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18-02-2025

 
Juan Mariné
 
 
“El cine ha sido
  y es mi vida”


Director de fotografía durante cinco décadas e investigador otras tantas más resucitando fotogramas, el nonagenario artista nos relata en imágenes mil recuerdos y anécdotas
 
 
XABIER ELORRIAGA
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Bajo un sol abrasador, Juan Mariné sale a recibirnos a las escalerillas de la entrada de la ECAM, la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid, a la hora prevista. Estatura media que los años –92 marca su reloj biológico, el vital parece haberse detenido en el tiempo– solo han encorvado muy ligeramente.

   Pleno y bien cortado cabello gris, ojos luminosos en un rostro apenas arrugado. Cuando abraza, percibes la fuerza de su espalda, y cuando te coge del brazo, gesto que repetirá para subrayar lo que dice o muestra, sientes sus manos como alicates, fuertes y decididas.

   Antes de cruzar las puertas de acceso, nos señala una nueva construcción blanca a uno de los costados. “¿Sabéis lo que es todo eso? (…) ¡La nueva sede de la Filmoteca! ¿Con qué van a llenarla?”. Lo que habrá costado, nos preguntamos, tamaño nuevo continente que no tendrá suficiente contenido. Lo mucho gastado en ladrillo de diseño y lo poco para recuperar películas, tarea en la que Juan Mariné viene invirtiendo el último medio siglo. Él no lo expresa, pero adivinamos su enojo.

   Tras atravesar el gran hall ya silencioso, las clases han acabado, derivamos en un ascensor que nos baja a un sótano donde ingresamos a un espacio lleno de máquinas y artilugios inventados por nuestro más grande y probablemente irrepetible restaurador de celuloide.  

   Estamos en el que es territorio Mariné desde hace 16 años, con la ayuda de una entregada colaboradora, Concha Figueras, catalana de origen como él.
 
 

 
 
   Mariné se explica a través de sus prodigios. En cuatro espacios tiene instalados múltiples aparatos de su construcción. Los que ahí estuvimos, fuimos arrastrados a ese su mundo, fascinados por la complejidad técnica de su maquinaria. La aldea maldita, Currito de la cruz, La venenosa –el último filme mudo de Raquel Meller– son solo algunos de los títulos a los que el otrora director de fotografía ha dedicado su vida para devolverles la luz.

   Mariné contesta articulando sus pensamientos con enorme claridad y precisión, usando de una memoria fresca para todo detalle o nombre que necesite de su más lejano pasado. Modesto Llosent, entre otros. “Semiamigo de correrías infantiles” con quien, rebautizado Jorge Mistral, se reencontraría años después en el rodaje de Las inquietudes de Shanti Andía.

   Mueve sus manos, su cabeza y su cuerpo como si todo él fuese un resorte a punto de ponerse a mejorar un aparato o a investigar. “Cuando no trabajo, estudio. Trato de crear un sistema para lograr el revelado digital.”
 
Flashback: La II República. La guerra
Barcelona, 1934. Dos años antes de la victoria del Frente Popular. “Quería ser ingeniero, pero los meses en cama por tifus me hicieron perder la beca”. Con 14 años, Mariné entra en los Estudios Orphea. Franco, la oligarquía y al parecer también Cristo, se alzan; Catalunya, laica y demás, permanece republicana. Le movilizan cumplidos los 17. “Me dieron un fusil –‘tu mejor compañero a partir de hoy’- y dos bombas de mano. Pasados unos días, nos llevaron hasta un campo de trigo en La Sentiu para recuperar un terreno que nos habían quitado los fascistas. Solo se oía rezar el padrenuestro, nunca he olvidado aquellas imágenes. Fuimos avanzando pero nos bombardearon. De 150 quedamos vivos menos de la quinta parte”. 17 años. Tela.

   Los supervivientes fueron trasladados a la localidad leridana de Preixens. Su padre fue a verle y le llevó una pequeña cámara con la que inmortalizaría a sus compañeros de batallón. Esas fotos las vio el entonces comandante Líster y lo adscribió a su ejército. “Hacía panorámicas de las posiciones enemigas desde las trincheras”.

