¡Qué éxito el de aquella película!
Aquel Madrid luminoso del día de la Cruz Roja
Concha Velasco, Katia Loritz, Mabel Karr y Luz Márquez llenaron de color las pantallas frente al gris de la dictadura y se retrataron en un Madrid en plena transformación
JAVIER OCAÑA (@ocanajavier)
Eran tiempos oscuros de dictadura, pero el cine intentaba poner el color: en las pantallas, en los cartelones de la Gran Vía madrileña, en el ánimo de los españoles. Pedro Masó, que todo lo supo acerca del cine comercial, pergeñó la idea: durante el llamado día de la banderita de la Cruz Roja, una cuestación pública popularizada desde el fin de la Guerra Civil con recogida de fondos que eran introducidos en las famosas huchas blancas con el logotipo de la institución, cuatro mujeres jóvenes de distintas clases sociales recorrerían las calles de Madrid mientras todo tipo de hombres se quedarían prendados de sus encantos.
Con esa base, el propio Masó (como jefe de producción y coguionista) y Rafael J. Salvia, uno de sus inseparables compañeros de creación, en la escritura y la dirección, filmaron una película inolvidable por su estruendoso éxito y por su luminoso retrato del Madrid de finales de los años 50. Las chicas de la Cruz Roja (1958) fue una comedia blanquirrosa, costumbrista y coral, compuesta a base de pequeñas historias, guiños, flirteos, bromas y piropos. De otro tiempo, por supuesto, porque incluso el más insoportable de los cretinos celosos (el personaje de Tony Leblanc) salía bien parado. De otro tiempo, porque la Gran Vía estaba llena de cines; la Torre de Madrid, en la Plaza de España, andaba aún sin terminar, con los últimos pisos en obras, y porque el precioso edificio Carrión, en la Plaza de Callao, aún no lucía su mítico anuncio de Schweppes sino otro de tabaco Camel.
Concha Velasco, Katia Loritz, Mabel Karr y Luz Márquez eran las cuatro protagonistas. Junto a ellas, una corte de secundarios y pequeños papeles en un reparto de lujo: Leblanc, Arturo Fernández, Antonio Casal, Manolo Gómez Bur, Raúl Cancio, Erasmo Pascual… Y también el portero del Valencia CF Ricardo Zamora, hijo del mítico guardameta del Barcelona y de la selección española, muy atractivo, de entonces 25 años, y que aún participó en otra producción ese mismo año: El puente de la paz. La película, muy influida por la comedia popular italiana, ya que Masó y Salvia habían estado en el país transalpino pidiendo consejo a Antonio Pietrangeli y Ettore Scola cuando aún cabía la posibilidad (finalmente no llevada a término) de que se financiara como una coproducción, fue un gran éxito de público y se convirtió en objeto de culto kitsch gracias también a la canción compuesta por Augusto Algueró, que las chicas cantaban en un descapotable por la Gran Vía, y a la colorista fotografía de Alejandro Ulloa.