Macarrones
Una cita angustiosa con una mujer que nos coloca ante el espejo de una ruptura anterior. Un plato de comida italiana que se va enfriando en el restaurante. La desnudez interior y el vacío de la existencia. Así es el relato inédito que el cortometrajista madrileño, profesor de la ECAM, entrega a los lectores de AISGE
JOSÉ MANUEL CARRASCO
No sé por qué, pero últimamente no tengo un pensamiento recurrente que me entretenga durante largo rato, mientras miro embobado el techo de mi salón. Siempre suelo tener un pensamiento poco productivo sobre el que dar vueltas y vueltas, como si fuese un hámster encerrado en la rueda de su jaula, pero llevo varias semanas sin lograr encontrar uno. Y no conseguir un pensamiento que me ayude a escapar de mi realidad es algo que por un lado me sorprende y por otro, me inquieta. A veces es el rencor a una persona por algo que me hizo en el pasado. Otras veces es un deseo que puede ser inalcanzable. En ciertas ocasiones es algo que debo o quiero comprar y que evidencia mi necesidad compulsiva de consumir… Y unas pocas veces mis pensamientos giran en torno al posible ganador del reality show televisivo de turno, y que olvidaré en cuanto empiece otro distinto y los participantes sean diferentes…
Y pienso esto mientras nos traen las cartas del restaurante.
Y me produce una inseguridad malsana desperdiciar mi energía neuronal pensando en el ganador del último concurso de telerrealidad y no en intentar ser el chico más gracioso, chispeante y de personalidad arrolladora que se haya encontrado mi cita en toda su vida.
- Se llama Angustias -me dijo mi hermana Candela unos días antes, mientras tomábamos un café sin azúcar por culpa de la operación bikini.
-¿Angustias? -respondí-. ¿Quién puede dar a su hija semejante nombre sin marcarla de por vida con el rechazo? ¿Quién podría considerar que Angustias es el nombre ideal que puede recibir una persona?
- Ya lo sé, chico… pero es un nombre que viene de herencia. Creo que su abuela o tatarabuela se llamaba así-. Y Candela me lo dijo esbozando una sonrisa expectante, como si me estuviera pidiendo un favor, cuando realmente la que estaba haciendo la buena obra del año era ella conmigo y no yo con aquella víctima nominativa.
- Ya es hora de que rehagas tu vida y olvides a Merche -insistió mi hermana, y el nombre de Merche sonó como un tiro en la nuca, como la caída de un árbol, como un agujero en el estómago por el que se escapa la comida…
El caso es que acepté cenar con la tal Angustias (esa amiga de la amiga de mi hermana), y después de 15 minutos de conversación hueca y mis disertaciones absurdas sobre la situación política del país, sigo pensando que no tendría que haber venido. Esta Angustias no tiene ningún interés en mí… Está claro. Se ha puesto ese bonito traje para agradar a un hombre hecho y derecho, y se ha encontrado conmigo.
Si yo estoy bien como estoy. Vivo solo, como lo que quiero, hago lo que quiero y no tengo que fingir que soy mejor de lo que soy. Soy como soy, y si me quieres, tendrás que aceptarme de esta manera. Nada más.
Así fue como se lo dije a Merche en nuestra primera cita y estuvimos juntos cinco años… Hasta que me dijo:
- Javi, es que me he dado cuenta de que no me gusta cómo eres, y como siempre me dices que no vas a cambiar… pues es mejor que te deje y me vaya con Luis, que aunque también dice que no va a cambiar, por lo menos me gusta más de lo que me gustas tú en este momento de la relación. ¿Entiendes?
