“Nada hay más liberador
que perder el miedo al ridículo”
Entregado a partes iguales en las grandes producciones y en los trabajos modestos. Payaso como halago. Y siempre con un pie en la reflexión política
FRANCISCO PASTOR
Al actor Luis Bermejo, que dio sus primeros pasos en el cine gracias a las risueñas El otro lado de la cama (2002) y Días de fútbol (2003), le gusta que le llamen cómico. Y payaso, incluso. Son ideas que para él, cultivado como intérprete en la escuela de Cristina Rota, resultan halagüeñas y nada peyorativas. Ya entonces, y también cuando trabajaba como titiritero, recuerda que se hablaba de la crisis del teatro. Qué le iban a contar a él, acostumbrado a cambiarse de ropa en el asiento trasero de un coche justo antes de actuar.
Hoy, a punto de cumplir 50 años, no parece haber lugar para las crisis ni para las cuestas abajo en él. Tras experiencias cinematográficas como Gente en sitios (2013), Kiki, el amor se hace (2016) o Fe de etarras (2017), acaba de trabajar para Alejandro Amenábar en el largometraje Mientras dure la guerra. Campeones, donde también actúa, está nominada al Goya a mejor película. Él lo estuvo en la categoría de actor principal gracias a Magical girl (2014), aunque lejos en aquella ocasión de las carcajadas en las que se curtió... y a las que nos ha acostumbrado. Lo rememora al calor de un té, entre grabación y grabación de la serie de Netflix Alta mar, en la que acompaña a José Sacristán.
El año que empieza promete aún más noches de gala. El rey, la película que Bermejo acaba de estrenar, estaba nominada al Premio Especial en los Feroz. Su pequeño presupuesto se logró gracias a más de mil mecenas convocados por el reivindicativo Teatro del Barrio y aclara más de una verdad sobre la Transición española. En ella coincidía de nuevo con Alberto San Juan, a quien conoce bien desde los tiempos de la compañía escénica Animalario.
Trabajos revestidos de valores. Siempre. Como los que este madrileño ha divulgado a través de uno de sus retos más recientes: encarnar al protagonista del anuncio del sorteo de la lotería de Navidad.
— ¿Le gustan esas fechas?
— Me ponen muy melancólico. Los fantasmas, los que duermen tranquilos el resto del año, se agitan estos días. Creo que son fiestas sobre todo para los niños, no para los adultos. Llega la Navidad y, aunque sé que tengo amigos y familiares, siento la soledad. La mía y la de los demás. La veo por la calle. Hay muchísima gente sola, que deambula sin rumbo. Nada que ver con los valores del anuncio en el que actúo: yo hago mío, plenamente, que compartir es vivir.
— Suele significarse políticamente, como en El rey. ¿Se implica más en los proyectos de guerrilla que en las grandes producciones?
— Creo que no. Trato de volcarme por completo en cada trabajo. Desde que salí de la escuela trabajo en toda suerte de producciones: grandes y pequeñas. No se me caen los anillos por sacar adelante un trabajo modesto. Y claro que tener un buen presupuesto nos regala tiempo para ensayar más y preparar mejor el trabajo. En El rey debimos optimizar bien los recursos si con apenas dinero hemos llegado hasta los Feroz. Hemos hecho un buen trabajo: con la luz hemos creado espacios y hasta personajes. Partíamos de una comedia que llevamos de gira durante dos años, pero no hemos filmado teatro: hemos hecho un largometraje. No sé qué nos habría salido en caso de que tuviéramos más dinero en la cuenta. Lo mismo nos habría ido peor…
— ¿Se castiga por igual al cómico que se burla del poder, como ocurre en ese filme, que a quien opta por reírse de las minorías?
