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22-10-2024

#LeerSientaDeCine

 

Un alegato antibelicista a quemarropa de Raúl Cortés

 

El dramaturgo sevillano publica ‘La ópera de los caricatos’, una denuncia del delirante descenso a los infiernos de las sociedades embarcadas en guerras

ANTONIO ROJAS (@mapadeutopias)

En estos tiempos de polarización extrema, en los que, según el color del invasor, unas guerras se tildan de ilegales y aberrantes y otras de defensivas y justas, emerge la voz del dramaturgo y director de escena sevillano Raúl Cortés (Morón de la Frontera, 1979) para proclamar la crueldad e inhumanidad de todo conflicto bélico, sin distinción de ejércitos, ideologías ni épocas, a través de la obra dramática La ópera de los caricatos, que se acompaña de un llamativo subtítulo: Descenso a los infiernos en cinco suplicios.

 

La pieza está inspirada en una de las obras fundamentales del mordaz Karl Kraus, Los últimos días de la humanidad, y, al igual que esta, bebe del antibelicismo militante y se agarra a uno de los géneros preferidos del escritor y periodista austriaco, la sátira. La acción, contada en cinco actos (o "suplicios"), se desarrolla en un café, La Patria, y sus alrededores. Allí se dan cita el Jefe del Estado, varios militares (General, Coronel, Comandante), y un Capellán. Jinetes del Apocalipsis. Ellos serán los que declaren la guerra a un enemigo del que poco se sabe, porque tampoco están claros los motivos por los que se le ataca. Se habla de armas ocultas (¿les suena de algo esta excusa?). Esa cúpula dirigente contará en su tarea propagandística con la inestimable ayuda de una Periodista (representante de esa prensa que tanto odiaba Kraus), un Patriota, un Maestro y otros ciudadanos encargados de encender el entusiasmo y el ánimo de la población.

 

Ese Pueblo, tan fácil de manipular y zarandear, se sumará al fervor patriótico. Ni siquiera sabe contra quiénes van a ir a luchar (y a morir) sus hijos. Solo le importa la patria y la bandera, confiado en que la contienda procurará un futuro mejor para el país. Por encima de todo se eleva el “nosotros” frente al “ellos”. Una constante en nuestra sociedad occidental.

 

Y el populacho no tendrá reparos en repetir todas las proclamas y patrañas que se pronuncien, como las que lanzan el Patriota (“¡La guerra es la única verdad!”), el Maestro (“La escuela debe ser una trinchera más”) o ese Capellán que, entre vivas a Jesús y bendiciones a las armas, asegura que “hacer la guerra es servir a Dios”.

 

No hay referencias temporales ni geográficas. Tan solo hay una patulea de militares y aduladores que, con mentiras, va conduciendo al país hacia la derrota, disimulada de victoria hasta la hecatombe definitiva. Un final previsible que tampoco parece importarles, preocupados como están por obtener laureles y, sobre todo, beber y disfrutar de la compañía femenina. No les conmueve el sufrimiento de los ciudadanos, que comienzan a padecer escasez a medida que el conflicto se prolonga. Como ocurrió en la Primera Guerra Mundial, lo que iba a ser un breve paseo militar se enfanga y prolonga a lo largo de cuatro años.

 

A medida que se suceden los suplicios y el absurdo se acrecienta, la crueldad irrumpe. A los mandamases les da igual que el Pueblo pase hambre o que haya que recurrir a enfermos y ancianos para completar un destacamento. Ya se sabe, como se lee en las primeras líneas, que la gente está para tener una muerte heroica. Hasta ahí su utilidad. Y no importa que falten soldados: lo que se considera traición se castiga con la muerte, aunque solo sea por la expresión de un sentimiento pacifista en una carta a la amada. Todo acaba convertido en un cementerio. 

 

Entre el humo de las bombas, los escombros y la muerte sobrevuela una pregunta: ¿aprenderán los pueblos algo de la guerra, además de aprender a seguir haciendo guerras en el futuro?

 

‘La ópera de los caricatos. Descenso a los infiernos en cinco suplicios’ (Hiru & Pepitas de calabaza, febrero  de 2024). 96 páginas, 11,90 euros



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