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30-07-2019

De la partitura al fotograma

 ‘La banda’, ópera prima de Roberto Bueso, se convierte en trampolín cinematográfico para un grupo de músicos sin experiencia previa ante la cámara

 

De izquierda a derecha, Gonzalo Fernández, Xavi Giner, Hugo Rubert, el director Roberto Dueso y Pepo Llopis, frente a unos multicines valencianos

 

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA

Reportaje gráfico: María Carbonell

El reto era grande porque ni Gonzalo Fernández en su papel protagonista, ni Pepo Llopis, ni Xavi Giner ni Hugo Rubert tenían apenas bagaje como actores. Lo suyo era la música. Tocar un instrumento en alguna de las numerosas bandas musicales que pueblan la geografía valenciana, una región en la que estas llegan a superar las 2.000. No hay un pueblo en la Comunitat Valenciana que no cuente con una banda u orquesta. No se sabe si hay más agrupaciones musicales o comisiones falleras, la verdad. El director novel Roberto Bueso, también valenciano y de apenas 32 años, asumió el órdago de debutar en el largometraje con una historia de amistad y desarraigo ambientada en su tierra: La banda (2019). El casting demandaba necesariamente la presencia de músicos. Profanos en el cine, pero duchos en la música. El resultado es un filme que acumula semanas de excelentes críticas y una excepcional acogida por parte del público, tras su estreno en el Festival de Málaga y en el Cinema Jove de Valencia. En una céntrica cafetería de la ciudad del Turia compartimos con los cuatro jovencísimos intérpretes y su director una charla que rezuma entusiasmo y satisfacción por el trabajo realizado.

 

– Estaba cantado que la terreta era terreno abonado para una cinta de estas características, ¿no?

–[Roberto Bueso]: Yo estaba estudiando dirección de cine en Madrid y empecé a sentir que me había distanciado mucho de mi tierra, de mi familia y de mis amigos. Eso me generaba un conflicto interno. Quise ponerlo por escrito, y los paisajes que acudían a mi mente me remitían a mi memoria sentimental. A Valencia. A las carreteras del Saler, a la Albufera. Y al ser una historia de germanor [camaradería en valenciano] entre amigos, el formato de la banda de música, algo que fuera de Valencia puede no entenderse tan bien como aquí, era el idóneo.

 

 

– ¿Fue duro el casting? ¿Tenía claro, desde su corto La noche de las ponchongas (2014), que tenía que fichar a actores no profesionales?

–[R. B.] Nunca lo tengo claro cuando escribo, pero es cierto que me influyó mucho el hecho de que en las prácticas de la escuela ya empezara a contar con compañeros. Y en el corto trabajé casi por azar con actores de 16 años. Fue una buena experiencia. Para el primer largo puede que eso fuera un riesgo, algo kamikaze, pero la verdad es que me surgió de forma natural.El casting fue largo, con cerca de 900 candidatos de toda la Comunitat Valenciana, músicos de bandas sinfónicas. Y podría haber salido mal, pero el milagrito de la pelies haberme encontrado al final con estos fenómenos, que además funcionan así de bien también como pandilla, cuando no se conocían antes de nada. Lo logramos sobre la bocina. A última hora. Les pusimos un piso para que convivieran y allí fue fraguándose su relación.

 

– ¿Cómo fue la labor como actores, y qué diferencia hay respecto al oficio de músico?

–[Hugo Rubert]: Yo había hecho cositas, pero nada comparado con el personaje de Cabolo en la peli.

–[Pepo Llopis]: Va por fases. Cuando te seleccionan, al principio piensas: “Qué cosa tan chula y tan diferente”. Crees que puede ser la experiencia de tu vida. Conoces a la gente con la que currarás, gente que es de tu mismo entorno, como tú. Te sientes cómodo. Pero luego, ya en los dos primeros días de rodaje te quieres morir, claro. Todo es muy duro, denso, largo. Lo bonito llega cuando, pasado un tiempo, ves por fin la película en pantalla grande. Y se deja ver. Y te das cuenta de que es una experiencia maravillosa.

 

– ¿Influye el hecho de ser músicos cuando ante la cámara deben dar vida a músicos? ¿Transmite fielmente la película cómo es la vida de una banda?

–[Xavi Giner]: Totalmente. Yo he tocado mucho por la calle, en muchos pueblos, y vayas donde vayas te acabas encontrando a alguien como el personaje de Farinós, a alguien como el de Edu… Está el que se emborracha más de la cuenta, el que es más cabroncete…

–[P. Ll.]: Es bonito comprobar cómo la gente que ve esta historia enseguida la asocia con su propio pueblo. Aunque no lo sea. La peli derrocha ambiente de banda y de pueblo al cien por cien. 

