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'Emilio y Octubre', dos chicos y una historia de amor imposible
El joven y polifacético David Uclés sorprende con una novela distópica que camina por un realismo mágico inundado de música y arte
ANTONIO ROJAS (@mapadeutopias)
Se ha convertido en una de nuestras palabras fetiche para estos nuevos tiempos. Dice el Diccionario de la RAE que la distopía es la “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. Como tal puede tildarse el escenario en el que se desarrolla buena parte de la acción en la novela Emilio y Octubre: el viejo continente ha pasado a denominarse Nueva Europa y de él han desaparecido las democracias para dejar paso a una dictadura que impone restrictivas leyes y un discurso viejo, tradicional e inmovilista.
Su firmante es el polifacético David Uclés, un imaginativo autor jienense al que hace algunos años habríamos englobado bajo la etiqueta del "Joven Aunque Sobradamente Preparado". Una definición que dejamos hace tiempo de utilizar, quizá porque la sociedad no haya sido capaz de cumplir las expectativas profesionales de aquella muchachada sobresaliente.
A pesar de su juventud, el currículo de Uclés, cuyo día a día transita entre Madrid y París, es apabullante: músico, videocreador, profesor, pintor, escritor y con tiempo para algunas incursiones en el teatro y el cine. Con anterioridad ya había publicado otra novela, El llanto del león, aunque su biografía nos desvela que guarda celosamente ocho textos literarios en busca de editorial, cual personajes de Pirandello.
Emilio y Octubre son los nombres de quienes protagonizan una historia de amor imposible, que se desenvuelve en un realismo mágico que el autor reivindica y que ya creíamos casi desterrado de la narrativa. De hecho, el relato se inicia el mismo día en que nace Emilio, “hombre y homosexual”, quien, aún en el amnios de su madre, nos lanza sus primeras impresiones sobre el mundo al que se dispone a salir.
Ese amor entre hombres comienza con un furtivo beso bajo las faldas de La infanta doña Margarita de Austria, de Mazo, en el Museo del Prado, cuando ambos tienen 13 años, y llega a su fin en Los desposorios de la Virgen, de Rafael. ¿O lo hizo en El paso de la laguna Estigia, antes de que esta obra de arte fuera siquiera esbozada por el pintor flamenco Joachim Patinir en el siglo XVI?
¿Acaso es posible superar las barreras físicas y limitantes de los lienzos? Sí, porque la física cuántica ha contribuido a tridimensionalizar las obras de arte y el método de la teleportación permite pasar a través de una plataforma al interior de las pinturas. Es lo que tiene desenvolverse en una narrativa en la que prima la magia. Por eso no puede sorprendernos que los aviones sean de papel o que en un momento el mar transcurra por las tuberías y los peces salgan por los grifos o aparezcan en la ducha.
El narrador Uclés, quien, como Unamuno en Niebla, conversa con sus criaturas literarias, proclama finalmente el triunfo del amor. Este es una contradicción, la más bella de todas junto al misterio de la vida. Pero la victoria se registra pese a las adversidades, del temor al fracaso, de las negativas a dejar que sean los impulsos los que nos guíen. A pesar del miedo, su peor aliado y a la vez su sustento. Pero, sobre todo, la pasión gana la batalla al tiempo, quizá su gran enemigo, pues es capaz de destruirlo por entero.
Emilio y Octubre es también una metaficción que cuenta con material interactivo para, si se acepta el reto, acompañar su lectura. De un lado, una galería con casi 150 pinturas ordenadas por orden de aparición en la novela. De otro, una lista de reproducción, disponible en Spotify, con la treintena de composiciones, en su mayoría de música clásica, sugeridas en el texto. Desde Liszt a Chopin, pasando por Satie, Dvorák, Bruckner, Sain-Saëns, Ravel o Beethoven.