Manolo Cal
“Fernán Gómez escribió 'El viaje a ninguna parte' inspirándose en mi familia”
Este actor debutó en el teatro con apenas dos meses de vida. Desde entonces hasta su última aparición en la tele, con 'Muertos S.L.', ha participado en series tan relevantes como 'Los ladrones van a la oficina' o 'Cuéntame cómo pasó'
ESTELA BANGO
FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA
No existe década de la televisión en la que él no aparezca. Manolo Cal (Madrid, 1948) ya hacia pruebas para Televisión Española antes de que Prado del Rey estuviera en pie, rodaba antes de que existiera el vídeo y sigue en activo después de toda una vida dedicada a su pasión, la cual no piensa abandonar nunca: la actuación.
— ¿Cuántos años lleva en activo?
— Todos. Mi madre y mi padre eran actores. La primera vez que me sacaron al escenario tenía dos meses. Se había perdido el muñeco que usaban en la función, así que mi madre se fue corriendo al camerino para sacarme. Luego estuve trabajando en el teatro portátil con mis padres, por los pueblos. En 1962, en Sabiote, un pueblo de la provincia de Jaén, fueron a rodar La becerrada y mi padre fue a pedir trabajo. Eso hizo que los de allí se cabrearan: decían que nosotros éramos de fuera y querían que la película fuese solo para ellos. Mi padre les pegó una charla que Fernando Fernán Gómez metió después en El viaje a ninguna parte. Y la charla dio sus frutos, ya que trabajamos en la mencionada película por 150 pesetas.
— Con Fernán Gómez volvería a coincidir en Yo la vi primero, Los ladrones van a la oficina, Cuéntame...
— Y en 1965 coincidimos en dos entregas de Pequeño Estudio, de TVE. Ahí apenas hablé con él; solo me dedicó una frase muy bonita. Al final de la secuencia me dijo: “Tú comerás de esto”. En Los ladrones van a la oficina. conversábamos más, comíamos juntos. Fue entonces cuando cayó en la cuenta: “¡Tú eras el niño aquel que iba en la compañía!”. Y me contó que aquel episodio había hecho que escribiera El viaje a ninguna parte. De hecho, en ese largometraje aparecen varias anécdotas que vivieron mis padres con su compañía.
— ¿En qué momento dejó el teatro itinerante para dar el salto a la televisión?
— Después de que el aire nos tirase el teatro en dos ocasiones. La primera vez lo arreglamos. En el segundo percance lo dejamos en el pueblo almeriense de Macael. Así que nos fuimos a Madrid. En la plaza de España tomábamos una camioneta verde que nos llevaba hasta los estudios de TVE en Prado del Rey. Entrábamos en la cafetería y a menudo salíamos con un personaje, con unas sesiones... Y si no, al menos podías enterarte de quién estaba trabajando en algo. Era maravilloso. También nos reuníamos por las noches en Bocaccio, de donde salía a las tres o las cuatro de la madrugada con un papel para alguna película.
— Retrata una época que ya no existe, la de personarse en los sitios y conseguir trabajo.
— Creo que no conozco a nadie con tanta suerte como yo. Llegamos a Madrid con una mano delante y otra detrás y empecé en el teatro María Guerrero. Iba para una sola función y pasé seis años con los mejores actores de aquella época. Hice una gira de ocho meses por América: los mejores hoteles, recepciones en distintas embajadas... No es suficiente con valer, que yo no valgo mucho, también hace falta tener mucha suerte.
— Estamos hablando de una carrera de muchísimos años. No solo es la suerte de triunfar, sino que hay que mantenerse.
— Nunca he sido de los que han peleado para que su nombre apareciera más grande o para cobrar más dinero.
— Hay numerosos secundarios que prácticamente se adueñan del protagonismo de las historias. Un ejemplo es el de Chus Lampreave.
