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13-03-2013

“El anuncio de la plancha
Baby Vapor me salvó la vida”

Del teatro independiente a la publicidad, la comedia en francés o ‘Cuéntame’. Lola montó hasta una empresa de ‘catering’ para seguir alimentando sus ansias de actuar
 
 

HÉCTOR ÁLVAREZ JIMÉNEZ
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Aunque nació mientras sus padres pasaban unas vacaciones en Valencia, Lola Casamayor se siente madrileña por los cuatro costados. A los doce años, después de ver a Marisol cantando y bailando en sus películas, supo que el espectáculo era lo suyo. En su casa se lo tomaron a broma, como cuando decía que deseaba ser envolvedora de pasteles. “Me obligaron a estudiar algo con lo que ganarme la vida. Escogí Turismo para no perder demasiado tiempo en cosas que no aprovecharía. De hecho, nunca fui a recoger el título…”.

   Su vocación no le ha fallado. Terminó el año triunfando en la capital con Doña Perfecta: “Era la protagonista, estaba en el María Guerrero y llenaba cada día. Nunca había tenido un privilegio así”. En la próxima temporada de Cuéntame encarnará a una monja, la comedia cinematográfica Mauvais esprit le permitió demostrar su dominio del francés y hoy aspira a trabajar en el país vecino. Consciente de su envidiable voz, que ha paseado incluso por programas radiofónicos, no deja de darle vueltas al musical: “He cantado en Las cuñadas o El rey negro y me encantaría hacer la Ópera de tres centavos”.   

– Tras casi cuatro décadas de trayectoria, ¿cómo recuerda sus primeros pasos?
– Empecé a actuar para Enrique Centeno en el grupo Cizalla. La primera vez que subí al escenario, con 17 años, fue horrorosa: estrenábamos Crónica sin tener listo el final. Ensayamos muy poco porque días antes había muerto Franco y nos fuimos a celebrarlo…

– Su nombre artístico no se parece en nada al que figura en su DNI.
– Acabé hasta las narices porque en tercero de Arte Dramático empezaron a llamarme Espe o Mari Espe. En la obra de fin de curso, que capitaneaba mi amigo Ernesto Caballero, le pedí que se dirigiera a mí como Lola. Y mi abuela, en cuyo honor me pusieron Esperanza, fue la primera que aceptó el cambio. ¡Era fantástica!

– Una crítica teatral de ‘El mal de la juventud’ (1988) ya le atribuía “cualidades poco comunes y un físico evocador”. ¿Cree que tiene un talento especial?
– Siempre consideré que valía para esto y que podía ser una buena actriz. Luego hubo momentos de sequía en los que llegué a creer que era mediocre, pero necesitaba continuar. Y mientras, me dediqué a diseñar collares con piedras de Brasil o montar un catering junto a una amiga.


– Trabajó sin cobrar en el filme ‘Un ajuste de cuentas’, que repasaba las penurias del cine nacional. ¿Tanto ama lo que hace?
– ¡Demasiado! Me empeñé en estrenar La otra cara con Andrés Lima y se lo propusimos a Zascandil, compañía con la que llevábamos siete años, pero no pudo ser. Así que nos fuimos con el dinero que nos correspondía y lo arriesgamos en esa obra demencial: una mujer religiosa acogía a un mendigo que se transformaba en prostituta tras tomarse un bebedizo y, al imitarle, ella acaba convertida en una bestia masculina. ¡Me follaba a Andrés, que tenía unas piernas estupendas, antes de que me matase! [risas]. Solo representamos seis funciones, pero dos fueron en París. 

– “Doña Perfecta es una perfecta hipócrita”, dijo de su último personaje. ¿Es este un oficio dado a la falsedad?
– Mi madre, cuando quería saber si había hecho algo malo, me ordenaba que la mirase a los ojos. Así me desarmaba y no podía engañarla. Por eso pensaba: “¡Voy a dedicarme al teatro para poder mentir!”. Aunque aseguran que en la interpretación abunda la hipocresía, no la percibo. Tal vez porque nos pasamos la vida siendo quienes no somos y disimulamos mejor.

