“El cine está tan mal
que es imposible volver”
Dice vivir “separado” del cine. Por fortuna, aún no ha pedido el divorcio. Director de una veintena larga de películas, Manuel Gutiérrez Aragón triunfa hoy como escritor, pero aquí repasa su currículo como cineasta
JAVIER OLIVARES
Fotografías de Enrique Cidoncha
Ha cumplido los setenta, pero ya quisieran muchos cuarentones lucir su piel. Delgado, corona su discurso con una sonrisa amplia y sincera. De la chaqueta asoma un habano. “solo fumo uno al día”, acota; “desde la prohibición, lo que más me gusta es que me permitan fumar después de comer o cenar en un sitio”. Su actividad tampoco acompasa al DNI: Manuel Gutiérrez Aragón cruza el charco como quien cruza el puente de Ganzo sobre el Saja, en su Torrelavega natal. Acaba de llegar de Nueva York, donde ha intercambiado tarjetas como cineasta. En el Instituto Cervantes de la Gran Manzana habló sobre su última película, Todos estamos invitados, en un ciclo de cine y terrorismo. Pocos días antes había caminado por las calles de Buenos Aires, adonde acudió en su nueva y exitosa faceta de escritor. En mayo publicó Gloria mía, su segunda novela.
– ¿Le inspiran los viajes largos en su trabajo?
– Ahora aprovecho para llenar mis cuadernos de notas. Escribo mucho. Quizá suene a nuevo rico, pero me viene bien: un Madrid-Nueva York y un Madrid-Tokio dan para mucho. No suena el teléfono, y eso ayuda a pensar.
– Pero hay gente que pega la hebra durante todo el vuelo…
– No sabes cómo. Recuerdo un señor, ginecólogo en Ginebra, que me contó su vida entera, incluida una segunda familia en Cuba. Será una mezcla entre el alcohol que se toman algunos y el respeto a volar. Una especie de última confesión [sonrisas].
– ¿Le inspira algo tanta conversación?
– Usé algo para algún guion, sí, pero no lo terminé. No lo descarto, porque inspira mucho.
– ¿Por ejemplo, en esa película que iba a empezar a rodar en su tierra?
– Qué va, no estoy rodando. Eso lo dije hace unos meses durante un curso, en Santander. Insinué que, si vuelvo, sería “para hacer algo sobre el Valle del Pas”. Pero está tan mal el cine que es imposible volver. Cuando yo decidí separarme del cine [hace casi cuatro años], no había estallado aún la crisis económica, que lo ha tocado casi definitivamente. Y ahí me mantengo.
– ¿Por qué se torció? ¿Discutió con el productor?
– Simplemente no cuajó. Es posible que nunca vuelva a hacer una película, pero no cerraré las puertas. Si encuentro motivación o una historia interesante… En el cine pagan mejor que en la escritura o el periodismo.
– ¿Incluso ahora?
– Incluso ahora. Pero es un sacrificio tremendo, nunca se paga lo suficiente para todo lo que te entregas: en cada actividad creativa das algo de tu vida física. Antes, para hacer una película, valía con un año. Ahora inviertes tres. Con todo lo que te pide el cine, has de pensar si te merece la pena para el resultado que da o el poco caso que se hace luego a la película. En esa asignación de recursos es dudoso que la actividad cinematográfica sea rentable para los directores.
– Igual hace algo más intimista, como aquel documental sobre el jazz en Cuba.
– Sí, eso lo seguiré haciendo. Ya he puesto en escena también la correspondencia entre Lorca y Dalí. Pero cine es otra cosa.
– Mucha actividad del cine encuentra salida en la televisión.
– Sí, pero es menos autoral. Si participas en un episodio de una serie, la serie no es tuya. Formas parte de una biblia que hay que cumplir. Eres un funcionario de la serie, no un director creativo. Pero las series americanas son muy creativas: son más osadas e interesantes Mad Men o The Wire que muchas películas americanas. No es que haya desaparecido la actividad cinematográfica, es que se ha vuelto al cine primitivo, en el que el director era un oscuro funcionario del estudio y las estrellas son el productor o los actores.