–[Gonzalo Fernández]: No es un documental sobre la vida en cualquier banda, pero retrata bien lo que es formar un grupo de amigos dentro de una de ellas, algo que en mi caso es así en la vida real. Cada músico es de su padre y de su madre, pero todos juegan un papel fundamental. 

 

 

– La banda refleja el desarraigo de esa generación de jóvenes profesionales que se buscan la vida lejos de su tierra pese a que son los mejor preparados en la historia de España. 

–[R. B.]: Totalmente. Uno escribe de lo que conoce y ve a su alrededor. Y esa cuestión, inconscientemente, ha tenido su peso. En ningún momento pretendía hacer un relato sobre el desarraigo, porque habría requerido otro tipo de película. Aparece sucintamente. He tenido amigos que, con todos los estudios del mundo, han tenido que irse de su tierra para desarrollar su proyecto de vida. El tema está tratado con respeto y de manera lateral, pues realmente La banda aborda más el lado afectivo de tener que separarte de todas las cosas que amas.

 

– ¿Cómo fue la convivencia con intérpretes veteranos y de trayectorias tan largas como la de Enric Benavent? ¿Imponía su presencia?

–[G. F.]: Yo soy óptico de profesión, además de dedicarme a la música, pero no había hecho teatro ni en el colegio. De hecho, soy bastante tímido, así que recuerdo que los primeros ensayos eran un sufrimiento. Enric [Benavent] e Inma [Sancho] se preocuparon por mí. Los veía como si estuvieran en el ático a nivel interpretativo… y yo muy abajo. No sentía que fuese capaz de llegar a nada parecido a lo que ellos hacen. Pero empiezas el rodaje y se portan tan bien… Les miras a los ojos y ya sabes dónde debes estar. Te lo ponen muy fácil. E igual con Charlotte [Vega]. Lo acabamos pasando muy bien.

 

– ¿Cómo valoran la acogida en el Festival de Málaga o en Cinema Jove?

–[R. B.]: También estuve yo solo presentándola en Edimburgo, y fue increíble cómo la acogió el público de Escocia. Pero lo de Málaga, donde estuvimos todos, fue un punto de inflexión. Era como jugar fuera de casa: público malagueño, película en valenciano con subtítulos en castellano, bromas típicas de Valencia… Aunque sentíamos que era demasiado valenciana, teníamos la creciente sospecha de que estábamos hablando de cuestiones universales partiendo de una realidad muy particular. Esa había sido nuestra aspiración. Málaga era una prueba para eso, y la reacción nos la guardaremos para toda la vida. El pase con el público fue una pasada porque los espectadores se lo pasaron en grande. Y además, se reían cuando se tenían que reír.

 

 

– Siempre se dice que puede ser más complicado hacer reír que llorar…

–[R. B.]: Exacto. Y se reían, aplaudieron hasta después de que se encendieran las luces, con todo el mundo puesto en pie. Nos emocionamos. 

–[P. Ll.]: Se generó una complicidad increíble con la gente. Fue la primera vez que sentí orgullo de toda la gente que formaba parte del proyecto.

–[R. B.]: Y en el Cinema Jove, ya en casa, en Valencia, con 900 personas en el Teatre Principal, tuvimos también una sensación parecida. 

 

Los difusos precedentes de un debut

Ya se sabe que trazar paralelismos entre una ópera prima y sus posibles referentes puede resultar odioso. Pero en la mayoría de los casos es inevitable. Sirve al menos para situar al espectador que se acerca al cine sin tener ideas preconcebidas. Hay quien esboza, por su temática musical con trasfondo social, similitudes entre La banda(2019) y Tocando el viento (Mark Herman, 1997). En cualquier caso, si algo le da miedo a Roberto Bueso, es que se vean mucho las intenciones –o las costuras– de sus películas: “Desde las prácticas en la escuela he sentido ese temor a hacer una película buscando de manera compulsiva los antecedentes”. Reconoce que sí, que claro que vio Tocando el viento, que incluso le encantó. Pero también Beautiful girls (Ted Demme, 1996). O Los inútiles (Federico Fellini, 1953), que siempre le ha marcado junto a Adiós, muchachos (Louis Malle, 1987). Confiesa que, “salvando todas las distancias y advertencias posibles”, todas ellas son películas importantísimas para él. Ese tipo de filmes de los que no podrá despegarse nunca. Y al asegura que no manejó “ninguna referencia” para el alumbramiento de esta cinta. Asume con naturalidad que la trama de La banda es “tan convencional, tantas veces contada, que la aspiración no era ser original, sino poder contarla con nuestra propia sensibilidad y nuestra propia mirada”. 

 

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