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06-08-2015

 
Jorge Roelas


“Cada uno tiene un camino: no hay errores, solo escalones”


Acabadas las funciones de ‘Pluto’, el madrileño repasa hitos de su carrera, desde ‘Médico de familia’ a ‘El método Grönholm’ 



EDUARDO VALLEJO
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Si nos acogemos al tópico del “hubo un antes y un después”, en la trayectoria del intérprete y comediógrafo madrileño Jorge Roelas pueden contarse varios. En abril de 1980, con apenas 20 años, su vida dejó de ser la de un soñador de escenarios y se convirtió en la de un actor de verdad. A la sombra de jóvenes como Kiti Mánver o Imanol Arias, se subió por primera vez a las tablas para participar en El sueño de una noche de verano, con montaje del británico David Perry. “Aquel año intenté entrar en la Escuela de Arte Dramático”, recuerda, “pero me suspendieron. Por eso me presenté a las pruebas que hacía Perry. Incluso me ofreció el papel de Puck para probar a Oberón. Yo me negaba porque tenía que dar mucho texto. Ya entonces mi ambición brillaba por su ausencia”.
 
 
 

 
 
– ¿Eso le pesa?
– En algunos momentos he perdido oportunidades.
 
– ¿Por ejemplo?
– A principios de los ochenta, mientras hacía teatro infantil con la compañía Zampanó, me llamó Teresa Vico para darme un papel protagonista en La ciudad y los perros, con gente como Félix Rotaeta o Walter Vidarte. Lo rechacé por no dejar colgados a los de Zampanó.
 
– ¿Lealtad mal entendida?
– Sin duda. La propia Teresa me decía que mis compañeros lo entenderían. Pero yo le hablé de un chico muy bueno que había visto en La hija del aire, un malagueño que se llamaba José Antonio Domínguez. Él hizo el papel. Luego se le conocería como Antonio Banderas.
 
 
 

 
 
   Roelas esboza una sonrisa entre desganada e irónica antes de concluir con optimismo: “¡Es igual! Cada uno tiene un camino. No hay errores, solo escalones”. Después de su primer salto al vacío retomó una prolongada carrerilla para su siguiente gran impulso.
 
Rata o no
En esa carrerilla su maleta fue llenándose de importantes obras: Seis personajes en busca de autor, con el Teatro del Arte de Miguel Narros (1982); Eloísa está debajo de un almendro, con el CDN (1984); la Madre coraje que Lluís Pasqual hizo para Rosa Maria Sardà (1986); acompañando a Santiago Ramos en El búfalo americano, el primer David Mamet representado en España gracias a la adaptación de Fermín Cabal (1990)…
 
– ¿Cómo fue el aprendizaje del oficio?
Después de la mili fui a ver a Kiti Mánver. “En esto hay dos caminos: o eres una rata o no lo eres. Y si no lo eres, debes formarte”, me dijo. Estaba decidido a estudiar, pero tres días después Kiti me avisó de que había en juego un papel, el del hijo autista de Seis personajes en busca de autor. ¡Con Miguel Narros! Aquel fue de verdad mi primer gran salto.
 
– Un montaje muy recordado. Teatro sobre el teatro.
– Fue mi máster en teoría y práctica teatral. Como usted dice, el texto de Pirandello es metateatro, y mis compañeros eran profesores para mí. No solo era la maestría de Narros o Layton. Aprendí de gente como Kiti, Manuel de Blas, José Pedro Carrión o mi querido hermano Carlos [Hipólito].
 
 

 
 
– Hipólito hacía de su hermano. ¿A eso se refiere?
– Es más que eso. Desde aquel montaje somos como hermanos. Luego entré por cabezonería en un taller que impartía José Carlos Plaza para Eloísa... Yo no estaba en el reparto, pero iba cada día a la puerta. José Carlos, lógicamente, no me dejaba entrar. Hasta que me colé. Se dio cuenta y me dijo: “Te has colado, ¿eh? Has hecho bien”.
 
