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18-02-2014

 
Laura Mañá
 
“Regalar momentos de alegría: ése es el único sentido de este oficio”
 
La autora de ‘Sexo por compasión’ o ‘La vida empieza hoy’ se ha llegado a sentir “noqueada” por la vida. Pero su optimismo luminoso acaba prevaleciendo. Siempre
 
 
FERNANDO NEIRA
Reportaje gráfico: Pau Fabregat
Laura Mañá se dice mujer tímida, pero no de pocas palabras. Más bien al contrario: una tarde a su vera supone disfrutar de un discurso torrencial, abrumador y lúcido, en el que los argumentos se van encadenando y conversar sobre cine se convierte, más que nunca, en una charla en torno a la vida misma. Dice que es tan locuaz porque le tiene pánico al silencio. Puede que sea cierto, pero nunca habla por hablar. Qué va. La conversación abarca desde las responsabilidades maternofiliales a los paréntesis creativos, las alegrías y los zarpazos de la existencia, los miedos y las ilusiones, la satisfacción razonable por algunos logros pasados y el anhelo de que el futuro nos depare aún no pocos momentos propicios. El amor. La tele. El fin de la vida. La angustia esos días que cuesta coger aire y la inyección de energía cuando el despertador suena temprano para que los enanos lleguen puntuales al cole. La emoción de lo cotidiano; un ingrediente nada ajeno a su filmografía y a su manera de interpretar el mundo.
 
 

 
 
   Nos ha citado en el Mitte, uno de esos lugares mágicos que solo acontecen en barriadas como el Eixample. No sabemos bien si definirlo como una galería de arte donde tomar café o un refugio bohemio para la tertulia diletante. La tarde transcurre aquí al ralentí: hay tiempo para cruzar impresiones con los vecinos de mesa o para que una amiga de la artista, agente literaria, asome a ofrecernos su salón “si en algún momento esto se pone muy bullicioso”. Mañá empieza con sus confesiones: “ella es quien más me insiste y anima para que retome la escritura, así que debería hacerla caso”. Porque esta barcelonesa del 68 que, antes de dirigir, se fogueó como actriz con Bigas Luna o Vicente Aranda también anota una novela en su nada desaprovechado currículo: Falsas apariencias.
 
– Lo de considerarse tímida y desarrollar toda su trayectoria de cara a miles de espectadores o lectores, ¿no tiene algo de paradójico?
– Empecé a escribir con siete años para superar la timidez, precisamente. Una amiga me recuerda que yo jamás salía de noche porque tenía que retomar la escritura, acabar el cuento que me trajera entre manos. Siempre pensé que no tenía gran talento sino una extremada disciplina, la capacidad de dedicarle muchas horas a mis cosas.
 
– ¿Y nunca se le quedó ninguno de esos cuentos a medio terminar?
– Sí, porque tengo la autoestima bajita y me muero de miedo con todo. Pero lo importante es superarse a uno mismo, ponerse metas y alcanzarlas. El miedo ya no me atenaza. He aprendido que si lo haces mal, no pasa nada; si la peli no sale bien, no pasa nada. No soy tan importante. Con mi tercer largometraje, Morir en San Hilario [2005], lloré mucho y me sentí profundamente dolida porque no salió como debiera. Pero hace poco la pusieron en TV3 y me dije: “¡Laura, no estaba tan mal!”.
 
 

 
 
– ¿Coloca demasiado alto el listón de su autoexigencia?
– Tampoco lo creo así. Con mis seis películas solo he pretendido compartir un universo propio y robarle de vez en cuando la sonrisa a algún espectador. Lo más bonito que me ha sucedido fue en un vuelo a La Habana, cuando una vecina de asiento me dijo: “Tienes que ver Sexo por compasión, hacía tiempo que no lo pasaba tan bien en el cine”. Recuerdo que llevaba una semana de mierda, pero salí feliz de aquel avión. Regalar un momento de alegría a una persona es lo único que tiene sentido en este oficio. Soy una mujer extremadamente optimista y vitalista.
 
– En ‘San Hilario’, de hecho, imaginaba un pueblo que convertía los funerales en grandes fiestas. Eso sí que es optimismo…
– Pero lo pienso así y se lo digo a cuantos quieran escucharme: no desaproveches tu vida y haz cuanto tengas que hacer antes de morirte. No pretendo ser aleccionadora, pero sí vitalista. Y a mi marido [el actor francés Eric Bonicatto] se lo digo siempre: cuando lleguemos a los 75, nos vamos a Suiza y nos hacemos la eutanasia. Es un bonito último acto de amor.
 
