Laurence Harvey y Susan Shentall dieron vida a Romeo y Julieta en la censurada adaptación de Renato Castellani en 1954
JAVIER OCAÑA
Entre la extensa lista de razones para censurar o cortar una película a lo largo de la historia del cine en España, una de las más llamativas siempre fue la inclusión de un suicidio. Según la iglesia católica, el suicidio se considera pecado grave. Y aunque presente desde los inicios del cine mudo (Alfonso XIII incluyó esta razón en una normativa censora de 1913), con la llegada de la dictadura franquista la norma fue seguida a rajatabla, sobre todo en la posguerra.
Por ejemplo, solo en el año 1948 se dieron dos casos: la estadounidense Débil es la carne, una soberbia película del maestro del melodrama John M. Stahl, y la suiza El inspector Studer, de Leopold Linberg. Según el expediente de cada una de ellas, ambas sufrieron cortes en el momento del suicidio de sus respectivos protagonistas. “Suprimir el disparo para que el suicidio en la Bolsa parezca una muerte repentina”, se ordenó a la de Stahl. “Modificar el suicidio para que parezca un accidente”, se precisó en el caso de la cinta suiza. Esas prácticas, como mínimo, provocan una sonrisa por su más bien absurda metodología y objetivo.
Con el paso de los años, sin embargo, la norma se fue atemperando. La clave pasó de ser “la justificación del suicidio” a “presentar el suicidio de forma sugestiva”. Es decir, si la película ofrecía una defensa (o no) al suicida, se justificaba su acto y cómo se hacía. Otro aspecto para considerar siempre fue el modo en que estaba rodado el episodio. En un caso muy paradigmático, el de Ha nacido una estrella (George Cukor, 1954), al tratarse de un suicidio en cierto modo elíptico, con el protagonista metiéndose en el mar y mostrando su albornoz en la playa, se dejó en pantalla y no se cortó nada. Caso especial es el de Romeo y Julieta, obra mítica sobre el suicidio por amor. En una versión británica de 1954 dirigida por Renato Castellani se especificó lo siguiente: “En el suicidio de Julieta, dejar solo el plano inicial, suprimiendo el resto, cuando con movimientos espaciados va clavándose el puñal en el pecho”.
Otros títulos importantes de los que se suprimieron sus suicidios en aquellos años fueron la estadounidense El puente de Waterloo (Mervin LeRoy, 1944), la francesa Macao (Jean Delannoy, 1950) y la argentina El infierno de los celos (Mario Soffici, 1946), basada esta en la novela de León Tolstoi La sonata a Kreutzer.