– Y el guionista, ¿no?
– Claro. Los productores de Mad Men, por ejemplo, son los guionistas. Y el guionista era el gran olvidado del cine. Hoy son las estrellas, los que producen. Yo siempre he defendido el guion: en él se contiene la película. El director no es la estrella.
– Digamos que usted ha sido hombre-orquesta...
– Ya, pero empecé de guionista, y mi corazón siempre ha latido más con él.
– Después de firmar Furtivos con Borau, que fue su profesor, es lógico.
– Pertenece a una escuela de personas muy trabajadoras, muy hormiguitas. De los que daban mil vueltas al guion. A la película, no tanto, porque resultaba caro. Era la época más artesanal del cine.
– ¿Aprendió mucho en aquella Escuela de Cine?
– Tuve buenos profesores, como el productor Gutierrez Maeso, Saura o Borau. Sus talleres, sus alumnos, le recuerdan con cariño. Un buen profesor es un tesoro.
– ¿Qué representó para su ego ser precandidato a los Óscares con su película de debut?
– Hombre, el productor es fundamental. Y en Habla, mudita coincidí con Elías Querejeta, tan exigente como generoso. Tuve esa suerte. Me dijo: “Tienes otra semana para terminarla”. Ese tipo de productores ya no se ven. Me dieron también el Premio de la Crítica del Festival de Berlín. Quién lo diría ahora.
– Y tuvo otras dos películas precandidatas: Sonámbulos y Demonios en el jardín.
– Demonios… pudo llegar. Pero para mí los Óscares no son una meca, que conste.
– Hombre, siempre es un empujón, cuando uno está en los primeros metros de la autopista.
– Sí, es cierto, sobre todo siendo joven. Es más difícil hacer la segunda película que la primera, y llegar a la tercera ya es de récord.
– ¿La censura cohibió mucho sus inicios?
– Cuando llegué yo, la censura ya era más bien un factor de prestigio. Es como cuando a alguien le encarcelan y al caer el régimen se coloca de ministro o presidente del gobierno. Me cayó una censura floja. Y lo peor de la censura es la autocensura: quitarte cosas para que no te las quiten otros. En Habla, mudita sí tuve problemas, y Camada Negra evolucionó después de la prohibición: pasó de estar prohibida a verse con interés.
– ¿Qué le fascinaba de Ángela Molina, su musa durante muchos años?
– Quisimos ya hacer Furtivos, pero se negó a cortarse el pelo y no prosperó. Esa fascinación por ella es un misterio. Me sucedía lo mismo con Fernando Fernán Gómez. Un día me dijo que el director con el que más películas había rodado era conmigo. Es algo misterioso: concibes un personaje y ya lo ves en esa persona.
– O sea, que esos personajes no necesitan ni dirección.
– En cierta manera, así es. Con una mirada ya sabes todo. Cuando engranan un director y un actor, va todo rodado. Me pasó con ambos. Con Fernando había personajes que no se hubiesen inventado si no sabía que eran para él, como el de La mitad del cielo.
– Otra fidelidad en su carrera es el director de fotografía Teo Escamilla.
– He tenido suerte de trabajar con Luis Cuadrado y con Teo. Un buen técnico de cine no es solo el director de fotografía o sonidista. Luis Cuadrado era un cineasta sobre todo y luego un director de fotografía. De esa escuela salíó Teo, con el que hice muchas, pero también José Luis Alcaine. Si te sabes rodear de buenos profesionales, es todo más fácil.
– Al sentarse en la mesa a negociar un presupuesto, ¿impone uno siempre su equipo?
