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05-06-2024

Lara Izagirre

 

“Lo que más me gusta de hacer pelis es la parte previa al rodaje”


Sus proyectos como realizadora o productora son revulsivos para actrices: ‘Un otoño sin Berlín’ consagró a Irene Escolar y ‘20.000 especies de abejas’, a Ane Gabarain. Ahora su tercer largo como directora, sobre el deseo imperioso de la maternidad, ya está en la marmita. Y aprovecha para hablarnos de su compromiso con los artistas ("hay que escucharlos no solo con los oídos, sino con todo el cuerpo") o de su fascinación desde la infancia con Héctor Alterio

 

 

JAVIER OLIVARES LEÓN

Reportaje gráfico: Nerea Sciarra Calero

Lara Izagirre, de 39 años, aún no ha podido celebrar el éxito de 20.000 especies de abejas (en el resto de este texto, “las abejas”), una de las películas de la temporada, de la que ha sido productora. Y eso que está rodeada de templos gastronómicos familiares: es prima y paisana del chef Eneko Atxa, acaparador de estrellas Michelin. No hay tiempo. “Queremos ya decirle ‘hasta luego’ al proyecto, pero... es imposible”, bromea. Dirigida por Estíbaliz Urresola, esta conmovedora historia familiar sobre la identidad transgénero acaparó 15 nominaciones en los últimos Goya. Cuando charla con Actúa aún queda recorrido para las abejas: los Premios Platino y el Premio Europeo de la Audiencia, entre otros. Un trayecto que arrancó hace un año, en el festival de Berlín, y pasó por otros como los de Málaga o Hong Kong. Pero hablemos con la zornotzarra (gentilicio de Amorebieta) de su labor de dirección, pasada y futura, que también le da premios.


¿Le gusta la faceta de producción o exige mucho?

Creé la productora [Gariza Films] cuando tenía 25 años, con la idea de impulsar mis proyectos como directora. Una vez que te asientas un poco, te da margen para producir a otras personas. Y como es una empresa pequeña, era yo quien hacía el rol de productora. Me gusta… pero prefiero dirigir y escribir, la verdad. La producción ata mucho.


Una vez que se mete una en la faceta de conseguidora, ¿tiene menos tiempo para la faceta vocacional?

Exacto. Las abejas ha sido mi primera experiencia liderando un proyecto ajeno. En los míos suele ser el equipo quien hace la producción, más que yo. Esto representa mucha felicidad, y también un gran aprendizaje.


Bueno, ha sido un pelotazo.

Sí, sí. Pero no quieres distraerte del todo. Ya estoy con lo mío otra vez, la dirección. Seguiré produciendo, pero tampoco con tanta implicación. Al principio éramos Estibaliz y yo, las dos, en todos los mercados.


Y era un proceso... artesanal, casi.

Sí, muy personal. Han pasado más de 13 años desde que empezamos. Y ahora todas las que formamos la empresa nos repartimos la labor de producción.


Crear su propia productora, ¿tenía algo de reivindicativo frente a la industria?

Pues... No, qué va. Era muy joven, y no sabía realmente adónde iba. No fue una decisión muy meditada, solo queríamos intentarlo por nuestra cuenta. Yo no conocía nada de la industria. “Vamos a hacer los cortos, a ver qué tal va”, pensamos. Y como nos ha ido bastante bien con ellos, con mis películas y con algunas cosillas que hemos producido, de pronto teníamos una estructura para hacer cosas, pero no era la intención inicial.


¿Se compromete el patrimonio?

Cuando produces, lo ideal es acertar muchas más veces de las que no aciertas, lógicamente. Porque una vez puedes perder dinero, pero no debe ser la norma. Hemos arriesgado mucho durante estos años, y nunca hemos dejado un proyecto a medias. Los que realmente queríamos hacer, los hemos hecho. Y a veces ha significado poner dinero, pero la media nos está saliendo bien, porque seguimos vivas 13 años más tarde como productora. Ya no tenemos la incertidumbre de 2020: parecía que no llegábamos al final de año, y encima todo el mundo metido en su casa…. En plena pandemia, confieso que me planteé: “A ver, Lara, ¿qué vas a hacer si esto no...?”. Pero sobrevivimos a aquello, y luego nos ha ido bien. Por lo menos para no preocuparnos del sueldo de las trabajadoras, que es lo más importante.


