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Llorenç González


“Me gustaría protagonizar un musical de Brecht y Kurt Weill”
 

A mediados de 2005 se subió profesionalmente al escenario con una versión musical de El misántropo, clásico escrito por Molière para satirizar la hipocresía de la sociedad parisina en el siglo XVII. Por entonces, este barcelonés de 1984 aún era estudiante del Institut del Teatre, donde impartía clases la directora Carme Portaceli, responsable de casi todo su currículo teatral a través de la iniciativa Factoría Escénica Internacional. A sus órdenes estrenó L’agressor, la historia de dos hermanos que habían sufrido los abusos sexuales de sus padres durante la niñez y finalmente se decidían a relatar su experiencia, a pesar de la naturaleza inconfesable de ese delito. Luego fue el turno de la comedia Fairy, ganadora de un Max, que reflexionaba sobre cómo vivirían ahora los famosos personajes de algunos cuentos tradicionales. A él le tocó hacer de Hansel anoréxico, pero el montaje también incluía a una madrastra de Blancanieves adicta a Corporación Dermoestética o a una Caperucita internauta que conocía al lobo en un chat. J’arrive puso a prueba sus amplios conocimientos de danza y abordó la difícil emancipación femenina en la Alemania de entreguerras con Que va passar quan la Nora va deixar el seu marit. Esa obra, que daba continuidad a la rompedora Casa de muñecas de Ibsen, describía las vivencias de su protagonista tras abandonar a su esposo e hijos para realizarse como persona: soportaba las penosas condiciones laborales de una fábrica, era amante de un empresario corrupto y misógino que solo apreciaba su físico… Retrocedió también hasta la Barcelona de la Guerra Civil y el franquismo gracias a L’auca del senyor Esteve, que repasaba la vida de un decente tendero cuyo único vástago no quería regentar el negocio, sino dedicarse a la escultura. Ese papel de artista rebelde le reportó el premio Butaca en 2010. De la crítica a una burguesía obsesionada con el qué dirán pasó a la tragedia griega de Prometeo, aquel osado que se rebeló contra Zeus y entregó el progreso a los humanos, sin recibir a cambio el más mínimo agradecimiento.
 
   Además de contar con la confianza de Portaceli, el mismísimo Josep Maria Pou le fichó para Els nois d’història. Esa pieza, que planteaba temas como los beneficios de la cultura o los métodos de enseñanza, devolvió al teatro Goya barcelonés su antiguo esplendor. Dos maestros, uno viejo y profundo contra otro joven y pragmático, rivalizaban por conquistar intelectualmente a los ocho alumnos más brillantes de un colegio inglés mientras preparaban el acceso a la universidad. Su último trabajo encima de las tablas es Misteri de dolor, un drama que le puso ante el público del Teatre Nacional de Catalunya: una mujer madura presenciaba el amor que surgía entre su hija veinteañera, fruto de su primer matrimonio, y el joven con quien había acababa de casarse en segundas nupcias. Pese al dolor, decía apartarse discretamente para no empañar la felicidad de sus dos motores vitales.
 
 

 
   Su carrera cinematográfica arrancó a principios de 2007 gracias al corto El sueño de Alicia, una reinvención de Alicia en el país de las maravillas que dirigió Germán Regueira. Una chica se adentraba cada madrugada en un misterioso bosque habitado por individuos atormentados, como él, que encarnaba a un lobo hechizado cuyos compañeros de manada habían devorado a su amada humana. Al escuchar tal infortunio, la asustada visitante confesaba la causa del sufrimiento que la había llevado hasta allí: fue víctima de un accidente de tráfico y no llegó a la cita con su novio. Ese mismo autor le permitió actuar en El diario del espectro, una atípica videocreación que mostraba la percepción distorsionada de un chamán. Su siguiente parada fue Dídac i el Technotaure, una breve comedia emitida por TV3 a finales de 2008, donde dio vida a un guionista que usaba clandestinamente un plató de televisión para rodar un cortometraje futurista basado en el mito de Teseo y el Minotauro. Durante la grabación se enfrentaba a todo tipo de problemas: se rompía un foco, la productora estaba enamorada de él y tenían sexo salvaje entre bambalinas, el director era tan descerebrado como aprovechado… Hace poco ha protagonizado Todos los sentidos con Almudena Cid. Ella es una aclamada gimnasta que se queda ciega cuando entrena para los próximos juegos olímpicos y él, en calidad de novio, trata de ayudarla a empezar de cero pese a sus continuos desplantes.
 
