Más vidas que Manolo Huete
Era dibujante y publicista, pero acabó ejerciendo como actor en 25 ocasiones… y hasta disputándole un Goya a Adolfo Marsillach. La relación con su yerno, Fernando Trueba, late en ‘Belle epoque’
JAVIER OCAÑA (@ocanajavier)
No era actor, pero participó en 25 títulos, entre películas, cortometrajes y series de televisión, e incluso fue nominado a un Goya. De adolescente estuvo ingresado en un sanatorio para tuberculosos, y sus peripecias sirvieron de inspiración para El año de las luces. Se hizo amigo de Fernando Trueba, 33 años más joven, y este acabó casándose con una de sus hijas. Fue emigrante en Brasil y Venezuela, se ganó la vida como brillante dibujante de cómics y, para los conocedores, su voz de cascarrabias resultaba inconfundible. Era Manolo Huete Aguilar (1922-1999), padre de la productora cinematográfica Cristina Huete, de la diseñadora de vestuario Cristina Huete, y suegro de Trueba.
Aunque en épocas muy distintas, no es difícil vislumbrar en la insólita amistad forjada entre Manolo y Fernando en la vida real, la complicidad mutua de ficción entre los personajes de Fernando Fernán Gómez y Jorge Sanz en la oscarizada Belle époque (1992). Aún más, si recuerdan la película, también en el éxtasis sentimental del rol de Sanz con la belleza de todas sus hijas. Años antes, Trueba ya había trasladado a la gran pantalla las sensaciones, experiencias y tonalidades de las desventuras de Manolo en el hospital, cuando era apenas un chaval. Su despertar sexual, sus ansias de vida en una España represora y de muerte. El poderoso influjo de las historias, de las existencias, de un modo de moverse por el mundo. Era El año de las luces.
Huete fue dibujante para infinidad de medios, editoriales y campañas de publicidad. Para Clarín; para la revista infantil Flechas y Pelayos, vinculada a la Falange, y en la que también colaboraron personalidades tan dispares como Álvaro de Laiglesia y Gloria Fuertes; para ediciones Rialto y ediciones Marisal, que publicaron novelas policiacas, cuadernos de aventura y tebeos a lo largo de los años 40. Y, mucho más tarde, debutó en el cine, ya con 46 años, dentro del muy coral reparto de la extraordinaria Las truchas, película de José Luis García Sánchez ganadora del Oso de Oro en Berlín. Allí comenzó a mostrar a un personaje perpetuamente malencarado y gritón, de personalísima voz aguda y muy particular dicción. Entre sus interpretaciones, es imposible olvidarlo como el vecino respondón de Verónica Forqué y Juan Echanove en Bajarse al moro (1989), de Fernando Colomo, quejándose desde el balcón a voz en cuello por la música que tocaban en la terraza aledaña los miembros de Pata Negra, el grupo de los hermanos Amador.
En 1989 estrenó también como actor El vuelo de la paloma, comedia de su amigo García Sánchez, por la que sorprendentemente fue nominado al Goya al mejor actor de reparto, junto a otros dos intérpretes de la misma película, Echanove y Juan Luis Galiardo, además de Fernando Guillén, Enrique San Francisco y Adolfo Marsillach. Ganó este último, por Esquilache.
Que en aquella ceremonia de los Goya lucharan por el mismo premio un mito del teatro como Marsillach y un actor no profesional como él, seguro que provocó en su modo socarrón de vivir más de un pensamiento irónico. Por haber, hasta una película podría haber en esa noche de premios.