– ¿Habla en serio?
– Sí. Me gusta la idea de morir en plenas facultades, aún felices, sin ser una carga para nadie, despidiéndote de la gente y cogiéndote de la mano. Aunque igual, llegado el momento, se toma la pastilla él y yo digo: “¡Uy, me lo he pensado mejor, y no!”.
 
   Laura saluda su relato con una risotada y mira a los lados, por si alguien la escuchó. En realidad, ríe de continuo. “Yo es que en todas partes, en el gimnasio o en el colegio, no veo más que gente estupenda. Soy de las que aún piensa que la gente es buena por naturaleza”.
 
 

 
 
– ¿Qué tipo de personas le resultan inspiradoras a la hora de escribir un guion?
– Las desafortunadas, porque siempre tienen un punto entrañable. Las frágiles. Al final te enamoras de quien quiere ser un superhéroe y no lo consigue. Yo misma me siento pequeñita y la vida me ha hecho cada vez más humilde.
 
– ¿A qué se refiere?
– Se lo confesaré. Yo he tenido dos hijos pero perdí seis, y ese es un gran dolor que llevaré siempre. Un dolor para el que no encuentro consuelo, que aún ahora a veces siento y me hace llorar. Ese vacío ha marcado mi vida y desde el sexto aborto no he podido volver a escribir y me cuesta mucho estar sola. Estoy un poco noqueada.
 
– Vaya, lo sentimos mucho. Quizás todo cambie el día que consiga encender nuevamente el ordenador…
– Seguro. En realidad, acabo de empezar la historia de un profesor cuarentón de aerobic que se muda a un pueblo y, poco a poco, comienza a darles clases de agrogym a los payeses.
 
– Eso suena muy actual, en estos tiempos negros. Reciclarse, lo llaman…
– Sí, pero odio esa palabra. Yo quiero quedarme donde estoy, dedicarme a lo que sé. Soy una persona extremadamente apasionada y siempre me ha parecido un lujo trabajar en lo que te gusta y compartir esa pasión. Lo malo es que nos están quitando las ganas. Sexo por compasión [2000], mi primera película, triunfó en Málaga pero hoy sería económicamente inviable.
 
 

 
 
– Aquel filme hablaba de sexo, amor y religión, nada menos. Ahora, 14 años después, ¿cuál de estos tres temas le interesa más?
– El amor sigue presente en mi manera de vivir, el sexo es liberación y la religión cada vez me interesa menos, pero la llevamos como una cruz: nos marcaron con ella como marcan a las vacas. Espero que mis hijos crezcan en un ambiente más libre y tolerante que el marcado por la iglesia. Si Dios existiera, sería tranquilizador que se manifestara, que diese pruebas de que está ahí. No entiendo por qué se hace el interesante de esa manera.
 
– Su segundo título, ‘Palabras encadenadas’, era la adaptación de un ‘thriller’ teatral. ¿No cree que le pegaba poco?
– No me pegaba nada, y, precisamente, me hizo una ilusión enorme que me encargaran algo que nada tenía que ver conmigo. Ahora no le veo más que defectos y ha envejecido peor que San Hilario, pero me llenó de orgullo, consiguió premios europeos… y me permitió seguir trabajando.
 
 

 
 
– ¿Haber sido antes actriz le hizo más sencillo el salto a la dirección?
– Empecé a dirigir porque no encontré director para Sexo por compasión, pero es cierto que tanto Bigas como Aranda amaban a sus actores y me transmitieron ese espíritu. A mí me encantan los actores porque son seres pasionales. No entiendo esa manía de algunos que insisten en retratarlos como unos meros niños caprichosos.
 
– Aunque ahora esté la cosa muy malita, ¿hay alguna película, incluso bien remunerada, que se negaría a dirigir?
– Cualquiera con la que no estuviese ideológicamente de acuerdo. El cine o las series de televisión implican siempre una responsabilidad. Creas a Violetta y la mitad de las niñas se te vuelven imbéciles. En mi casa se la he censurado a mis hijos: me parece peor que vean Violetta que una peli erótica. Estamos creando una escuela de idiotas que aspiran a cantar y tener tarjeta de crédito precozmente.

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