   En 2011 saltó al largo con El sexo de los ángeles, de Xavier Villaverde, que le confió uno de los tres papeles principales. Tanto él como su novia pensaban que la suya era una relación de lo más convencional, hasta que conocían a un desinhibido bailarín y rompían mil tabúes para formar un triángulo amoroso. Próximamente presentará Crónica de otro confín, rodada en Lituania y encabezada por Ariadna Gil. Cuenta cómo una mujer y su hijo huyen de la guerra con la esperanza de llegar a un campo de refugiados fronterizo. Pronto descubren que funciona a modo de reality show televisivo: los vencedores obtienen un visado para acceder al país vecino y los vencidos son devueltos a la barbarie bélica. Una vez dentro, su estabilidad peligra cuando aparece un hombre que conoce un terrible secreto sobre ellos, lo que puede arrebatarles el favor de la audiencia.
 
   Apareció en un episodio de El cor de la ciutat, la serie más longeva que ha emitido TV3, cuyos capítulos se sucedieron entre los años 2000 y 2009. Cambió las tramas urbanas por la vida rural de Ventdelplà, donde ejerció durante dos temporadas como psicólogo que colaboraba estrechamente con una asociación de mujeres maltratadas. Había llegado a ese pequeño pueblo en compañía de su madre y su hermana, ya que su padre estaba cumpliendo condena tras abusar de una menor. Los espectadores de la pequeña pantalla catalana le vieron por última vez inmerso en los desternillantes conflictos domésticos de La sagrada família, que a veces no podían resolverse ni con la experiencia de una mediadora. Sin embargo, el personaje que mayor popularidad le ha dado es el Andrés de Gran Hotel, su primera ficción de ámbito estatal. Lleva ya casi dos años metido en la piel de ese camarero bonachón, hijo de una severa gobernanta interpretada por Concha Velasco, que no le deja ser feliz junto a una criada analfabeta.       
 
 

 
HÉCTOR ÁLVAREZ JIMÉNEZ
¿Recuerda el momento particular en que decidió ser actor?
− La verdad es que no. Recuerdo que iba al teatro con mis padres y, durante las funciones, pensaba cómo sería la vida de esos personajes más allá de lo que se veía sobre el escenario.
 
− ¿Quién fue la primera persona a la que se lo contó?
− Mis padres fueron los primeros en enterarse, cuando mi hermano y yo les dijimos que íbamos a hacer la prueba de acceso al Institut del Teatre de Barcelona.
 
− ¿Cuál ha sido el mayor golpe de suerte que ha recibido hasta ahora en su carrera?
− No parar de trabajar y poder escoger proyectos en muchas ocasiones.
 
− ¿A cuál de los personajes que ha encarnado le tiene especial cariño? ¿Por qué motivo?
− Estoy encantadísimo de haber conocido a todos los que me han tocado. Recuerdo al desgraciado Wozzeck, consumido por la angustia, que no dejaba de correr a ningún lugar concreto. También a un Bertolt Brecht jovencísimo y mujeriego que no tenía escrúpulos ni con sus más allegados a la hora de imponer su arte. Y adoro mi papel actual, el Andrés de Gran Hotel, que tiene un corazón enorme: poco a poco va madurando y superando sus miedos. 
 
Si el teléfono dejara de sonar, y ojalá que no, ¿a qué cree que se dedicaría?
− No lo sé. De momento no ha ocurrido y espero que la cosa siga así. Sí me gustaría tener más tiempo para practicar con algunos instrumentos de música que me gustan: guitarra, piano, clarinete… Y también me interesa la Pedagogía.
 
− ¿Ha pensado alguna vez en tirar la toalla?
− Alguna vez he pensado que, si no iba a disfrutar haciendo mi trabajo, quizá tenía que buscar otras motivaciones.
 
− ¿En qué momento de qué rodaje pensó: “¡Madre mía, en qué lío me he metido!”?
− Rodando un corto con unos estudiantes en Granada. Fue una experiencia de la que guardo un recuerdo especial, eran una gente estupenda.
 
− ¿Le gusta volver a ver los títulos en los que ha participado?
− Siempre quiero visionar mi trabajo, tanto por gusto como para aprender. Y admito que, en algunas ocasiones, me satisface el resultado.
 