   En abril de 1995, 15 años después de aquel Sueño de una noche de verano, se emitía por televisión el octavo episodio de la segunda temporada de Médico de familia, la serie protagonizada por Emilio Aragón, que entre 1995 y 1999 encandilaba a España con la historia de amor entre el doctor viudo y su cuñada (Lydia Bosch). La peculiaridad de ese capítulo es que en él debutaba Marcial González, su personaje, un celador bonachón que estaba imposiblemente enamorado de Gertru (Lola Baldrich).
 
– La popularidad llamó a su puerta. Al abrir, ¿notó un golpe de frío o de calor?
Ya me he habituado a que tantos años después la gente siga llamándome Marcial. Tiene mérito que aún se acuerden de mi papel. Soy extrovertido, hablo con todo el mundo, pero la fama me da igual.
 
– ¿Qué era lo mejor de aquel trabajo?
– La receptividad a tus propuestas. Se esperaba de ti que aportaras. Le dije a Emilio [Aragón] que me encantaba trabajar así. Y me contó que ese talante lo heredaba de su familia, una familia de payasos que iba poniendo su carpa aquí y allá. “Así se funciona en el circo”, decía. Ellos ya habían inventado la tormenta de ideas.
 
 
 

 
 
Un método infalible
En septiembre de 2004, cuando los rescoldos del triunfo se habían apagado ya, el actor emprendió la mayor de sus aventuras profesionales sobre el escenario. Junto a Carlos Hipólito, Cristina Marcos y Jorge Bosch estrenaba el montaje madrileño de El método Grönholm, de Jordi Galcerán. El Marquina estaba abarrotado. Ninguno de ellos podía sospechar que seguirían llenando día tras día aquel teatro durante tres años. “Ni el autor sabía que se haría rico”, apunta Roelas.
 
– ¿A qué achaca esa acogida mayúscula?
– A un texto maravilloso con una estructura teatral casi perfecta. A la gran cercanía entre Tamzin Townsend y Galcerán, que ya habían hecho algo juntos. Y a los actores. Carlos tuvo mucha culpa de aquel éxito. A veces la vida te da la oportunidad de ser idiota. Él la ha tenido decenas de veces, pero siempre ha hecho lo mismo: seguir aprendiendo y creciendo como actor, como persona y como compañero. Y qué decir de Cristina Marcos, una actriz que tendría que estar solicitadísima por su calidad profesional y humana. Trabajar con ella es lo mejor que te puede pasar.
 
   Su última aparición en un escenario ha sido con Pluto, que ha finalizado gira en Madrid tras su estreno en Mérida el pasado verano. Esta humorística reflexión de Aristófanes sobre el caprichoso dinero tiene 25 siglos y plena vigencia. ¿Todo está en los clásicos? “Todo está inventado”, replica el actor. “Aristófanes nos dice que los ricos necesitan pobres para existir. La ambición y la codicia siempre van a estar ahí”.
 
 

 
 
– Ha dirigido ya dos cortos, ¿para cuándo un largo?
– Tengo una historia escrita con Juan Carlos Rubio. Se llama Por mí y retrata a dos mujeres con un intervalo de 30 años en sus vidas. Querría que la encabezaran Ángela Molina y Ana Belén, y sus hijas, Olivia y Marina. Tengo su carta de compromiso para rodarla, pero nos está costando mucho.
 
– Otra historia femenina, como las de sus obras Verano y Lastres. ¿Por qué tantas mujeres?
Verano estaba pensada para Carlos Hipólito y para mí, como hermanos de nuevo, y tendríamos a Julia Gutiérrez Caba como madre. Pero no pudo ser. Tras una serie de vicisitudes, Joaquín Climent me sugirió que cambiara los personajes a mujeres, todo un acierto. Con el cambio de sexo ganaba fuerza.
 
– ¿Y qué le espera en el futuro?
Tengo escrito mi próximo montaje, Maletas, y estoy buscando la forma de venderlo y estrenarlo. Además he adaptado el musical El cabaré de los hombres perdidos, que se estrenará en octubre en los Teatros del Canal de Madrid.
 
 

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