– ‘La familia de Pascual Duarte’ o ‘María Sarmiento’ abordan la dificultad que los españoles siempre han tenido para dialogar. ¿Seguimos igual?
– No hemos aprendido casi nada. En Doña Perfecta evocamos esas dos Españas que no llegan a conciliarse porque se han cerrado muchas heridas a base de costurón, sin dejar salir todo el pus. Y el diálogo actual de los partidos políticos ayuda muy poco: ninguno defiende argumentos, sino consignas. Los recortes se están haciendo de forma chapucera, desde un altar del que no descienden para escuchar a los demás.

– ¿Es de las que se movilizan?
– ¡Naturalmente! Secundar la huelga general, estar junto al 15-M y participar en las manifestaciones ha sido un gustazo. Muchos no valoran esos actos y piensan que quienes asistimos estamos de juerga. Pero sentir que no estoy sola en mi malestar hace que vuelva a casa con las pilas cargadas. ¡Es como ir al gimnasio!


– También se ha despachado a gusto contra la religión en ‘Presas’, ‘Marat Sade’ o ‘Camino’..
– Vengo de una familia muy católica, me he educado en un colegio de monjas, mi tío es canónigo… Y debo tener una faceta espiritual importante: he recorrido parte del Camino de Santiago y me encanta entrar en los templos si no hay nadie. No critico las creencias, sino las contradicciones de la Iglesia. Intenta imponer sus ideas políticamente aunque Cristo dijo: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. También es vergonzoso que reciba subvenciones para colegios elitistas y mande a la mierda a quienes defienden la teología de la liberación, como el párroco de Entrevías.

– Su rostro es habitual en historias femeninas como ‘Las cuñadas’ o ‘La voz dormida’. ¿Le interesan especialmente?
– No demasiado, aunque suene políticamente incorrecto. El feminismo a veces me pone nerviosa. Quizá porque, desde mis inicios en el teatro independiente, nunca me he sentido menospreciada por mi sexo. Pero medidas como la discriminación positiva me parecen buenas. La situación ha mejorado muchísimo, pero aún hay que superar los malos tratos, los salarios inferiores o el mayor sacrificio en el ámbito doméstico.

– La telenovela ‘Bandolera’ le brindó uno de sus papeles más aplaudidos. ¿Le inspiraba repartos el género?
– Disfruté como una enana vistiendo de época, teniendo dinero, planeando un golpe de Estado, asesinando a mogollón de gente, suicidándome… No he currado tanto en mi vida: me levantaba a las seis para ir a plató y memorizaba textos todos los días, incluso en la furgoneta, ya que estaba de gira. No pienso renunciar a ganar dinero ni a pasármelo pipa porque algunos digan que son productos de menor calidad. Si hubiera tenido proyectos importantes que coincidieran con ese, habría elegido otro, pero no me arrepiento. Además, la televisión da popularidad y hace que el público vaya a verte al teatro.


– Algunos espectadores la recuerdan por poner cara, hace tres años, a la mítica campaña de La Casera.
– Mi padre me compraba Pulgarcito y Tiovivo cada domingo, así que he mamado las historietas de 13, Rue del Percebe desde los diez añitos. No daba crédito cuando supe que Javier Fesser iba a convertirlas en anuncios y que yo sería uno de los personajes. Además, el día que grabé vino el mismísimo Francisco Ibáñez, que se mostró encantado con los decorados.

– Y no es lo único que debe agradecerle a la publicidad…
– Paradójicamente, trabajo más en tiempos de crisis, así que en 1992 todo el mundo actuaba y yo no me comía un colín. Pero promocionar una plancha llamada Baby Vapor acabó salvándome la vida porque gané un buen dinerito [risas]. Y aprendí mucho: todo el mensaje tenía que caber en medio minuto.

– Hay cosas menos agradables. ¿Ha encajado bien sus múltiples muertes ficticias?
– La primera vez, en Hospital Central, me dio mal rollo. La escena parecía tan real que hasta mi hermano se puso a llorar. Ahora disfruto con esos momentos porque me consta que la muerte no deja indiferente a ningún espectador.

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