BONITO
(EL AMOR POR DELANTE)
JORGE NARANJO
Director y guionista (Sevilla, 1976)
“¡Bonito!”. Así cogías siempre el teléfono. Con una voz que era un impulso a todo. Y esa alegría que curaba. Solías responder desde tu furgoneta, entre el murmullo del manos libres, aprovechando algún viaje entre Ávila y Madrid, donde pararías un rato para luego bajar a hacer noséquécosa en Cádiz, desde donde tendrías que irte a Barcelona para un evento, no sin antes volver a pasar por aquí para ayudar en una mudanza, poner tres cuadros en tu casa nueva o, simplemente, darle un beso a Rocío. Y al instante (siempre al instante) éramos felices, porque al fin teníamos un rato contigo. Porque en esos ratos, Rikar, todo estaba bien. Y eso era lo que lograbas, recordarnos que todo estaba bien.
Te conocí en un curso con Natalia Mateo. Y desde que llegaste, lo pensé: “Yo quiero ser como ese tío”. Pero era más complicado envidiarte que ser tu amigo, así que me acerqué a ti veloz. Y en segundos, me quedé pegado para siempre. No fui el único. Creo que nadie escapaba de ese imán. Tenías esa capacidad de unirnos. Acercarnos. Y la sigues teniendo, como ha quedado demostrado desde ese sábado en que no llegaste al teatro y un coche nos empotró a todos.
Desde ese día han pasado muchas cosas. Y hemos recordado otras. Aún me acuerdo de cuando te llamé para proponerte un micro llamado Palomitas, una pieza que nunca nos seleccionaron pero que se convirtió en uno de los cuatro cuadros de AMOR, la obra que nos unió para siempre, entre risas, cojeras y cajas de cartón. No olvidaré jamás el día que cambiaste el final. No avisaste a nadie. Solo al público y al técnico. Así eras tú: “a lo loco”. Tú no sabías que yo estaba, que había escapado un poco antes de la librería Ocho y Medio (donde trabajaba entonces y terminaríamos rodando nuestro corto) para ver la función y daros un regalo. Todo iba bien, ya llevábamos varias funciones, las piezas estaban bastante encajadas. La Sala Tú estaba llena y silenciosa, asistiendo al final con esa atención mágica que solo nos regala el escenario, ante ese cierre íntimo donde las emociones de los personajes cicatrizaban y en el que debía ocurrir ese pellizco que siempre buscábamos y solo a veces conseguíamos. Y fue entonces cuando Diego, manejando las luces, me dijo: “Ahora verás, Jorge, ahora verás…”. Yo temblé: “Ahora veré, ¿qué”.
Y justo en ese momento te fuiste de la sala. Fernando no se lo creía. Le habías dejado solo. De pronto. Sin avisar. Bea tampoco entendía nada, así que empezó a improvisar un montón de frases sin sentido. Diego me sonrió con una mirada maníaca: “Es una cosa que se le ha ocurrido…”. “¿Qué coño se le ha ocurrido, Diego, qué es esto?”. Y Diego apagó las luces, y metió la peor canción de Cumpleaños feliz del mundo. Y tú volviste a entrar con una tarta y confeti, porque era el cumpleaños de Bea. Y nos mataste. Y nos enamoraste. Y nos cabreamos. Y no supimos qué hacer. Y no te importó que allí estuviera un programador, un director de casting o quien fuera. Era el cumpleaños de Bea y eso estaba por delante de todo. De la función. De la gente que había pagado la entrada. Del texto. De todo. Porque eso era lo que tú hacías, Rikar, poner el amor por delante de todo. Y algunos no lo entendíamos, porque nos falta esa generosidad extraña que a ti te sobra.