   Entre batallas, tuvo a su cargo todo el material de la CNT que estaba en Orphea y hubo de hacer virguerías para abastecer de material técnico los actos que había que filmar.

   “El entierro de Durruti fue para mí algo definitivo. Había cámaras por todos lados pero las baterías se caían, faltaban cables, focos, trípodes. El acto culminó en la plaza de Catalunya. Hablaron Companys, Morera, todos los del Sindicato, Castanyer. Pero no había equipo de sonido, no teníamos ni las voces ni el sonido ambiente, aunque fuera de fondo”.
 
 

 
 
   Años extraordinarios. Los niños se hacían jóvenes y los jóvenes, adultos en un plis plas. Las guerras aceleran vidas y sociedades, aparte de destruirlas. Mariné decide resolver lo del sonido en las tomas del entierro del carismático sindicalista.

   Va a Radio Barcelona, consigue las grabaciones y monta un imprescindible documental sonoro que electrizó a la ya entonces menguante zona republicana. Si eso no revela ingenio, energía y decisión no comprenderíamos cómo ha seguido 70 años más peleando por hacer milagros con fotogramas que de otro modo se habrían perdido.

   Años después, inventa y construye una máquina para quitar imperfecciones a antiguas películas. Se le concede por ello en 1974 el Premio Juan de la Cierva de Investigación, primero de los grandes reconocimientos que recibirá: Nacional de Cinematografía, Medalla de Oro de las Bellas Artes, Segundo de Chomón, Goya...

   Si hoy encontramos en nuestras filmotecas películas antiguas como si se hubiesen rodado anteayer, se lo debemos y deberemos siempre a Mariné. “El cine ha sido y es mi vida”. Hombre cálido, firme, brillante e inagotable con el que pudimos hablar largas horas en esos subsuelos de la ECAM que él llena de magia y energía. Ese hombre capaz de ver lo que nosotros no vemos porque, según ha dicho en más de una ocasión, “veo como si tuviera lentes de una cámara en las pupilas”.

   ¿Hasta cuándo piensa seguir trabajando? ¿No le apetece retirarse, disfrutar de la naturaleza, a alguien que ha llegado a rodar siete películas en un año y ha empleado decenas de miles de horas en su labor de restauración?

   “Había veces que estaba en el coche y no sabía si iba o venía. Si era de día o de noche. Mientras rodaba una película, venían a buscarme para localizar otra”. A continuación Mariné recurre a una imagen que se nos antoja toda una metáfora del futuro que confía largo. “Me encuentro muy bien, estoy muy contento. No me imagino retirado. Sé de una mariposa, china creo, que si la clavas en una planta, gira y se mueve como si fuera de verdad”. Un artilugio técnico al fin y al cabo. “Sí, y un reflejo de la vida misma. Esto me emociona más que ver un árbol, que ni ríe ni sonríe”.

   Fascinante este Mariné, decidido ser humano y cineasta, cazador solitario de viejos fotogramas a los que nadie hacía demasiado caso ni sigue, por lo visto, haciendo.
 
 

 
 
UN DEBUT CASUAL

Todo por un enchufe


A los 14 años la casualidad quiso que Juan Mariné se topara con el cine. Acompañando a un familiar a los Estudios Orphea de Barcelona, se siente atraído por el trajín de un rodaje: “Vi que había una puerta con un trasiego constante de gente entrando y saliendo. Era el plató donde grababan El octavo mandamiento”.

Sentado en un rincón, se da cuenta de que el ayudante olvida sistemáticamente enchufar la cámara. Una de las veces, el joven Mariné toma la iniciativa y la enchufa. “Todo el mundo se me quedó mirando. Sentí hasta miedo, pero, gracias a ello, el director de fotografía, Adrién Porchet, me pidió que volviera y me contrató para su siguiente película, El amor gitano [1936], donde empecé a llevar el foco”. Después, auxiliar, segundo operador y pronto director de fotografía. Una filmografía extensa, más de un centenar de títulos, en la que trabaja junto a cineastas como Antonio del Amo, Pedro Masó, José María Forqué, Pedro Lazaga… o las pioneras Rosario Pi y Margarita Alexandre.

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