HÉCTOR ÁLVAREZ JIMÉNEZ
− ¿Recuerda el momento particular en que decidió ser actor?
− La verdad es que no. Recuerdo que iba al teatro con mis padres y, durante las funciones, pensaba cómo sería la vida de esos personajes más allá de lo que se veía sobre el escenario.
− ¿Quién fue la primera persona a la que se lo contó?
− Mis padres fueron los primeros en enterarse, cuando mi hermano y yo les dijimos que íbamos a hacer la prueba de acceso al Institut del Teatre de Barcelona.
− ¿Cuál ha sido el mayor golpe de suerte que ha recibido hasta ahora en su carrera?
− No parar de trabajar y poder escoger proyectos en muchas ocasiones.
− ¿A cuál de los personajes que ha encarnado le tiene especial cariño? ¿Por qué motivo?
− Estoy encantadísimo de haber conocido a todos los que me han tocado. Recuerdo al desgraciado Wozzeck, consumido por la angustia, que no dejaba de correr a ningún lugar concreto. También a un Bertolt Brecht jovencísimo y mujeriego que no tenía escrúpulos ni con sus más allegados a la hora de imponer su arte. Y adoro mi papel actual, el Andrés de Gran Hotel, que tiene un corazón enorme: poco a poco va madurando y superando sus miedos.
− Si el teléfono dejara de sonar, y ojalá que no, ¿a qué cree que se dedicaría?
− No lo sé. De momento no ha ocurrido y espero que la cosa siga así. Sí me gustaría tener más tiempo para practicar con algunos instrumentos de música que me gustan: guitarra, piano, clarinete… Y también me interesa la Pedagogía.
− ¿Ha pensado alguna vez en tirar la toalla?
− Alguna vez he pensado que, si no iba a disfrutar haciendo mi trabajo, quizá tenía que buscar otras motivaciones.
− ¿En qué momento de qué rodaje pensó: “¡Madre mía, en qué lío me he metido!”?
− Rodando un corto con unos estudiantes en Granada. Fue una experiencia de la que guardo un recuerdo especial, eran una gente estupenda.
− ¿Le gusta volver a ver los títulos en los que ha participado?
− Siempre quiero visionar mi trabajo, tanto por gusto como para aprender. Y admito que, en algunas ocasiones, me satisface el resultado.