 comidas, fue todo lo contrario, ya sin ningún miedo al error: “Vamos a jugar y a hacer algo que me apetezca y me motive muchísimo”. Y resultó una película pequeñita, pero que disfruté monumentalmente, una experiencia maravillosa. Es una peli con mucha alma, mucho corazón.

 

Ahí se dijo: “Sí, soy director, me puedo creer que puedo dedicarme a esto. Qué a gusto estoy”.

Totalmente. Disfrutaba a diario de ese entorno creativo. De alguna manera había madurado como para dejar atrás esos miedos, que nunca desaparecen del todo, pero aprendes a gestionarlos para que no te atenacen. Y supongo que de los errores se aprende. Y ese error de querer ser correcto ya no lo voy a cometer nunca más.

 

Ese 2010 fue un año bueno para usted porque hizo también la serie Pelotas.

La experiencia de trabajar con José Corbacho y con Juan Cruz fue buenísima... Yo era un gran admirador de su película Tapas. Me habían llamado para la primera temporada de Pelotas, pero tenía el rodaje de 18 comidas. Básicamente, me dijeron: “Si luego hay segunda temporada, te llamaremos”.

 

Y lo hicieron.

Para mi sorpresa, unos meses más tarde, me llamaron. Lo disfruté muchísimo. Primero, un ambiente muy majo: gente de esa que hablamos, con muchas ganas de contar historias. Muy naturales todos.

 

 

En esa serie irrumpía Celia Freijeiro. Hablábamos de Luis Zahera, de Luis Tosar. En Rapa deslumbra el veterano Miguel de Lira. Proliferan los actores gallegos…

Hay muchos y fantásticos. Por un lado, toda esa generación que empezó en los 90, cuando comienzan las series. A finales de los 90 llega Mareas vivas. Hay un caldo de cultivo y sale un montón de actrices y de actores de mucho nivel. Van siendo conocidos también fuera de Galicia. Arranqué hace poco un proyecto con un grupo de actores y de actrices de veintipocos años. Me quedé fascinado con el nivelón, el talentazo que tienen. Eso no existía en los 90. Ya va saliendo alguno por ahí.

 

¿Es innato o hay una escuela gallega a lo Cristina Rota o Juan Carlos Corazza?

En Galicia hay varias escuelas. Lo esencial es que haya ese caldo de cultivo que apareció en los 90 y se fue consolidando en los 2000, 2010. La más relevante es la ESAD, la Escuela Superior de Arte Dramático de Vigo, por la que está pasando gente muy potente, muy interesante. Y hay escuelas privadas, como la de Santiago, que también está muy bien. Pero ese caldo de cultivo está un poco en horas bajas. Porque la Televisión de Galicia, que tuvo en los 90 una apuesta muy clara por la ficción, ahora mismo no lo hace.

 

Nació usted en una familia de ciencias, es hijo de médico y farmacéutica. ¿Por qué estudió filología y no buscó directamente esta vocación?

En Galicia, cuando acabé el instituto, no había escuelas de cine relevantes. Estudiar cine significaba irse o a Madrid o a Barcelona. O a algún otro país. Yo quería ir a Santiago, donde había mucha efervescencia cultural. Era un momento muy rico, un momento teatral, por ejemplo. Había un cambio, una revolución. Salía gente muy interesante. Por ejemplo, el Grupo Chévere, con la compañía de teatro en la que están Miguel de Lira o Patricia de Lorenzo, que también está en Rapa. Una actriz absolutamente maravillosa. Y a mí me apetecía ir a Santiago. Con la inconsciencia o chulería de los 18 años, no veía especialmente necesario estudiar. Veía cine, leía sobre cine. Y años después empecé a pensar que quizá no estaría de más haber estudiado.

 

Pero hizo cursos sobre ello.

Sí, muchos cursos. Alguno me cambió mucho la vida. Por ejemplo, uno que hice de dirección de actores con Michael Radford en Dublín. Lo organizaba la Academia de Cine Europeo. Eran los primeros años de Internet, que empezaba a popularizarse. Escribí y me seleccionaron, una gigantesca sorpresa. Éramos 12 directores de toda Europa, una experiencia de estas que te hacen explotar la cabeza.

 

Radford es un gurú, ¿no?

Sí, yo diría un tipo muy sabio. Él es un gran director, pero tenía experiencia. Empezó siendo actor. Con lo cual, lo que él transmitía era: “No voy a enseñar trucos para dirigir, sino simplemente entender lo que significa ser actor”. Básicamente nos hizo pasar por la experiencia de ser actor durante una semana. Ponernos en el pellejo. Hacernos actuar. Y fue poderosísimo. Por ejemplo, 18 comidas, en gran medida, nace de aquel curso. Porque lo que hizo él fue jugar desde la improvisación. A mí me abrió un mundo, pensé que podría ser muy divertido hacer una película desde ahí. Y así nació 18 comidas.

 

 

¿Eroski Paraíso tiene algo que ver con la cooperativa?

