Karla Sofía Gascón
“Necesitamos más personas que hagan lo que les dé la gana y sin que nadie les diga nada”
Galardonada en Cannes y por el Gobierno francés, el reconocimiento le ha llegado tras décadas de carrera con la película ‘Emilia Pérez’. Aquí la actriz encarna por primera vez un personaje trans después de realizar su transición. Siempre tiene en cuenta a sus compañeros de oficio y las adversidades que muchos de ellos viven
FRANCISCO PASTOR
FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA
Karla Sofía Gascón vive de vuelo en vuelo. El último, desde el canadiense Festival de Toronto. “La promoción es más dura que el rodaje. Me siento a la mesa sin saber si desayuno o ceno”, nos ha contado esta actriz. Con todo, ha logrado sacar un hueco para pasar unos días en Alcobendas (Madrid), la ciudad donde nació hace 52 años. Luego visitará Los Ángeles. Y de allí, a San Sebastián. Desde hace cuatro meses, así es la gira que esta artista realiza junto a Emilia Pérez, el largometraje que estrena este mismo año.
La película consiguió en Cannes un premio colectivo para sus protagonistas. Junto a Gascón actúan Zoe Saldaña y Selena Gómez. El certamen también concedió el Premio del Jurado a Emilia Pérez, un musical de corte social ambientado en México y rodado en París. Pero hay más: Gascón recibió la Orden de las Artes y las Letras francesa. Por fin llegó el gran espaldarazo a décadas de carrera, que incluye desde thrillers como La caja 507 (Enrique Urbizu, 2002) hasta la serie mexicana Rebelde. Y todo ello mientras escribía Karsia (Umbriel, 2018). En este libro narra otro de los viajes de su vida: el de reconocerse como mujer trans.
– ¿Alguna vez se imaginó recogiendo galardones en Francia?
– Jamás. Estaba de rodaje cuando me llegó el guion de Emilia Pérez. Me enganchó, pero temía encontrarme ante una producción floja, que todo acabara convertido en un cortometraje grabado entre cuatro amigos con un teléfono. La cosa cambió al entrar en los estudios de París. Conozco bien México y vi que lo habían recreado a la perfección. La dirección de arte me impresionó. Y también la labor de Jacques Audiard, el director. Nunca había trabajado así.
– ¿A qué se refiere?
– A la libertad que me dio. Lo paso mal si un director trata de llevarme por un camino que no veo claro. Audiard sabe bien lo que quiere, pero no es de los que se casan con sus ideas. Permite aportaciones de los actores y recoge lo mejor de todos nosotros. Él siempre anda creando. Introdujo cambios en la película casi hasta el último minuto. Ocho días antes de la presentación en Cannes aún estábamos en el estudio de doblaje retocando algunas secuencias.
– Ha conocido su mayor popularidad en Francia. ¿Cómo se trabaja allí?
– No nos parecemos en nada. En España lo arreglamos todo con celofán. Diría que incluso los astronautas resuelven así los problemas. ¿Que algo se ha roto? Pues lo pegamos con celo. Yo, también: si no sé por dónde llevar el diálogo, acudo a lo que ya conozco. Es mi primer instinto. A ellos les ocurre exactamente lo contrario: son muy perfeccionistas.
– Otro país en el que la conocen es México. ¿Existen grandes diferencias entre ser popular allí y aquí?
– Desde luego. No sé cómo tratarán los mexicanos a sus propias estrellas, las autóctonas. Yo soy española y allí he notado un amor sin reservas que no está mezclado con nada más. En España nos tiran piedras. Adulamos a los actores hasta que llegan arriba. Entonces, empezamos a machacarlos. Mi madre pone la televisión e insulta prácticamente a todo el mundo. Lo normal cuando presentamos una obra es que haya alguien por ahí convencido de que ese trabajo lo haría él mejor que nosotros.
– ¿Qué suele responder a eso?