Como realizadora, ¿tiene algo que envidiar a Estibaliz Urresola? ¿Qué destaca de su labor?

Creo que somos muy diferentes a la hora de dirigir. Por ejemplo, Esti es tremendamente trabajadora, meticulosa y detallista, algo que yo no podría. Yo me aproximo a las historias desde otro lugar. Ella tiene una base muy trabajada de todo, y yo no lo sé hacer desde ahí. Es muy buena resolviendo secuencias en rodaje complejas, y tiene control sobre todo. A mí, en cambio, no me gusta controlarlo todo. Espero a que pasen las cosas. Esti también lo hace… Es todo muy ambiguo, difícil explicarlo.


Al volver a la dirección, ¿estará tentada de contar con Ane Gabarain (Goya a la actriz de reparto)? El subconsciente dirá: “Ane me garantiza un tirón, por el respaldo que ha tenido en Patria y en las abejas”.

Es que yo no funcionó así. Estoy escribiendo mi tercera película con la dramaturga María Goiricelaya, que hizo Yerma para teatro. Partimos de su obra para el guion. Se nos ha olvidado hasta Lorca, no se va a parecer en nada. Es una historia de siempre –instinto femenino de maternidad, represión, infertilidad– que traemos al día de hoy. Esas mujeres son parte de nuestra sociedad, es necesario contarlo, la gente nos pide que lo hagamos. Aunque existen tratamientos de fertilidad, ser madre es importante. Será en euskera, y tengo ya el reparto encarrilado: la protagonista será Ane Pikaza, que ya estuvo en mi segunda película, Nora. La gente todavía no se ha dado cuenta de lo buena actriz que es.


¿Y ella?

Ella yo creo que sí lo sabe, es brutal. Lo que hacía en Nora me parece muy difícil. Volví a ver la película en Versión española, en La 2. Dije: “¡guau, qué bonito lo que hace!”. Esos primeros planos sin palabras, ella sola… Y tengo otra actriz poco descubierta por el gran público, Naiara Carmona, que ha estado en mis dos películas. Cuando las descubran, dirán: “Oye, estuvieron en las pelis de Lara Izagirre” [sonríe]. Me gusta descubrir o trabajar con actrices y actores que ya son como de la familia.


¿Cómo es su proceso de trabajo?

Muy particular. Todavía no tengo el guion, y ya he estado aquí [en Amorebieta] con Ane Pikaza y el actor que va a hacer de su pareja, improvisando. Para mi gusto, la actuación es uno de los primeros ingredientes, incluso antes de tener el dosier. Visualizar quién lo va a interpretar, antes de escribir, incluso. En vez de hacer el castin, unos meses antes de rodar, yo ya lo he hecho. Tengo a los actores durante un año cerca, para trabajar y reescribir el guion. He vivido experiencias muy diferentes.


¿Trabajó ya así en Un otoño sin Berlín?

Más o menos. Yo no había hecho nunca una película, y entonces vivía en Madrid, igual que Irene Escolar y Tamar Novas. Empezamos el rodaje en octubre. Pero ya ese verano quedábamos todos los días en mi casa. Tenía un guion y hacíamos todas las posibilidades que tenía cada secuencia. Yo tomaba notas de cosas que salían bien y no tan bien. Un día, acompañando a Irene a su casa a pie, me dijo: “Qué bonito esto que estamos haciendo. Nunca lo he hecho. Es que, en cine, a veces no se ensaya tanto”. Llegando al final de la peli, venían de visita mi padre con mi hermano, mi pareja, Irene, Tamar… De repente, todo era un coloquio sobre el tema de la película y sobre el significado de ese final. Realmente, lo que más me gusta de hacer pelis es la parte previa al rodaje. Y cuando te la estás inventando y tienes a los actores y actrices dispuestos a eso, aún más. Yo entiendo que no todo el mundo quiere trabajar conmigo. Cuando escuchan esto, algunos dicen: “Buf, prefiero ensayar un día y rodar”.


