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Un laberinto de memorias
El actor, novelista y dramaturgo Sergio Villanueva reivindica en ‘Los adioses póstumos’ el valor de los recuerdos, las historias y los libros, al tiempo que rinde tributo a su Valencia natal
ANTONIO ROJAS (@mapadeutopias)
Quizá se pueda vivir rehuyendo la memoria, manteniéndola dormida para que no se convierta en un obstáculo durante el camino que nos hemos propuesto transitar. Pero, ¿cuánto tiempo es posible anularla voluntariamente? ¿Por siempre? Porque el día en que despierta, se produce una imparable explosión de recuerdos y sensaciones que sacudirán todo nuestro interior. Y ya nada será igual a partir de entonces, por mucho que tratemos de regresar al punto de partida.
Es lo que le sucede a Sofía Martín-Santos, gerente del mayor grupo inmobiliario y constructor de la costa levantina. Su único objetivo, desde que heredó el negocio, ha sido cumplir con el mandato de quienes la precedieron en el cargo, su ambicioso y despótico abuelo Jesús, fundador del imperio, y su padre, Pablo. Para ello ha tenido que reprimir cualquier atisbo de debilidad, gracias a la persistente anulación de su memoria (y conciencia). A sus 35 años lo tiene todo: es una mujer poderosa y respetada, que se codea de tú a tú con consejeros, alcaldes y banqueros.
Nada ni nadie parece interrumpir el paso firme con el que se mueve. Hasta que una mañana de octubre de 2005, coincidiendo con un eclipse total de sol, recibe un correo electrónico de su hermano mellizo, Marcelo, con el que no mantiene relación desde hace tiempo, a pesar de que es el único miembro de la familia que le queda con vida. A medida que lee el mensaje y el texto que lo acompaña, el seguro mundo al que se agarraba comienza a desmoronarse. La turbación se adueña de ella. El pasado, tanto tiempo recluido, explosiona. Los recuerdos, muchos de ellos oscuros, retornan a borbotones, se cuelan por cada resquicio de su mente y ya no le será posible refugiarse, como hasta entonces, en el olvido.
Al tiempo que le anuncia el cercano final de sus días, como consecuencia de un linfoma de Hodgkin, Marcelo le remite un relato que va introduciendo a Sofía en un intrincado laberinto de memorias familiares del que no puede huir hasta que concluya su lectura. Luego le tocará a ella decidir qué hacer a partir de entonces.
A través de las palabras, el hermano la devuelve a la infancia, aquel tiempo de ignorancias e inocencias en el que no todo fue tan feliz como ella se aferraba a creer para no experimentar ningún daño. La ausente voz de Marcelo la conduce al pasado, a la vida de sus abuelos, cuyos destinos fueron trastocados por la Guerra Civil y la posterior dictadura, transformando al humilde Jesús en un insaciable empresario de la construcción y al desahogado Gabriel Benedet en un paria.
Y es precisamente el abuelo materno, Gabriel, uno de los principales protagonistas de Los adioses póstumos, del polifacético Sergio Villanueva (Valencia, 1972), novelista, dramaturgo, guionista, actor y director de cine. Porque él educará a su nieto en el amor por los libros, por la escritura. Él será quien le pida que escuche esa “otra voz” de la que hablaba Octavio Paz, a quien el anciano, en su juventud, había conocido durante el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia en julio de 1937. También esta ciudad se erige en uno de los personajes de un novela que transcurre entre la capital levantina y Madrid, lugar en el que acaba sus días Marcelo.
La narración es una rotunda reivindicación de los libros y la lectura. Un canto al poder medicinal de las palabras y al placer de escuchar historias. Pero también representa una firme denuncia de la locura urbanística y los despropósitos medioambientales que la voracidad constructora han propiciado en el Levante, esos que tan magistralmente retrató el añorado Rafael Chirbes.
Los recuerdos –viene a decirnos Sergio Villanueva, y en eso coincide con Marcel Proust– nos llegan acompañados de un olor, de una imagen. Y al percibirlos, nada mejor que dejarnos ir en un viaje por la emoción y el tiempo. Porque no olvidemos que lo que preserva de riesgos el futuro es una prudente reflexión sobre el pasado y nunca la mera alegría del presente. Hay que recordar siempre para que la memoria nos devuelva a esos seres que se fueron y el amor que les profesábamos. Para que encontremos consuelo y redención, aunque a veces esas evocaciones resulten dolorosas.
‘Los adioses póstumos’ (Algaida Narrativa, marzo de 2024). 368 páginas, 19,95 euros (eBook, 9,99 euros)