– Que nadie sabe lo que cuesta una vida dedicada a la actuación. Ahí fuera dan por hecho que los artistas somos gente millonaria. Quiero dejarlo claro: si disfruto de que reconozcan mi trabajo es, sobre todo, por lo que pueda alentar en mi gremio. Tengo amigos que se parten el lomo actuando cada noche y los directores de casting ni siquiera miran sus fotografías. Yo vengo del mismo sitio que los demás. De pasarlo fatal muchas veces. De escuchar que quizá no valía para esto. Ahora sé que hay una oportunidad. Que no está todo perdido. Eso trato de transmitir a mis colegas. Y lo estoy diciendo yo, que una noche me tocó actuar para una sola espectadora.
– ¿Qué tal salió aquello?
– Había una sola espectadora en la platea y los productores me preguntaron si quería hacerlo. Dije que sí. En casa actúo para mi hija o para cualquier otro familiar. Pues con esa chica que fue a verme, ¿cómo no iba a hacerlo? Me pareció precioso y aprendí mucho. Es un recuerdo que guardo con cariño, al mismo nivel que cuando miles de personas aplaudían a rabiar tras la proyección de Emilia Pérez en Cannes.
– ¿Cómo lleva el odio que encuentra la comunidad trans por las redes?
– Sé que eso ocurre por igual en todo el mundo. Escucho las mismas locuras en todas partes. Necesitamos más personas que hagan lo que les dé la gana y sin que nadie les diga nada. Más personas libres. Está muy claro que lo diferente provoca estragos, reflexiones que nadie quiere hacer, incluso sobre uno mismo. Y que muchos tapan esas reflexiones con odio. Esto ya lo imaginaba antes de empezar la transición. Me preguntaba si volvería a actuar.
– ¿Cuándo vio que sí, que tendría una vida como actriz?
– Después de la transición rodé un largometraje en Tarento, en Italia. Por cierto, no se ha estrenado y, de momento, no me han pagado. Luego llegaron más propuestas y algo que me sorprendió: vi que me daban papeles femeninos a secas. La transexualidad no se mencionaba. El primer personaje trans que he interpretado ha sido el de Emilia Pérez. Esa variedad me alegra. No me gustaría caer en los clichés de siempre. Me llegan guiones sobre prostitución, que está tan asociada a mi colectivo. Y supongo que en algún momento diré que sí, aunque antes tendría que darle una vuelta.
– De nuevo, la libertad de la que hablaba. ¿La ha tenido siempre?
– No, al revés. Grababa telenovelas en México y el método era muy concreto. Todos los directores me decían que allí eran muy eléctricos, que las sutilezas debía dejarlas para el cine. Si me tocaba poner una taza de café en la mesa, lo hacía dando un golpe. Eso tenía un sentido: engancha muchísimo a los espectadores. ¡Se quedan mirando fijamente a la pantalla! Hasta que encontré un profesor con el que desaprendí todo aquello. Me pidió naturalidad, que actuara desde el presente. Aquel consejo me sirvió muchísimo. Y me costó mucho defenderlo en la televisión mexicana. Incluso llegué a las manos con algún realizador.
– ¿Cómo ejecuta su labor?
– Yo no trabajo para mí misma. Me debo al actor que tengo enfrente. Le miro a los ojos y reacciono a sus palabras. Según cambie su rostro, llevo mi actuación por un lugar u otro. Ese es mi método. También hay actores que no lo siguen y repiten unas líneas sin dirigirme la mirada.
– En sus diferentes redes se muestra desenfadada, como si no se tomara las cosas muy en serio.
– Es una parte de mí. Procuro vivir con humor. No doy importancia a las alfombras rojas ni a la televisión. Si la avalancha de Emilia Pérez me hubiera llegado a los 20 años, habría flipado en colores. Hoy prefiero que las cosas salgan bien. Ya está. Nada cambiará en mi vida si algo va mal: seguiré yendo al supermercado, haré la compra y veré la televisión con mi madre. E insultaré a los que aparezcan ahí, como dije que hace ella [risas].