No, no. Es una historia muy divertida. Esto fue cosa precisamente del grupo Chévere. En Muros, en la costa de Galicia, se montó hace años un Eroski en lo que durante décadas había sido la discoteca más conocida de la zona,  Paraíso. Se les ocurrió hacer una obra de teatro con el cambio generacional de una cosa a otra. Inicialmente pensaron en hacer crítica social del consumismo. Se llevaron cierta sorpresa cuando empezaron a hablar con la gente de Muros que trabaja allí. Y estaban muy contentos.

 

O sea, que hubo que cambiar un poco el chip.

Exacto. Y yo creo que eso fue bueno para la obra, porque acabó siendo sobre el cambio social Galicia, en el resto de España y en Europa de los años 70 a los 90, digamos. La entrada de la droga, que machacó la zona. Trataron una serie de temas muy interesantes. La obra de teatro me entusiasmó. Y al final de la función estuve con Miguel de Lira, le conté lo mucho que me había gustado.

 

¿Y cómo surge la película?

Me llamaron los Chévere para proponerme hacer una adaptación televisiva. De inicio les planteé que no tenía muy claro. No me apetecía mucho rodar una obra de teatro, no sé si tengo algo que aportar. Le di una pensada y se me ocurrió un pequeño dispositivo narrativo: una chica que hace un documental sobre la historia de sus padres. Y en la obra de teatro no existe la cámara. ¿Qué pasa si en vez de contarlo de forma omnisciente y nosotros ver a los personajes, lo hacemos desde el punto de vista de esa cámara, documental? Y la segunda idea fue trabajar con dos cámaras en simultáneo, de forma que pueda haber duplicidad y podamos trabajar gran parte de la película a pantalla partida.

 

Los repartos de sus series son top. Candela Peña y Darío Grandinetti, en Hierro, y Javier Cámara y Mónica López, en Rapa. ¿Eso obliga a jugar siempre en esa liga?

Yo diría que es un acto de pura libertad. Cada proyecto tiene unas necesidades. Hay veces en que tiene mucho sentido que los protagonistas sean actores muy conocidos y otras en que no es así. No me genera ninguna obligación. Cada vez apostamos por lo que funciona mejor para el proyecto concreto.

 

¿Existe la libertad total en los castings?

No, la libertad total, honestamente no existe. A ver, hay ciertos casos. Yo entiendo que Almodóvar tiene libertad total. No creo que a Christopher Nolan le vayan a discutir mucho los protagonistas. Pero lo normal, aunque te lo impongan, es plantear y negociarlo. Tanto los productores como los canales y las plataformas pueden entrar con más o menos respeto. Con la experiencia de estos años estoy muy satisfecho, en ese terreno. Alguna vez me impusieron al protagonista y fue un desastre absoluto. Y me arrepentí muchísimo.

 

¿Habla de una serie?

Sí. Pero hace muchos años que no me imponen a ningún protagonista. Hay un elemento de negociación y en muchos casos los repartos son muy complejos de montar. Lo normal, yo creo, es que sea algo de consenso. Como en los jurados de los festivales, puede haber algún caso en el que la persona que se escoge no fuese la primera opción de nadie, pero sí sea la segunda de todos. A todo el mundo le parece que está bien.

 

¿Cómo consiguieron que Javier Cámara siguiera con su vida laboral durante las tres temporadas de Rapa?

Hubo que hacer ciertos equilibrios, porque eran muchos meses en Galicia, había que buscar la manera de dejarle huecos libres para que no pusiera su vida totalmente en suspenso durante tantos meses. Se lo pensó un poquito, y fue una decisión algo delicada. Para mi sorpresa, resultó sencillo: le interesó el proyecto desde el principio.

 

Y encima, con la evolución que exige el personaje, afectado de ELA, en el que hay que meterse. El compromiso con la enfermedad, ¿es una convicción suya o de los guionistas?

Diría que es una convicción compartida, sin duda, entre los guionistas, Pepe [Coira] y Fran [Araujo] y yo. Pero también con Alfonso Fosco Blanco, el productor, y la gente de Movistar. Es algo en lo que estábamos muy alineados todos.

 

 

En el caso de Javier, ¿ha tenido que hablar con muchas asociaciones, documentarse para la deriva de la enfermedad?

Sí, estuvimos en contacto con la gente de Agaela (Asociación Galega de Afectados pola Esclerose Lateral Amiotrófica). Y hubo mucha colaboración de su parte para los elementos que van siendo necesarios según evoluciona la enfermedad: el coche adaptado, todo lo que va apareciendo en la habitación. Un currazo, la verdad.

 

Hay pasajes que recuerdan a Mar adentro, la película de Amenábar sobre la eutanasia de Ramón Sampedro.

Aparecían de forma natural, orgánica. No conocí a Ramón, pero sí tuve amigos muy próximos a él. Gracias a él estamos contando una historia totalmente diferente. El país aprobó una ley sobre la eutanasia que haría hoy innecesaria la lucha de Ramón Sampedro. Tengo la sensación de que lo que nosotros contamos en Rapa no sería igual sin aquella lucha de Ramón Sampedro. Porque fue un despertador de conciencias: “Respetemos sus deseos, respetemos su decisión”.