– Sí. Una vez, Elías [Querejeta] me dio un consejo: un director de cine es como el árbitro de tenis, desde esa silla alta viendo qué sucede. Es, sobre todo, un director de equipo. Él puede no inventarse nada, ni el guion. Puede no ser un buen director de actores, pero si es un buen guardia urbano puede hacer una buena película. La mejor película, es cierto, es la que te hacen otros. Va sola.
– Hoy, apenas uno de cada diez directores debutantes hacen su segunda película.
– España es el país de Europa y del mundo, quizá, que más debutantes tiene por año y menos segundas o terceras películas hacen. Pocos siguen, porque el cine es caro. Pero es más fácil hacer una película ahora que en mi época. Puedes hacerla con el móvil. En Internet pueden verla dos millones de personas potenciales.
– ¿Qué ha cambiado, según su retrovisor?
– Los materiales. Entonces, eran pesados. Antes colocabas la cámara en un sitio y le echabas valor para rectificar. Hacían falta cuatro personas para moverla. Ahora, cuatro cámaras digitales bailando en el plató facilitan mucho las cosas. La ligereza es importantísima. No es lo mismo la infantería o un tanque ligero que la maquinaria pesada.
– ¿Es más ligero también el proceso?
– Cuando yo empecé existía el guion técnico: algo que entregabas a los miembros del equipo para que ellos previeran la iluminación, los kilowatios, la cámara, si hacía falta grupo electrógeno… Eso se ha suprimido en pocos años. Pero si la persona es rigurosa y además tiene más facilidades, mejor para todos.
– Más allá de esa liviandad, ¿vienen otras penurias a la memoria?
– Nunca me he movido con grandes presupuestos. Pero en TVE, para hacer cinco horas y media de Quijote tardamos un año. Eso resume cómo se trabajaba entonces. Ahora van casi a media hora por día. Utilizar medios de cine para una serie ha cambiado. Yo tenía muchos caballos, extras y decorados que han desaparecido. Lo que supuso el cine para el mundo de la escritura es lo que sucede ahora con la tele. Los del cine miraron siempre por encima del hombro a la tele, pero ahora, insisto, algunas series de televisión son más densas y osadas que la película.
– ¿Son buenas realmente? ¿No hay un punto de intrusismo?
– No, no. A ver, las películas han de ser universales: los chinos y los negros han de ser buenos, y las mujeres deben tener un papel relevante. En cambio, las teles de pago buscan la diferencia. The Wire, por ejemplo, no podría hacerse en cine, pues habría censura económica. La relación cine-literatura de hace unos años, con películas desvergonzadas, ha pasado al mundo de la tele. Es lo que se paga.
– Internet también ha hecho lo suyo.
– Exacto, ha implosionado. Una película de Internet no tiene por qué ser de noventa minutos; pueden ser cuatro de media hora, 18 de 15 minutos… Los formatos han implosionado en la conjunción tele-Internet. Pero ya se dice lo mismo en Internet respecto a la tele. Esto avanza deprisa.
– ¿Está enganchado a alguna?
– A Mad Men. Espero cada temporada. Pero visto todo seguido no es lo mismo. Sucede lo que el Quijote, solo concebido para la tele. El factor olvido es importante. La serie está inventada para su dosis semanal. El cine, en cambio, destila la magia del arco dramático, temporal. Me parece fascinante. Es inevitable en la novela, en la tele y en todo.
– ¿‘Olía’ usted algo en la SGAE cuando la presidió?
– A veces se olvida que lo más importante son los autores. Tienen un trabajo desperdigado y necesitan una sociedad que les aglutine. En una fábrica la gente trabaja unida, pero los autores están dispersos. Cuando se critica a la SGAE por prepotencia, no hay que olvidar esto: cuanto más potente sea, mejor. Cuanta más presencia física, mejor. Si no existiera la SGAE, habría que inventarla. El autor necesita la contrarréplica al individualismo. Dejémosolo ahí.
– En su currículo también podría figurar como investigador. Cuando se documentó para ‘Todos estamos preparados’, ¿descubrió algo sobre ETA?
