JAVIER OCAÑA
Alguno se debió quedar boquiabierto ante semejantes bíceps y no pudo soportarlo. Y como ocupaba un puesto en la Junta de Calificación y Censura, lo dejó por escrito: "La admiración física hacia el arquetipo masculino puede dañar psíquicamente a los adolescentes poco diferenciados, acentuando su complejo de timidez o de angustia sexual, desviando peligrosamente su atención de la sexualidad femenina". El párrafo, escrito en uno de los informes (e incluido en el fundamental estudio de Alberto Gil La censura cinematográfica en España, de Ediciones B), se las trae. Expresiones como "dañar psíquicamente" o "adolescentes poco diferenciados", en boca de un censor y referidas a un tipo que hace de Tarzán, sí que darían para un estudio de la mente. Pero al final se cortaron no pocas secuencias de La gran aventura de Tarzán (John Guillermin, 1959), película que llegaría a España un año más tarde.
El causante de todo ello fue un actor llamado Gordon Scott: mastodonte nacido en Portland, especializado en aventura y péplums italianos, bastante feo pero forjado en el gimnasio. Trabajó como bombero y portero de discoteca, y después de La gran aventura de Tarzán interpretaría en otras películas a gente de la calaña de Hércules o Goliat. Tres años más tarde, con Tarzán y el safari perdido, otra de las seis producciones sobre el rey de la selva que protagonizó, las frases promocionales intentaron avivar la llama de la polémica. Pero eslóganes tan poco sutiles como "El galán que las enamora con sus bíceps" y "Usted verá al fabuloso Tarzán más en carne viva que nunca" no pudieron salir a la luz: también acabaron siendo prohibidos por la censura.