Para los responsables de los Cinemes Girona, en Barcelona, el oasis de las proyecciones digitales también se convirtió en el todo o nada. Ante unas cifras cada vez más claras y los reiterados rumores de que el apagón del celuloide llegaría en 2014 –está por ver que finalmente sea así–, decidieron no postergar más el momento de dar el paso. A principios de este año lanzaron la propuesta con la que reunir los fondos que necesitaban: un bono anual de tan solo 30 euros con el que los espectadores pudieran ver cuantas películas quisieran. El éxito de la convocatoria desbordó sus expectativas y les animó a una segunda ronda con la que continuaron invirtiendo en la renovación de sus instalaciones. Este acierto en la gestión, sin embargo, queda lejos de ser una panacea: aunque con él consiguieran financiar la esperada digitalización, su sostenibilidad a largo plazo estará en juego si no se acometen diversas reformas en la estructura del sistema audiovisual.
Caminando solos
Todos echan en falta la implicación de los poderes públicos a la hora de enfrentar una tendencia que, aunque en un principio con más timidez, llevaba tiempo viéndose venir. Aquella vieja costumbre que nos llevaba a asomarnos a la cartelera del cine de barrio se encuentra devaluada, sobre todo, debido a un exceso en la oferta. “Fueron fundamentales la llegada de Internet y la intensiva programación de películas por televisión. La gente elige ver las películas en su casa”, reflexiona Carlos Osorio, responsable de la plataforma Salvemos los Cines, antes de reiterar las otras causas en las que coinciden también los empresarios de las salas (piratería y presión fiscal). A su juicio, aunque el problema venga de atrás y los nuevos hábitos de los espectadores empiecen a contar con cierto arraigo, todo puede revertirse. “Hacen falta cambios en las leyes y un apoyo decidido a la cultura y a las artes, pero parecen decididos a comerse a la gallina de los huevos de oro”, apunta con tristeza. Hoy libra una batalla personal por conceder la categoría de Bien de Interés Cultural (BIC) al Palacio de la Música, el emblemático cine de la Gran Vía madrileña, que, durante años, permanece abandonado a la espera de un futuro que no llega.