Y al terminar de hablar me dio un beso en la mejilla que parecía que atravesaba mi carne como si fuese ácido sulfúrico, se dio la vuelta y salió por la puerta. Estaba más guapa que nunca, y en ese momento recordé por qué la quería y lo estúpido que era dejándola marchar por una simple cuestión de orgullo. Tendría que haberle rogado que no me dejara, haber llorado, haberme tirado al suelo arrastrando mi dignidad por aquella superficie de madera… Haberme clavado astillas en las rodillas, rogando una segunda oportunidad o la posibilidad de subsanar mis faltas… Ser otro, tener otro comportamiento, dejar de ser yo para convertirme en un falso ideal que cumpliera los deseos de una mujer que no amaba lo que yo era, sino que amaba algo que nunca llegaría a ser.
Y entonces, en este momento…
En este restaurante.
Acabo de ser consciente de la angustia de Merche en los últimos meses de nuestra relación, cuando descubrió que la persona con la que convivía no era la persona que ella había imaginado. Peor aún, soy consciente de su angustia al verse obligada a fingir un sentimiento que no tenía, porque trataba de engañarse a sí misma y era incapaz de afrontar el error garrafal cometido estando conmigo. Eligiéndome como pareja. Porque fue ella quien me eligió a mí, y eso lo sabemos los dos.
Pienso en la angustia de Merche mientras la chica llamada Angustias me sonríe nerviosa desde el otro lado de la mesa.
¿Será esto una señal? ¿Tiene sentido que mi cita de esta noche tenga ese nombre para que yo pueda entender el abandono de meses atrás? Empieza a apoderarse de mí una extraña sensación de descontrol que mi médico denomina ansiedad: hormigueo en la cabeza, presión en el pecho y elevación de la temperatura corporal.
Siento vergüenza.
Me siento desnudo rodeado de gente. Un desnudo más íntimo que el acto de pasear sin ropa.
Nunca he tenido problema con mi desnudez, lo he estado en playas, vestuarios, en familia, con relaciones esporádicas y en la convivencia con mi pareja.
Se trata de algo más profundo. Como si fuera transparente y todo el mundo pudiera verme por dentro. Sin filtros, matices ni costuras. Y eso sí que me paraliza.
-¿Estás bien? -me pregunta Angustias al verme blanco como el papel-. ¿Te pasa algo?
Y miro mi plato de macarrones a la piamontesa, deseando que la cita acabe cuanto antes, que Angustias se vaya con su traje nuevo y yo vuelva a casa para poder masturbarme viendo vídeos de chicas siliconadas que parecen muñecas y no seres humanos.
Pero no.
Sigo en este restaurante sonriendo e intentando ser agradable con una chica que apenas conozco, cuyo nombre me hace reconocer las causas de mi ruptura y con la que seguramente tendré sexo esta noche porque esa es la manera normal y habitual de rehacer una vida…
Necesito sin falta un pensamiento recurrente que me ayude a ocupar los minutos y minutos que quedan de cita…
De noche…
De días…
De semanas…
Necesito un pensamiento que anestesie mi cerebro para no enfrentarme al vacío de mi existencia.
- Puedes llamarme María. A la gente le cuesta llamarme Angustias. Les da como apuro…
- Como quieras, María.
Y sin darme cuenta, por fin encuentro el pensamiento que entretendrá mi cabeza durante mucho tiempo: el amor es un asco.
Voy a dejarlo, como quien deja el tabaco.
El madrileño José Manuel Carrasco es autor de nueve cortos. Uno de ellos, 'Padam', fue nominado a los Goya y una copia se custodia en la Filmoteca de Munich como "uno de los mejores cortometrajes europeos de la primera década de este siglo". Ganó el Festival Iberoamericano de Cortometrajes (Fibabc) gracias a 'Sinécdoque. Una historia de amor fou' y la Comunidad de Madrid le concedió en 2017 un homenaje en reconocimiento a toda su carrera. Ha recibido distinciones similares por su obra en Túnez y Berlín y es el único cineasta masculino premiado por el Festival de Mujeres de las Montañas Rocosas. Fue objeto de una retrospectiva de toda su obra en el Lincoln Center de Nueva York.