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El canto de Pier Paolo Pasolini
a la pureza perdida
‘Chavales del arroyo’, primera novela del poeta y cineasta italiano, constituye una deliciosa excusa para adentrarse en su creación artística
ANTONIO ROJAS (@mapadeutopias)
En este 2022 se ha cumplido un siglo del nacimiento de una de las figuras más brillantes y controvertidas del siglo XX, Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922 – Ostia, 1975), al que alguno ha calificado, no sin razón, como el último profeta. La efeméride ha venido acompañada de celebraciones y homenajes de recuerdo, pero también de la recuperación de algunos de sus textos literarios. Y ello nos permite reencontrarnos con su primera novela, la luminosa y poética Chavales del arroyo, publicada en 1955.
Esta obra –que también se puede encontrar en castellano con los títulos de Muchachos de la calle y Chicos del arroyo– no dejó indiferente a la Italia de entonces y sufrió ataques desde todos los ámbitos, a derecha e izquierda. Denunciada por obscena, fue secuestrada por orden judicial en julio de ese mismo año; no sería hasta el siguiente cuando se produjera la absolución de su autor y el inmediato levantamiento del secuestro.
A día de hoy, Chavales... se erige en una inmejorable excusa para adentrarse con ánimo curioso en la creación artística de aquel personaje incómodo, indomable, provocador y radicalmente crítico con la sociedad que le tocó en suerte. Una mente libérrima que se atrevió, sin pudor, a dibujar la inocencia salvaje de lo popular, la pureza perdida de unos muchachos de la mala vida romana en su tránsito desde la infancia a la primera juventud. O, como el propio autor resumirá, “de la edad heroica y amoral a la edad que ya es prosaica e inmoral”.
Niños y jóvenes que viven en barriadas, en arrabales, en una marginalidad lumpen-proletaria de chabolas, de casas sin acabar y peligrosos edificios en ruinas. Hacinados en condiciones de miseria absoluta. Entre grandes desmontes fangosos, descampados repletos de desperdicios y terraplenes llenos de porquería. En el extrarradio de una ciudad, Roma, que se erige en el gran personaje de esta novela coral, aun a costa de robarle el protagonismo a los chavales. La Segunda Guerra Mundial acaba de terminar y la legendaria urbe va reconstruyéndose con lentitud. La metrópoli que descubrimos aquí nada tiene que ver con la actual, esa que visitan cada año miles de turistas y que sufre, como tantas otras capitales, los efectos de la perniciosa gentrificación. Es en este sentido en el que Chavales del arroyo puede leerse también como un documento de época.
Esos parias solo visitan el centro histórico si se acercan a menudear, a perpetrar pequeños hurtos. Sus vidas, como las de sus mayores, carecen de esperanza y de futuro. Parecen destinados a delinquir y acabar convirtiéndose en población reclusa con el paso de los años, como les ocurre a varios de los protagonistas, abocados a la trena a raíz de sus andanzas.
Pero las desventuras de estos buscavidas, de estos pillos que tratan de sobrevivir en un mundo a cuya transformación son ajenos, parecen sin embargo remitir a un paraíso perdido. Son, a pesar de la violencia y la hostilidad en la que se desenvuelven, unas criaturas ingenuas, crédulas, generosas. Están dotados de una vitalidad desesperada, de una contagiosa jovialidad y una extraña alegría. Pasan las horas bañándose desnudos en el río o jugando al fútbol, desocupados, de espaldas a la educación académica, a una formación que no sea la de la propia vida callejera.
Ninguno de ellos parece sentirse desgraciado. Tampoco tienen conciencia política ni aspiran a subvertir el statu quo. Les basta con vivir el día a día y atrapar esas pocas migajas que deja caer la sociedad en su voracidad capitalista. Como resume Riccetto (el muchacho en torno al cual gira la historia), al hablar de uno de los muchos seres marginales que pueblan el libro: “Una víctima, eso es lo que es”. Todos son víctimas, viene a decirnos Pasolini.
Chavales del arroyo posee la fuerza y la atracción de una narrativa verdadera y auténtica. Aparece la verdad del ambiente, de los personajes, de las situaciones. Y a ella contribuye de una forma determinante el estilo empleado, ese uso del argot juvenil del que echó mano Pier Paolo y que tanto molestó a los biempensantes. Una jerga barriobajera que se entrelaza sensualmente con el salvaje lirismo de la prosa.
‘Chavales del arroyo’ (Nórdica Libros, noviembre de 2021). 320 páginas, 22,50 euros (eBook, 9,99 euros)