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06-05-2020

Bohemia y diversión sin fin en las lejanas noches de Madrid


Hubo un tiempo en que la noche madrileña no cerraba. Especialmente entre los artistas. Desde mediados de los años sesenta proliferaron en la capital negocios de esparcimiento regentados por actores, sobre todo restaurantes, bares y pubs. Flotando en nubes de humo y sobre el hielo de las copas, chistes, risas y ansias de libertad surcaban las madrugadas a ritmo de boleros y rock


CARLOS ARÉVALO

Los centros de reunión de la farándula, que también funcionaban como lonjas de contratación, estaban antaño en los veladores del Café Gijón, la cafetería Dorín y la del teatro María Guerrero. Pero la juerga y la verdadera diversión tenían lugar en otros puntos de la ciudad. En este viaje sentimental en el tiempo regresamos a algunos de los espacios lúdicos administrados por actores y actrices que disfrutaron el esplendor de una época. Mucho tiempo después, Loquillo popularizaría aquella canción cuyo inicio define a la perfección este modus vivendi: «Cuando fuimos los mejores, los bares no se cerraban, cada noche en firme a la hora señalada». 

 

   Si atendemos a un criterio cronológico, haríamos la primera parada en una sala de fiestas que, adaptada a los nuevos tiempos, todavía sobrevive en la casi agonizante noche madrileña: Morocco (Marqués de Leganés, 7). Inaugurada en los cincuenta, fue cabaré de lujo y escenario para las mejores orquestas del momento. Aunque pasó por varias manos, el alma de aquel templo del ocio en sus tiempos dorados fue la exótica bailarina egipcia Naima Cherky, quien dejaba boquiabierto al personal con su ombligo cimbreante al compás de la danza de los siete velos. En sus mesas brindó y se emborrachó la élite artística, desde Fernando Fernán Gómez a Cantinflas o desde Paco Gento a Carmen Sevilla.



López Vazquez, Naima Cherky, Fernán Gómez y amigos en Morocco


   Ya en la época de la Transición pasó a manos de Lucía Bosé, que lo administró durante algunos años con la denominación Talismán. Al empezar la Movida retomó su nombre original y tendría en la cantante Alaska su mejor publicidad

 

   Aprovechando su estancia en la capital para rodar superproducciones del llamado Imperio Bronston como Rey de reyes o 55 días en Pekín, el cineasta norteamericano Nicholas Ray decidió abrir Nicca’s (Avenida de América, 31). Allí se celebraban exclusivas fiestas de fin de rodaje a las que asistían célebres estrellas de Hollywood que por entonces trabajaban en Madrid: Charlton Heston, Sofía Loren, John Wayne… Actuaban músicos de jazz y jóvenes conjuntos españoles que comenzaban su andadura. Fue el caso de Los Brincos. Una de las incipientes artistas que pasaron por allí fue una joven todavía desconocida y llamada Mari Trini, cuya voz fascinó a Ray, que descubrió el potencial artístico de la murciana y la apadrinó. Hasta Londres la acompañó para presentarle a gente como Peter Ustinov y tratar de introducirla en el mundo escénico, un camino que enseguida cambiaría con acierto por el de la canción melódica.



John Wayne bajo la atenta mirada de Samuel Bronston en Nicca's


   Tras la decadencia y desaparición de Nicca’s por la nefasta gestión del sobrino de Ray, se convirtió en un piano-bar administrado por el bohemio aristócrata Jaime de Mora y Aragón, que hizo gala de su excentricidad al empapelar las paredes del local con facturas adeudadas.

 

   En la Nochevieja de 1965 se inauguró, con presencia de Ava Gardner incluida, el sancta sanctorum de la distracción nocturna: Oliver (Almirante, 12). Sus propietarios eran el actor y director Adolfo Marsillach y el periodista Jorge Fiestas, que ejercían de perfectos anfitriones en veladas que se prolongaban en su cripta hasta altas horas de la madrugada. Por allí se dejaba caer la mítica cupletista argentina Celia Gámez, que en alguna ocasión se convirtió en el centro de todas las miradas por vestirse con sus plumas y abalorios. Amenizadas por pianistas como Paco Miranda o Jesús Glück, aquellas improvisadas fiestas se llenaban de tangos, boleros y canciones francesas de profunda rebeldía interpretadas a veces por una clienta asidua, la actriz María Asquerino,  a quien lo del cante también se le daba de maravilla.



María Asquerino. Foto Marisa Flórez (1983)


   Si alguien conoció a fondo los secretos de Oliver, esa fue la Asquerino, deliciosa conversadora y capitana de una célebre tertulia que más tarde trasladaría a poca distancia de allí, a la discoteca Bocaccio (Marqués de la Ensenada, 10), donde estableció su cuartel general. Aquella sucursal de la famosa Bocaccio Boîte de Barcelona no pertenecía a ningún actor, pero merece un hueco destacado en esta ruta sentimental.

 

   A la vuelta de este local existió otro alto indispensable en el camino, el restaurante Casa Gades (Conde de Xiquena, 4). Pertenecía al afamado bailarín del mismo nombre, que por aquel entonces era marido de Pepa Flores, otrora Marisol. El matrimonio conversaba con buena parte de la profesión sentada a sus mesas.


   A principios de la década de los setenta era fundamental alternar en Always (Hileras, 8), un local pionero entre los de ambiente gay en Madrid. Lo regentaban dos actores, Mónica Randall y Luis Morris, cuya temprana desaparición consternó a media España. Allí empezó haciendo sus pequeños shows Juan ‘El Golosina, al que después Lola Flores adoptaría como secretario y hombre para todo.

 

   El matrimonio formado por los actores José María Rodero y Elvira Quintillá se sumó a la moda de montar un negocio hostelero en aquellos años de bonanza. Inauguraron el bar americano Samovar (San Agustín, 6), entre cuya clientela figuraban numerosos rostros del teatro, el cine y la televisión.

 

   Hubo también aventuras empresariales que no llegaron a buen puerto. Ocurrió con el bar La Chistera (Alcalá, 87), que abrió el entrañable cómico valenciano Luis Sánchez Polack, ‘Tip’. Asesorado por un socio que nada sabía de restauración, la cosa no funcionó, y el bueno de ‘Tip’ perdió su inversión y su tiempo. Enseguida echó el cierre.

 

   El recorrido finaliza en una calle perpendicular al Paseo de la Castellana, en el número 13 de Profesor Waksman, done estuvo El Trece. Fue una discoteca de moda dirigida por Julio Torija, en aquel entonces representante de artistas como María Dolores Pradera o Vicente Parra. Este último hacía de relaciones públicas del local y atraía al público con su presencia ocasional.

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