Dependerá de los métodos y de la edad también. Irene apenas tenía 25 años entonces.
Sí, claro. En Nora fue similar. Yo necesitaba a una actriz para la que el proyecto fuera muy importante, y Ane Pikaza estaba por primera vez en una película como protagonista. “Confío en el trabajo”, le comenté. Y ella respondió: “Yo soy tu persona, no tengo miedo a trabajar”. No cojo a actores consagrados con un montón de premios, sino a gente que sé que trabajando y actuando conmigo de esa forma, van a ser los mejores para la película. Tiene mucho que ver con la amistad y la energía que se crea.


¿Puede haber amistad después de esa intensa relación laboral?

Claro, nos hicimos muy buenas amigas. En ese proceso de dos meses finales, en mi casa con mi familia, yo conocí a su familia también. Rodamos la película en Amorebieta, en mi casa. Le dejé a Irene la habitación principal y yo me fui a otra pequeña. Se crean unos vínculos. Y, claro, para mí como directora, que Irene se llevara el Goya [a la actriz revelación] fue muy importante.


Su celebración en la gala (“Lo conseguimos, Lari!”) es tan memorable como la de Roberto Benigni o la de Penélope (“Pedroooo”) en los Oscar. ¿Le pone la piel de gallina todavía?

Mucho. Y realmente hicimos la peli de una forma muy kamikaze, desde la productora. “Y si no hacemos más, ¡no hacemos más!”, pensamos. Ahí descubrí que me encantaba dirigir actores y actrices. Esa recompensa, para mí, era la base de cómo dirijo y desde donde me aproximo a hacer las películas. El clima que creo es parte indispensable. Todos los reconocimientos que tuvo Irene para la película, me dejaron claro qué tipo de directora era yo, precisamente a través de ese reconocimiento. De todos los Goyas que se puede llevar una película, cuando una actriz o un actor se lo lleva, siempre queda ese vínculo con la dirección, que trasciende a la amistad: ha ocurrido algo muy importante para la carrera de ambas. Ahora nos hemos encontrado por el revuelo de las abejas. Yo la suelo ir a ver al teatro, y cuando tiene algún bolo en País Vasco, ella también avisa. Hace unos días nos vimos y me dijo: “Tenemos que hacer algo”.


Estíbaliz Urresola, Ane Pikaza y usted son casi contemporáneas. ¿Se conocieron en la universidad?

Estíbaliz es un año mayor que yo, y Ane, también. Ane hizo Bellas Artes, y Estíbaliz y yo, Comunicación Audiovisual, con un año de diferencia. Estábamos en la misma universidad, pero nos conocimos después, sí. A Estíbaliz y a Ane la contacté para Nora, y ahora somos muy buenas amigas.


Con razón cuenta con ella otra vez.

Es que también digo: “Joder, ahora que aquí en el País Vasco estoy conociendo más actrices, y mi tercera película va a ser en euskera, tengo la oportunidad de encontrar otras actrices, que hay más y muy buenas”. Realmente el proyecto de Yerma me llega a través de Ane. Cuando María [Goiricelaya] pensó en llevarla al cine, me comentó que había otro director que estaba desarrollando el proyecto. Y cuando él decidió que no le cuadraba, vinieron las dos. Por eso digo que Ane clave en el proyecto.


¿Condiciona su storyboard trabajar con Ane, que es también ilustradora?

No, para nada, porque yo trabajo sin story, sin nada. Soy un alma libre. Con Ane es un placer: trabaja desde otro lugar, y en el fondo, da igual que sean actores súper reconocidos o que estén empezando. Para mí todo es una cuestión de confianza, de que confíen en mí como directora, y yo, en ellos y ellas al máximo. Que no dudemos nunca una o los otros. Ane me hace ofertas, sugerencias, pero una vez que yo decido todo lo que ella puede hacer, no habrá nunca un “Ay, ¿por qué no hicimos esto?”. Diálogo, confianza. Desde ahí, para mí es un lujo trabajar.


¿Cuándo quiere rodar?

El año que viene. Antes, casi imposible, salvo que llegue bien la financiación.


No hay director o directora (vascos o no) que no hable de Ramón Barea. Por aquí han pasado recientemente Pablo Berger, Daniel Calpasoro, Alauda Ruiz de Azúa… ¿Diría que está en el top 3 de los secundarios de España?

