– Dos Arandas, (casi) dos Truebas… faltaría el tercer Almodóvar para desempatar.
– Bueno, con Almodóvar tengo dos rodajes y medio. En Hable con ella hice un cameo.
– ¿Le molesta que le pregunten por su complicidad?
– No, porque yo no pienso en ello, los periodistas sí.
– Pero la etiqueta de chica Almodóvar sigue ahí, y no hay quien no le pregunte por ello.
– Si yo fuera periodista, a Al Pacino no le preguntaría si haría El Padrino 7.000.
– Vale, cambiemos la pregunta: dado que su padre, el churrero de Lora del Río que emigró a la Barceloneta, era cantaor y amigo del artisteo que plasma el submundo de Almodóvar, lo raro sería que usted no hubiera trabajado con Pedro.
– Vi a Pepe Marchena, vi a gente travestida… Era como el preámbulo de los 70 en los 50, es cierto. Yo bailaba desde los dos años. Mi madre me hizo zapatos de tacón para bailar. Ese mundo lo conozco bien. Estaba predestinada a Madrid, a la Movida. Pero empecé con el teatro independiente, y me sentía más Nuria Espert, más Bertolt Brecht, lo que me llevó a renunciar a ese mundo.
– Pero luego volvió.
– Sí, estuve en la Cúpula Venus, en La Rambla. Allí estrenaban Pablovsky, Christa Leem, Pepe Rubianes… todos los grandes. Vanguardia pura, donde empezaron unos y seguimos otros. En Madrid, pasé por el Festival Internacional de Teatro, y de ahí al Teatro Arnau. Music hall… tenía menos de 30 años. Vine a Madrid con 37 o 38 años, ya con un dossier enorme. Una vez que murió mi madre, me retiré de Barcelona. No había opciones para mí, estaba muy arraigado el teatro catalán. Al ser de la Barceloneta, te consideraban charnega y no te llamaban. Lo tenía más difícil.
– Pero tras el Festival Internacional de Teatro la contrataron en Madrid.
– Empecé con giras de mi espectáculo por toda España, y frecuenté clubes como el Caribiana, el Elígeme, el Maravillas… donde me dio el papel Almodóvar. Vino todo rodado, cine, televisión… pero llegué mayor a Madrid.