– Sobre todo, que hay costumbre de mirar para otro lado en el País Vasco. Sucede como en el franquismo: los jueces, la jerarquía eclesiástica, los militares, miraban para otro lado. Y la imposición dictatorial del terror es parecida. Yo iba al Festival de San Sebastián y veía a la gente con escolta, cosa que me parecía normal cinco años después. Cuando aceptas eso, malo.
– Y para el libro ‘La vida antes de marzo’, alrededor del 11-M, ¿investigó mucho?
– Fui a Asturias, hablé con mucha gente y al final solo utilicé un diez por ciento de lo investigado. Si no, sería un reportaje, un documental informativo.
– ¿Encontró gatos encerrados ‘conspiranoicos’?
– No, me parece ridículo y bochornoso. Fue cosa de unos islamistas mal preparados, y es una maniobra oscura y miserable intentar ir más allá de eso. La teoría conspirativa de la historia siempre fue dudosa, pero en este lado hay una contraconspiración.
MGA, en corto
–¿Quién es la más bella criatura que ha visto por el visor?
– Ángela Molina.
– ¿Y la que más llenó la pantalla?
– Fernando Fernán Gómez.
– ¿Quién es la persona más chisposa del cine?
– Rafael Azcona. Fue muy importante para todos nosotros.
– ¿El más humanista, renacentista?
– Los productores con los que he tratado: Luis Megino, Elías Querejeta, Juan Gona… Eran sobre todo cineastas, no solo financieros. Un poeta debe leer metafísica y un filósofo debe leer poesía. Pobre del que se alimente solo de lo suyo.
– ¿Lo mejor del cine?
– Que es un arte total. Y llegar a ser director es un privilegio inigualable.
– ¿Por qué le gusta Tim Burton?
– Porque es lo más alejado a mí mismo como director. Me sirve, incluso en los fracasos. Alicia en el país de las maravillas, por ejemplo, no me gustó nada.
– ¿Quién fue “La Pulga de Torrelavega”?
– Fermín Trueba, un ciclista. ¡Vicente!, perdón.
– ¿Qué tiene Torrelavega que solo da cineastas o ciclistas? Freire, Resines, usted…
– Y Mario Camus es de cerca [risas].
– ¿Qué se siente al tener un instituto con su nombre, en Viérnoles, cerca de Torrelavega?
– Una extraña sensación. Cuando yo hacía novillos, ¡íbamos a Viérnoles! La chica de portada en la novela Gloría mía es una alumna de ese instituto.
– ¿Si le llaman de Hollywood lo deja todo?
– No me atrae nada. Prefiero un cine personal, más pequeño. Hasta gente como Kenneth Branagh, anglófono de cuna, se ha sentido perdido haciendo cine allí. Es tarde para ir a Hollywood.
El novelista sobrevenido
Tiene un esbozo de guion para hacer una película en Valle del Pas, donde ya filmó La vida que te espera. “Por cierto, a Marta [Etura, una de las protagonistas] le prometí que haríamos otra película en el norte, en el País Vasco. Espero que no sea una falsa promesa”. Le anima la universalidad del valle: “En Holanda, Rusia o Canadá hay un Valle del Pas. Es curioso cómo lo particular engarza con lo universal”. Pero, hoy por hoy, es más fácil que llegue su tercer libro que una nueva película. Debutó con éxito en 2009, La vida antes de marzo. “Era nuevo en la literatura, pero pensé: ‘Quiero escribir en la editorial que me gusta”. Y Jorge Herralde, editor y creador de Anagrama, entró al cortejo. “Es un gran editor, me fío de sus criterios. La relación que tuve con productores buenos ahora se repite con un buen editor como Herralde. Cuando se habla de la autoedición, de Internet, se omite una figura importantísima: el editor hace que la literatura sea así o así. Para Gloria mía me ha pasado notas”.