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Los amigos taurófilos de Ánjel María Fernández
En su primera incursión en la novela, el escritor riojano cumple un viejo sueño del desaparecido cineasta Roberto Bodegas
ANTONIO ROJAS (@mapadeutopias)
Por lo que parece, al cineasta Roberto Bodegas, fallecido en agosto del pasado año, le habría gustado seguir cámara en ristre los pasos de Antoñete durante toda una temporada taurina. Albergaba la idea de reflejar en una road movie esa persecución a la que sometería al maestro por cuantas plazas torease. Aquel deseo incumplido se lo confió el director riojano a Ángel María Fernández durante las conversaciones que dieron lugar al libro-entrevista Roberto Bodegas: el oficio de la vida, los oficios del cine, publicado en 2007.
Años después, Ángel (o Ánjel, como firma ahora) hizo suya aquella frustrada ocurrencia, aunque cambiando de matador (Diego Urdiales sustituye a Antonio Chenel) y de disciplina artística (literatura en lugar de cine). El resultado de esta aventura es la novela Los amigos, que ve la luz a través de un pequeño sello editorial de Logroño, Los Aciertos.
Que nadie espere en este relato de cornúpetas, cosos, capotes, banderillas y trajes de luces un relato al estilo de la excelsa biografía Juan Belmonte, matador de toros, que nos regalara en 1935 Manuel Chaves Nogales. Ya saben: aquel magnífico periodista sevillano a quien esta España nuestra obligó a exiliarse, y que moriría en Londres en 1944.
Ánjel María Fernández ni lo pretendía ni lo ha buscado en ningún momento. Porque el protagonista central de la novela no es tanto Urdiales, el matador riojano, como ese narrador creado a semejanza del autor; su sosias o doble, como se prefiera. Él es quien nos va relatando en primera persona cómo se pone en pie una novela, con las andanzas de un torero a lo largo de 2016 como excusa principal para su argumento.
Son las historias que rodean al Ánjel María Fernández personaje –sus amistades, asuntos, amores y anécdotas, sus reflexiones o impertinencias– las que acaban enganchando al lector más que las desiguales faenas de Urdiales, del que acabaremos sabiendo mucho más que antes de abrir las páginas de Los amigos. También conoceremos algún detalle más sobre Manolete, cuyo aspecto le hubiese permitido formar parte de un reparto de Murnau o Fritz Lang. O de Luis Ríos, gallego de Lugo, apodado el Pinturero, cuya singular afición por el paracaidismo le costó la vida en Cartagena de Indias.
Debutante en el mundo de la novela, este profesor y poeta nacido en Arnedo en 1973 despliega un profundo conocimiento de la liturgia taurina, derivado de su pasión y amor innegables por el rito taurómaco. Sirva de ejemplo este pasaje: “Le caben tantos adjetivos a la tauromaquia, más que a Dios, esa abstracción, frente a la concreta divinidad del toro bravo, tantos adjetivos le caben a la tauromaquia, entre otras razones, porque no hay ni hubo ni habrá tarea humana sobre la faz de la Tierra que respete, avive y ennoblezca más y mejor el modo en que los animales racionales y no, se han de conllevar…”. Y luego, claro, que cada cual juzgue.
En Los amigos hay lugar para la tragedia (la muerte del espada Víctor Barrio en Teruel en julio de 2016 es reseñada con rabia), pero también encuentran acomodo las situaciones hilarantes. Ahí está esa fiesta en compañía del Chisporrote, estrella mexicana del reguetón, en el Hotel Londres de San Sebastián, en una de cuyas habitaciones se exponen unas bragas de Ava Gardner “como si un culo fuera el mundo y aquella lencería su fantoche representación”. O también ese encuentro con una prostituta en Madrid, Diana, que teoriza sobre la relación entre el tamaño del pene y el carácter masculino: falotesis.
Ángel/Ánjel ha aterrizado en la novela rondando la cincuentena, pero con la osadía y las ganas de travesuras literarias de un muchacho. Y se nota.
‘Los amigos’ (Los aciertos, julio de 2020). 192 páginas. 17,90 euros