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14-04-2023

#LeerSientaDeCine

 

Los peligros de ser bailarina

 

La polifacética Greta García se estrena como novelista con ‘Solo quería bailar’, un irreverente alegato contra el sistema y sus muchas injusticias

ANTONIO ROJAS (@mapadeutopias)

Pili es una joven sevillana, deslenguada, descarada y graciosa que aspira a vivir del baile. Se ha estado formando para conseguir su objetivo desde que tenía apenas siete años. Pero, en un rapto de rabia y frustración, no se le ocurre mejor idea que prender fuego a la sede central de una agencia cultural de la Junta de Andalucía que le ha denegado una ayuda. Ella justifica su acción por el arte, la justicia, la vida y hasta la propia institución. Pero los jueces no piensan lo mismo: entienden que se trata de un atentado terrorista y la condenan a 30 años de cárcel.


Y ahí tenemos a María del Pilar en el talego, cinco años después del incendio, pagando por lo que confiesa que ha sido un acto de odio pero también de amor. No se trata de una crónica de sucesos, sino de una entretenida, adictiva y desternillante ficción. Ella es la protagonista y narradora de Solo quería bailar, la primera incursión en la novela de la polifacética Greta García, sevillana como su personaje, artista, creadora escénica, bailarina, coreógrafa, payasa y directora teatral y circense.


Todo transcurre en la mente de Pili, a modo de monólogo interior que fluye sin pausa de una cabeza “brótola” o “níspola”, como ella dice con un lenguaje despreocupado, repleto de licencias y transcripciones literales, más propio de la conversación y el habla callejera. Ahí radica uno de los atractivos del libro y de esta muchacha que, confiesa, sufre “reúma mental” o “paranoia cansina”. Las palabras que emplea tienen mucho de dialecto andaluz, pero también de ocurrente inventiva. No cabe duda de que la autora, que ha sido valiente, arriesgada y transgresora en su escritura, es merecedora del aplauso. Porque consigue lo que pretende: un personaje convincente y original. Creíble.


Incansable en su discurrir mental, los pensamientos de la bailarina presa brindan un discurso aparentemente naíf y deslavazado, pero en realidad rompedor, provocador y atrevido. Porque su intención es subvertir un sistema odioso, el mismo que la ha conducido a estar entre rejas. Aunque parezca que incumple todas las normas habidas y por haber, Pili no ha sido nunca una inconformista. Más bien al contrario, al menos hasta que se hartó y se cansó de violencia física, machismo, precariedad laboral e injusticia, aunque terminase en prisión. Ella, sencillamente, solo quería bailar y moverse por amor y entrega absoluta, sin filtros. Ser una yonqui de la endorfina y entregar su cuerpo a los fantasmas de la danza. Aunque acabara siendo pobre.


Se rebela Pili contra el opresivo ambiente carcelario, la dureza de la vida repetitiva, la soledad de la celda o la encarnizada lucha por la supervivencia. Ensalza la solidaridad, esa unidad en la precariedad que existe entre barrotes. Y reivindica que los presos tienen los mismos deseos que cualquier otro ser humano, aunque entre los muros se vean obligados a estirar los recuerdos para que no se difuminen y pierdan en la lejanía que impone el paso del tiempo.  


Pili es muy faltona en su pensar (y no digamos ya en el hablar). Gusta de lo escatológico y de recrear situaciones cargadas de sexo y erotismo. Pero también es irreverente, poco dada a aceptar ciertas jerarquías y cualquier obligación divina. Así que ya puede tener cuidado la buena de Greta García, no vaya a ser que el libro caiga en manos de esa asociación de juristas ultramontanos que va denunciando a diestro y siniestro a quienes, a su estrecho juicio, vilipendian sus principios religiosos.


Porque algún pasaje de la novela les puede resultar ofensivo. Nos lo recordaba no hace tanto la escritora Lucía Lijtmaer en un breve ensayo: estamos rodeados de ofendiditos. Y, fieles a sus costumbres, tan molestos como peligrosos.

Solo quería bailar’ (Editorial Tránsito, marzo de 2023). 200 páginas, 18,00 euros





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