HÉCTOR ÁLVAREZ JIMÉNEZ
− ¿Recuerda el momento particular en que decidió ser actor?
− Cuando tenía cuatro o cinco años mi madre me llevó al teatro del barrio en Troy (Michigan) e hice el casting para participar en la obra Peter Pan. Conseguí el papel de uno de los niños perdidos y desde entonces quise repetir, aunque el momento en que pensé que podía ganarme la vida como actor fue cuando grabé la serie El viaje de Peter McDowell.
− ¿Quién fue la primera persona a la que se lo contó?
− A los 17 años les dije a mis padres que quería estudiar Arte Dramático y me aconsejaron que hiciera otra carrera, pues la interpretación es complicada, solo da trabajo a unos pocos privilegiados. Les hice caso, así que me matriculé en Administración de Empresas y Matemáticas, pero siempre lo compaginé con proyectos teatrales y talleres.
− ¿Cuál ha sido el mayor golpe de suerte que ha recibido hasta ahora en su carrera?
− Participar en Casting. Tuve la oportunidad de grabar con Natalia Mateo la secuencia más bonita de mi carrera. Es una profesional como la copa de un pino y jugar con ella fue un privilegio. También tuve la suerte de actuar a las órdenes de Jorge Naranjo, que no solo sabe coger la cámara, sino que me dejó disfrutar con las emociones. Y además gané la Biznaga de Plata junto a todos mis compañeros de reparto, fue muy satisfactorio ver que a la gente le gustara tanto la película.
− ¿A cuál de los personajes que ha encarnado le tiene especial cariño? ¿Por qué motivo?
− A dos: el Ken Appledorn de Casting y Peter McDowell en El viaje de Peter McDowell. El primero es muy parecido a mí, ha sido un trabajo muy personal. E interpretar al segundo fue divertidísimo, ya que era un inglés con muchas ganas de conocer Andalucía y contaba sus aventuras y desventuras en esa tierra.
− Si el teléfono dejara de sonar, y ojalá que no, ¿a qué cree que se dedicaría?
− En Michigan me dedicaba a llevar las cuentas de una agencia de publicidad, así que seguramente buscaría algo similar o trabajaría como profesor de inglés, un empleo que ya tuve durante dos años en una escuela de Sevilla.
− ¿Ha pensado alguna vez en tirar la toalla?
− ¡Nunca! Soy consciente de lo complicado que es este oficio y siempre lo he alternado con otros trabajos.
− ¿En qué momento de qué rodaje pensó: “¡Madre mía, en qué lío me he metido!”?
− Durante un rodaje para el Festival de Cine Instantáneo de Córdoba, que exige filmar y montar un cortometraje en solo 24 horas. Hubo tanta tensión que llegué a pronunciar esa misma frase.
− ¿Le gusta volver a ver los títulos en los que ha participado?
− Al principio me cuesta porque me critico demasiado, pero es necesario para advertir fallos y mejorar. Con el paso del tiempo se me hace más fácil. Por ejemplo, pasaron casi dos años desde el rodaje de Casting hasta que la vi por primera vez en el Festival de Málaga, y había un montón de detalles de los que no me acordaba. Escuchar la reacción positiva del público fue emocionante, estoy muy orgulloso de la labor que ha hecho todo el equipo. ¡Tengo muchas ganas de que se estrene para volver a verla con toda la familia!