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El anecdotario de Javier Ocaña

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¡Qué éxito el de aquella película!


Unos consumados timadores de la estampita

 

La película de Pedro Lazaga, con Tony Leblanc, Conchita Velasco, Laura Valenzuela y Antonio Ozores en el reparto, conserva 65 años después un encanto costumbrista irreprochable. 1,2 millones de españoles ya la vieron en 1959 en los cines

 

JAVIER OCAÑA
(@ocanajavier)

Nadie que haya visto Los tramposos olvidará nunca la secuencia del timo de la estampita: Tony Leblanc y Antonio Ozores dándole el palo de la forma más rastrera y simpática al incauto del pueblo, interpretado por Francisco Bernal, en los alrededores de la estación de Atocha de Madrid. Y sin embargo, pese a su fama, quizá no sea el timo más elaborado y estrambótico de la película: el de la rifa para los niños huérfanos con un coche de regalo, que evidentemente no es suyo sino uno aparcado y de lujo al que ellos le han puesto encima una sábana con las características del sorteo, es tan gracioso como el de la estampita. O el de emborrachar hasta el desmayo a otro incauto, este con dinero, para luego escayolarle una pierna fingir que lo ha atropellado un coche, llevarlo a su casa, y cobrarle a su mujer por los gastos de hospital… y hasta una gratificación para el valiente (y tercer sablista) que lo sacó de debajo de las ruedas.

 

 

Los tramposos es un mito del cine popular español y, lo mejor de todo, sigue manteniendo un encanto irreprochable. El guion de José Luis Dibildos, también productor a través de su empresa, Ágata Films; el colorismo de la fotografía de Manuel Merino; el formato panorámico de Pedro Lazaga, su director, aprovechando las localizaciones madrileñas, y, por supuesto, su reparto, en el que Concha Velasco y Laura Valenzuela muestran el nuevo poder femenino de las que trabajan como secretarias, mientras los hombres no dan un palo al agua, avalan un conjunto de una felicidad desbordante. Y entre los escenarios naturales madrileños se lleva la palma otro mito: Casa Mingo, donde se reúnen los carteristas, raterillos y pequeños estafadores para celebrar triunfos y para preguntarse qué tal ha ido “el currele” del día; un bar y restaurante que aún se puede visitar en la capital, en el Paseo de la Florida, y que presume de estar allí desde nada menos que 1888.

 

“Todavía estaremos en Ávila un mes y un día aproximadamente”, le dice el personaje de Leblanc por carta a su novia, en una de las mejores líneas de comedia del guion, tras ser detenidos por la policía y encarcelados, aunque él lo quiera hacer pasar por un viaje de negocios. Es el costumbrismo sin una gota de crítica de la comedia desarrollista española, que tiene en la película de Lazaga uno de sus mejores exponentes: 1,2 millones de espectadores fueron a verla en el año 1959 a los cines.

 

 

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