Creo que sí. Ramón puede hacer lo que quiera, lo que le apetezca. Ya fue protagonista con Borja Cobeaga en Negociador. En Un otoño sin Berlín fue muy importante para mí. Yo había escrito el guion pensando en dos actores que no eran ni Tamar ni Irene, y me dijeron que no, tres meses después de sopesarlo. Ya había empezado a enviar el guion a los técnicos de la película y estaban todos emocionados por hacer la peli conmigo. Me entró un pánico, pensé que ningún actor querría hacer esta película. Empecé a pensar que había algo que nadie quiere interpretar. Me dije: “Voy a llamar a Ramón, al que conocí en el cortometraje [Kea, 2012] y a ver qué me dice”. Quedé con él un viernes y le llevé una copia del guion en papel. “Ramón, dime lo que te dé la gana, cuando te dé la gana, sin ninguna presión: esto es lo que he escrito”.


¿Tardó mucho en contestar?

Para nada, y esto en tu ópera prima es muy importante: me llamó el lunes siguiente disculpándose porque había tardado mucho en leerse el guion. “Cuenta conmigo para lo que quieras”, me dijo. Me alivié mucho. Y creo que, a día de hoy, si le digo que tengo un papel para él, ni lo piensa. Porque al leer Un otoño sin Berlín entendió muy bien lo que yo quería. Y, además, está la confianza: cuando viene a un rodaje conmigo, dice estar tranquilo todo el rato. Y para mí son días muy bonitos, porque sé que está Ramón. Tiene esa serenidad y esa energía de “ya vamos, ya haremos”. No hay nunca prisa, y eso casa muy bien con mi energía.


¿Qué parte de culpa tiene usted?

Es que, cuando estoy lista, yo dirijo desde la calma y la tranquilidad. Escucho y me escuchan. Creo que es lo mejor que tengo: escucho al equipo. No sólo lo que dicen, intento escuchar con todo el cuerpo cómo estamos como equipo.


¿Y si amanece un día con los biorritmos malos?

Pues lo comparto. Digo: “Hoy estoy un poco bajita de ánimo”. Y entonces el equipo ayuda también, es la misma gente. Tuve mucha suerte con el equipo de Un otoño sin Berlín, que serán con los que cuente para mi tercera película, si pueden. Escuchar cómo estamos ayuda a trasladar mi energía.


¿En Nora fue distinto?

En Nora lo más importante era pasárnoslo bien en el rodaje. Y fue modélico. Nunca nos pasamos de tiempo, salvo un día que rodábamos en un barco en el mar. Pero no hubo horas extra. Tengo el recuerdo de superar todas las presiones en beneficio del disfrute. Era la primera peli de Ane Pikaza, la prota, y eso también forma parte de la fiesta, ¿no? Por fin tengo la oportunidad de estar trabajando todos los días y hacer lo que yo sé. Disfrutar del momento es imprescindible. Completamente.


Siempre cuenta que decidió ser cineasta cuando vio Lost in traslation, de Sofia Coppola, pero no es mitómana. ¿Alguna enseñanza de la presencia de Héctor Alterio en Nora?

Uf, todas. No soy muy fan de casi nadie, pero de Héctor Alterio, sí. De pequeña, en el cine de mi pueblo ponían las películas argentinas. Que Héctor pudiera estar en una mía era algo que ni me imaginaba. Empezamos el rodaje un lunes, y él llegó el sábado. En el momento en que bajó del coche, pensé: “¡Guau, Alterio en mi pueblo!”. Fue uno de los momentos más bonitos de toda mi carrera. Tenía 91 años cuando rodó la película, y claro, visualizas cosas.


¿Qué le rompió los esquemas?

Que fuera súper humilde, súper trabajador. Yo había escrito una secuencia en la que él estaba tirado en el suelo. Y el equipo de arte me decía: “Lara, ¿pasa algo si lo pones en una banqueta?”. Se lo sugerí a Héctor. Él me miró y me dijo: “Tú que has escrito?”. Y en el guion tenía que estar en el suelo, porque tenía un desvanecimiento o una caída. En cada toma, cuando decía “corten”, le decía al script: “Gorka, voy a acercarme a Héctor, parece que le ha dado algo realmente”. Ahí entendí lo que es ser un actor de verdad, vi todo el oficio. Es difícil actuar con cierta edad, pero si tienes una técnica y un acceso a las emociones en un segundo… Y todo eso estaba en Héctor, en solo una semana de rodaje con nosotros.

 

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