— Por eso los protagonistas, en muchas ocasiones y erróneamente, no quieren a algunos secundarios. Recuerdo que Fernán Gómez decía: “Siempre quiero al mejor para que me dé la réplica. Cuanto mejor me la dé él, mejor le responderé yo”. El caso de Lina Morgan era el contrario: se rodeaba de actores grises, entre los que me encuentro yo mismo. Apenas duré un mes a su lado. Metí una morcilla, los espectadores se rieron mucho... y me llamó la atención. Una semana después la estaba diciendo ella y decidí marcharme. El público solo podía reírse con ella. Si otro arrancaba carcajadas, se iba a la calle. Más tarde trabajó con mi madre, Amparo Pacheco.
— La vis cómica de su madre era digna de admirar.
— Eso lo sabe Laura Caballero. Yo la saqué en Cuéntame cómo pasó. Como me llevo bien con Miguel Ángel Bernardeau, Ana Duato e Imanol Arias, tras la muerte de Tony Leblanc propuse el nombre de mi madre como su sustituta en el kiosco. Y permaneció en la serie hasta que José Luis Moreno se la llevó a Aquí no hay quien viva.
— Y en Aquí no hay quien viva se quedaría como personaje recurrente pese a haber sido contratada para una aparición puntual.
— Así fue. Lo primero que dijo fue: “¡No puedo pelar la gamba!”. Y desde ese momento, Laura Caballero solía decirle: “Amparo, eres pequeñita, pero solo hay ojos para ti. ¡Es que te llevas la atención!”.
— ¿Qué ha aprendido de sus progenitores?
— Aprendí a valorar el dinero, a aguantar, a tener la espalda dura. Al final, no puedo quejarme, soy un afortunado, estoy contentísimo con mi vida profesional.
— De vuelta a su andadura artística, ¿cuál fue el siguiente paso tras formar parte del María Guerrero?
— Deambulé durante un par de años y me junté con Eloy Arenas. Formamos Arenas y Cal y nos veían millones de personas. Solo había una televisión. Siempre pensé que aquello me venía grande y que no iba a durar mucho tiempo. Efectivamente, no duró.
— ¿Cómo se vive después del éxito?
— Se vive mal. Para salir del apuro hice incluso cabarés en Galicia, que es lo peor que hay. Podías decir lo que quisieras en el escenario puedes y daba igual: ni se reían ni te hacían caso. Fueron tres meses y pico. Pillé Una depresión... Luego llegó la serie Los ladrones van a la oficina.
— ¿Cómo fue la experiencia?
— Hice de todo. Tuve unas 17 intervenciones. ¡Y ninguna igual! Cada vez que había un problema, Tito Fernández decía: “¡Que me traigan a Manolo Cal!”. Hice de amante de Nadiuska, de torero, de palmero de Lola Flores, de ladrón, de camarero, de chófer... Todo fue gracias a Tito Fernández, que luego dirigiría de Cuéntame.
— Pasó más de 20 años en esa serie, que finalmente se despidió de la audiencia en 2023. ¿Qué se lleva de sus más de 300 episodios en el barrio de San Genaro?
— Es que insisto en que he tenido suerte. En Cuéntame tuve la oportunidad de trabajar con lo mejorcito de la profesión. Eso es aprender todos los días. Tengo que dar las gracias a Imanol Arias y a Juan Echanove porque se han portado conmigo como nadie. Además, lo que pasa en Cuéntame yo lo he vivido dos veces, en la realidad y en la ficción.
— ¿Cómo vivió el final?
— Con clínex. En el último capítulo, Óscar Aibar, el director, me dio la que considero mi mejor secuencia. En ella me acerco a Herminia [el personaje de María Galiana] y me dice: “Padre, tenía que hablar con usted”. Yo le respondo: “No soy el padre, soy Ramón, el mecánico”. Pero la mujer insiste y me pide la absolución. Me doy cuenta de que se le ha ido la cabeza y le contesto: “¿Cómo no? Yo te doy la absolución, Herminia”.
— Y ahora trabaja con los hermanos Alberto y Laura Caballero en Muertos S.L.
— Son unos maestros de la comedia. Lo primero que les dije a ambos fue: “Tened cuidadito conmigo, que estoy especializado en series longevas”.