 

Y en Hierro hay un niño con parálisis cerebral, Nico, al que encarna Ángel Casanova, que nació con ella.

Sí. Con el guion en un estadio bastante temprano, pensamos que podía ser interesante que el personaje de Candela tuviese un hijo con alguna discapacidad. Generaba cierto interés en el personaje, cierta complejidad, y nos apetecía mucho. Ahí tuvo mucho que ver que mi hermano Pepe y yo convivimos de niños con nuestra tía Toñita, que tenía una discapacidad intelectual severa en esos años 70. Un síndrome de Rett, por lo que pudimos saber años después. Nos pareció que podía tener sentido con la idea de que no se convirtiese en trama, sino que fuese un elemento del entorno, del universo del personaje. Empezamos a hablar con gente de Hierro y a ponernos en contacto con alguna asociación de gente con discapacidades. Y apareció Ángel, que tiene una parálisis cerebral, pero no tiene discapacidad intelectual. Tiene problemas motores, problemas de habla. Pero es un chaval muy listo, muy simpático. Y muy hablador, por otro lado.

 

¿La realidad requirió mucha modificación?

De repente nos quedó adaptarnos un poco a la propia realidad de Ángel, modificándola: tenía que actuar. Por ejemplo, el personaje tiene algunos problemas que Ángel no tiene. Ángel camina, de hecho, y Nico, nuestro personaje, no. Tuvo que actuar. Nico reaccionaba a lo bueno y a lo malo, a lo positivo y a lo negativo.

 

¿Y los padres, qué tal?

Súper majos, no eran intrusivos. De hecho, metimos al padre en la serie. También Ángel Casanova. Había sido púgil de lucha canaria. Necesitábamos un guardaespaldas. Hacía algo muy llamativo: cogía las nueces y era capaz de abrirlas con la mano. La mano de un luchador canario, legendario.

 

A una isla desierta, ¿Jorge Coira se llevaría thriller o comedia?

Son los dos géneros más queridos. Me entusiasma el drama, pero como género, el thriller y la comedia me fascinan. Tengo un enorme respeto por el terror, por ejemplo, pero no me interesa nada. No es mi terreno. Pero la comedia me parece que tiene algo misterioso. Simplemente el hecho de que exista el humor. ¿Por qué tenemos sentido de humor? ¿De dónde sale eso? El universo, en general, tiene muy poco sentido de humor. Es atroz, monumental, impactante, misterioso, pero no es divertido. Y de repente, en un planetita, en las afueras de una galaxia, salen unos bichos con capacidad para reírse… de todo. Es tan mágico eso…

 

El humor siempre se señala como saludable.

Mucho. Me parece de lo más especial e interesante que tiene el ser humano. Sin el humor, sería un bicho triste. Un bicho gris y triste. Y gracias al humor somos un bicho maravilloso. Me flipa la comedia, a través de una película generar ese estado de humor, la risa, la sonrisa. Esa efervescencia que se produce en el cerebro, en los demás, me parece un regalazo.

 

¿Y el thriller?

Es un género muy poderoso para explorar zonas complejas del alma, como la culpa, el miedo, la ira, la violencia. También existen y es muy saludable hablar de ellas y explorarlas. Y luego, además, tiene unas capacidades como para reflejar la sociedad y lo que se está cociendo en la parte de atrás de la sociedad. Al menos, el thriller que a mí me interesa, que tiene mucho que ver con la novela negra. No tanto con la clásica, que también me interesa, pero sí con toda esa ola de novela negra de las últimas décadas. Soy un absoluto enamorado de Henning Mankell. Desde que entramos con Hierro intentamos hacer algo en esa liga, en ese universo. Con todo, pensando que sean géneros híbridos, no puros.

 

En Movistar han encontrado la horma del zapato en ambos sentidos.

Hay muy buena relación y en los últimos años hubo Hierro y Rapa. Las series que estamos haciendo están funcionando con ellos. Tardamos mucho en conseguir levantar Hierro. Cuando realmente conectamos con Movistar Plus+ y con el equipo de Domingo Corral [director de ficción], de Susana Herreras [productora ejecutiva], hubo una conexión que no se había producido hasta el momento. Vimos las cosas parecidas, con todos los matices, pero parecidas.

 

¿Se han amoldado todos a una forma de currar?

Claramente. Todos cedemos y todos estamos a gusto, al mismo tiempo. Hay una forma común de ver las series, de ver los límites y el terreno de los juegos. Por ejemplo, cuando empezamos a hablar de esa serie, insistía en que me parecía esencial que los actores tuvieran acento canario. Y en aquel momento, Pepe Coira, Araceli Gonda [guionista y esposa de Jorge Coira], Alfonso Fosco Blanco y yo veíamos claro que debía ser así. Y en el momento en el que la serie entró en Movistar no hubo discusión. No tenía sentido hacerla con acento de Valladolid.

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