“No necesito que suene el teléfono.
Si no me dan papeles, me los doy yo”
Los aficionados madrileños al teatro podrán reencontrarse desde este miércoles sobre las tablas con Manuel Fernández Nieves, uno de los contrapuntos masculinos a Beatriz Carvajal, Asunción Balaguer o Berta Ojea en la tierna y descacharrante Las chicas del calendario, que desembarca en los Teatros del Canal. Fernández, madrileño en la plenitud de los cincuenta, ha desarrollado buena parte de su trayectoria en los escenarios: fue habitual de Francisco Nieva en los primeros ochenta (Il trovatore, Macbeth, Tosca, Curro Vargas), estrenó en París No te muevas, muñeca (1987) y en los últimos años le habíamos visto a las órdenes de Paloma Pedrero (Caídos del cielo, 2008) o, por dos veces, Sanchis Sinisterra: Ay, Carmela y El canto de la rana. Delante de las cámaras ha habido menos ocasión de disfrutar con su trabajo, aunque su currículo incluye clásicos como Las bicicletas son para el verano (Jaime Chávarri, 1983), la exitosa serie Doctor Mateo (Antena 3, 2009) o la malévola Buen viaje, Excelencia, debut como director cinematográfico del siempre transgresor Albert Boadella. Fundador de la sala El Montacargas, en esta entrevista revela que sintió la llamada de Talía en un entorno eminentemente capitalino: la Casa de Campo.
RUBÉN DEL PALACIO
− ¿Recuerda el momento particular en que decidió ser actor?
− ¡Lo he sido siempre! Comencé a los nueve años, primero en el colegio y luego en el instituto, aunque no me lo planteaba como profesión. Tenía muy buenas notas y dudaba entre ser ingeniero forestal o agrónomo, biólogo, zoólogo… Hasta que un día, a principios de primavera, tomé la decisión mientras paseaba por la Casa de Campo. “Si tuvieses que elegir con el corazón y no con el cerebro, ¿qué es lo que más te gustaría hacer?”, me pregunté. La contestación que me vino inmediatamente a la cabeza me cambió la vida: “¡Teatro!” No sabía por dónde empezar, así que me apunté a las pruebas de acceso a la RESAD. Y hasta hoy, que sigo dándome esa misma respuesta.
− ¿Quién fue la primera persona a la que se lo contó?
− A mis padres, a mis amigos y al director del grupo de teatro del instituto, no recuerdo en qué orden. Mis padres creyeron que estaba loco e intentaron que desistiera, aunque finalmente me apoyaron, mientras que a mi primer maestro de interpretación le encantó la idea. Y mis amigos se dividieron entre esas dos opiniones.
− ¿Cuál ha sido el mayor golpe de suerte que ha recibido hasta ahora en su carrera?
− Haberla empezado y haber encontrado en ella a Aurora, mi compañera y socia, con la que fundé El Montacargas. Nuestra compañía y sala de teatro ha cumplido recientemente veinte años.
− ¿A cuál de los personajes que ha encarnado le tiene especial cariño? ¿Por qué motivo?
− Sin duda, al patito feo, por ser el primero. También al más reciente, ÉL, de Perra vida, Dulces sueños. Es la última obra de nuestra compañía y por ella me dieron este diciembre el Premio al Mejor Actor en el VIII Festival de Teatro Iberoamericano de Mar del Plata.