 

 
− ¿Cuál considera que es la principal debilidad del celuloide nacional y qué solución se le ocurre para paliarla?
− Más allá de los recortes que amenazan a toda la cultura de este país, no se me ocurre ningún otro problema, ya que me ha gustado todo el cine español que he visto. Aunque, pensándolo mejor, todavía debemos quitarnos algunos complejos y definirnos más desde lo propio.
 
− ¿A quién le devolvería antes la llamada, a Tarantino o a Burton?
− ¡Uf! Ver a Tarantino o Burton en la pantalla del móvil tiene que ser una gran sensación, así que llamaría a los dos, seguro.
 
− ¿Cuál fue el primer actor o actriz que le conmovió?
− No recuerdo a nadie que me marcara especialmente. Entre las interpretaciones recientes que más me han fascinado están las de Michael Fassbender en Shame, Asier Etxeandía en El intérprete o Anna Lizaran en Agost.    
 
¿Qué frase cinematográfica le gusta aplicar como leit motiv personal?
La frase que me acompaña actualmente es de una canción de Jorge Drexler: “Amar la trama más que el desenlace”.
 
− ¿Qué largometraje ha visto tantas veces que se sabe los diálogos completos de alguna escena?
Ninguno. De vez en cuando rescato secuencias concretas que me encantan: los bailes de musicales como Cantando bajo la lluvia o Chaplin haciendo de Charlot. Los diálogos que más he escuchado y mejor me sé pertenecen a los espectáculos de Les Luthiers.
  
− ¿Cuál fue el último filme que no fue capaz de ver hasta el final?
− No me gusta dejar las películas a medias. Si las empiezo, las termino. La última que me costó fue El artista y la modelo: estaba tan cansado que me quedé dormido, pero acabé de verla al día siguiente.
 
 

 
 
− ¿Recuerda alguna anécdota divertida que haya vivido como espectador en un teatro o sala de cine?
− No hace mucho fui a una pequeña sala de teatro en Barcelona y, al levantarse el telón, empezó a sonar la alarma de un reloj. Los dos actores siguieron a lo suyo hasta que, pasados casi diez minutos, uno de ellos decidió detener la función porque no podía más con el soniquete. Resultó que una mujer sentada en primera fila llevaba el reloj en su bolso y ni ella misma sabía que era el suyo. La representación volvió a arrancar desde el principio. ¡Nunca había visto empezar dos veces la misma obra!
 
− ¿A qué serie de televisión está enganchado?
− ¡La que más veo actualmente es Gran Hotel! [Risas] Hace tiempo devoré A dos metros bajo tierra porque me atrapó mucho la relación entre los personajes. Y en solo tres días vi la primera temporada de Juego de tronos: me encanta la época, el vestuario, las luchas de espadas y el valor que tienen conceptos como la lealtad, el honor, la traición… 
 
 

 
 
− ¿Qué consejo le daría a alguien que quiere ejercer este oficio?
− Una chica que se estaba planteando ser actriz me escribió hace poco por Facebook. Solo le dije que se escuchara, que ella misma tenía la respuesta.
 
− ¿Qué punto fuerte destacaría de usted como intérprete?
− La entrega, la energía y la sensibilidad.
 
− ¿Y débil?
− El juicio constante.
 
− Adelántenos, ahora que no nos escucha nadie… ¿Cuál es el siguiente proyecto que se va a traer entre manos?
− Hasta finales de junio estaré grabando Gran Hotel, después de haber rodado en mayo un corto con Almudena Cid entre Granada y Madrid. Y para el año que viene ya tengo un par de proyectos teatrales.
 
− ¿Qué sueño profesional le gustaría hacer realidad?
− Me gustaría mucho protagonizar un musical de Bertolt Brecht y Kurt Weill, hacer cine europeo y levantar un espectáculo propio.
 
− ¿Qué canción o canciones escogería para ponerle banda sonora al momento actual de su vida?
− Últimamente escucho mucho a Jorge Drexler, Chavela Vargas, Sílvia Pérez Cruz y un grupo de música yiddish llamado Bratsch.
 
− ¿Qué otra etapa de la historia le gustaría haber vivido?
− El Medievo o los años veinte y treinta en América.
 
− Díganos qué le parece más reseñable de AISGE y en qué aspecto le gustaría que mejorásemos.
− Me parece muy interesante que alguien vele por los derechos intelectuales de un oficio artístico. Aunque hace relativamente poco que soy miembro de AISGE, ya voy conociendo vuestras iniciativas: en enero comencé un curso de inglés, pero tuve que dejarlo por incompatibilidad con mis horarios de trabajo.
 

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