— Está claro que no. Y no doy crédito. Dani Mateo se suena la nariz con la bandera de España y acaba imputado. Algún amigo cercano ha perdido trabajos por exponer sus ideas políticas de forma clara. El humor ayuda a decir la verdad. Y por eso se nos castiga: por mostrar las verdades. Nos estamos asomando a un lugar muy poco interesante para la creación. Muchos autores prefieren rebajar su discurso, y el acto de creación debería ser completamente libre. Yo no me pongo límites. Eso sí, elijo bien mis referentes. Son Martes y Trece, Les Luthiers, los hermanos Marx, Jacques Tati, Chaplin. El humor zafio no me interesa.
— En las redes sociales es habitual verle disfrazado tras una nariz roja.
— Reivindico profundamente la figura del payaso. Encarnarlo me ayuda a mantener viva la intuición. Nada hay más liberador que perder el miedo al ridículo. Hay un ejercicio de clown que me gusta mucho: el cómico solo puede estar en escena si logra que la gente se ría. Cuando la carcajada acaba, se marcha.
— En alguna fotografía se le ve desnudo, que también tendrá mucho de liberador.
— [Risas]. Desde luego. Creo que en las redes mostramos abstracciones de nosotros mismos. Y yo vuelco allí mis ganas de enamorarme. De los demás y de la vida. Me encanta tirarme al suelo y hacerme fotografías. También me gusta mucho la poesía, por lo que hice algunos cursos de escritura expresiva. Y las redes se dan mucho a ella por la necesidad de abreviar el texto. Así que escribo allí, también, para sentirme mejor. O me dirijo a esa mujer de la que estoy enamorado en secreto. Me escribo con su fantasma. Y naturalmente, con el de Malena [Alterio, que fue su pareja].
— Era un drama bien siniestro, casi fantasmagórico, con el que le nominaron al Goya.
— Creo que Magical girl envejecerá muy bien. Hablábamos antes del cine low cost: pues dicha película se planteó con poquísimo dinero y, poco a poco, alcanzó un presupuesto bastante digno. Eso sí: tan relevante como la factura en la producción es el despliegue en la distribución. Y nosotros, que no llevábamos detrás un sello ni contábamos con el apoyo de ninguna gran firma, logramos ponerla en el mapa. Eso es muy difícil. Este año hemos hecho un cine magnífico y trabajos muy buenos se han quedado fuera. Por ello agradezco que El rey llegara a los Feroz. Para llevar los trabajos a las alfombras rojas hay auténticas campañas, pero estas no son mi estilo, nunca he descolgado el teléfono en ese sentido.
— Ahora que El rey ha llegado a los cines, e incluso a las galas, ¿diría que pone un grano de arena en favor de la república?
— No hemos hecho la revolución, pero quizá hayamos creado conciencia. Ya cuando llevábamos ese texto por los teatros, algún espectador más joven nos contaba cómo le habíamos abierto los ojos. Y eso que hemos tratado la figura de Juan Carlos con muchísimo respeto. Contamos cómo desde niño creció como una marioneta: la de unos hombres con mucho, mucho poder, que querían conservar su posición en la España democrática. Nuestra monarquía aún significa eso. De momento hemos llevado la película hasta una entrega de premios. Pero todavía toca madurar, toca dar otro paso. Aún no hemos escuchado del todo el mandato del 15-M.
— Después de las elecciones en Andalucía, cualquiera diría que ese mandato pasó a la historia...
— Lo sé. Todos nos hemos quedado perplejos. Pero yo quiero seguir soñando. Nos toca revisarnos mucho. También a quienes aún están en el poder, en los ayuntamientos de Madrid, Barcelona y otras capitales provinciales. ¡Que no se dejen abatir! Y ojalá logren ilusionarnos, no desde la publicidad o el escaparate. Les pido que sean políticos de verdad. Creo que los cambios también vienen desde la esfera de lo individual: hay que empezar por uno mismo. Como lo haríamos cuando queremos ser mejores personas. ¿Queremos una sociedad más justa? Pues nos ponemos el yelmo y a combatir.
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